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La Reforma Protestante comenzó con las 95 tesis de Lutero, pero fueron muchos hombres, y mujeres, los que la perfeccionaron y continuaron a través de su sincero estudio de la Biblia.

Durante toda la historia de la humanidad, la participación de las mujeres ha sido invisible y olvidada y en los mejores casos interpretada por varones. Pero las mujeres protestantes también contribuyeron a esta noble causa.

A lo largo de la historia, la condición de las mujeres ha sido de sumisión y opresión. El siglo XVI no fue la excepción, continúa la historia de sumisión a valores y normas masculinas. Sin embargo, hubo varios brotes que pudieron provocar cambios en esta situación. Estos fueron pocos, pero significativos para la época: concienciación con respecto a la idea que tenían de sí mismas, la revalorización de la mujer casada, mayor libertad para las mujeres cultas, como el caso de grandes escritoras, reformadoras religiosas y reinas. Pero por supuesto fueron casos excepcionales.

Pero no fue así desde el principio, se había olvidado que en el primer cristianismo no existía ni varón ni mujer, ambos eran iguales en Cristo. Las mujeres cristianas de los primeros siglos realizaban ministerios al igual que cualquier hombre, predicaban, enseñaban, etcétera. Eran llamadas con el nombre específico de su ministerio: apóstoles, diaconisas, maestras, evangelistas. Pero este lugar que Jesús dio a las mujeres poco a poco se fue olvidando y mientras la iglesia se construía jerárquicamente masculina, la situación de la mujer regresó a ser de sumisión.

En el siglo XVI el protagonismo de la mujer, aunque fue escaso, también fue significativo, existieron mujeres que se impusieron por encima de las costumbres de su tiempo y desempeñaron un papel muy importante en la escena política o religiosa de su tiempo. A favor de la Reforma se pronunciaron jóvenes y adultas mayores, burguesas y campesinas.

No sólo fueron hombres quienes llevaron a cabo la Reforma Protestante. Se tiende siempre a mencionar a los hombres en la elaboración de la Historia, por mucho tiempo se negó que Jesucristo hubiera llamado a mujeres y se decía que él solo tuvo 12 apóstoles, ninguna mujer entre ellos. Así también hemos escuchado a lo largo de los años los nombres de Jan Hus, Lutero, Melanchton, Calvino, Farel, Zwinglio, etcétera, como padres de la Reforma protestante dejando de lado a las madres de la misma, olvidando, negando y silenciando sus nombres y su obra.

Katharina Von Bora (1499-1552)

La Reforma Protestante se inicia con un hombre, Martín Lutero, y todos conocemos la frase que dice que “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. En el caso de Lutero la gran mujer se llamaba Katharina Von Bora.

¿Quién era Katharina Von Bora? ¿Una monja fugada? ¿La esposa de uno de los reformadores más conocidos? ¿Una pionera en el papel de “mujer del pastor”?

Si. Pero también era una mujer fuerte y valiente que consideraba el Evangelio de Cristo como el mayor de los tesoros. Hay mucho que las mujeres de hoy podemos aprender de aquellas que Dios levantó durante la época de la Reforma, y Katharina Bon Vora, la que fue esposa de Lutero, no es una excepción.

Katharina creció desde muy niña en la vida religiosa católica. A la edad de cinco años fue enviada a vivir en un convento debido a la muerte de su madre. A los diez años la mandaron al monasterio de Nimbschen, donde vivía su tía Magdalena Von Bora. A los dieciséis hizo los votos y se convirtió en monja del citado monasterio. Allí tuvo la oportunidad de adquirir conocimientos que, de otro modo, nunca habrían estado a su alcance. Concretamente pudo aprender a leer y escribir, a diferencia de tantos contemporáneos suyos (especialmente mujeres), que jamás tuvieron esa oportunidad. A los veinticuatro años las doctrinas de la Reforma llegaron a ella, y se convirtió al verdadero evangelio de Jesucristo.

Al abrazar las nuevas doctrinas y creencias, Katharina sabía que tendría que dejar el monasterio. Ya no podía seguir viviendo una vida dedicada a una religión falsa. Un 6 de abril, huyó del convento con otras once monjas. Aquello era un atrevimiento extraordinariamente peligroso, tanto para las mujeres que escapaban como para todos aquellos que las ayudasen, dado que en aquellos tiempos la renuncia a los votos religiosos y la huida del convento eran delitos castigados con pena de muerte.

