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Quiero relataros el acontecimiento más grande de mi vida, que aun hasta hoy día no puedo acabar de creerme. Muchos me conoceréis: yo regentaba la cafetería que está enfrente de la iglesia adventista de Alenza, desde 1975. Desde entonces, he escuchado de todo sobre los adventistas: que son una secta, que no creen en la Virgen Maria, que te sacan el dinero, etc. La verdad es que, cuando cogimos la cafetería en el año 1975, me acuerdo que mi padre decía: “Bueno, aquí, con la iglesia, los domingos, trabajaremos bien el aperitivo”. ¡Qué lejos estábamos de la verdad! Nosotros pensábamos ¡qué gente tan rara! Se juntan los sábados, no consumen nada… Empezábamos a creernos lo de la “secta”.

Con el paso del tiempo, empecé a conocer a gente de la iglesia. Las chicas de administración empezaron a desayunar en mi local. Poco a poco fui tomando confianza con ellas, pero sobre todo, con Cristina del Castillo (que todos conoceréis, pues es un ángel de bondad). Ella fue la que tuvo la inmensa paciencia de soportar mis burlas. Sin embargo poco a poco sus palabras fueron haciendo mella en mi. Me acuerdo que me decía que le iba a comentar al pastor (Javier Moliner, por aquel entonces) que viniera a hablar conmigo.

La primera vez que le ví, casi me asusta, con esa cara tan seria y ese aspecto tan militar. Recuerdo que cuando vino no le hice caso. Después pasó algo de tiempo, hasta que conocí a un joven que empezó a venir por la cafetería. Quería terminar su carrera de Ingeniero de Minas, que tenia a medias. La verdad es que congeniamos muy bien y empezó una buena amistad entre nosotros. Con el pasar del tiempo comentábamos muchos aspectos de la vida cotidiana, de la política y por fin llegamos al tema religioso. De vez en cuando, aparecía Cristina por el bar y nos hablaba de la pronta Venida de Jesús, nos invitaba a ir a la iglesia… Nosotros seguíamos burlándonos de ella. Pero su paciencia era infinita, nos decía que nos iba a enviar al pastor para hablar con nosotros, a lo que, un buen día sin saber porqué, accedimos. El día que vino Moliner estábamos José Luis y yo. Al final nos juntamos allí los tres, por casualidad, en el bar, sin ni siquiera haber quedado. Me acuerdo de las palabras de Moliner: “Las cosas no pasan por casualidad”. ¡Cuánta razón tenía! porque han ocurrido muchas cosas desde entonces hasta hoy.

A partir de aquel día, José Luis y yo comenzamos a marear a Moliner con todo tipo de preguntas sobre Jesucristo, la evolución, la creación, la muerte, etc. Tuvo la suficiente paciencia con nosotros, para responder a todo con la Biblia en la mano. Nuestra curiosidad iba cada día en aumento. Comenzamos a dar estudios bíblicos todos los martes en el bar (al principio me daba vergüenza por lo que pensaran mis clientes. Pero, poco a poco, se me fue pasando). Al poco tiempo cogió el relevo Sergio Martorell. Continuamos en el bar hasta que lo cerramos en octubre de 2012. Luego seguimos los estudios también los martes en la iglesia hasta el día de hoy.

