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«¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!» (Juan 7: 37).

La Biblia es para los cristianos un inagotable manantial de agua fresca capaz de saciar la sed de quienes, peregrinos en marcha, la consideramos fuente inspiradora de nuestra misión y la herramienta por excelencia para entender y asumir la historia de la salvación.

Desde esta perspectiva, aceptamos la Biblia como Palabra de Dios y, si es la Palabra de Dios, reconocemos que se está refiriendo al Hijo de Dios, quien existe desde el principio (Juan 1: 1).

Creer en la Palabra de Dios, y creer en el Hijo de Dios como fuente de agua donde brota la verdadera vida, significa experimentar su amor y ternura colmando la totalidad de nuestro ser, lo que nos permite también a nosotros dejarnos guiar por su Espíritu y ser para los demás brote de agua viva y agua de vida.

En el transcurso de nuestras vidas en familia o, más aún, de nuestra misión, los cristianos no podemos mantener fielmente los compromisos asumidos en el bautismo sin el imprescindible auxilio de la Palabra de Dios que, como fuente de agua viva, no se agota. Muy al contrario, brota siempre tonificante para que nunca tengamos sed los que acudimos a ella, y, saciados, nos sintamos fortalecidos.

«Abrid las puertas, para que entre la nación justa que se mantiene fiel» (Isaías 26: 2).

¿Para qué estamos en el mundo?

Para amar a Dios, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, y para extender ese amor a todas las criaturas. ¿O es que esto parece poco? Dios no deja ningún alma abandonada a un destino ciego: para todas tiene un designio, a todas las llama con una vocación personal, intransferible.

El matrimonio es el lugar divino de intercesión

Para un cristiano, el matrimonio no es una simple institución social, y mucho menos un remedio para las debilidades humanas, es un auténtico llamamiento para andar en la tierra.

Es importante que los esposos adquieran un sentido claro de la dignidad de su responsabilidad, que sepan que han sido llamados por Dios a llegar al amor divino también a través del amor humano; que han sido elegidos para cooperar con el poder creador de Dios en la procreación y, después, en la educación de los hijos; que el Señor les pide que hagan de su hogar y de su vida familiar, un testimonio vivo de todas las virtudes cristianas.

El amor, que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un camino divino, maravilloso, que nos lleve a una completa dedicación a nuestro Dios. Realizad las cosas con perfección, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid ese algo divino que se encierra en los detalles…

La carrera loca por alcanzar las cosas, los placeres, la vida social y el mejoramiento personal hace difícil encontrar tiempo para que la familia esté junta, aun para comer. La vida agitada de nuestra sociedad y la tendencia a intentar a vivir dos o tres vidas en una sola afectan negativamente la realización del altar familiar y la adoración a Dios como una familia cristiana.

La edificación del carácter, el crecimiento espiritual y la victoria en el hogar tienden a ceder ante las obligaciones del día. Los resultados destructivos se ven en los periódicos diariamente. La tasa de divorcios entre creyentes es igual a la de los incrédulos. La delincuencia juvenil, el uso de drogas, la promiscuidad, el aborto, el suicidio y los problemas psiquiátricos se encuentran en las familias cristianas tanto como en las no cristianas.

¿A qué precio vamos a pagar el descuido de este tiempo familiar? ¿Al de ver a nuestros hijos (y a sus padres) vencidos por la carne, el mundo y el diablo?

Dondequiera que encuentres una familia que practica fielmente el altar familiar, encontrarás una familia bendecida por el Señor y gozando de una integridad que no hay en las demás. Por supuesto, los padres tienen que practicar los principios bíblicos, en sus vidas personales y en sus hogares. Las devociones familiares no disminuyen la importancia de un tiempo devocional personal de cada miembro de la familia.

Parecen simples detalles, pero estos son los que componen la vida de nuestras comunidades y de nuestras familias; detalles de generosidad y entrega desinteresada, como los que enseña y debe vivir nuestra iglesia, son la mejor muestra de que sigues a Jesús, quien entendió su vida entera como un permanente ejemplo de la ternura de Dios el Padre para con sus hijos.

¿Qué clase de familia quieres?

¿Una que permanezca o una que viva en la ruina espiritual, emocional, social o física? La descripción de la familia que hace lo que Dios dice, es una que muestra sabiduría y prudencia; mientras que la descripción de la familia que no hace lo que Dios dice, expone su insensatez y necedad. Aunque muchos ponen el énfasis de esta ilustración en el fundamento, yo quiero llamar tu atención sobre algo más. Quiero que la veas como un acto de obediencia. La clave de permanecer o no, está en nuestra obediencia a Dios. Para ambos hogares Dios dio las mismas instrucciones y, en ambos casos, clarifica que los padres de la familia escucharon las instrucciones. Sin embargo, se especifica quién las siguió y quién no. La clave de la preservación y de la continuidad de cada una de estas familias reside únicamente en beber siempre agua que proviene del mismo manantial, en la obediencia y no en la tormenta.

