Skip to main content

Antes de adentrarnos en este tema, me gustaría introducirlo con una historia que pudiese involucrarte a ti. No es un caso real, pero sí refleja una realidad. Supongamos que has sido condenado a ir a la cárcel por cometer un delito. La pena que se te ha impuesto es de 15 años de prisión y la causa ha sido el atraco a un banco a mano armada. Llevas ya un tiempo en prisión y, habiendo aprendido el sentido que tiene el respeto a la propiedad ajena, tienes un sueño: salir de la prisión para rehacer tu vida. ¿Cómo conseguirlo? Si quieres hacerlo de forma legal, solo hay un camino: el indulto. Pero, ¿cómo gestionar un indulto? ¿Cómo hacer que siga su cauce reglamentario de forma que se cumpla tu sueño? Hay algo que debes recordar, tú no puedes solicitar tu propio indulto, necesitas a alguien que actúe en tu lugar. Esa persona es un intercesor.

Como habrás notado, el ejemplo que acabamos de considerar lo que pretende es situarnos en la escena para que podamos comprender el concepto de “intercesión”. Si queremos resumirlo con una corta definición, podríamos decir que interceder es la acción que ejecuta una persona en lugar de otra, suplicando o defendiendo el caso de esta, guiado por el amor y la misericordia.

El concepto teológico

Lo que acabamos de ver intenta mostrar nuestra realidad a nivel teológico. La Escritura es clara: cada habitante de esta tierra es culpable de desobedecer la ley divina. A esta desobediencia se le llama pecado y es tan grave este acto, que la pena asignada no es simplemente la muerte, sino la destrucción. Es decir, llegar a ser como si nunca hubiésemos existido. ¿Cómo salir de esta situación? ¿Cómo cambiar el rumbo de nuestra existencia? Un día, alguien que está fuera de la prisión mandó un escrito que decía: “Nadie podrá salir con vida de esta cárcel, pero si queréis, después de la muerte yo puedo daros nueva vida y recuperar vuestra libertad”. ¿Qué ha ocurrido con este escrito? Unos lo creen, mientras que otros, no. A los que creen se les llama creyentes porque aceptan algo que no han visto, a los otros se les llama incrédulos. Este es, de forma muy resumida, el mensaje que el Señor nos da en su Palabra.

Nuestra condición

¿Por qué necesitamos un intercesor? Por dos motivos: 1) Porque el perdón no se alcanza simplemente con un “te perdono”. Es necesario cumplir con una condición, que alguien que sea inocente pague con su vida. Como puedes ver ninguno de nosotros cumplimos esta condición de inocencia. Y ¿por qué esto tiene que ser así? Porque la ley así lo exige. Pablo lo dirá de la siguiente manera: «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6: 23). En otro lugar dirá: “Sin derramamiento de sangre [inocente] no hay perdón” (Hebreos 9: 22).

2) Nosotros no podemos gestionar nuestro propio indulto (perdón), necesitamos que alguien diferente a nosotros: santo, inocente, sin mancha, apartado y sublime, lo haga en nuestro lugar. Necesitamos, pues, una ayuda de alguien que, rebasando el ámbito humano, interceda por nosotros delante del trono de Dios. ¿Quién es ese alguien? Jesús, él es el único que cumple los requisitos necesarios para hacer realidad nuestro sueño. Como puedes imaginar, este acto es un acto de amor y de misericordia; de amor, porque el precio que hay que pagar es muy alto: morir en nuestro lugar; y de misericordia, porque nosotros, al ser culpables, merecemos el castigo.

La actitud del creyente

Considerando nuestra condición, ¿qué actitud deberíamos tomar? Sin lugar a dudas que nuestra actitud debería cumplir tres requisitos: agradecimiento, humildad y sencillez. De agradecimiento porque lo que se está haciendo por nosotros es sublime y de un valor incalculable. De humildad porque sabiendo que nosotros somos incapaces de hacer nada, deberíamos despojarnos de todo orgullo; y de sencillez porque nuestra vida debería tener un solo propósito: depender de Dios y hacer todo lo que él nos pida.

