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¿Te has detenido a reflexionar en los Diez Mandamientos alguna vez? Espero que sí. En caso contrario te invito a hacerlo con calma. Por ahora me gustaría que te concentraras en el último a saber, el décimo: «No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca» (Éxodo 20: 17).

¿Te das cuenta de lo que dice este versículo? Es posible que el verbo codiciar no forme parte de tu vocabulario o al menos que no lo uses con cierta regularidad. Se trata de un verbo muy interesante. Codiciar significa «desear con ansia las riquezas u otras cosas» (Diccionario de la Real Academia Española); conlleva ambicionar, apetecer, suspirar por algo. Una persona insatisfecha e infeliz consigo misma es proclive a la codicia. A través del décimo Mandamiento, Dios nos pide que hagamos lo contrario de codiciar, es decir, sentirnos satisfechos y felices con lo que tenemos. En Hebreos 13: 5 lo dice de una manera directa: «Contentaos con lo que tenéis».

Por lo tanto, el décimo mandamiento es un precepto que tiene que ver con sentirnos satisfechos con lo que Dios nos ha dado y disfrutar los espacios de felicidad que ha abierto para cada uno de nosotros en este mundo.

Por supuesto que el concepto de ser feliz con lo que uno tiene es muy amplio. No obstante, considero que hay tres aplicaciones relevantes que se desprenden de este mandamiento para establecer mejores relaciones entre los miembros de la familia.

1. Acéptate como eres.

Uno de los grandes problemas de la sociedad contemporánea es la insatisfacción. Esta actitud se presenta particularmente en la juventud y es una de las principales causas de la drogadicción, el fracaso escolar, el sexo prematrimonial, la desorientación, etcétera. Pero cuando en un matrimonio, uno o ambos cónyuges no se aceptan como son, la situación se vuelve muy complicada. Lo cierto es que muchas personas no se aprecian como son. Les gustaría ser diferentes. No aceptan el color de su piel, su estatura, sus orígenes. Incluso se avergüenzan de su familia porque les parece de un nivel inferior a las de sus amigos. Sin embargo, la negación de las supuestas “desventajas” sociales no cambiará la realidad de una persona. En cambio, sí puede convertir a un individuo en un ser profundamente infeliz, amargado y miserable. No importan los buenos tiempos familiares o laborales, la insatisfacción y el desagrado con uno mismo arruinará cualquier situación interesante.

El aprecio hacia uno mismo nace de Dios (Marcos 12: 31). Satanás pretende convencernos de que no valemos nada, y muchos se lo creen. Pero Jesús nos ayuda a valorarnos a la luz del precio que él pagó en la cruz, a saber, su propia vida (Juan 3: 16). Por eso, aceptarte como Dios te hizo no es simplemente un buen consejo, sino un mandamiento divino. Ese cambio de actitud redundará en grandes beneficios personales y familiares.

2. Siéntete satisfecho con lo que tienes.

¿Con qué recursos cuentas? ¿Tienes un chalé, un piso o una humilde vivienda? Lo que tengas, ¡disfrútalo! La vida es demasiado fugaz y mucha gente se la pasa anhelando lo que no tiene y concentrándose en sus carencias. La existencia humana no consiste en la cantidad de bienes que uno acumula. Pero parece que mucha gente busca desenfrenadamente el dinero, como si eso le trajera felicidad inmediata. Y cuando se da cuenta, se le ha ido la vida; tal vez tenga dinero, pero le faltan amigos, una linda familia, una fe sólida; ahora la queja es otra, pero la insatisfacción se agudiza.

Disfruta tu matrimonio; deléitate en tus hijos, si los tienes. Si eres una persona que goza de salud, ¿sabías que millones de personas padecen graves enfermedades? ¡Disfruta tu salud!

3. Disfruta la vida que Dios te ha concedido.

De acuerdo con la Biblia, el gozo no es un buen deseo para un creyente deprimido, sino un fruto del Espíritu Santo y, por lo tanto, una realidad que se traduce en parte de la vida del cristiano (Gálatas 5:22). Pero las Escrituras van más allá. Pareciera que nos ordenan (tal como el décimo mandamiento) alegrarnos en Dios. Es decir, experimentar el gozo es parte de la obediencia que el Señor espera de sus hijos. Por lo tanto, aprovechar los espacios de felicidad que Dios nos abre en este mundo es un aspecto básico del cumplimiento de la santa Ley de Dios. «Alegraos siempre en el Señor. Insisto: ¡Alegraos!» (Filipenses 4: 4). No se trata de entregarse a un sarcasmo vulgar y exhibir algazaras descompuestas por todas partes. Más bien, tiene que ver con manifestar el gusto por la vida que Cristo pagó por cada uno de nosotros.

¿Por qué me manda Dios ser feliz?

¿Acaso es posible la felicidad? ¡Claro que sí! El Señor nos creó a su imagen y semejanza, como seres creativos con la capacidad de imaginar proyectos para luego llevarlos a cabo. Los sueños y anhelos de los seres humanos no son motivo de molestia para el Padre celestial, al contrario, la Escritura dice: «Ama al Señor con ternura, y él cumplirá tus deseos más profundos» (Salmo 37: 4, DHH). Pero Satanás es tan cruel que destruye las ilusiones humanas y amarga la existencia de la gente para que piensen que ser felices no es más que una utopía. Todavía peor, pretende convencer a los seguidores de Cristo que ser creyentes conlleva únicamente sufrimientos, tristeza y cansancio. Nada más falso. Tal vez por eso mucha gente ve al cristianismo como un obstáculo para ser feliz y, en cambio, la vida secular como la puerta hacia la satisfacción y la plenitud de la existencia.

¿Es posible la obediencia al décimo mandamiento?

Las Sagradas Escrituras aseguran que la obediencia de la Ley es un fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5: 22-23); además, afirman que todo esto se logra a través de una sólida relación con Dios (Juan 15: 5). Ser feliz es una decisión personal y una actitud ante la vida donde Dios tiene mucho que ver. Hoy es tiempo de aceptar la ayuda divina y empezar a vivir una vida diferente. «¡Alegraos, vosotros los justos; regocijaos en el Señor! ¡Cantad todos vosotros, los rectos de corazón!» (Salmo 32: 11).

Revista Adventista de España