Skip to main content

NoUna pandemia para la reforma

Como individuo y como iglesia, necesitamos reavivamiento y reforma constantes.

Las campañas publicitarias y programas eclesiásticos son insuficientes para que esto se produzca, por eso Dios aprovecha las circunstancias y crisoles que vivimos para que el Espíritu trabaje en nosotros y la reforma ocurra.

  • «Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento» (2 Corintios 4:17).
  • «Hermanos míos, consideraos muy dichosos cuando tengáis que enfrentaros con diversas pruebas, pues ya sabéis que la prueba de vuestra fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que seáis perfectos e íntegros, sin que os falte nada» (Santiago 1:2-3).
  • «A pesar de que hasta ahora habéis tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también vuestra fe, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele» (1 Pedro 1:6-7).

¿Y si Dios quiere usar el momento actual para que repensemos la iglesia? Reflexionar. Reavivar. Reformar.

¿Qué iglesia nos vamos a encontrar? ¿Qué iglesia vamos a ser? ¿Se puede convertir esta crisis en una oportunidad? ¿Cómo podemos adaptarnos y prepararnos para que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros?

Una iglesia…

Los pronósticos sociales, aunque cambiantes, nos dan pistas de lo que seremos [o de lo que podemos llegar a ser si dependemos de Dios y no de nuestras fuerzas]:

Puede que haya más confinamientos; tendremos que aprender a vivir más en el hogar…
> Una iglesia cuyo núcleo es la familia. Esto “eleva la norma” de exigencia para cada hogar, el cual potencia su culto personal y familiar, siendo nuclear para la vida espiritual.

La interacción a través de la tecnología incrementará…
> Una iglesia más digital, que aprovechará más y mejor la tecnología, que viajará menos, y será más creativa y adaptativa. La iglesia primitiva fue perseguida, y esto le “obligó” a huir, llevando así el evangelio a nuevas regiones por necesidad. Hoy se abren nuevos canales a través de los cuales ser comunidad y compartir el evangelio [mientras estamos confinados, Dios está en movimiento]. Esto también exigirá formación en el uso de las herramientas digitales en la administración, el pastorado y la membresía [y una reflexión autocrítica sobre la querencia de estas redes que nos evite una experiencia religiosa superficial o dependiente].

Un desconfinamiento por fases, lento…
> Una iglesia menos multitudinaria, menos concentrada y menos localizada en las paredes del templo; cuyo centro no es el local sino la conexión entre personas, las oportunidades de servir, el horizonte de esperanza que nos une. Una iglesia que favorece los grupos pequeños, que evita los lugares cerrados y busca espacios abiertos, actividades al aire libre siempre que puede [parques, campo, montaña…].

Las oportunidades que tengamos de estar juntos serán mejor aprovechadas…
> Una iglesia que cuando se reúne tiene un liturgia más concisa, al punto, menos teatral y pomposa, más directa. Sábados menos estresantes, más Sábados. Donde la misión no depende de unos pocos, sino que cada creyente [no mires para otro lado] acepta su sacerdocio, su llamado (1 Pedro 2:9).

Una economía más variable, sometida a presión…
> Una iglesia de estructura ligera, pragmática, que vuelve a ser más movimiento y menos institución. Que no se pregunta “¿cómo puedo mantenerme?” sino “¿cómo puedo ser relevante para la gente que me rodea?”. Que en vez de conformarse con una mentalidad estable y cómoda, fomenta una comunidad dinámica y entusiasta, abierta al cambio para satisfacer las necesidades actuales.

Un entorno inestable, un contexto de crisis, más tiempo del fin…
> Una iglesia que no tiene miedo, que reconoce su llamado profético, que está preparada para ser brújula ante cualquier despertar espiritual, al mismo tiempo que soporta con fe y paciencia la mofa de la gente burlona (2 Pedro 3:3-9).

Una iglesia… ¡para un momento como este!

El movimiento adventista nació tras una crisis, y no es que estuviesen confinados o las tiendas estuviesen cerradas, sino que esperaban que el mundo entero terminara. Lo habían predicado y no ocurrió. Habían vendido todo, entregado todo [material y emocionalmente], pero no pasó. Incluso tras aquella fatídica noche del otoño de 1844, aquel grupo de personas evolucionaron, volvieron a la Palabra, estudiaron, repensaron, crecieron, entendieron, fueron reavivados y reformados…

¡El movimiento adventista fue inspirado para un tiempo como este!

Una iglesia cuyo énfasis no es predicar con angustia sobre las señales del tiempo del fin, ni fecharlas, sino presentar a Aquel que viene a nuestro encuentro por fin.

Una iglesia que no lleva la condenación al mundo, sino el evangelio al mundo (Juan 3:17; 12:47).

Una iglesia enraizada en un triple mensaje: la fe y la adoración al Dios creador, la confianza de que su juicio es justo y verdadero (Apocalipsis 14:6-7); ser brújula en medio de la confusión de Babilonia, no ser participantes de su tragedia (14:8); y el abandono de los falsos sistemas religiosos y seculares fallidos para mantenerse fiel a Jesús, en obediencia, por amor, a sus mandamientos (14:9-12).

«Dios, quien dijo: ‘Que haya luz en la oscuridad’, hizo que esta luz brille en nuestro corazón para que podamos conocer la gloria de Dios que se ve en el rostro de Jesucristo. Ahora tenemos esta luz que brilla en nuestro corazón, pero nosotros mismos somos como frágiles vasijas de barro que contienen este gran tesoro. Esto deja bien claro que nuestro gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. […] Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. […] Así que no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno. De hecho, sabemos que, si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas» (2 Corintios 4:6-13).

Sí. Nos quedan unas cuantas citas con el caos, pero resistiremos.

En nuestra fragilidad, vulnerabilidad y delicadeza, Dios se hace grande (2 Corintios 12:9-10).

Me veo. Te veo. Puedo ver el plan de Dios cumplirse. Cada vez más claro. Cada vez más cerca. Y tengo esperanza.

 

Fragmento del Manifiesto “VEO VEO. Esto [no] es una reflexión sobre el fin del mundo”. Descárgalo aquí.

Autor: Samuel Gil Soldevilla, doctor en Ciencias de la Comunicación, director de HopeMedia.es y director de Comunicaciones de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.

Revista Adventista de España