Skip to main content

Todo lo que Dios creó fue diseñado para existir en bondad y armonía. Para mantener esa armonía, Dios confía a los seres humanos el deber de cuidar la Tierra. El mensaje de las Escrituras nos alienta a fomentar un comportamiento ético hacia la Creación, centrado en el cuidado y la correcta administración. Esto se fundamenta, al menos, en siete razones principales:

La Creación es una unidad orgánica

La creación original testifica con su belleza, complejidad y biodiversidad de la suprema inteligencia y creatividad de Dios. Por un lado, la naturaleza fue creada como una entidad autosuficiente capaz de existir sustancialmente bien sin humanos. Por otro lado, los individuos humanos dependen por completo de la naturaleza para su propia supervivencia.

Este orden presupone que los seres humanos no son los únicos que poseen un valor inherente en la Tierra. Los seres humanos son parte de un ecosistema muy complejo en el que cada parte contribuye al equilibrio del conjunto. Todo el sistema está previsto para favorecer la plena realización de la vida. Cada tipo de planta o animal, cada célula, cada átomo, es un fenómeno de creatividad, sabiduría y genialidad (Salmo 104:18-24) exhibido por Dios, el Ingeniero Divino y Artista supremo de este cosmos. Por lo tanto, la naturaleza no es solo nuestro medio ambiente, sino también nuestro socio. Los seres que coexisten con la humanidad no son simples recursos. Como criaturas vivientes hechas por Dios, merecen ser preservadas y amadas por lo que son y por el bien superior (Salmo 104:18-24).

El Ministerio de Mayordomía encargado a la humanidad

El texto de Génesis no le da a la humanidad libertad sin límites para el manejo de la naturaleza. Más bien ordena la conservación de sus recursos (Génesis 2:15). Los seres humanos recibieron desde el comienzo la responsabilidad de mantener el equilibrio de la naturaleza. También de cultivar la delicada relación de solidaridad entre los seres creados por Dios y su entorno.

El hecho de que el cuidado de la Tierra se confió prontamente a la primera pareja humana (Génesis 1:27-28), sugiere que el medio ambiente nunca debe abandonarse por completo a sí mismo. Los seres humanos tenemos una responsabilidad en el manejo de la naturaleza.

La Tierra pertenece a Dios

Aunque la naturaleza fue diseñada para sustentar la vida y, por lo tanto, también para el beneficio de los seres humanos, el entorno no pertenece a los seres humanos. La Biblia afirma que Dios es propietario de la tierra. En consecuencia, los seres humanos tenemos el deber moral de vivir estilos de vida responsables que no degraden el medio ambiente. Debemos promover la perpetuación de la vida (Génesis 1:29-30). Esto implica respeto por cualquier tipo de vida, vegetal o animal (Oseas 2:18; Proverbios 12:10) y el manejo responsable de los recursos naturales (Deuteronomio 20:19). Es nuestro deber permanente proteger el medio ambiente (Apocalipsis 11:18; 7:3)

Leyes Bíblicas sobre el medio ambiente

El Pentateuco establece una serie completa de leyes de valor ambiental con la intención de ayudar a honrar y preservar la herencia recibida. Para evitar el agotamiento de las tierras cultivadas, la ley mosaica prescribe un año de descanso cada siete años laborales, y dice que la tierra privada de sus derechos de barbecho “será vengada” (Levítico 26:14-35). Numerosas leyes aparentemente estaban orientadas al mantenimiento de la higiene pública y destinadas a prevenir las formas más inmediatas de contaminación, como las normas de salud de disponer adecuadamente de los excrementos y basura, es decir, de “desechos peligrosos” (Deuteronomio 23:13-14).

Entre los preceptos sobre la conservación de la vida, es sorprendente el que se refiere a la protección de la fauna, especialmente la conservación de aves adultas para asegurar la perpetuación de su especie (Deuteronomio 22:6-7). Otras leyes que favorecen el respeto por el medio ambiente incluían disposiciones que restringían la tala de árboles, incluso en tiempo de guerra (Deuteronomio 20:19-20). También podríamos mencionar las prescripciones contra las relaciones sexuales entre diferentes especies, las leyes contra la hibridación (Deuteronomio 22:9, Levítico 19:19), y también las leyes que promovían la prevención de incendios (Éxodo 22:6).

