“Porque el Dios justo prueba la mente y el corazón” (Salmo 7:9)
El versículo 9 del Salmo 7 muestra una faceta de la humanidad que muchas veces olvidamos, por la tendencia humana de irse a los extremos, o sobre enfatizar un aspecto en desmedro de otro. Las emociones son parte del ser humano. Lo intelectual y lo emocional van de la mano, no están en contraposición, ni lo uno es superior a lo otro.
Lo cognitivo y lo emocional son parte de la vida humana. No se pueden separar de manera absoluta. Aun cuando hay muchas personas que hacen grandes esfuerzos para ser objetivos y no permitir que sus emociones controlen su vida, lo cierto, es que es prácticamente imposible impedir que la vida emocional no afecte la vida intelectual. De hecho, no se puede establecer una frontera entre ambos aspectos esenciales de toda vida.
El texto nos habla de un “Dios justo” que “prueba” ambos aspectos. ¿Por qué? Simplemente, porque para que exista justicia en las acciones humanas, ambos aspectos esenciales deben estar presentes. Porque si se aprecia uno en desmedro de otro, eso, es simplemente, no humano.
No se puede negar la emoción
En muchas ocasiones religiosos que están impregnados de tendencias extremas, hacen llamados constantes a vivir una vida religiosa “objetiva”, sin “emocionalismo”. Con esa premisa llaman a circunscribirse al “texto escrito” y nada más. La teoría pura sin ningún tipo de emoción. Lo que no logran entender que aún esa postura obedece a cuestiones de tipo emocional. Es imposible separar un aspecto del otro. Son dos vías humanas que están presentes siempre, en todo instante, incluso cuando pretendemos ser “objetivos”.
Negar la emoción, como si fuera una reacción humana de segunda categoría no es sabio. Por esa vía se lleva a la represión emocional, que finalmente enferma, tal como muchos religiosos están enfermos de represión. De tanto esfuerzo por ser “objetivos”, terminan siendo fríos, calculadores, reprimidos, y tristemente amargados en una religión que no entiende que la alegría, la tristeza, el enojo y las emociones en general, son parte de la vida humana y que no pueden estar ausentes en la manifestación religiosa.
Muchas religiones lo han entendido, por eso han incorporado la emoción a lo religioso. Lamentablemente, muchos religiosos cristianos han confundido, por ejemplo, “reverencia” con tristeza. Es cosa de asistir a algunas congregaciones donde la liturgia y la formalidad religiosa está impregnada de frialdad “reverente” donde parecen mausoleos mortuorios y el hielo de lo que allí se vive espanta.
El gozo de la vida cristiana
La vida cristiana es alegría. En sus últimos años, cuando Pablo sabía que se moría, escribió una de las epístolas más llena de gozo de toda la Escritura. Uno de sus versículos dice simple y llanamente: “Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!” (Filipenses 4:4). No puedo concebir una religión de tantas buenas nuevas, como es el cristianismo, sin alegría. Los espantapájaros del gozo viven llenando la vida ajena de sospechas y culpas, haciendo que la religión se convierta en una carga, no es extraño que por ese mensaje tortuoso y oscuro muchos abandonen las filas de Cristo.
Cristo es alegría, gozo y paz. Lo que debe caracterizar a un cristiano converso es la alegría espontánea que se expresa en sonrisas, alabanzas y expresiones de júbilo, porque está en la vía de la Gracia y ante ese mensaje, toda otra idea palidece.
Teoría y práctica, enseñanza sana y emoción contagiosa, ese es el mensaje bíblico. Sin alegría la teoría se convierte en frialdad y soberbia. Sólo el gozo del cristiano hace que toda la enseñanza teórica tenga sentido.
Autor: Miguel Ángel Núñez. Pastor adventista ordenado, doctor en teología sistemática, licenciado en filosofía y educación, conferencista y orientador familiar.
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