¡La tormenta viene! Va a llover, va a soplar el viento, tu familia y tu casa van a ser azotadas; escoge hoy prepararte haciendo la voluntad de Dios, poniendo en practica lo que Dios te sugiere, y transmite a los demás lo que has aprendido para manejar las situaciones de la vida de forma saludable. Las tormentas de la vida prueban cuán fuertes son nuestros fundamentos, nuestros valores, nuestras creencias, nuestra vida espiritual, nuestra disponibilidad para obedecer a Dios, y nuestra humildad y carácter para temer su grandeza. La mayoría de la gente que se resiste a hacer la voluntad de Dios lo culpa por todo lo malo que le sucede. Cuando por decisión personal no haces la voluntad de Dios y te enfrentas a las consecuencias, terminas protestando porque tu vida se arruinó o sufriste consecuencias desagradables.

En algún momento de la vida te puedes encontrar sin trabajo, afrontando retos laborales; o vas a tener problemas económicos, familiares, con la escuela de tus hijos, la salud de tus padres mayores, etcétera. Lo que va a determinar si superarás esas situaciones y sales hacia delante con tu familia es que hayas desarrollado una relación con Dios como tu Salvador y obedezcas su Palabra. Es posible que queden cicatrices y marcas, que los demás también las vean y que te recuerden que alguna vez pasaste por una tormenta. Sin embargo, tu familia permanecerá porque actuaste de acuerdo con la voluntad de Dios para tu vida y la de tu familia; actuaste con sabiduría.

«El temor del Señor es el principio del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la disciplina» (Proverbios 1: 7).

En la vida familiar todo se trata de practicar o no las enseñanzas y consejos que te ayudan a tener una familia saludable. El agua del manantial de Jesús, por muy buena que sea para nuestras vidas, no nos puede ayudar si no bebemos nosotros primero y luego la ofrecemos también a los demás.

La tormenta viene con la misma intensidad para todos. Mateo 5: 45 dice que la lluvia cae sobre todos, buenos y malos. La diferencia está en que, mientras está lloviendo sobre todos, hay quienes escogen protegerse y quienes optan por la negligencia y el descuido de no protegerse.

La Palabra de Dios y la vida del Hijo nos enseñan a descubrir y reconocer la verdad que hay también en los que no piensan ni creen como nosotros. La verdad y la salvación no son monopolio de nadie, sino atributos y dones de Dios. Es importante aprender a respetar las diversas maneras de pensar y de creer, así como aprender también a amar a las personas por encima de las ideas y añadir una “plusvalía” a las personas bendecidas. En tu trato hacia los demás, ¿les demuestras que son valiosos e importantes, o los menosprecias? ¿Los insultas e ignoras, o los tratas con respeto, diciendo que valen mucho y que tienen que dar lo mejor de si mismos aun con sus limitaciones? ¿Qué les dices a tus hijos? ¿Les dices que nunca van a llegar a ser nadie en la vida, o les animas para que den lo mejor de sí mismos y tengan un buen futuro? ¿Cómo te muestras? ¿Abrazas a tus padres y a otros familiares, o vives echándoles en cara toda la vida que ellos no te abrazaron cuando más lo necesitabas?

La Biblia nos insta en 2 Corintios 1: 3-5 a ser consolación aun en medio de las tormentas porque, con la consolación que has recibido de Cristo, tú puedes servir de consuelo a otros. Dejar una herencia de vida depende de que tú quieras que otros reciban algo positivo porque ese es tu deseo. La Palabra de Dios no establece un término medio entre la herencia buena y la mala. Es radical, hablas bien o hablas mal. Sin zonas intermedias. El libro de Santiago (3: 10-12) lo explica muy bien: «De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada? Hermanos míos, ¿acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce».

En este momento, te voy a pedir que evalúes dónde estás, si en el lado de la bendición o en el lado de la maldición. Me refiero a qué declaras con tus palabras, con tu vida y con tus actos.

Pidamos la gracia de Dios para que nuestra vida familiar sea un oblación, un acto de amor. Y que, dondequiera que nos encontremos, seamos para nuestro prójimo señal y testimonio de su Palabra, “fuentes de agua viva”.

¡Una feliz vida familiar y que Dios os bendiga a vosotros y a todos los miembros de vuestras familias!

Revista Adventista de España