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«Los pastores de mi pueblo han perdido la razón. Ya no buscan la sabiduría del Señor. Por lo tanto, fracasan completamente y sus rebaños andan dispersos» (Jeremías 10: 21, NTV). Parece la descripción de la realidad que vive nuestra generación en el siglo XXI. Versículos como este hacen que muchos se sientan incómodamente identificados, tanto en el papel de líderes como en el de pueblo.

Dentro del proyecto iCOR, uno de los valores dentro de la propuesta de trabajo como iglesia es el liderazgo. Hablamos del liderazgo que guía con visión y pasión e integra a las generaciones venideras en el programa. Ahora bien, para lograr la consolidación de este valor dentro de nuestras iglesias, es necesario fundamentarlo en tres principios:

  1. Conocimiento: se trata de aprender en qué consiste ser líder y cuál es el camino a seguir para alcanzarlo.
  2. Actitud de cambio: consiste en romper el círculo vicioso que crea el problema desde la dirección en cooperación con la congregación.
  3. Habilidad: implica empezar a trabajar en ello de manera práctica.

Conocimiento.

Un líder es una «persona que dirige o conduce un partido poliíico, un grupo social u otra colectividad»(1). En un ámbito más extenso, cuando hablamos de un líder, pensamos en una persona que posee iniciativa, visión y servicio.

1. Iniciativa. Se caracteriza por tener una actitud proactiva, de avance, anticipándose a los acontecimientos. Un líder debe invertir en formación para la identificación precoz de las necesidades y los problemas y, una vez detectados, siempre debería ser el primero y más motivado en buscar una solución para el beneficio del grupo que lidera, antes que para el propio.

Una de las características de un buen líder es el análisis de su propia persona. Como referente, siempre será preferible ser una motivación para los demás que una excusa. Por eso, el primer movimiento ha de ser el reconocimiento de la propia incompetencia y la absoluta idoneidad y suficiencia de Dios para guiarlo, tanto a ál como a los demás. Cristo es nuestro líder. Es el principio del liderazgo y de ál va a depender todo lo demás. Cuando una persona reconoce su necesidad de Dios y actúa en consecuencia, estará preparada para liderar a otros. De esa manera, la comunión con Dios, el estudio de la Biblia, la oración y la obediencia son la piedra angular del liderazgo y su fuente de energía.

2. Visión. Consiste en la búsqueda de un cambio, una mejora, siempre con vistas al futuro. El líder lucha por un ideal, tiene una misión concreta y, al mismo tiempo, aporta una forma diferente de entender la vida y el mundo. La visión que Dios nos propone es una relación personal, cercana y familiar con él. Además, su Palabra habla de la posibilidad y los medios para conseguir no solo la superación personal y la victoria sobre nuestras circunstancias, sino una transformación completa de nuestras vidas y la regeneración de nuestro mundo. Un concepto completamente diferente del que la sociedad propone. Por lo tanto, en nuestra iglesia, un líder siempre ha de reflejar la propuesta divina, una alternativa a todas las demás propuestas sociales. Es una invitación a permanecer en guardia para no ser presa de la confusión de otras visiones y a acudir constantemente a Dios en busca de esa visión que solo él nos puede dar. Su objetivo principal no debe ser el de atraer, entretener o divertir a la gente. Tampoco el de unir, huir de la crítica o cumplir ciertas expectativas humanas. Esto debería ser siempre secundario y consecuente con la visión que proponemos como cristianos y adventistas. El líder debe guiar a Jesús a los que le rodean con cada palabra, hecho o actividad que realiza. Esto implica trabajar por objetivos, centrado en el factor humano, a tiempo completo. Sin estos tres elementos estaremos fallando en nuestra misión, por muy exitoso que parezca ser nuestro liderazgo.

3. Servicio. Se trata de la persona que se mueve en favor de otros, ejerciendo una influencia positiva en ellos y motivándolos a avanzar. Busca, por tanto, la integración y el crecimiento de cada individuo del grupo en su máximo potencial. Es una persona abierta y sensible a las necesidades de los demás, al tiempo que se encuentra comprometido con su liderazgo. Es consciente de que, a pesar de su gran responsabilidad como referente entre los que le rodean, su valor se encuentra en la humildad, al igual que Jesús. Por lo tanto, acepta críticas constructivas, consejos y correcciones, asimismo, las expresa con cariño a aquellos que las necesitan. Un líder favorece y motiva, a través de su ejemplo y sus palabras, el crecimiento personal de los demás, de acuerdo al potencial, los intereses y dones de cada uno, promoviendo su integración en la iglesia y enriqueciendo la unidad en la diversidad. Es genuino, se muestra tal y como es, con sus luchas y defectos, pero también con sus objetivos, su fe y su esperanza, porque es consciente de que los demás necesitan oír y ver ambas para identificarse y buscar recursos en sus propias luchas y victorias. Respeta los tiempos y los procesos de cada uno, incluso los propios, sabiendo que el Espíritu Santo está trabajando y terminará la obra que ha empezado.