Pero el amor de Katharina por Cristo era más fuerte que su miedo a morir así que, con todo su coraje, se atrevió a escapar.

Las monjas fugadas a territorio reformado eran rápidamente colocadas dentro de familias o se casaban, puesto que en aquella época y sociedad no había lugar para las mujeres solteras. Katharina fue la última de las ex monjas en encontrar un hogar. Martín Lutero se había hecho cargo de aquel caso y había ido encontrando hogares para todas las fugitivas. Sólo le quedaba Katharina. Él intentó casarse con ella dos veces, pero fracasó en ambas. La primera por el lógico temor a asociarse con una ex monja, y la segunda por la falta de interés de Katharina.

Finalmente, fue la misma Katharina la que sugirió que el Dr. Lutero podría ser un marido potencial para ella. Después de mucha meditación, éste concluyó: “Mi matrimonio agradaría a mi padre, irritaría al Papa, haría reír a los ángeles y llorar a los demonios”.

Así que la decisión estaba tomada. Se casarían. Lutero dejó bien claro que no se casaba con Katharina porque la amase, sino más bien porque intentaba dar un ejemplo, sentar un precedente, dado que tanto él como otros reformadores habían alzado enérgicamente sus voces contra el celibato del clero y la baja consideración del matrimonio en la Iglesia Católica Romana. Cuando Katharina supo que verdaderamente iban a casarse, reflexionó y oró: “A partir de ahora ya no seré nunca más Katharina, la monja fugada; seré la esposa del gran doctor Lutero, y todo lo que haga o diga será un reflejo de él. Pero esto debe ser lo que Dios quería para mí o nunca habría impulsado al doctor a pedirme en matrimonio. Es como una tarea de Dios para mí. Señor, mantenme humilde. Ayúdame a ser una buena esposa para tu siervo el doctor Lutero. Y quizá, amado Padre, puedas también arreglarlo para concederme un poco de amor y felicidad”.

Dios escuchó y contestó la oración de Katharina. El Señor los bendijo con un matrimonio lleno de amor y ternura. Lutero llegó a amar profundamente a Katharina y estaba convencido de que Dios les había dado el uno al otro. Su gran cariño por su esposa es evidente al leer sus escritos, especialmente los que tratan de la familia y el matrimonio.

Katharina se dio cuenta, como hemos visto en sus oraciones y reflexiones, de que Dios le había dado un deber concreto en aquel matrimonio. Para permitir que Lutero tuviera la capacidad y el tiempo para concentrarse en su trabajo para el Señor, Katharina llevaba la casa con gran eficiencia y mantenía unos horarios increíbles. Lutero la llamaba “el lucero de la mañana de Wittemburg” porque se levantaba a las 4 de la madrugada para empezar el día. Comprendía la importancia de lo que su marido estaba haciendo. Lo apoyaba y lo ayudaba en todo momento a tener su tiempo disponible para servir a Dios.

Katharina también animaba a Lutero cuando éste se venía abajo. No es ningún secreto que Lutero era un hombre marcado que tenía que enfrentarse a mucha oposición, y el desánimo era algo normal en una situación así.

Mujer luchadora incansable, que vio morir a dos de sus seis hijos, no desfalleció en todos los años de su matrimonio. Cumplió con el modelo de mujer que predicaba Lutero

En 1546 moría Martín Lutero dejando a Katharina sola y con un grave problema financiero. A sus problemas económicos se sumó la amenaza de las tropas imperiales de Carlos V que obligaron a Katharina a huir en varias ocasiones. Katharina se arruinó y volvió a salir a flote, fue perseguida y siguió huyendo, siempre con fuerza y sentido de la obligación.

El 20 de diciembre de 1552, la incansable Katharina murió tras una terrible caída de su carruaje cuando tenía 53 años.

Katharina fue sin duda la esposa fiel de Lutero que ayudó a reafirmar la reforma protestante en media Europa y se convirtió en el modelo de esposa y madre que su esposo siempre defendió.

