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Considerado como un gran líder humanista que atravesó los últimos dos siglos, Nelson Mandela descansó. Y como siempre ocurre, su memoria está siendo adulada en redes sociales y sitios de noticias por todo el mundo. En este caso, ¡nada más justo! Un hombre es lo que su trayectoria revela, y ese hombre deja un legado que supera las más altas expectativas en un mundo en que los valores y principios son cada vez más escasos.

Algunas personas, que usted y yo conocemos son así, superan las expectativas. Tomo el ejemplo de Mandela para ponderar que algunas personalidades podrían ser buenas liderando el Cristianismo. Personas cuya estirpe, temperamento, valores, educación, civismo, humanismo y legado serían más que bienvenidos en el seno de la religión fundada por Jesucristo. Especialmente si consideramos que en algunos lugares esas virtudes han sido nuestra mayor carencia y necesidad.

A menudo digo que la gran ley bíblica no es la Ley de los 10 Mandamientos, aunque tan crucialmente importante y todavía válida. No le quito su lugar, antes la exalto, parafraseando al apóstol Pablo. Todavía considero la gran Ley del evangelio tan apremiante en nuestros días, la llamada Ley de la Reciprocidad; en palabras más sencillas: ‘Hagan con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes’.

Ética, en la práctica, es eso, creo yo. En la estela de Mandela, leí algo que creo, resume el ideal del servicio de un hombre, sea quien sea. Comparto: “Para servir es necesario salir de la zona de confort, esto es, hacer lo que no se desea, dedicar tiempo a las tareas poco atractivas, asumir responsabilidades despreciadas por la mayoría, hacer el `trabajo sucio´”, en fin, hacer o que a nadie le gusta hacer. Para servir es necesario vencer el orgullo, esto es, estar dispuesto a ser tratado como esclavo, tener los derechos pisoteados, ser desprestigiado, sufrir injusticias, convivir con casi ningún reconocimiento, en fin, no dejarse disminuir por la manera como las personas tratan a los que consideran inferiores.

Para servir es necesario renunciar a los intereses propios, esto es, pensar en el otro en primer lugar, ocuparse más en dar que en recibir, callar primero, perdonar siempre, siempre pedir perdón, en fin, hacer lo posible para que los demás se beneficien aun cuando esto cueste perjuicios y daños personales.

No es por menos que en cualquier sociedad existen más clientes que siervos. Servir no es privilegio de muchos. Servir es para gente grande. Servir es para gente que se conoce a sí misma, y está segura de su identidad, a tal punto que nada ni nadie lo disminuye. Servir es para gente que conoce el corazón de las personas, de tal manera que nada ni nadie causan suficiente decepción para abandonar el servicio.

Servir es para quien conoce el amor, de tal manera que no conoce precio demasiado elevado como para abandonar el servicio.  Servir es para quien conoce el fin al cual se puede llegar sirviendo y amando, de tal manera que no es motivado por el reconocimiento, la gratitud o la recompensa, pero por el propio privilegio de servir. Servir es para pocos.

Servir es para gente que se parece a Jesús.

En un mundo donde las relaciones humanas son corrosivas y se corroen al costo de falsos moralismos y otros ismos, el ejemplo de ese líder que descansó retumba. ¡Un servicio altruista, cómo sería bueno verlo surgiendo! “La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio”, declaró la escritora cristiana Ellen White. ¡Mandela sirvió! ¡Que su ejemplo inspire al cristianismo en el servicio al prójimo! Finalizo con una de sus frases célebres: “La muerte es inevitable. Pero cuando un hombre hace lo que considera su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz”.

Fuente: adventistas.org Foto: (cc) Werner Vermaak/Flickr.

Revista Adventista de España