En definitiva, un líder es un ejemplo que propone una alternativa: una vida de confianza y relación con Dios. Una persona que no impone, que acompaña y abre camino, que ante la falta de apoyo en sus propuestas, permanece en la lucha, esperando activamente en oración, con paciencia y humildad, el momento en que Dios actuará en el corazón de los demás.

Ahora bien, no todos los líderes tienen las misma cualidades ni poseen un equilibrio en su desarrollo, por lo que no podemos exigirles lo mismo. Hay líderes que van hacia adelante sin titubeos ni retrasos, pero no han terminado de desarrollar sus destrezas sociales. Otros son maestros en las relaciones pero carecen de la fuerza para seguir adelante ante los problemas.

Por eso, a la hora de elegir líderes, tenemos que pensar no solo en personas que estén dispuestas, sino en equipos funcionales, como Moisés y Aarón, para que estas tres características —iniciativa, visión y servicio— estén representadas.

Actitud de cambio.

Un líder no es ni el volante ni el motor, es la propuesta de un camino. El mejor ejemplo lo tenemos en Jesús. Es nuestro Camino, nuestro Ejemplo, nuestra Puerta, nuestra Fuerza. Sin embargo, depende de nosotros decidir la dirección, confiar en el poder de Dios y empezar a caminar. Por ello, no podemos exigir otra cosa a nuestros líderes humanos. Además, tampoco podemos perder de vista que los líderes humanos son tan solo personas que van un paso por delante de nosotros en el mismo Camino. Por lo tanto, es de esperar que vayan aprendiendo al mismo ritmo que nosotros y que en otras áreas tengan que dejarse guiar.

Otro factor a tener en cuenta es que Dios se reconoce a sí mismo como único líder de su pueblo, por lo que estamos llamados a ser sus representantes. Además, el Señor llama a cada miembro de su pueblo al liderazgo personal (Deuteronomio 6; 1 Pedro 2: 9) para marcar una diferencia en este mundo, al tiempo que permite que el Espíritu Santo trabaje en nosotros. Necesita personas que no se conforman y se mueven, que buscan un cambio y lo hacen posible en la vida de aquellos que les rodean.

El cambio de las circunstancias no está en las manos de unos pocos líderes sino en las manos de todos. El cambio de la realidad de nuestra iglesia será posible cuando la membresía tome su papel de liderazgo de manera individual, tal y como es llamada por Dios, para ponerlo al servicio de la comunidad.

Habilidad.

Al igual que al pueblo de Israel, Dios nos ha llamado a pasar a la acción, a levantarnos y a brillar en el mundo (Isaías 49: 1-6). Sin embargo, nos encontramos estancados, desanimados y cansados, diciendo: «En vano he trabajado; he gastado mis fuerzas sin provecho alguno» (vers. 4).

En este contexto, tomar la decisión de seguir al Líder está en nuestras manos, para permitirle que nos capacite personalmente con el fin de actuar como señales en el camino o cartas vivas, es decir, líderes con iniciativa, visión y servicio en la vida de otras personas, como él lo es en la nuestra. «No es gran cosa que seas mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacob, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra» (Isaías 49: 6). En este versículo encontramos el ánimo y la certeza de que Dios quiere capacitarnos y utilizarnos para hacer su obra. ¿Vas a aceptar el llamamiento al liderazgo?

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(1) Diccionario de la Real Academia Española, consultado: 3 de diciembre de 2015.

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Para compartir.

  1. El líder ha de ser un buen ejemplo, pero ¿cómo distinguir entre lo bueno y lo malo? Lee y comenta 1 Corintios 6: 12; 8: 12, 13; 10: 31 y Romanos 6: 2, 6.
  2. ¿Cómo fue el liderazgo de Jesús? Lee Mateo 8: 1-3 en relación con Hechos 20: 35; Mateo 20: 25-28; Mateo 10: 5; Marcos 12: 29-31; Juan 17.
  3. Pablo había formado a Timoteo como líder. Después de un tiempo, le encargó el liderazgo de la iglesia de Éfeso, mientras él seguía en uno de sus viajes misioneros. Lee 2 Timoteo 4: 1-5. ¿De qué forma ha de liderar Timoteo? ¿Cuál es el peligro que se avecina? ¿Crees que hoy es un peligro o una realidad? ¿Por qué crees que Pablo le pide a Timoteo que permanezca alerta (sobrio) siempre? ¿Crees que sigue siendo una necesidad hoy en día? ¿Por qué?
Revista Adventista de España