Muchos cristianos hemos escuchado los nombres de Juan Calvino, Martín Lutero, John Knox, y otros gigantes de la Reforma Protestante en Europa. Pero hay muchos, muchos otros hombres y mujeres, que trabajaron para hacer avanzar la causa de la Reforma.

Aparte de Katharina, esposa de Lutero, en el movimiento de la Reforma, se distinguieron muy significativamente cinco mujeres. Cada una de ellas desempeñaron un papel importante, ya sea en la difusión de las ideas de la Reforma, o el uso de su poder político o estratégico, para proteger a los predicadores y maestros de estas ideas.

Marie Dentière, (Tournai,  Bélgica, 1495 – Ginebra, 1561)

Marie Dentière es probablemente la que provocó la mayor controversia dentro de su propio campo por sus declaraciones y acciones un tanto provocativas.

Fue una teóloga y reformadora protestante belga que jugó un papel muy activo y significativo en la religión y política de Ginebra, especialmente en el cierre de conventos y predicando junto a Juan Calvino y Guillaume Farel. Además de sus trabajos a favor de la Reforma, sus escritos son considerados una defensa de la perspectiva femenina en un mundo que sufría rápidos y drásticos cambios en poco tiempo.

No tenemos demasiada información sobre los primeros años de vida de Marie Dentière. Sí sabemos que fue la cuarta de los trece hijos de una familia relativamente acomodada, perteneciente a la pequeña nobleza de la región, y que, como tantas jóvenes de su clase, ingresó en el monasterio agustino de Prés-Porchins contra su voluntad. Sin embargo, con el paso del tiempo llegó a ser elegida abadesa.

Sin embargo, los mensajes de Martín Lutero traspasaron los muros del convento y, convencida de una visión más clara con respecto a su misión como sierva de Dios, decidió abandonar sus hábitos uniéndose activamente a la Reforma.

Por supuesto que abandonar el convento no fue una empresa fácil. Se vio obligada a huir de la persecución, refugiándose en Estrasburgo, ciudad que pronto se convirtió en un conocido refugio para los protestantes de la época.

Durante su estancia en Estrasburgo, se casó (en 1528) con el ex monje agustino, Simon Robert, un joven ministro con el que tendría dos hijos. Juntos se trasladaron a las afueras de Ginebra para predicar las doctrinas de la Reforma, lo que les convirtió en el primer matrimonio que dirigió una comunidad evangélica en territorio francófono y donde Simón prestó servicios como pastor hasta su muerte cinco años más tarde.

Un año después, Marie contrajo segundas nupcias con Antoine Froment, también predicador, y ayudante de William Farel en Ginebra en sus campañas de evangelización.Ambos pastorearon varias comunidades (Yvonand, Massongy y Chablais). La pareja abrió un pequeño internado para niñas ofreciéndoles una formación que incluía griego y hebreo. Del aquel segundo matrimonio, nació su hija Judith.

Ya en Ginebra (donde llegaron en marzo de 1535), participó en el intento de las autoridades de disolver la comunidad carmelita de la ciudad –animando a las novicias a volver con sus familias y casarse.

El 25 de agosto de 1536, durante su visita al monasterio de Juicy, con el fin de atraerlo a la Reforma, declaró: “He vivido durante mucho tiempo a la sombra de la hipocresía, pero solo Dios me hizo ver mi estado y me trajo a la verdadera luz de la verdadera fe”

A pesar de la calidad de sus escritos teológicos, sufrió persecución e incomprensión tanto por parte de las autoridades católicas como por los propios reformadores ginebrinos, que impidieron la publicación de cualquier texto escrito por una mujer en la ciudad durante el resto del siglo XVI. Sin embargo, fue una de las reformadoras más importantes de la primera época.

En sus escritos Marie Dentière destaca sobre todo la importancia de transformar las creencias religiosas de su época, pero también la necesidad de incrementar el papel de la mujer en la Iglesia. Para ella, hombres y mujeres están igualmente cualificados para interpretar las Sagradas Escrituras y opinar sobre la fe, por lo que sus escritos provocaron tanta indignación entre los católicos como en el seno del movimiento evangélico capitaneado por Calvino.

