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En 1990, la iglesia y la familia eran las fuentes principales de inspiración en cuanto al aprendizaje de los valores morales. Hoy día, ambas instituciones han dejado de serlo a favor de los grupos de amigos y de la industria televisiva, entidades que tienen una gran influencia en el rechazo de la religión. Las familias formadas por personas creyentes y practicantes de una religión junto a otras personas no creyentes están en aumento.

El atributo de “no creyente” no se limita solamente a determinadas situaciones, sino que implica diversos aspectos. Habitualmente tachamos de no creyentes a las personas que manifiestan oposición hacia nuestro sistema de valores espirituales. En el ámbito de los no creyentes, incluimos a aquellos que no frecuentan nuestra denominación o no tienen ningún compromiso espiritual con alguna iglesia; a aquellos que se han convertido en inactivos, apáticos y se oponen a la reintegración dentro de la iglesia; o a aquellos que pertenecen a otras denominaciones cristianas diferentes de la nuestra.

A pesar de ello, solo Dios conoce y puede juzgar el corazón de las personas. Un día, un adolescente me confesó su intención de abandonar el hogar, su casa. Se le hacía muy injusta la evaluación que uno de sus progenitores hacía de su vida espiritual al considerarla un fracaso, hecho que lo llevaba a tomar medidas sancionadoras. Por el contrario, el joven me confesaba que de noche, cuando sus padres se iban a dormir, él se quedaba a solas con Dios, orando en su habitación.

La tendencia que tenemos de poner en evidencia la incredulidad de nuestros familiares y, al mismo tiempo, el afán de situar su salvación en la lista de cosas urgentes de nuestro calendario, nos lleva muy a menudo a resultados contrarios a lo que esperamos. A veces, los métodos que usamos para lograr la integración de un no creyente (lamentarse públicamente del dolor provocado por su incredulidad, llamamiento a la oración, estrategias para intentar ponerlo cara a cara con un grupo de creyentes o con el pastor) pueden llegar a ser agresivos, humillantes, o producir el efecto contrario. Cuando una persona, en presencia del niño o adolescente, demanda públicamente una solución al problema que atraviesa como padre/madre, aquel niño evitará volver a ese lugar en el que se sintió avergonzado. Cuando un marido/esposa convierte la incredulidad de su pareja en “su cruz” y no pierde la oportunidad de lamentarse por ese dolor delante de cualquiera dispuesto a escucharlo, llegará a complacerse en recibir compasión por su martirio en vez de buscar el afecto de la pareja.

Por lo tanto, lo mejor que podemos hacer por un miembro de la familia que se encuentre en alguna de las situaciones mencionadas anteriormente es interceder por él ante el Todopoderoso.

Entendiendo la incredulidad

Como creyentes, debemos entender de manera correcta la naturaleza de la incredulidad de nuestros familiares para no alejarlos de nosotros por el simple hecho de establecer un diagnóstico erróneo del problema. A veces tachamos de incrédulos a los que, en realidad, tienen un enorme potencial de fe, al igual que el discípulo Tomás. El fue el que, antes expresar sus dudas, sugirió a los discípulos que fueran a morir junto a Jesús (Juan 11: 16). En ese momento no eran muchos los discípulos dispuesto a tal cosa. Tomás pertenece al grupo de personas que cuando se entregan a alguien, lo hacen de todo corazón.

El problema que presenta este tipo de hombres y mujeres, según comenta Charles Swindoll en su libro Growing deep in the Christian life, es que cuando son defraudados, su reacción es similar al “movimiento drástico de un péndulo”. Cuando caen, se derrumban. Después, alejándose como medida de seguridad (lo que a veces llamamos incredulidad) investigan todo con extrema precaución para evitar la recaída en el sufrimiento.

