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Foto: (cc) Wikimedia Commons/DFID – UK Department for International Development.

1 Corintios 15:10 «Por la gracia de Dios soy lo que soy».

¿Qué hace la gracia de Dios a favor del pecador cuando éste se arrepiente? ¿Cómo vive una persona que ha sido beneficiada por la gracia de Dios? Y ahora una pregunta que quizá suene un poco extraña: ¿En qué continente se refleja más la gracia de Dios, en Europa o en África? Meditemos en las siguientes respuestas a estas interrogantes.

Lo que la gracia hace por el pecador

Lo primero que la gracia hace por el pecador es restaurarlo. Este poder restaurador se manifestó en la vida del apóstol Pablo. Para probarlo, en 1 Timoteo 1:12 dice: «Doy gracias al que me fortalece, Cristo Jesús nuestro Señor, pues me consideró digno de confianza al ponerme a su servicio». Como perseguidor de la iglesia, por supuesto que Pablo no era «digno de confianza» como para que el Señor lo pusiera al servicio del evangelio. Hechos 9:26 dice que después de su conversión, «cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos tenían miedo de él, porque no creían que de veras fuera discípulo». Está claro entonces por qué no lo consideraban «digno de confianza»: «no creían que de veras fuera discípulo». Es más, el versículo 21 dice que desconfiados se preguntaban: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía a muerte a los que invocan ese nombre?» Sin embargo, a pesar de no ser confiable para los demás, Cristo Jesús sí lo «consideró digno de confianza». ¡Eso se llama restauración! Y es lo primero que la gracia de Dios hace por el pecador: lo restaura.

Meditemos en lo siguiente: Dios, la Majestad del universo, me considera digno de confianza, y en función de ello me pone a su servicio. El pensamiento sobrecoge, y nos enseña que servir al Señor no es una humillación sino un honor. Nos preguntamos: ¿de qué condición fuimos rescatados y colocados en esta posición de honor? En Timoteo 1:13, 15 y 16 Pablo responde así: «Anteriormente yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente». Luego confiesa que entre todos los pecadores, «yo soy el primero», y todavía más: se reconoce a sí mismo como: «el peor de los pecadores». Entonces, ¿cómo es que Dios le confiaría sus tesoros al número uno de los malhechores? ¿Cómo es que lo hizo digno de su confianza y lo puso a su servicio? Solo hay una respuesta posible: ¡Por la sublime gracia del Señor! La gracia restaura.

La gracia de Dios confunde. ¿Cómo es que nos considera dignos de confianza y nos pone a su servicio a pesar de ser peores pecadores que Pablo? Porque debemos reconocer que Pablo era un santo a la par nuestra. Pero no somos los únicos confundidos, pues de la gracia que había restaurado a Pablo, en Hechos 9:22 dice que también «confundía a los judíos que vivían en Damasco» al ver que Dios lo consideraba «digno de confianza» para hacerlo su servidor.

¿Cómo es que Pablo fue elevado a semejante posición de honor? En 1 Timoteo 1:13, 16 Pablo contesta: «Dios tuvo misericordia de mí». Y más adelante agrega: «Dios fue misericordioso conmigo», y luego concluye diciendo que Dios hizo toda esta obra de restauración en él, para que «Cristo Jesús pudiera mostrar su infinita bondad. Así vengo a ser ejemplo para los que, creyendo en él, recibirán la vida eterna». Así que, por esa misma misericordia, tan solo por el poder de esa sublime gracia, usted y yo también fuimos restaurados y tenidos por dignos de confianza y puestos al servicio de su Majestad. A través de esa restauración Cristo Jesús ha mostrado su infinita bondad concediéndonos la vida eterna. ¡Eso es restauración!

No hay duda de lo que hasta aquí hemos dicho. En 1 Timoteo 1:15 Pablo dice, que «este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos». Así que, juntamente con Pablo usted puede decir, que de una condición de descrédito, Dios me tuvo por «digno de confianza» y me hizo su servidor, pues tal como el apóstol enfatiza en el versículo 14: «la gracia de nuestro Señor se derramó sobre mí con abundancia». Es por esa gracia que estamos en esta posición de honor. Éramos indignos de confianza, pero Dios consideró que nos podía confiar sus riquezas eternas, y lo hizo. Y todo, solo por gracia. Entonces, ¿cómo responderemos a esa gracia restauradora? ¿Acaso lo mejor no sería que vivamos de tal manera que seamos reflectores de esa gracia y de bendición para los demás?

¿Cómo vive un restaurado por gracia?

En Ezequiel 18:5, 7 leemos: «quien es justo… no oprime a nadie, ni roba, sino que devuelve la prenda al deudor, da de comer al hambriento y viste al desnudo». Notemos que esto es lo que hace el justo. Ahora bien, ¿quién es ese justo? ¿Cómo es que los pecadores llegan a ser declarados justos delante de Dios? Romanos 3:24 responde: «Por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó». Entonces, si esta redención es solo por gracia, las buenas obras que definen al justo en el texto de Ezequiel no salvan a nadie. Buenas obras como no oprimir, no robar, devolver lo robado, alimentar al hambriento y vestir al desnudo, no sirven para salvar a nadie. ¿Es correcta esta conclusión? Veamos.

