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Una gaviota sobrevolaba las olas de un mar tranquilo.

Una barca de pesca chapoteaba a unos pasos de la costa cuando, de pronto, una voz rasgó el aire. Era la voz de Jesús llamando a Pedro a regresar con su barca mar adentro.

—Yo, no —dijo Pedro temblando de miedo, porque volver mar adentro era repasar su fracaso. Sería una vergüenza y un deshonor. La noche anterior había intentado pescar sin éxito alguno.

Finalmente, Pedro accedió. Regresó mar adentro y la pesca fue milagrosa. A la voz de Jesús se juntaron los peces para ser pescados por el frustrado pescador.

Hay palabras que mueven voluntades de acero. Jesús hablaba como quien tiene autoridad (Mateo 7:29). Él no gritaba. De timbre manso y una vocalización enriquecida de oxígeno, él articulaba claro, muy audible. No usaba nada para ampliar su voz, sólo su diafragma. Las colinas verdes al pie de las montañas acogían a las multitudes sedientas de escucharlo.

De hablar pausado y sereno, las flores silvestres danzaban al ritmo del viento a su paso, mientras él ilustraba sus lecciones de vida con los lirios del campo (Mateo 6:28-33).

Pedro había escuchado de Jesús. Supo que al sonido de su voz, los oídos de los sordos se abrían como las amapolas al cariño del sol. Ahora oyentes, escuchaban sus propias risotadas de felicidad porque el Galileo les había reiniciado la vida.

La voz de Jesús sanaba y dotaba de sentido

Jesús inundaba las aldeas con una marea de bondad. A su voz se detenía un funeral para devolverle a una viuda el hijo arrebatado (Lucas 7:11-17). Esa misma voz había llegado a los oídos de Pedro, para sacarlo de la tumba de la rutina. Una vida a la que había sido condenado en Capernaún, una vida vacía de propósito.

Jesús le dijo: “Desde ahora serás pescador de hombres”, (Lucas 5:10).

Aquellas palabras tocaron a Pedro. Mejor dicho, conquistaron su lealtad. Como todas sus palabras contenidas en la Biblia, las palabras de Jesús son capaces de hacer que el mar y los demonios obedezcan. Pero Cristo no desea doblegar al ser humano, sino seducirlo y conquistarlo. Sus mandamientos son al corazón, más agradables que la miel a los labios (Salmos 19:10).

Desde entonces, Pedro dejó las redes y colocó un rótulo de venta sobre la barca. Dejó el oficio de su vida porque, a partir de aquel momento, Jesús sería su vida. Se rendiría a Su voluntad, solo por amor. Tras un encuentro de las miradas de ambos, brotó del corazón de Pedro confesarle a Jesús: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!”, (Salmos 119:103).

La voz de Jesús transformaba vidas

Jesús fue la misericordiosa voz que proclamó la liberación a los corazones prisioneros (Lucas 4:18-19). Pedro observó cómo los despreciados volvían a sus chozas. Saltaban al sonido de la voz de Jesús, con una nueva canción de esperanza en sus labios. Pedro vio las lágrimas trocadas en perlas. Porque al sonido de la voz de Jesús, la muerte ya no tiene la última palabra. Su voz era vibrante, como el sonido de un fuerte viento pero, al mismo tiempo, aterciopelada como el sonido de una flauta. Quienes lo escuchaban atendían pasmados mientras, entre aspavientos y en voz baja, se decían unos a otros: “Parece cosa de magia. A su voz los cojos andan, los sicarios se postran arrepentidos, los ladrones devuelven lo robado”. El viento había esparcido por toda Galilea los milagros efectuados.

La voz de Jesús sepultaba rencores. A su paso, el mundo se apaciguaba. En sus ojos se veían intimidad y dulzura. Pedro vio que a la voz de Jesús, a los tullidos les salían alas. Bastaba su voz para que, de las cenizas de las almas, ardiera la fe de los decepcionados por la religión.