Clarence Macartney delinea con claridad el marco en el cual encaja el retrato de Tomás. «Es cierto que Tomás pide señales, evidencias específicas, pero no del modo en el que lo haría un escéptico o un racionalista. La diferencia entre un incrédulo racionalista y Tomás consiste en el hecho de que un racionalista no quiere creer. Este solo busca razones para demostrar la falsedad e incoherencia del cristianismo. Por el contrario, Tomás quiere creer. El racionalista honesto defiende su postura en base al estudio, al contraste de pruebas, al palpar el mundo natural, haciendo que otro mundo parezca irreal. Mientras que la incredulidad de Tomás es fruto del enojo» (Clarence E. Macartney, Of Them He Chose Twelve, Grand Rapids (Míchigan), Baker Book House, 1969, págs. 73-75). La incredulidad de Tomás no es comparable a la de un aficionado de sangre fría, sino a la de un ser humano que había perdido a su Señor y Maestro, razón por la cual su corazón se llenó de tristeza.

La incredulidad nacida de la tristeza es la más profunda. Su origen está en el océano de las vivencias tristes. Las numerosas incredulidades que viven nuestras familias no provienen de las críticas de los estudios teológicos o de los debates religiosos fracasados, tampoco se conciben en los laboratorios estudiando las leyes de la naturaleza ni intentando corregir el orden cronológico o genealógico.

Las incredulidades de nuestras familias nacen, la mayoría de las veces, en las bibliotecas y los laboratorios del alma. Son dudas sombrías concebidas de las acciones tristes de la vida. El lado positivo de esta realidad es que este tipo de incredulidad puede llegar a durar solo mientras perdure dicha tristeza. Por tanto, antes de interceder por los incrédulos debemos barrer el camino que lleva a la iglesia de todo polvo que pueda provocar alergias. ¿Cómo podemos pretender que alguien venga o regrese a un sitio en situaciones de inquietud y alboroto?

La intercesión por obras

Con el fin de que la intercesión por la oración dé sus frutos, es necesaria una intercesión anterior, intercesión por nuestras obras. Es hora de dejar de usar la expresión “No mires a las personas, mira solo a Jesús.” Considerando esto, la persona en cuestión puede mirar a Jesús desde el entorno en el que está, no teniendo que cambiar nada. Los incrédulos no tienen la madurez suficiente como para saber entender esta frase. Al mismo tiempo, los cristianos aplican estas expresiones de manera indebida, la mayoría de las veces para excusar su incapacidad o hipocresía.

La esencia del mensaje de la iglesia para los no creyentes es la siguiente: “Recibe la fe y recibirás las bendiciones del Señor, el amor de los hermanos, la paz del alma y la amistad de Jesús”. Ante tal propuesta, es de esperar que el destinatario tome el camino esperado. En cambio, los incrédulos también tienen un contramensaje para los creyentes. A pesar de que muchas veces este mensaje es tácito, se encuentra presente en la mente e inquietud interior de esta persona. El eco de ese mensaje es el siguiente: “Esta fe de la que hablas, ¿te ha traído a ti los beneficios que deseas para mí?” La respuesta a esta pregunta nos desvelaría quiénes son los verdaderos cristianos.

En la antesala de la intercesión, encontramos tres recomendaciones que nos sirven para mejorar nuestra relación con los no creyentes de la familia:

Entorno familiar positivo. Para la mayoría de los niños, el sábado es el día en el que son castigados con más frecuencia. Si a lo largo de la semana los pequeños fallos pasan desapercibidos, en sábado, en la iglesia, la gravedad de estos hechos pasa a dimensiones “pecaminosas” y no pueden quedar impunes. Por supuesto, el castigo se aplica en casa, en familia, donde creemos que nadie nos ve. De esta manera, en lo más insospechado, dentro del alma de niño el sábado se convierte en el día en que esperan ansiosos la puesta de sol, el día en el que esperan con impaciencia la llegada del domingo. Así, como consecuencia de los múltiples disgustos asociados al sábado y a la iglesia, los niños deciden desde su infancia el autoexilio en la tranquilidad de la incredulidad para cuando puedan decidir por sí mismos. Entonces se convierten en los destinatarios de las oraciones más fervientes (para su regreso a la fe) y de los más sinceros mensajes de amor por parte de su familia que les echan en falta. Y posponen su regreso porque se deleitan con la felicidad de su libertad de esclavo fugitivo.