Dos obras de Marie llegan hasta hoy: “La guerra de Ginebra y su liberación” y la “Epístola…”

Marie fue una mujer muy controvertida en aquellos primeros años, sin embargo, el tiempo le ha hecho justicia reconociéndola como una de las mujeres más importantes de la Reforma. Así, por primera vez en la historia, el 3 de noviembre de 2002, el nombre de una mujer, Marie Dentière, quedaba inscrito en el Monumento Internacional de la Reforma.

Argula von Grumbach (1492-1553)

Su  nombre era Argula, Argula von Grumbach y sí, fue la primera mujer que se atrevió a hacer una defensa de Lutero, ante el desconcierto de los inquisidores. Podría haber ejercido como parlamentaria, sin ningún problema….

En 1523 escribió al cuerpo académico de la Universidad de Ingoldsadt para defender a Alsacius Seehofer, joven de 18 años arrestado por ser luterano. Se atrevía a desafiar a sus autoridades eclesiásticas y civiles como el Duque de Bavaria al cual le mandó decir en una carta que ella no era ni débil ni estúpida. Incitaba a la gente a leer libros en contra de la religión católica. De ella decía Lutero: “Me regocijo de ver como una hija del pecado de Adán se ha convertido en una buena hija de Dios”.

Argula von Grumbach fue una mujer valiente que alzó su voz y su pluma para defender la Reforma desde sus inicios. Argula tomó parte en los debates teológicos de la época, desarrollando una ardiente labor apologética a favor de las doctrinas bíblicas y en defensa de Lutero, Melanchton y otros reformadores. Se dice que fue la primera escritora protestante, y una de las pocas mujeres de su tiempo cuyos  poemas, cartas y escritos doctrinales se convirtieron en verdaderos bestsellers de la época, con decenas de miles de copias circulando entre el pueblo llano.

Argula comenzó a ser conocida por escribir en 1523, su famosa carta de protesta a la Universidad de Ingolstadt, que había obligado a retractarse de manera humillante a un joven Arsacius, del que hablaba al principio,  cuanto éste abrazó la fe reformada. La carta comenzaba así:

“Al honorable, digno, ilustre, erudito, noble y excelso rector y a toda la facultad de la Universidad de Ingolstadt:

Cuando oí lo que habían hecho a Arsacius Seehofer bajo amenazas de prisión y de hoguera, mi corazón y mis huesos se estremecieron.

¿Qué han enseñado Lutero y Melanchton excepto la Palabra de Dios? Vosotros los habéis condenado. No los habéis refutado. ¿Dónde leéis en la Biblia que Cristo, los apóstoles y los profetas encarcelaran, desterraran, quemaran o asesinaran a nadie?

Nos decís que debemos obedecer a las autoridades. Correcto. Pero ni el Papa, ni el Káiser, ni los príncipes tienen ninguna autoridad por encima de la Palabra de Dios. No penséis que podéis sacar a Dios, a los profetas o a los apóstoles del cielo con decretos papales sacados de Aristóteles, que ni siquiera era cristiano.

No ignoro las palabras de Pablo de que la mujer debe guardar silencio en la iglesia (1ª Tim. 1:2), pero, cuando ningún hombre quiere o puede hablar, me impulsa la Palabra del Señor cuando dijo Aquel que me confiese en la tierra, Yo le confesaré y aquel que me niegue, Yo le negaré”  (Mt. 10; Luc 9).

¿Tratáis de destruir todas las obras de Lutero? En ese caso, tendréis que destruir el Nuevo Testamento, que él ha traducido. (…)

La carta sigue. Es mensaje lleno de valentía que termina diciendo:

No os envío desvaríos de mujer, sino la palabra de Dios. Escribo como miembro de la iglesia de Cristo contra la cual no prevalecerán las puertas del infierno, al contrario que la iglesia de Roma. Dios nos conceda su gracia. Amén”.

Argula había nacido en 1492 en el seno de una distinguida familia de la nobleza de Bavaria venida a menos, y fue educada como dama de compañía de la duquesa Kinigunde, hermana del emperador Maximiliano. Al salir de su casa, su padre le regaló una copia de la Biblia Koburger de 1483, una traducción alemana correcta pero de estilo monótono. Ella no le prestó mucha atención, dado que los frailes franciscanos le advirtieron que su lectura podría desviarla por el mal camino. Poco después de llegar a la corte, supo que sus padres habían sucumbido a la peste, y en 1516 casó con Friedrich von Grumbach, también de la nobleza, al que dio cuatro hijos.