El sábado como memorial de la Creación

Entre todas las prescripciones bíblicas con impacto ambiental, la más interesante es probablemente la que se refiere al descanso sabático. El concepto original de “trabajo” (melakhah), usado en el cuarto mandamiento, se refiere principalmente a la relación entre los humanos y la tierra. Por lo tanto, la solicitud bíblica de suspensión del trabajo durante el sábado abarca el restablecimiento sistemático de la armonía entre los humanos y la tierra. Esta orden, además de sus efectos beneficiosos espirituales, tiene el importante efecto secundario de dejar a la naturaleza en reposo cada siete días al reducir el consumo de energía y su contaminación relacionada. El mensaje del día de reposo afirma no solo que los seres humanos necesitan un día de descanso semanal, sino que la tierra también necesita un respiro y una oportunidad para recuperarse de la tensión impuesta por el trabajo humano.

La esperanza en la promesa de la Nueva Tierra y los Nuevos Cielos

Cuando los profetas anunciaron la restauración final de la humanidad y su entorno (Isaías 40:4; 42:16; 41:18-19; 43:19; 48:21; 49:10; 54:13-17; 55:13), la salvación se extendió a todas las categorías de seres vivientes en el mundo renovado (Isaías 11:6-11). Esta salvación, en este momento, es solamente una esperanza. La Tierra sufre y espera ansiosamente su adopción y redención (Romanos 8:18-23). Sin embargo, si el plan de Dios es hacer realidad una nueva creación y hacer que todo sea nuevo (Apocalipsis 21:1-22:5), ¿por qué los humanos deberían actuar de manera responsable al administrar el mundo actual?

Sobre este tema, la Biblia es clara: para tener acceso al nuevo mundo prometido, es necesario respetar aquí y ahora la creación presente y su Creador (Apocalipsis 14:6-7). En el último libro de la Biblia, una de las condenas más graves se pronuncia contra “los que destruyen la tierra” (Apocalipsis 11:18). Si la mejor manera de honrar a un artista es salvaguardar su trabajo, la mejor manera de honrar al Creador es proteger a sus criaturas y su creación. El respeto por el Creador incluye respeto hacia su trabajo. Es una conclusión lógica pensar que Dios reserva vida a aquellos que aman la vida.

Jesús y sus enseñanzas sobre la naturaleza

En los evangelios, Jesús a menudo guía a sus interlocutores a observar la naturaleza como un símbolo de su mensaje de vida. Por ejemplo, el higo que brota (Marcos 13:28); la semilla en crecimiento (Marcos 4:3-8, 26-29; Mateo 13:24-30); los gorriones que se venden en el mercado (Mateo 10:29); el relámpago que brilla en la noche (Mateo 24:27); el esplendor del crepúsculo (Lucas 12:55). El solo hecho de que Jesús use la naturaleza para aportar ideas para nuestra vida cotidiana indica que la creación de Dios es un testimonio de la voluntad de Dios. En este entorno, los seres humanos pueden encontrar mensajes y aplicaciones divinamente intencionales. Por lo tanto, destruir la creación de Dios significa no poner atención a sus enseñanzas. Por lo tanto, aislarse de una importante fuente de comunicación.

En conclusión, las enseñanzas de las Escrituras nos inspiran a adoptar un comportamiento ético hacia la creación. El cuidado del medioambiente en el que vivimos no es únicamente un deber que deberíamos cumplir; sino que es una expresión de nuestra fe personal hacia nuestro CREADOR.

Autor: David Sciarabba, profesor Asistente de Religión, Andrews University, Michigan.
Imagen: Foto de Beth Jnr en Unsplash

 

PUBLICACIÓN ORIGINAL: Por qué me importa la Creación

Revista Adventista de España