Me dispongo a escribir el último artículo del año. Abro mi Biblia y le pido a Dios que me ayude a encontrar la reflexión, pasaje o historia que me permita compartir un pensamiento que pueda ser útil para la iglesia a la que he aprendido a amar.
Llego al evangelio escrito por Juan. El capítulo octavo me inspira lo suficiente como para ponerme a escribir. Es un relato intenso, extremadamente tenso. Jesús a un lado y los escribas y fariseos al otro.
Jesús había pasado la noche en el monte de lo Olivos. La magnitud del enfrentamiento que habría de vivir, requería de la presencia del Padre. En Él buscaba refugio para poder soportar la prueba que, con motivo de acusarle, sus enemigos presentarían contra Él.
Sentado frente al templo, Jesús comenzó el día enseñando al pueblo. Sus enemigos, tras una noche muy diferente a la del maestro galileo, trajeron a una mujer convenientemente sorprendida en adulterio con el fin de cuestionar a Jesús y hallar contra él algún motivo para acusarle.
Jesús y la mujer acusada de adulterio
La Biblia nos dice que Jesús se inclinó para escribir con el dedo en el suelo. Ante la insistencia de los acusadores, invitó a los que no tuvieran pecado a tirar la primera piedra contra aquella mujer.
Un relato fascinante que no me deja de sorprender. El que esté sin pecado que acuse, que critique, que juzgue, que apedree… pero ellos “acusados por su conciencia, fueron saliendo uno a uno” (v. 8). Jesús podría decirle a aquella mujer: yo tampoco te condeno, vete y no peques más.
No hay mayor motivación para dejar de pecar que entender la gracia de Dios. Es su amor lo que estimula el deseo de ser fiel. Imagino la sonrisa de aquella mujer. La que llegó acusada, salió justificada. No fue apedreada, sino salvada. Aquel día no encontró la muerte, sino la vida eterna.
Así comienza el capítulo 8. Mucho mejor de cómo acaba. Las manos que acariciaban las piedras destinadas a aquella mujer al inicio del capítulo, terminan apretando piedras para arrojárselas al Salvador al final del mismo. Los religiosos preocupados por la ley de Moisés no conocen a Dios ni al que Él ha enviado. Su religión les permite apedrear a aquellos a los que el Mesías había venido a salvar.
Amar en lugar de apedrear
Si Jesús es la luz del mundo (v. 12), que peligroso es vivir en las tinieblas. “En vuestro pecado moriréis. A donde yo voy, vosotros no podéis ir” (v. 21). Es triste que el que vino a salvarnos del pecado no pueda evitar que el pecado acabe con nosotros cuando nos obstinamos en no creer en él (v. 24). Él tiene un lugar preparado para nosotros, pero si seguimos estando dispuestos a apedrearnos los unos a los otros, a juzgarnos, a acusarnos, entonces a donde deberíamos ir, no podremos llegar.
¿Por qué no entendemos el discurso de Jesús? Él responde: “porque no queréis escuchar mi palabra” (v. 43). Frente a los que permanecen en su palabra (v. 31), Jesús señala a los que no quieren escucharla. Frente a los que son “esclavos del pecado” (v. 34), los que conocen la verdad y son verdaderamente libres (v. 32). Frente a los que apedrean, los que aman porque conocen al Dios que es amor.
Querido lector, acaba el 2020. Un año que nos ha mostrado la importancia de tomar decisiones, de prepararnos para lo que ha de venir. Recuerda: la vida eterna es una decisión que podemos tomar aquí y ahora. Justo antes que acabe el año. Un propósito de año nuevo con consecuencias eternas.
Dios te bendiga.
Autor: Óscar López, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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