En la década de 1520, los escritos de Lutero circulaban por Bavaria y Argula leía ávidamente todos los que podía conseguir y se sabe que Argula mantenía correspondencia con Lutero. Antes de escribir su carta a la universidad, consultó con el pastor evangélico de la ciudad, que después dijo de ella que era una mujer increíblemente versada en las Escrituras, pero no hizo más. Argula consideró que, si ningún ministro reformado iba a alzar la voz contra aquella injusticia, ella lo haría. Y escribió su famosa carta. Pero no fue lo único que escribió.

El impacto de la carta en defensa de Seehofer fue tremendo. El Duque, que había influido para salvar al muchacho, recibió también una copia junto con otra carta dirigida a los magistrados y autoridades, en la que Argula denunciaba la explotación económica y la inmoralidad practicadas por el clero católico, leal a los papas. En ella le pedía que fuese no sólo un príncipe, sino un padre, le agradecía su intervención en el caso Seehofer y añadía:

“No es de extrañar que nos invadan los turcos, ni que sucedan hambres, pestes, invasiones y muerte, como anunciaron los profetas, no Lutero, cuando el papa sigue el consejo del demonio al prohibir el matrimonio a curas y monjes, como si el don de la castidad fuese conferido al ponerse uno un hábito. Así el papa recauda impuestos de bastardos por todas partes. ¡No es de extrañar, cuando un cura recibe 800 florines al año y nunca predica ni una vez en todo ese tiempo! Los franciscanos, que tienen voto de pobreza, devoran las casas de las viudas. La mayoría de los curas, monjes y monjas son ladrones. Dios lo dice. Yo lo digo. E incluso si Lutero lo dice, sigue siendo cierto. Tened compasión, príncipes, del rebaño del Señor Jesucristo, comprado no con oro ni con plata, sino con su sangre”.

Las autoridades no iban a dejar pasar todo esto. La universidad se puso de acuerdo con el Duque, y se rumoreaba que habían decidido dejar a Argula a merced de la disciplina de su marido, que tenía autoridad para cortarle unos cuantos dedos o incluso de estrangularla sin riesgo de que nadie presentara cargos contra él. Lo que de hecho excitó las iras de éste fue perder su cargo de prefecto del Duque. Con una esposa y cuatro hijos que mantener, se desató su rencor y se sabe que la maltrataba.

Su propia familia estaba contra ella. Argula escribió una carta a su primo Adam von Törring:

“He oído que te ha molestado lo que escribí a la universidad de Ingolstadt. He sufrido muchos reproches y vergüenzas por ello, y en atención a tu amistad, te escribo y te adjunto copias de lo que he dicho. No te sorprenda que confiese a Dios, porque quien no le confiesa no es cristiano, aunque le hayan bautizado mil veces. Cada uno debe responder por sí mismo en el último día. Ningún papa, ningún rey, ni príncipe ni doctor podrá responder por mí. Por tanto, mi querido primo, no te sorprenda si oyes que confieso a Cristo. Considero un gran honor sufrir por Su causa. Dicen que soy luterana. No lo soy. Fui bautizada en el nombre de Cristo, no de Lutero. Pero confieso que Lutero es un verdadero cristiano. Que Dios nos ayude.

Durante los 40 años siguientes, Argula se abstuvo de actividades públicas. Su marido murió poco después de su visita a Lutero en 1530. Argula tuvo que ocuparse de la administración de sus tierras y el cuidado de cuatro hijos. Uno de ellos fue siempre un consuelo para ella, el otro una aflicción constante, y de las dos hijas no sabemos nada.

En mayo de 1563, 40 años después de su primera aparición pública, el Duque de Bavaria comunicó al ayuntamiento de una ciudad de sus dominios, que por segunda vez había encarcelado a la “vieja Stauffer” (su nombre de soltera), denunciando que la mujer incitaba a la gente a la desobediencia haciendo circular libros contrarios a la religión católica. Denunciaba, asimismo, que aquellos que la escuchaban dejaban de ir a las misas de la iglesia, en su lugar asistían a reuniones clandestinas en casa de Argula. Incluso había ido al cementerio y ofició en algún entierro, a pesar de que la Biblia, la ley canónica y la ley civil prohíben que una mujer usurpe tales funciones.