Mi fe iba creciendo de día en día hasta el momento en que cerramos la cafetería el 19 de octubre de 2012. Ese día tan especial en el que para mí se produjo “el milagro”. La mañana del 19 comencé a trabajar como todos los días. Siempre miraba por la mañana la puerta de la iglesia. Aquella mañana a las 8, en la puerta metálica de la iglesia había un hombre mayor con barba blanca corta, delgado, con ropa usada, pero limpia (en el momento en el que estoy escribiendo estas líneas, me emociono y mis ojos se llenan de lágrimas, recordando los acontecimientos que tuvieron lugar aquel día). Parado allí, mirando hacia el bar, me llamó la atención, pues no me quitaba ojo. Al poco cuando volví a mirar ya estaba cruzando la calle. Yo pensé: ¡Bueno, un vagabundo que se me va a meter en la cafetería y me va a costar un triunfo echarle! Volví a mirar y estaba en la puerta a punto de entrar. Seguía mirándome. Me acuerdo que la barra del bar, en ese momento, estaba llena de gente. Volví a mirar y, en ese instante, mi mujer se despedía de mí saliendo por la puerta ya que se iba a trabajar. Casi tropezó con este hombre al salir (Ella lo recuerda perfectamente). Me hice el loco y me pasé al otro lado de la barra. Miré de reojo y vi que se acercaba. Pensé: ¡Bueno, voy a despacharlo pronto! Me acerqué y, antes de que yo le hablara, me preguntó: “¿Qué vale un café?”. En ese instante me quedé parado y después de un momento le contesté sin pensar: “No se preocupe, yo le invito”.

Voy hacer un inciso en el relato para informaros de la situación en la que yo estaba viviendo en aquellos días. El local en el que yo tenía el negocio era alquilado. La relación con el dueño era mala. No voy a entrar a juzgarle, ya le juzgará nuestro Señor, en su momento. Pero toda la instalación: los muebles, la maquinaria……….eran míos. Yo no pensaba nada más que en devolver todo el mal que me había hecho, ¡mal por mal! y destrozar el local, dejarlo todo inservible. Me acuerdo que tanto el pastor como mi mujer, y Cristina y mis amigos me decían que no me vengara. Pero yo no quería hacerles caso: tenía la sangre hirviendo y estaba quemado.

Sigo el relato.

Cuando le dije que le invitaba, me volví, en ese instante hacia el otro lado de la barra. Imaginaros el barullo que podía haber, la barra estaba llena de gente. Y sin embargo no escuchaba a nadie más que a él. Cuando este hombre empezó a hablar, tenía una voz que llegaba hasta lo más hondo de mí y no podía escuchar nada más.

Me dijo: “SI HUBIERA, EN EL MUNDO, MÁS GENTE COMO USTED, TODO MARCHARÍA MUCHÍSIMO MEJOR. NO CREA QUE SE LO DIGO POR HACERLE LA PELOTA. USTED ES UNA BUENA PERSONA”. No oía otra cosa, nada más que su voz. Volví hacia allí con el café en una mano y la jarra de la leche en la otra. Le pregunté “¿Quiere la leche caliente?”. Me contestó que lo quería solo. Cuando se lo acerqué y le miré a los ojos, RECIBI COMO UNA DESCARGA, COMO SI ME SACARAN DE DENTRO TODO EL ODIO QUE SENTÍA Y ME INUNDARA UNA PAZ QUE NUNCA EN MI VIDA HABÍA SENTIDO. PERDÍ EL EQUILIBRIO Y TUVE QUE APOYARME EN UN MUEBLE. DE REOJO LE VÍ VOLVIÉNDOSE HACIA LA PUERTA Y DESAPARECER. Nunca había visto a ese hombre y nunca lo he vuelto a ver. Pero ahora estoy convencido de que fue un ángel que me salvó de las tinieblas. Transformó mi alma, pues mi vida hasta ese momento era un infierno. Hoy mi familia está agradecida por el cambio que he experimentado.

He recuperado a mi mujer y a mi hija. Siento la presencia del Señor en mi vida y doy gracias a Dios por el milagro que ha hecho conmigo. Este año me bautizaré y espero conocer a mi ángel salvador algún día.

Hay un comentario

  • Millys dice:

    Hermoso testimonio. La gloria sea para Dios y para esos ángeles en forma de persona que son capaces de llevar el Evangelio a aquellos que lo desconocen. También por los ángeles celestiales que están prestos a rescatarnos de los lugares más hondos y oscuros. Dios te guarde amigo y hermano. Te hayas bautizado o no, a esta fecha, que el Señor siga guiando tu vida hasta el momento hermoso en que le encontrarás y le mirarás cara a cara para agradecerle todo lo que ha hecho por ti.

Revista Adventista de España