La combinación de una educación cristiana en un ambiente familiar positivo tiene fuertes efectos. El respeto a la doctrina de la iglesia y a sus líderes es uno de los factores clave de la madurez y salud espiritual. Cuando en el entorno familiar fomentamos estos aspectos, los familiares no creyentes y los niños se integran con más facilidad en la trayectoria de la fe. Si durante el sábado la iglesia dedica una mirada, unos momentos y una sonrisa a esta categoría de personas, despertará en ellos una sentimiento de pertenencia. Es mucho más difícil abandonar un sitio que te pertenece y en el que estás integrado que uno en el que no se te tomó en cuenta. Los no creyentes tienen que saber que son el centro de atención de Dios y que su preocupación constante es su salvación mientras que la iglesia es su ayudante en esta misión.

La flexibilidad. El ejemplo que damos a los compañeros incrédulos tiene gran importancia. Mientras que el pacto con Cristo no es negociable, en la relación con el compañero se pueden intercambiar diferentes puntos de vista. La flexibilidad del creyente y su disposición para aceptar opiniones del compañero, en aspectos que no afectan su espiritualidad, son claves que abren el camino para que el que no cree, llegue a adquirir los valores sostenibles de la fe. No tienes que convertirte solo en una “residencia teológica” para el otro, a la espera de sus momentos de vigilia. Llegará un tiempo en la vida cuando nuestros seres queridos sientan la necesidad de pertenecer a un causa más noble que no solamente vanidad. Asegúrate de que no buscarán otro refugio en momentos así.

El amor. Si has defraudado a los miembros no creyentes, les has hecho daño o has pecado contra ellos, la única manera de remediar las relaciones es a través del amor. Porque Dios es amor y desea que la mayor lección que aprendamos sea la del amor. El amor debe ser el requisito fundamental de evaluación y corrección del comportamiento moral; es la base de la ley de Dios.

La intercesión

Para las familias de hoy día se hace cada vez más difícil comer en familia; más aún para orar juntos. Pero Dios creó las familias e incluso después de que la primera familia pecara. Él encontró una manera de llevarla de nuevo a su plan. La gravedad de este problema no es tal como para que Dios no lo pueda solucionar. Pero requiere de nuestra ayuda para ello.

La oración es la expresión natural de la vitalidad de nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. En el Antiguo Testamento podemos ver una evolución gradual del concepto de oración. Daniel, que tiene en muchos aspectos una trayectoria similar a la de José, al mismo tiempo difiere totalmente en otros. Las dos historias tratan de sueños y de su interpretación, ambos héroes son cautivos y ambos llegan a tener estatus muy importantes en la sociedad. La misma fe es protagonista de ambas historias. Pero, mientras que en el relato de José no aparece ni una sola vez la palabra “oración”, la historia de Daniel se desarrolla íntegramente por la oración. La causa de esta diferencia se debe a la razón que llevó al pueblo de Israel a madurar el concepto de oración a lo largo de los nueve siglos que separan las dos historias. A lo largo de este tiempo, los grandes personajes de la Biblia se convierten poco a poco en hombre de oración. Las oraciones plagadas de peticiones de prosperidad que destacaban en los principios son reemplazadas por las oraciones de confesión e intercesión. La razón que llevó a cambiar la dinámica de la oración en el pueblo de Israel fue tomar conciencia de los devastadores efectos del pecado.

Al igual que en el antiguo pueblo de Israel, nuestra intercesión por los miembros de la familia se verá incrementada según nos demos cuenta y asumamos las consecuencias del pecado en nuestras vidas. No serán nuestras habilidades las que ayudarán a nuestros semejantes, sino el hecho de estar conectados a Dios. La intercesión espiritual será la que dé verdadero sentido a nuestra existencia. Lo que haces hoy por la mediación puede tener consecuencias en la eternidad. El apóstol Pablo nos dice cincuenta y tres veces que oremos los unos por los otros. ¡Oremos como si la vida de nuestros semejantes dependiera de nuestras oraciones!

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Revista Adventista de España