Pedro recordaba aquella ocasión en la que Jesús detuvo su marcha y, con total dominio interior, calmó a la multitud. Con voz serena e imperturbable, en medio de sus adversarios drogados de odio y armados de piedras, les habló palabras de mesura. Ninguno de sus furiosos enemigos arrojó una sola piedra. Quedaron todos con los ojos redondos y la boca cerrada de asombro. Las palabras de Jesús tornaban en trigales los corazones de una horda asesina.

La voz de Jesús ofrecía consuelo

La voz de Jesús era música a los oídos de los despreciados. En sus palabras oían que tenían la predilección divina. Jesús poseía una extraordinaria capacidad para amarlos y pedirles que cambiaran su modo de vida. Pedro vio sus rostros brillar cuando se encontraban con Él. Las palabras de Jesús les devolvían la dignidad arrebatada por la casta religiosa. Al sonido de Su voz, los ojos de ellos veían nacer estrellas hasta en el cielo raso de sus casas.

El apóstol Pedro estaba presente la ocasión que de los labios de Jesús emanaron las palabras: “Hombre, tus pecados te son perdonados”, (Lucas 7:48). El paralítico quedó sorprendido, pero pronto la sorpresa se tornó en admiración. En el mismo instante, a la orden de Jesús, aquellas piernas que eran como un tronco seco, se enderezaron. La vida que emana de la palabra de Dios, le devolvió la acción a las extremidades de aquel hombre. Tomó la camilla a hombros, y regresó a su casa.

Jesús era infinitamente grande, porque era Dios. Pero se convirtió en uno de nosotros, para sacarnos de nuestra oscuridad. A este Jesús conoció el apóstol que lo negó, arrepentido luego de haberlo hecho. Después de aquellos momentos sombríos, en los oídos de Pedro resonarían aquellas palabras. Las palabras que llegaron a grabarse como con fuego en su corazón: “Cuida de mis ovejas” (Juan 21:16)

La voz de Jesús nos impulsa y vence nuestros miedos

A la voz de Jesús, un viento fuerte de popa alentó el corazón de Pedro, y éste elevó anclas y soltó amarras para obedecer las palabras del Maestro. El resultado fue una pesca súper abundante, según narra el doctor Lucas en el capítulo 5 de su evangelio. Nofue suerte. La palabra de Jesús había obrado otro milagro.

La voz de Jesús vence nuestros miedos al fracaso. Aquella misma voz que cautivó a Pedro, y a los otros apóstoles, sigue milenaria con nosotros. Ahora está impresa en el papel.

Las Escrituras son poderosas. Sus sesenta y seis libros son una biblioteca sobre el Plan de Salvación. Sus estilos variados apelan a todos los gustos e intelectos. Para la mente inquisitiva, la Biblia contiene los libros proféticos de Daniel y Apocalipsis. Para los corazones románticos están los Salmos y los Proverbios, así como el Cantar de los Cantares. Pero también la inspiración hizo provisión para los lectores intrigas, salpicadas de drama. La Biblia es para todos. En sus páginas, el pensador culto y educado explora los límites de los misterios divinos. Mientras, el pensador sin escuela se cultiva en los mismos misterios de su Autor, quien dijo: “Escudriñad las escrituras porque ellas hablan de mí”, (Juan 5:39).

Hay dos maneras de leer la Biblia. Una es con la mente enfocada en nosotros mismos, en nuestra miseria y nuestro fracaso. De este modo usamos la Biblia para auto flagelarnos. La otra manera es con la mente enfocada en su Autor. Concentrados en su amor incansable por el pecador, en su victoria en la cruz a favor de la humanidad, y en su pronto retorno para llevarnos con Él.

Cuando muchos lo abandonaban, Jesús preguntó a sus discípulos si ellos querían dejarlo también. Pedro respondió lo que el corazón termina confesando cuando probamos Su palabra:

“—Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna”, (Juan 6:68).

J.Francisco Altamirano. Escritor. Coordinador de las actividades de las iglesias adventistas, de habla hispana, en el Estado de Idaho (Estados Unidos).

Foto: Aaron Burden en Unsplash

 

Revista Adventista de España