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Claves para vivir un cristianismo completo.

En Long Beach (California, EE. UU.), un hombre se detuvo en un local de comida rápida para comprar comida para él y la joven que lo acompañaba. Inadvertidamente, el gerente del local entregó al hombre un paquete que estaba usando como camuflaje para trasladar hasta el banco la recaudación del día.

Este hombre tomó la caja creyendo que era su comida y se alejó en su automóvil. Cuando se detuvieron en un parque para degustar su pollo, descubrieron que, en su lugar, había casi tres mil dólares. ¿Qué debían hacer? Al darse cuenta de que había sido un error, regresó al local y devolvió la caja al gerente. ¡El gerente estaba eufórico!

– Quiero llamar a los periódicos para que escriban esta historia y le saquen una foto. Usted es la persona más honesta de la ciudad.

– Oh, no, ¡no lo haga! –suplicó–.

–¿Por qué no?

–Bueno, verá… soy casado, ¡y la mujer con la que estoy no es mi esposa!

Honesto, pero… ¡deshonesto! ¿Es esto posible? Rotundamente, no. La integridad no puede ser compartimentada; es una coherencia interna, lo opuesto de la hipocresía. La integridad es definida como la condición de estar completo, unificado, sin división, genuino. Viene del área de las Matemáticas: un número entero es un número completo (1, 2, 3, etc.), no una fracción (que es solo una parte del todo). En ética, la integridad es considerada como la honradez o la coherencia con los propios pensamientos, acciones y palabras. Esto significa ser lo decimos que somos, hacer lo que decimos que haremos: un discurso genuino. La integridad define lo que somos: personas veraces, no solo personas de la verdad.

La renovación lo alcanza todo

Las Escrituras vinculan el reavivamiento en nuestro corazón con la veracidad: “Y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efe. 4: 23-25; ver Col. 3: 9, 10). Con la nueva identidad que experimentamos en Cristo en la conversión, la integridad pasa al centro de la escena. Vestirse del nuevo yo en Cristo incluye apartarse de la falsedad y decir solo la verdad a los que nos rodean. El discurso genuino llega a ser un patrón de la manera en que hablamos. Nutrimos la veracidad, como el fundamento de la confianza mutua en todas nuestras relaciones. Esta veracidad expresa justicia y santidad (Efe. 4: 24). La “santidad de la verdad” extiende nuestra visión moral más allá de la doctrina y de la teología, para alcanzar a Dios mismo, el único que es santo (Apoc. 15: 4). La profunda realidad es que la verdad y la veracidad son personales.

La verdad en acción

“¿Qué es la verdad?”, preguntó Pilato a Jesús. Una buena pregunta; quizá la más profunda de toda la Biblia (Juan 18: 38). Hace eco en nuestra cosmovisión y cultura secular. Está en la esencia de lo que somos como seres morales. El próximo pensamiento es “¿Soy una persona veraz?”

Antes de que Pilato siquiera preguntara, Jesús ya había declarado: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14: 6). Esta es una declaración bíblica audaz: Jesús es la verdad. Su naturaleza, su mismo espíritu, es verdad. En su esencia, la verdad es una Persona. Esto significa que la verdad es personal. No es algo abstracto, no es una mera enseñanza; es, en primer lugar, algo relacionado con el carácter, que luego se expresa en acciones o palabras en una persona. Las enseñanzas de Jesús son veraces porque expresan lo que él es. La verdad, entonces, nos lleva a una relación personal con la misma Fuente de vida auténtica: Jesucristo. Como la Verdad, Jesús siempre se relacionará personalmente con nosotros. Su Persona se encuentra con nuestra persona para traer veracidad a nuestros propios ser y hacer. Su persona es ejemplo, y nos da esperanza, ánimo y poder para ser veraces en un mundo ilusorio y de engaños.

La verdad, entonces, requiere que evaluemos nuestra propia coherencia moral interior. “¿Soy una persona veraz? ¿Podría ser, como Jesús, veraz en la misma esencia de mi ser?”

La verdad en el remanente

El libro de Apocalipsis describe que el pueblo de Dios del tiempo del fin es impecable y que posee una integridad incuestionable, incluso bajo riesgo de perder la vida o la riqueza. No se encuentra falsedad ni mentira en la boca de los que siguen al Cordero, son sin mancha (Apoc. 14: 5). La visión se hace eco de Sofonías, que declara: “El remanente de Israel no hará injusticia ni dirá mentira, ni en boca de ellos se hallará lengua engañosa” (Sof. 3: 13). Como primicias que han experimentado el poder renovador de la sangre del Cordero, el pueblo de Dios imita y refleja la veracidad de Cristo, tanto en palabra como en acción, porque él es llamado Fiel y Verdadero (Apoc. 19: 11; 3: 14). Así es como piensan. La mente de Cristo ha llegado a ser la suya (ver Apoc. 7: 1-14; 14: 1-5).

