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“Con brazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje hacia mí; los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho; me incliné a ellos para darles de comer” Oseas 11:4 (DHH)

Según las últimas estadísticas a nivel mundial (base global de datos de UNICEF, 2016), el 45% del total de recién nacidos en el mundo inician la lactancia materna, junto a sus madres, durante su primera hora de vida. O lo que es lo mismo, menos de la mitad de los bebés en el mundo no son puestos al pecho dentro de esa primera hora. Las estadísticas varían desde el 40% en África central, Oeste de África y Sur de Asia, al 60% en el Este y Sur de África. En los países desarrollados, o más industrializados, no poseemos estadísticas fiables al respecto. Tampoco en el continente europeo. Por lo que desconocemos con claridad en qué medida es implementada esta práctica en nuestro entorno.

En 2002 los estados miembros de la OMS y la junta ejecutiva de UNICEF adoptaron la Estrategia Mundial para la Alimentación óptima del lactante y el niño pequeño”. Con la idea de encaminarse a proteger, promover y apoyar la alimentación adecuada del lactantes y niños pequeños, y basándose en iniciativas anteriores como la Declaración de Innocenti (1990) y la Iniciativa Hospital Amigo de los Niños (1989-1991), propusieron una serie de medidas entre las que se encontraban:

Medidas: 

  • Iniciar la alimentación al pecho en la primera hora de vida.
  • Lactancia materna exclusiva durante los primeros 6 meses.
  • A los 6 meses complementar la lactancia materna con otros alimentos hasta los 2 años de edad o más.

La importancia real de la lactancia en la primera hora de vida

Pero, realmente ¿es tan importante el inicio de la lactancia en la primera hora de vida?
La respuesta es SÍ. Hay numerosa evidencia científica que corrobora que iniciar precozmente la alimentación al pecho ayuda a establecer la lactancia materna de forma exclusiva, es decir, sin suplementos ni infusiones o bebidas de otro tipo, y se relaciona con una mayor duración de la misma. También hay estudios recientes que demuestran que conduce a la colonización intestinal del recién nacido, por miles de bacterias beneficiosas, procedentes de la madre. Este es el famoso concepto de la microbiota.

Esto ayuda a crear en el bebé un ambiente microbiológico intestinal inicial sano que le ayudará a luchar contra las enfermedades, a digerir mejor el alimento y a regular su sistema inmune. Además, existe la certeza de que los componentes de la lactancia materna, en los primeros días de vida, pueden influir en la forma en que determinados genes se expresan, con efectos que pueden durar de por vida. Entre ellos contrarrestar la predisposición genética a la obesidad o a otras enfermedades crónicas.

No separar a madre e hijo ayuda en el agarre al pecho

La importancia de no separar a los hijos de sus madres, y ayudarles a iniciar la toma al pecho de forma inmediata al nacimiento, se basa además en otros motivos.

Las mujeres embarazadas padecen una hiperosmia fisiológica, es decir, un aumento del olfato, lo que les ayuda a oler a sus hijos tras el parto y estimular la producción hormonal de oxitocina, que como sabemos es la llamada “hormona del amor”.

Durante el parto la madre libera catecolaminas (hormonas del estrés) que pasan por el cordón umbilical a la sangre del bebé, lo que le hará nacer en estado de alerta, con sus ojos abiertos y todas sus capacidades en máxima funcionalidad.
Asimismo, este elevado nivel de catecolaminas en un recién nacido que ha vivido un parto normal, estimula su bulbo raquídeo y facilita sus sentidos, predominantemente el olfato, para iniciar la lactancia materna.

El bebé recién nacido tiene un estrés del parto beneficioso, que le va a durar un par de horas, y que se va a resolver gracias a la estimulación vagal que causa el contacto piel con piel y la succión temprana. Por ello es muy importante aprovechar estas dos primeras horas de vida, de máxima actividad, para iniciar la lactancia materna y generar la impronta y el vínculo con la madre. Por norma general, la oxitocina y las endorfinas que se liberan tras el parto, provocan apego intenso, dependencia y enamoramiento mutuo de madre e hijo que durará de por vida.

Piel con piel

¡Y no todo acaba aquí! Según diversos estudios, los bebés colocados piel con piel sobre su madre mantienen la temperatura, incluso un grado por encima, que los bebés colocados en una incubadora o en la cuna térmica. Asimismo, además de una mejor termorregulación corporal, mantienen los niveles de glucemia más elevados y constantes vitales (saturación de oxígeno, frecuencia cardíaca y frecuencia respiratoria) más estables. Y una cosa muy relevante para su neurodesarrollo y para los padres: pegados a la madre tienen menos llanto, tanto en intensidad como en duración.

En conclusión, podríamos decir que para el recién nacido estar junto a su madre realizando el piel con piel tras su nacimiento es más seguro, y en consecuencia es un derecho que no podemos transgredir. Así que, lo correcto, siempre que no haya una indisposición de la madre o del bebé, es no separarlos en absoluto.

Por todo ello, desde el equipo LactaSfera os animamos a darle a este aspecto la importancia que tiene, en la salud de nuestras madres e hijos, e informarnos de los recursos que ofrecen las maternidades en cuanto al piel con piel, el apoyo en el inicio precoz de la lactancia materna y el alojamiento conjunto con los bebés.

¡Lactadeseos!

Yoshúa Mulero Salvador -Matrona- Equipo LactaSfera

Imagen:Pexels en Pixabay

LactaSfera es un proyecto altruista y sin ánimo de lucro compuesto por profesionales de la salud, que nace con el objetivo de promover, proteger y apoyar la lactancia materna acompañándola y normalizándola. Estamos en www.lactasfera.wordpress.com y redes sociales. No olvidéis que: ¡En el universo lactante cabemos todos!

BIBLIOGRAFÍA:

“Lactancia materna en cifras: Tasas de inicio y duración de la lactancia en España y en otros países”. 2016. Comité de Lactancia Materna. Asociación Española de Pediatría (AEP).

“Estrategia Mundial para la Alimentación del Lactante y del Niño Pequeño”. 2003. Organización Mundial de la Salud (OMS). Ginebra.

 

Revista Adventista de España