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¿Qué hay detrás de nuestra interacción con los demás?

Imagina la simple forma de una cruz. Los planos de una catedral, la empuñadura de las espadas, la cola de los aviones, la laminina (complejo proteínico), lápidas, aros y paracaídas; incluso, el logo del ejército Suizo. Los objetos que se asemejan a la forma de una cruz son cruciformes; es decir, con forma de cruz.

Ahora, imagina una mente cruciforme. No se trata de un cerebro humano que tenga la forma de una cruz, sino una mente que está moldeada, espiritual y moralmente, por el significado de la cruz: una actitud de abnegación y de entrega que llevó a Jesucristo a anonadarse por los demás, hasta el punto de llegar a la condición de siervo, humillándose “hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2: 8).

Una vida moldeada por la cruz

Imagina una vida moldeada por la cruz en la que escogemos el camino del amor, la reconciliación y la paz, y nos entregamos desinteresadamente por el bien de los demás. Imagina la “cruciformidad” con otros: tener la misma mente, amarse el uno al otro, trabajar juntos con un mismo propósito en humildad y mutua sumisión, pensando primero en los demás como si fueran mejor que uno mismo. ¡Como tener a Jesús en el interior!

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (vers. 5). Quedamos asombrados por la cruciforme mente de Cristo y por la invitación a seguir su ejemplo. La cruciforme mentalidad de Cristo es uno de los primeros “desplazamientos tectónicos” que el verdadero reavivamiento genera en nuestro corazón. Un cambio drástico del yo en relación con Cristo es seguido por un cambio del yo en relación con los demás. La mente de Cristo, ahora, dirige nuestros pensamientos, respuestas y acciones hacia los demás. La “cruciformidad” es una obra profunda e invisible que está detrás de todo lo que vemos en nuestra interacción con otros.

Un espíritu de orgullo y rivalidad se abre camino en nuestra vida diaria. Oposición, envidia, discusiones, alienación, hostilidad y violencia de toda clase forman parte de la realidad humana. El conflicto, en cualquiera de sus manifestaciones, es algo común en nuestra vida: en nuestro matrimonio, en el trabajo, en la iglesia, con nuestros hermanos, en el mundo. La lucha en contra de los demás y de Dios es el horizonte del gran conflicto que experimentamos en nuestro propio corazón. Así es como pensamos: una mentalidad autogratificante y competitiva, que está determinada a seguir nuestra propia voluntad y nuestro propio camino. Tenemos que ganar, incluso a costa de la paz, la cooperación y el amor. La vida nos enseña que esto nos puede suceder a todos en cualquier momento y lugar. Las luchas de poder, control, deseos y pensamientos son inevitables. Ningún lugar está más allá de los límites ni nadie está exento.

Pero la mente cruciforme de Cristo puede quebrar el círculo vicioso en nuestra vida.

La mente de Cristo

En Filipenses 2, Pablo despliega una “historia maestra” de la mente de Jesús en relación con Dios y con los seres humanos perdidos. Es una narración poderosa; si bien era Dios, Jesús no se aferró a sus prerrogativas divinas o a sus derechos para buscar su conveniencia, sino que se anonado, se humilló y fue crucificado en una cruz (vers. 6-8).

La mentalidad de Cristo “a la manera de la cruz” se extiende hasta la pasada eternidad: antes de la creación de nuestro mundo, antes de que el espíritu de egoísmo, rivalidad y conflicto explotara en el cielo y envolviera a nuestro mundo. Él era el Cordero inmolado desde la fundación del mundo (Apoc. 13: 8). Jesús actuó en su vida y en su muerte de acuerdo con la voluntad y el carácter de su Padre: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14: 9). “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (vers. 7). El acto del Hijo en la cruz fue un acto de “semejanza familiar”, de conformidad con Dios. Dios es semejante a Cristo. “Cruciformidad” es una cualidad del carácter de Dios. El Padre, el Hijo y la cruz están unidos. Una manera de conocer a Dios es a través de la cruz de Cristo.

La “historia maestra” ocurre dentro del contexto de la rivalidad entre los cristianos en Filipos. Su actitud interesada y egoísta estaba en oposición a la actitud altruista y desinteresada de Cristo. La unidad del cuerpo estaba siendo amenazada. Solo las actitudes y las acciones que reflejaran la mente de Cristo podían restaurar la paz de estas relaciones tensas. Por eso, el llamamiento “Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2: 2-5).