El ayuntamiento, por su parte, señaló al Duque que continuar con este asunto sería poco prudente en un momento en el que Bavaria buscaba las subvenciones del imperio. “Además”, dijeron, “esa mujer es una pobre anciana debilitada. Mejor sería tener lástima de su edad y de su estupidez”.

Fue liberada. Podemos sospechar que la descripción dada por el ayuntamiento sólo era un cuadro falso pintado para el Duque, porque el comportamiento atribuido a Argula indica que nunca estuvo debilitada ni fue estúpida. La cera había estado ardiendo 30 años, pero aún humeaba.

El predicador Luterano Balthasar Hubmaier, escribía sobre ella diciendo: “ella sabe más de la Palabra de Dios que todos los sombreros rojos (abogados canónicos y cardenales) hayan visto o puedan concebir,” incluso se la comparaba con las mujeres heroicas en la Biblia.

Margarita de Navarra (1492-1549)

Margarita de Angulema, llamada también Margarita de Francia, Margarita de Navarra o Margarita de Orleans , fue una noble francesa, princesa de la primera rama de Orleans de la dinastía de los Capetos, duquesa consorte de Alençon, reina consorte de Navarra, escritora y humanista. Fue una mujer muy avanzada en su tiempo. Apreciada por su carácter abierto, su cultura y por haber hecho de su corte un brillante centro del humanismo, acogió con agrado los inicios de la Reforma difundiendo el evangelismo y el platonismo.

Nacida en el mismo año en que Colón descubrió América, Marguerite era la hermana mayor de uno de los reyes más famosos de Francia, Francisco I, a quien Calvino dedicó sus Institutos de la Religión Cristiana.

Ella se convirtió en reina por derecho propio al unirse en matrimonio con el rey de Navarra, Enrique III. Su propia educación era inusual para la época, ya que recibió una educación casi idéntica a la de su hermano, que estaba siendo entrenado para llevar la corona de Francia.

Fue una de las mujeres con mayor preparación académica de Francia, convirtiéndose pronto en una poderosa y atinada diplomática. Ejerció como la asesora más cercana del rey, mecenas de la literatura y defensora teológica.

Durante el cautiverio de Francisco I en España, Marguerite incluso viajó en persona al territorio enemigo para negociar su liberación con Carlos V, emperador del Sacro Imperio.

Fue también durante estos años, la década de 1520, que comenzó a reavivarse la exposición a los escritos de la Reforma.

Margarita, a pesar de su posición, fue perseguida por la poderosa Universidad Católica Romana Sorbona debido a las tendencias evangélicas de sus propios escritos y reclamaciones que de haber sido cualquier otro autor, éste podría haber sido quemado en la hoguera. Pero ella, era la hermana del Rey.

Extendió su patrocinio financiero a los teólogos de la Reforma, dio refugio a las víctimas de las primeras persecuciones de principios del siglo XVI.  Incluso tuvo como refugiado a Juan Calvino, que huía de París antes de ir a Ginebra. Gerard Roussel, Lefevre d’Etaples, y Clemente Marot a todos ellos protegió de la persecución.

Su correspondencia incluye desde Erasmo de Roterdam a una variedad de Papas, a Calvino y muchos otros reformadores.

Se encontraba cómoda en muy distintos ambientes, bien en la reforma de abadías corruptas, bien como anfitriona en la corte del rey, como ejerciendo de espía junto a otros espías, así como en los ámbitos de la intriga diplomática.

Margarita vivió en una posición inusual en los primeros tiempos del desarrollo protestante en Francia. Nunca renunció formalmente a la Iglesia Católica Romana, decidió mantener unas relativas buenas relaciones tanto con el Vaticano como con Ginebra. De esta manera, pudo navegar dentro de las estructuras políticas y religiosas existentes para trabajar en pro de los cambios que veía eran necesarios.

Interlocutora directa de Calvino. Tradujo al francés la Meditación sobre el Padre Nuestro de Lutero. Fue autora de varios poemas, entre ellos Prisiones.

Su hija Juana de Albert fue testigo del maltrato que su padre le infringió por rezar oraciones protestantes.

Durante el reinado de Margarita de Navarra, Francia se convirtió en refugio y vivero de la Reforma.

