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Las despedidas siempre me han desagradado, y mucho. Desde niño nunca me gustó despedirme de la gente, por incomodidad propia, por la ajena, por no saber cómo reaccionar, por no ser falso en ocasiones o tener que fingir.

Cuando uno crece, se va aprendiendo a ser políticamente correcto, a disimular, a quedar bien, pero eso tampoco me gusta hoy en día. Como adolescente me habré despedido de un puñado de personas en los campamentos a los que pude asistir en nuestra querida Entrepeñas. Muchos son los que se molestaron en mi juventud por repetir el mismo patrón, salir haciendo mutis por el foro y pasar desapercibido.

Hoy veo repetida la misma actitud en mi hijo menor, no le gusta despedirse, le cuesta mostrar las emociones internas, y aceptar o provocar emociones en los demás. Espero que se mantenga íntegro toda su vida aunque tenga que aprender a ser políticamente correcto en los social.

Las despedidas no gustan, a Jesús tampoco le gustaron, pero él nunca fue “políticamente correcto” entendiendo por ello, hipócrita. Fue genuino, sincero, cercano. Se despidió de los once en el momento de su ascensión. Una despedida íntima, sin grandes alardes, sin hacer balance de los muchísimos milagros que había realizado en su presencia, sin enumerar las grandes lecciones de vida que les había entregado para, a su vez, entregarlas a otros, y otros, hasta llegar a nuestros días.

La Biblia nos relata el momento de su despedida con los discípulos: “Los que lo acompañaban le preguntaron: — Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?

Jesús les contestó: — No es cosa vuestra saber la fecha o el momento que el Padre se ha reservado fijar. 8 Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y os capacitará para que deis testimonio de mí en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el último rincón de la tierra. Y, dicho esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo arrebató de su vista.” (Hechos 1:6-9 BLP).

Me llama poderosamente la atención ver cómo hasta el último segundo, Jesús estuvo al pie del cañón, enseñando, aleccionando, animando, instruyendo. Hasta el último segundo, momento en el que, se elevó, sin que se recoja un “adiós”, o un “hasta pronto” o “hasta luego”, o “hasta la vista”… No hay palabras de despedida como tal. Desapareció de la vista de ellos, sin más. ¿Fue descortés? No lo creo.

Los discípulos “estaban aún contemplando sin pestañear cómo se alejaba en el cielo, cuando dos personajes vestidos de blanco se presentaron ante ellos y les dijeron: — Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Estad seguros de que el mismo Jesús que ha sido arrebatado de junto a vosotros para subir al cielo, igual que lo habéis visto ir al cielo, volverá.” (Hechos 1:10-11 BLP).

Fueron los ángeles quienes se despidieron en nombre de Jesús, pero con un hasta pronto, porque “volverá”. Lo importante no es la forma en que uno se despide, aunque nos hayan educado socialmente a ser “correctos” en nuestra cultura. Lo importante es la esperanza del reencuentro para rememorar los grandes momentos vividos, y disfrutar en un futuro de nuevos momentos más plenos.

En medio de tanta tragedia reciente, muchos no han tenido la oportunidad de despedirse de sus seres queridos, arrebatados trágicamente. No sé cuántos son creyentes, o no, pero sí sé que tener una esperanza hace una gran diferencia a la hora de enfrentar las despedidas, sobre todo inesperadas y en las que, como a mí, no gusta despedirse o no hay tiempo de hacerlo con muchos.

Desde esta mi última editorial de la Revista Adventista, agradezco a Dios por la oportunidad de haber servido en la Unión Adventista Española todos los años de mi ministerio hasta hoy. A menos de una hora de salir por última vez de mi despacho, último viernes, último día de trabajo que paso en compañía de mi secretaria y compañeros presentes los viernes en la sede de la Unión, cumpliendo con la labor hasta el último minuto, intentamos emular el ejemplo de Jesús, que no desperdició ningún momento hasta que desapareció de la vista de los discípulos.

Con la vista puesta en nuevos horizontes galos, con un nuevo reto por delante, abriendo una etapa llena de desafíos diferentes, a aquellos que no pude abrazar personalmente, desde aquí mi más sentido “hasta pronto”, porque de un modo u otro, “volveré”. Sea en esta vida o en la venidera.

Revista Adventista de España