Pablo sabía lo que estaba pidiendo. Su encuentro con Jesucristo en el camino a Damasco lo había tomado por sorpresa. Fue una experiencia de completa gracia que generó su conversión: un cambio dramático y radical en lo profundo de su corazón. Había sido una persona obstinada, orgullosa y egoísta; engreído, agresivo, tendencioso, intimidador, insensible, odioso, rencoroso, castigador y violento (1 Tim. 1: 13; ver Hech. 8: 3; 22: 4, 5). Había irrumpido en la vida de personas inocentes dejando un vendaval de destrucción, dolor y muerte.

El poder de la cruz

Entonces conoció a Jesús, quien no se aferró a sus derechos sino que se anonado a sí mismo y, humillándose, fue muerto en una cruz por él, el orgulloso, obstinado, egoísta y violento perseguidor. Pablo quedó profundamente conmocionado, atrapado ahora por la visión de la mentalidad de Cristo. Ahora quería que su propia vida y ministerio personal contaran una historia semejante a la “historia de la cruz”: “[Vamos] llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida” (2 Cor. 4: 10-12). Él es la manifestación viva la historia de la cruz.

Nuestra existencia cristiana debe ser transformada a la imagen de Cristo, en la cual nada es hecho por egoísmo o rivalidad. “Cruciformidad” es el patrón en desarrollo del morir en Cristo, que produce en nosotros una persona semejante a Cristo (cruciforme). Ser espiritual es para nosotros haber comprendido la historia de la cruz de tal manera que esta ha transformado toda nuestra existencia a la imagen de Cristo: una vida caracterizada por el amor abnegado, en la que el poder se manifiesta a través de nuestra debilidad, en la que escogemos el camino de la paz, la reconciliación, la unidad; AMOR.

Ser como Jesús

Carlos y su esposa estaban en constante conflicto. Cada vez se sentía más herido y lleno de odio en su respuesta a las palabras y la conducta de ella. La ira y la amargura llenaban su corazón. El amor casi había desaparecido. Entonces Dios habló, no audiblemente, sino en la profundidad de su ser: “Carlos, si mi Hijo estuviera casado con tu esposa, no habría nada que ella pudiera hacer que provocara amarla menos. No habría nada que impidiera perdonarla, servirla o ponerla en primer lugar. Carlos, si mi Hijo estuviera casado con tu esposa, no habría nada que ella pudiera hacer para que él se sintiera herido o lleno de odio en su respuesta a las palabras o la conducta de ella. Nada. Si mi Hijo estuviera casado con tu esposa, pondría a un lado su yo hasta la muerte, como en verdad hizo en el Calvario”.

Imagina las implicancias de una mente moldeada por la cruz en nuestra propia vida. ¿Qué diferencia marcaría en nuestras relaciones? Nuestro corazón es un importante campo de batalla del Gran Conflicto. ¿Qué camino escogeremos? ¿Permitiremos que la mente de Cristo dirija nuestros pensamientos, nuestras respuestas y cómo nos relacionamos con los demás? ¿Escogeremos la no rivalidad? ¿Seremos reconciliados? ¿Estamos dispuestos a dejar nuestro camino o nuestra voluntad, para beneficio de los demás, por Jesús?

Esta mente cruciforme no puede ser alcanzada a través de nuestro propio esfuerzo. Solo el Espíritu de Cristo puede dirigir y fortalecer nuestro corazón hacia el amor, la paz, la paciencia, la disciplina propia y la abnegación (Gál. 5: 16-18, 22-24). Como el apóstol Pablo, esa obra comienza cuando la historia de la cruz y la cruciforme mente de Cristo se apoderan de nosotros. La muerte de Jesús nos ofrece una auténtica imagen de la verdadera naturaleza de la rivalidad, y la única manera en que podemos enfrentarla verdaderamente. En el poder del Espíritu Santo, vive una vida moldeada por la cruz.

Preguntas para reflexionar y compartir

1. ¿Cuál es la verdadera naturaleza de la rivalidad?

2. ¿Qué es lo que significa tener una “mente cruciforme”?

3. ¿De qué maneras específicas puedo cooperar con el Espíritu Santo para tener la “mente de Cristo”?

Revista Adventista de España