El contraste entre las fuerzas del mal y los seguidores del Cordero lo es entre el engaño y la verdad (ver Apoc. 12: 15, 16; 13: 5, 6; 16: 13, 14; 14: 5). Solo las personas veraces serán capaces de entrar en la Santa Ciudad (Apoc. 21: 27; 22: 14, 15). La referencia a “todo aquel que ama y hace mentira” enfatiza la cuestión del ser en relación con el hacer (Apoc. 22: 15; ver Apoc. 22: 11; 21: 8, 17; ver 2 Tes. 2: 7-13; Juan 3: 19-21). La verdad es una orientación moral. Amar la mentira es más profundo que “decir mentiras”. Una tendencia hacia la falsedad lleva a mentir. La persona que ama la falsedad tiene una afinidad con ella y con el padre de mentira; hablamos desde nuestra propia naturaleza (Juan 8: 44). Lo que somos en nuestra esencia se corresponde perfectamente con la manera en que actuamos. Nuestro compromiso con la verdad se verifica por nuestras palabras y obras. Si esperamos hablar o vivir verazmente, primero debemos ser personas veraces. La veracidad cala más hondo que la doctrina o que el reflejar teóricamente a Dios y la verdad a un mundo engañado. Afecta a cada aspecto de nuestra vida. Los aspectos morales y religiosos son indivisibles.

Veracidad y reavivamiento

¿Por qué las Escrituras, una y otra vez, vinculan el reavivamiento con la veracidad? Porque la verdad es el fundamento de las relaciones auténticas. La comunidad requiere de apertura y honestidad; no puede haber una genuina comunión entre personas falsas. Ser deshonesto con otros nos convierte en falsos. Somos llamados a ser completos, para poder construir y mantener el compañerismo. La integridad nos libera para vivir con nuestros hermanos, nuestro cónyuge, nuestros colegas o nuestros amigos. Podemos mirar a la otra persona a los ojos sin culpa ni remordimiento. Somos íntegros para los demás; ¡y para Dios! La veracidad nos permite mirarnos a nosotros mismos en el espejo. También nos permite mirar al Salvador a los ojos (Apoc. 1: 14; 2: 18; 5: 6; 6: 16; 19: 12; 20: 11).

No hay excepciones ni grados de veracidad. “Dios requiere que la verdad distinga siempre a los suyos, aun en los mayores peligros” (Patriarcas y profetas, pág. 711). ¿Recuerdas a Betsie Ten Boom, que dijo a la Gestapo exactamente dónde ella y su familia habían escondido a los judíos fugitivos que mantenían en su hogar? El golpeteo a la puerta había llegado inesperadamente haciendo estremecer de terror a todos los que estaban cenando alrededor de la mesa.

Todo estaba ensayado. A medida que Corrie se dirigía metódicamente hacia la puerta, los demás corrían rápidamente la gran mesa, levantaban la alfombra, abrían la trampilla en el suelo, tomaban su plato, sus cubiertos y todo lo que pudiera dar la impresión de que había habido una reunión y, rápidamente, se desvanecían en la oscuridad del sótano. En el momento en que la Gestapo entró por la puerta, Betsie estaba sentada a la mesa, como si solo ella, su padre y Corrie hubieran estado comiendo. Después de revisar todas las habitaciones cuidadosamente, sin encontrar nada, el oficial a cargo ordenó a la familia Ten Boom que le informaran dónde tenían escondidos a los judíos.

– Sé que están aquí. ¡No me mientan!

Después de un tenso silencio, Betsie finalmente se lo reveló:

– Están debajo de la mesa.

Al escuchar eso, Corrie casi muere de un ataque cardíaco. Sin embargo, el oficial no tomó en serio las palabras de Betsie.

– No se burlen de mí. ¿Dónde están?

– Están debajo de la mesa –repitió ella, señalando el suelo bajo la mesa.

Él se rió y se marchó. Más tarde, Corrie preguntó a su hermana: “¿Por qué le dijiste que estaban debajo de la mesa? Lo hubiéramos perdido todo”. Pero Betsie se mantuvo firme. Escogió ser veraz porque al hacerlo estaba reflejando la mente de Cristo; ella confió en él por medio de la verdad, sin importarle las consecuencias. Ella siempre diría la verdad. Asombrosamente, cuando Betsie dijo la verdad al oficial de la Gestapo, Dios usó esa misma verdad para distraer su pensamiento. Incapaz de imaginar la veracidad de esa afirmación, no le creyó y se fue.

¿Es seguro confiar en Jesús con la verdad, con ser veraz, con un discurso sincero? Cuando Jesús sea nuestro punto de referencia e identidad, lo haremos. La integridad en lo profundo de nuestro corazón siempre reflejará nuestra conexión con Cristo. Seremos un pueblo veraz, no solo un pueblo que conoce la verdad.

“Vengan, hijos míos, y escúchenme, y les enseñaré a temer al Señor. ¿Quieres vivir una vida larga y próspera? ¡Entonces refr na tu lengua de hablar el mal y tus labios de decir mentiras!” (Sal. 34: 11-13, NTV).

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Cómo reaccionarías si encontraras una gran cantidad de dinero en una bolsa? ¿Qué principios te guiarían en tu decisión?

2. La veracidad y la integridad ¿realmente importan? Después de todo, somos pecadores y salvos por la gracia de Dios.

3. ¿Por qué la veracidad es tan importante para el pueblo de Dios en el tiempo del fin? ¿Se espera de ellos una norma más elevada que la de los demás pecadores a lo largo de la historia?

4. ¿Por qué Jesús afirmó ser la verdad? ¿De qué manera podemos comunicar esa verdad a un mundo que se deleita en el relativismo?

Revista Adventista de España