En Ezequiel capítulo 18 Dios presenta más obras con las que va definiendo quién es el justo. Las enumera en los versículos 8 y 9. Por ejemplo, dice que el justo «no presta dinero con usura ni exige intereses». Luego agrega: «Obedece mis decretos y cumple fielmente mis leyes». Y concluye con esta afirmación: «Tal persona es justa, y ciertamente vivirá. Lo afirma el Señor omnipotente». Resumiendo todo esto, en Romanos 3:24 el justo es redimido y llega a vivir solo por gracia, ¡pero ya vimos que Ezequiel 18:5-9 declara que el justo «ciertamente vivirá» por las buenas obras descritas en el pasaje! ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? Muy simple. Es que Romanos 3:24 y otros pasajes similares en la Biblia explican cómo es que el pecador es declarado justo, y Ezequiel 18:5-9 y otros textos similares explican el estilo de vida del justo después de haber sido justificado y restaurado por la fe. Es decir, explican cómo es que el justo refleja que ha sido tocado por la gracia de Dios.

Así que, entre las muchas características del estilo de vida del justo, tenemos que «no oprime a nadie». Ni al cónyuge, ni a los hijos, ni a sus empleados ni a sus dirigidos. Si el justo ha sido redimido, ¿cómo no redimirá a los demás en lugar de oprimirlos? Napoleón Bonaparte escribió que «a la mayor parte de los que no quieren ser oprimidos no les disgustaría ser opresores», desenmascarando la tendencia en todos a oprimir al otro. Pero el justo «no oprime a nadie».

Otra característica en Ezequiel es que tampoco el justo roba. Ni la prenda, ni la propiedad, ni el dinero de nadie. Es honesto con Dios y con los hombres. Francisco Quevedo, el gran escritor español dijo: «Muchos son limpios de manos porque se las lavan, no porque no roben», en alusión a aparentar honestidad, pero en lo secreto ser deshonesto. Pero el justo no tiene problemas con esto pues es honesto en el corazón. Sencillamente no roba.

Pero además el justo le «da de comer al hambriento y viste al desnudo». No lo hace de vez en cuando, sino que es parte de su estilo de vida. ¡Vive siempre sembrando! Arthur W. Pinero, el dramaturgo inglés, escribió: «Tu vida, es lo que has dado». Tal es el estilo de vida del justo: «De gracia recibisteis, dad de gracia». Por gracia usted recibió la declaración de ser justo, ahora refleja esa gracia dándose en beneficio de los demás. Así vive quien ha sido justificado y restaurado por la fe.

Confianza del restaurado por gracia

En Proverbios 11:28 leemos: «El que confía en sus riquezas se marchita, pero el justo se renueva como el follaje». De acuerdo a este texto, «el justo se renueva como el follaje», porque no pone su confianza en las riquezas. El no poner su confianza en el dinero se convierte en una característica que le vale para ser llamado justo, y por tenerla, en lugar de marchitarse se renueva.

Hagamos una comparación entre Europa, la economía más grande del mundo, y África, el continente más pobre. Europa es poderosa; sus conquistas sociales, su fuerte economía, sus leyes progresistas, su patrimonio cultural, hablan de su riqueza. Pero tal parece que es el continente que menos tiende a poner su confianza en Dios. José Pérez Adán, profesor de la Universidad de Valencia y autor de más de 20 libros dice: «No creo que la cultura europea actual sea una cultura cristiana». El ateísmo y el secularismo son distintivos de Europa. El filósofo Friedrich Nietzsche, uno de sus más influyentes hijos proclamó: «Dios ha muerto», y casi todo un continente expulsó a Dios de sus tierras y de sus almas. ¿El resultado? Europa como sociedad se va marchitando.

Por el otro lado la pobreza en África es grande. En términos de riqueza material, imposible compararlo con Europa, pero parece que entre los africanos la confianza y fe en Dios es mayor. ¡Y esa sí que es una riqueza incuantificable! Si la comparación es entre miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en África hay más de 3 millones, mientras que en Europa apenas hay un poco más de 100.000. Todo parece indicar que en África hay muchos más justos que se renuevan como el follaje que en Europa. Hay más confianza en Dios, no en el dinero. Han puesto su esperanza en la eternidad de Dios, no en la temporalidad de las riquezas. Esta es una característica que en vida reflejan aquellos que han sido beneficiados por la gracia de Dios: confían en el Dios de la gracia, no en el dios dinero.

Conclusión

A pesar de ocupar los primeros lugares entre los pecadores, Dios nos tuvo por fieles y dignos de confianza. Nos puso a su servicio cuando nadie lo hubiera hecho, y nos confió sus riquezas eternas. Así opera el poder restaurador de su gracia. Después de experimentar esta transformación, nuestro estilo de vida refleja que hemos recibido la gracia de Dios en nuestros corazones. En Ezequiel 18:5 y 7 leemos que «quien es justo… no oprime a nadie, ni roba, sino que devuelve la prenda al deudor, da de comer al hambriento y viste al desnudo». Así vive un justificado por la fe. Pero de la misma manera, quien es justo, pone su confianza en el Señor, no en los bienes temporales de esta vida, y así es como en lugar de marchitarse se renueva como el follaje y siempre permanece verde. Así vive quien ha sido beneficiado por la gracia de Dios. Esto es reflejar la gracia de Dios al mundo. ¡Es imposible vivir de otra manera!

Revista Adventista de España