Escribió y publicó poemas, tenía un carácter abierto e hizo de su corte un centro del humanismo.

El ascendiente de Margarita no terminó  con ella sino que …

Jeanne d’Albret (1528-1572)

Hija y sucesora al trono de Margarita de Navarra, y una de las mujeres más conocidas de la Reforma francesa, siguió los pasos de su madre y bajo sus auspicios se llevó a cabo la traducción del Nuevo Testamento a la Linguæ Navarrorum. Ella sí tomó valientemente postura, y rompió totalmente con el catolicismo.

Al igual que su madre se distinguió como escritora y humanista, uno de sus poemas fue, “Jesús es mi esperanza”.

Excomulgada por el papa. Declaró su reino oficialmente protestante aun cuando permitió que continuara el catolicismo. Para ella, la Reforma era oportuna y necesaria, tanto que pensaba que sería una cobardía y deslealtad a Dios dejar que el pueblo permaneciera en un estado de suspenso e indecisión.

El matrimonio de Juana de Albret, con Antonio de Borbón reunió a varios territorios bajo su control. Dada la identificación de Juana de Albret y Antonio de Borbón con la Reforma, esos territorios se convirtieron en zonas de refugio para numerosos protestantes.

Jeanne era de carácter fuerte y tenaz desde la infancia, cualidades que le ayudaron a convertirse en una líder firme en las guerras de los hugonotes.

Fue, con razón, famosa por las anécdotas que rodearon su primer matrimonio con el duque alemán de Cleves.

Obligada a desposarse con el alemán cuando todavía era una niña, con tan solo 11 años, tras implorar personalmente ante el rey Francisco y no ser escuchada por este. Decidió escribir una declaración formal, avalada por dos testigos, haciendo constar su oposición inequívoca a la próxima boda. Presentó ese documento en tres ocasiones, la última el mismo día del enlace al que tuvo que ser llevada literalmente arrastrada por el pasillo de la Iglesia.

El matrimonio nunca se consumó debido a su juventud, y más tarde fue anulado debido a cambiantes corrientes políticas.

Haber mostrado tal determinación a los once años de edad, delante de su madre, de su padre, e incluso del rey, nos debe llevar a pensar qué tipo de persona era Juana si con tan solo 11 años, mostró tal grado de madurez y coraje.

La Jeanne madura adoptó un enfoque muy diferente a la Reforma que su madre, Margarita de Navarra.

Mientras Marguerite prefirió trabajar discretamente, a través de la diplomacia, mostrando cuidadosamente matizadas lealtades a ambas iglesias, y trabajó para reformar la iglesia católica desde dentro al tiempo que protegía a los reformadores perseguidos Juana, decidió, después de la muerte de sus padres, convertirse públicamente al protestantismo, y luchó abiertamente por la Reforma.

Se enfrentó a la oposición en la corte, incluso a su propio marido (un católico en el futuro), y a los ejércitos enemigos como una importante líder política de los hugonotes.

Juana trabajó estrechamente con hombres como Coligny y Condé durante la Tercera Guerra de los hugonotes, e incluso se unió a las tropas de los hugonotes en persona. Instituyó políticas de Reforma oficiales en su propio reino de Navarra y patrocinó la traducción del Nuevo Testamento al vasco natal de su pueblo.

Cuando Felipe II, rey de España envió un embajador a presionarla, Jeanne le respondió:

“Aunque soy un poco princesa, Dios me ha dado el gobierno de este país para que pueda gobernar de acuerdo a su Evangelio y enseñarla Sus Leyes. Confío en Dios, que es más poderoso que el Rey de España “.

Olimpia Morata (1526-1555)

Su vida fue trágicamente corta, pero un brillante testimonio de fe y de increíble capacidad y profundidad de aprendizaje.

Hija de un profesor universitario en la Italia del Humanismo y el Renacimiento, Olympia Fulva Morata destacó desde joven por su inteligencia y su erudición. Conocedora del griego y el latín escribió muchas obras relacionadas con la religión y el pensamiento.

Nació en Ferrara en 1526. Su padre, Fulvio Peregrino Morato era un humanista y maestro en la suntuosa corte de Ferrara. Olympia aprovechó los conocimientos y las clases de su padre a los jóvenes hijos de los duques y así pudo tener acceso a importantes obras de Aristóteles, Cicerón, Ovidio y otros granes autores de la cultura clásica griega y romana.