La actividad intercesora

La intercesión de Jesús por nosotros supone tener en cuenta un concepto que no deberíamos olvidar nunca: reparto de responsabilidades. Cada creyente debería tener claro el papel que tiene Dios y el que tenemos nosotros. Traigo a vuestra memoria una declaración del Espíritu de Profecía que dice: «El secreto del éxito estriba en la unión del poder divino con el esfuerzo humano» (Elena White, Patriarcas y profetas, págs, 543, 544). ¿Qué quiere decir Elena White en esta cita? Justamente lo que acabamos de mencionar, que Dios y nosotros tenemos una obra que hacer; pero, ¿esa obra es la misma o es diferente? Aunque forma parte del mismo todo, podemos decir que ¡es diferente! De manera que cuando cada uno haga lo que le corresponde… la obra de Dios se hará. ¿Cómo reparte Dios su obra? De dos maneras:

a. La obra de salvar. La parte que le corresponde a Dios tiene que ver con una obra que nadie puede hacer sino él: salvar. La Escritura lo ratifica con ese «¿Quién podrá salvarse? Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lucas 18: 26, 27). Es bueno aclarar que, en esta labor, lo único que se le pide al hombre es creer. Por eso, cuando se habla de salvación, la Escritura dice siempre que esta es por fe. Quiere esto decir que no es un tema de obras. Pablo lo confirmará en su carta a los Efesios diciendo: «Porque por gracia habéis sido salvados mediante la fe; esto no procede de vosotros, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios 2: 8, 9).

b. La obra de testimoniar. Las obras no son el pago por algo que se está haciendo por nosotros sino que cumplen otro papel muy diferente e importante: el testimonial. Es decir, las buenas obras son la expresión de agradecimiento por lo que se hace en nuestro favor y sirven para dar luz a los que viven en la oscuridad. Jesús lo expresó muy bien: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5: 16). ¿Qué ocurre cuando las obras no se enfocan bien? Que estas, sin darnos cuenta, anulan el efecto de la salvación. Es decir, perdemos el espíritu de agradecimiento, de humildad y de sencillez y nos volvemos exigentes, orgullosos y complicados. Por eso es bueno reflexionar en esto y poner cada cosa en su sitio. Solo así el planteamiento divino producirá en nosotros el efecto deseado.

Cualidades de un buen intercesor

No es suficiente con que alguien quiera convertirse en intercesor. Es necesario que el que va a interceder posea ciertas cualidades que ofrezcan garantías de éxito a su labor. Por eso creo necesario considerarlas aquí para ver que Jesús las cumple todas. Este hecho pondrá paz y confianza en nuestra vida. ¿Cuáles son estas cualidades? Son cinco:

1. Conocimiento. Jesús habló a sus discípulos y les dijo: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Juan 17: 3). Es bueno recordar que la intercesión supone un conocimiento pleno de nosotros por parte del que nos representa. Recordad aquellas palabras de Jesús: «Aun los cabellos de vuestra cabeza están contados» (Lucas 12: 7). Esto nos muestra no solo que Jesús nos conoce, sino que nos conoce mejor de lo que nos pensamos y, por supuesto, mejor que nosotros mismos.

2. Proximidad. Con frecuencia somos tentados a creer que el Señor está lejos de nosotros y tenemos que vivir nuestras penas solos. Esto no es cierto. ¿Cómo puede conocernos, cómo puede comprendernos si no está a nuestro lado? ¿Quién crees que te levanta cuando te caes? ¿Quién crees que te reanima cuando la tristeza intenta ahogar tus ilusiones? Es él y lo hace porque está a tu lado. Qué bien vienen las palabras que Jesús pronunció antes de irse: «Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28: 20).

3. Misericordia. Esta tiene que ver con el trato. Es decir, tener misericordia con alguien consiste en tratarle mejor de lo que se merece. Necesitamos recordar que Jesús usa con nosotros la misericordia. Por eso nos trata no como merecemos sino como necesitamos. ¡Qué bueno es tener esto en cuenta! Me gustan las palabras de Pablo: «Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (Hebreos 4: 16). ¡Qué bonita recomendación!

4. Comprensión. La comprensión tiene que ver con entender por qué sucede lo que sucede. Aclaro esto, no se trata de aceptar sino de entender. Es bueno considerar cómo somos, porque necesitamos saber que no es fácil comprender al ser humano. Estamos llenos de defectos que nos hacen despreciables, y si no fíjate en la siguiente lista: somos débiles, inconstantes, desobedientes, rebeldes, cambiantes y podríamos seguir con un largo etcétera. Es decir, tenemos tantos defectos que no hay por dónde cogernos. Pablo llegó a expresarlo de una forma muy clara: «No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. […] ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?» (Romanos 7: 15, 24). El Señor puede ver más allá de lo que nuestros ojos nos permiten, por eso es capaz de comprendernos. Él sabe que mientras vivamos en este mundo es fácil ser esclavos del pecado, que no es fácil ser como uno desearía ser. Él conoce el poder que tiene la tentación en nuestras vidas y lo dañados que estamos todos para enfrentar la batalla contra el enemigo. Por eso Jesús nos dice: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15: 5).

5. Paciencia. Tiene que ver con mantener la misericordia y la comprensión en el tiempo. Qué gran virtud la de nuestro Señor. Por eso se le conoce como el Dios de las oportunidades. Siempre nos está abriendo las puertas, siempre se brinda para levantarnos y siempre sus palabras son de ánimo: “Levántate y anda”, “continúa, todo es posible”. Dios sabe esperar, y con la paciencia nos ganará a todos aquellos que perseveramos en el deseo de seguir al Maestro.

Conclusión

La intercesión es una necesidad imperiosa para el creyente, sin ella nuestro indulto sería imposible. Recuerda que la intercesión forma parte de un todo que fue necesario cumplir. Para interceder, fue necesario que antes el intercesor perdiera sus privilegios celestiales, bajase a esta tierra y se hiciese como uno de nosotros. Tuvo que sujetarse a la misma lucha que tenemos nosotros: tentación, necesidades, problemas, tensiones, incomprensión… Por si fuera poco, tendría que morir como un culpable siendo inocente y después, solo después, podría comenzar su papel de intercesor.

Por otra parte, nosotros aquí, en este mundo, somos criaturas enfermas y dañadas en espera de una recuperación integral. Si viésemos a Adán y a Eva cuando fueron creados y nos comparásemos con ellos, nos quedaríamos sin habla y acudirían las lágrimas a nuestros ojos al reconocer el gran deterioro del que hemos sido objeto. El mensaje que el Señor nos da es “Yo haré de vosotros un nuevo Adán y una nueva Eva”. Este hecho debe producir en nosotros el deseo de que Dios actúe en nuestra vida y la dirija por aquellos caminos que él estime oportuno. Y mientras caminamos, algo debería ser evidente: la ilusión, la confianza y la paz. Porque no lo olvides nunca, ponerse en las manos de Dios es la mejor inversión que podamos hacer mientras vivamos en este mundo.

Por eso, cuando te levantes por la mañana y enfrentes el nuevo día, recuerda que hay alguien que está trabajando para ti con el fin de que seas una persona sana, libre y feliz. Y por eso, no te olvides de vivir cada día con una sonrisa. Esa sonrisa será una luz que alumbre y un mensaje que diga a todos que estás en buenas manos porque hay alguien que se preocupa e intercede por ti delante del trono de Dios.

Que Dios te bendiga y ayude a comprender todas estas verdades.

2 comentarios

  • MARIADELMAR BERTO SERRANO dice:

    y el marido judío canta con la Tora algún verso , varias veces. Y una plagaria de Lamentaciones. Y Unas palabras de arrepentimiento. Ya en el lecho hablaran santo , entre besos y caricias y la castidad preparará para otro Sábado, Hoy solo que el Esposo quiera enviar mas vida en una hora sagrada, Amen,

  • MARIADELMAR BERTO SERRANO dice:

    hoy el SEÑOR Hermoso Redentor se habrá deleitado con sus varonas y varones y algúna vida santa habrá emergido. Maranatha

Revista Adventista de España