Tras la muerte de su padre en 1548, nada la ligaba a la corte de Ferrara. Un año después, conoció a Andrew Grunther, un profesor alemán defensor de la Reforma Protestante del que se enamoró. En 1550 se casaron por el rito protestante y tras un breve periodo de tiempo aun en Italia, Olympia y Andrew marcharon a vivir a Alemania donde retomó sus estudios centrados tanto en los textos clásicos como en las Escrituras y empezó a escribir.

En 1553,  Schweinfurt, donde la pareja se había instalado, fue asediada por las tropas del emperador Carlos V. Su defensa de la Reforma Protestante hizo que Olympia y Andrew tuvieran que huir en busca de refugio en alguna de las cortes defensoras de la nueva postura religiosa. Finalmente consiguieron establecerse en la corte de los Erbach.

Poco tiempo duró la felicidad de la joven escritora quien, dos años después la epidemia de peste que asoló algunas ciudades europeas terminó con su vida. Murió en Heidelberg el 26 de octubre de 1555.

Gracias al empeño de su marido y amigos humanistas, las cartas de Olympia Morata, sus poesías y sus obras fueron recuperadas y publicadas después de su muerte.

La fe de Olympia parece que se ha hecho más fuerte a lo largo de su vida y sus ensayos. Su corta pero fiel vida fue bien resumida en marcha en sus propias palabras cuando escribió:

“No hay ninguna parte del mundo tan distantes que no estaríamos encantados de vivir en ella, si pudiéramos servir a Dios allí con plena libertad de conciencia.“

Defensoras de la Reforma en España

También hubo mujeres españolas que tuvieron parte en la Reforma Protestante. Mujeres que también sufrieron persecución y hasta la muerte, como fue el caso de María de Cazalla, cordobesa de Palma del Río, quien había logrado acceso a los libros de Erasmo y Lutero. Después de estas lecturas cuestionó la validez de los sacramentos católicos. Fue inspiración espiritual de amas de casa y profesores de la Universidad de Alcalá a quienes ofrecía consejería pastoral y estudios bíblicos. Fue detenida por la Inquisición y torturada en 1534, manteniéndola amordazada durante el duro cautiverio.

Muchas mujeres más en España y toda Europa fueron encarceladas, torturadas y quemadas en la hoguera por luchar a favor de la Reforma Protestante. Leonor de Cisneros de solo 22 años, Francisca Zuñiga, Beatriz Vivero, Catalina de Ortega,  Isabel Martínez de Baena, María Gómez y sus tres hijas  Elvira, Teresa y Lucía,  Leonor Núñez,  María de Coronel, fueron algunas de las españolas, pero no sería justo no traer a nuestra memoria a otra Reina de España, S.A.R. Dña. JUANA I DE CASTILLA, comúnmente llamad a “Juana la Loca”, que no estaba loca, sino que, muy posiblemente, se había convertido al protestantismo. 

Gustav Adolf Bergenroth, historiador alemán, del siglo XIX, en 1868 despertó el interés histórico por la Reina Doña Juana, provocando con sus descubrimientos una serie de controversias, al describirla como extremadamente indiferente a la Iglesia Católica y simpatizante de las ideas luteranas y eramistas.  Bergenroth convirtió el asunto de la locura de la reina en un tema confesional y justifica sus declaraciones presentando sus conclusiones a partir de una investigación en los archivos de Simancas entre las que figuran:

  1. Que la reina Juana no estaba loca cuando se difundieron esos rumores a raíz de la muerte de Felipe y aún antes.
  2. Que durante ambos periodos de su confinamiento (46 años en total) demostró́ constante falta de interés por la religión católica y que aborrecía los Santos Oficios de la Inquisición.

Cada una de estas valientes mujeres, desde su lugar, influyó a favor del movimiento de la Reforma. Es justo y necesario reconocer que la historia de la Reforma Protestante también tiene rostro y nombre de mujer.

 

Información enviada por Amalia Reta. Departamental del Ministerio de la mujer de la Iglesia Adventista del 7º Dia en España.

Foto: Xan Griffin en Unsplash

Revista Adventista de España