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Sin duda que este es un título controvertido porque nos coloca ante un planteamiento extraño: ¿Dios tiene problemas? Nosotros pensamos que los problemas son exclusivos de la raza caída, pero ¿es esto cierto? Consideremos juntos este tema desde el lado humano.

Me dirijo ahora a los que sois padres. Imaginad que una noche os llaman por teléfono y os dicen: “Le llamamos desde la comisaría para comunicarle que su hijo está detenido y mañana entrará en prisión por haber delinquido gravemente”. Decidme ¿quién tiene el problema? ¿el hijo, los padres o ambos? El problema lo tiene el hijo, pero ¿qué decir de los padres? Sin lugar a duda también lo tienen porque entre ambos existe un lazo muy fuerte que se llama “amor” y el amor hace que el problema de alguien querido sea mi problema.

Una de las verdades más importantes que presenta la Escritura es que Dios nos ama; esto tiene una consecuencia: los problemas que tenemos nosotros son un problema también para Dios. Entonces ¿cuántos problemas tiene Dios?

Hagamos el siguiente silogismo: Si Dios nos ama a todos y cada uno de nosotros tiene un problema, entonces Dios tiene tantos problemas como seres humanos hay. Si somos 7.000 millones de personas, Dios no tiene un problema sino que tiene un montón de problemas. De entre todos sus problemas, me gustaría considerar tres problemas que a Dios le hacen sufrir.

1. La duda de su amor

El primer problema que quiero mencionar es que el ser humano, ante la adversidad, tiende a dudar del amor divino. Esto debe ser muy doloroso para Dios porque una cosa es no estar de acuerdo con algo que Dios haga y otra es que dudemos de sus motivos.

Si vamos al libro del Éxodo y evaluamos al pueblo de Dios en el desierto ¿sabes qué es lo que más se repite? Las dudas de este pueblo hacia su Dios. ¿Qué ocurre hoy con su pueblo? Me da la impresión de que seguimos con el mismo problema.

¿Recordáis cuáles fueron las últimas palabras que Jesús pronunció a sus discípulos antes de ascender al cielo? Si vamos al evangelio de Mateo leemos lo siguiente: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). ¿Por qué Jesús dio este mensaje? Sin duda porque su presencia entre nosotros es algo indispensable. Es verdad que cuando las cosas nos van bien, no necesitamos la seguridad constante de su presencia, pero durante la batalla… si.

La presencia es importante porque es una manifestación del amor; es decir que el que ama, está, y sobre todo está en los momentos más delicados. Cuando alguien te dice que te ama, pero nunca está, tendemos a pensar que no es cierto lo que nos ha dicho. Así que “la presencia” es un indicativo del amor y “la ausencia” es un indicativo del no amor.

Ahora fijémonos en el inconveniente que tiene Dios. Por un lado Dios siempre está, pero por otro lado a Dios nadie le puede ver. Dios se encuentra en un extraño dilema: está pero de forma invisible. ¿Te das cuenta de la situación? El no verle supone ausencia y la ausencia incita a dudar de su amor. Este es el primer problema de Dios, que sus hijos al no verle piensen que no está.

2. No conseguimos entenderle

A Dios le encantaría que todo lo que él hace fuese comprendido por sus hijos. La realidad nos muestra que esto no es así. De hecho muchas de las cosas que nos pasan en la vida no las entendemos. Pongamos un ejemplo: En la Santa Cena, Jesús desea lavar los pies a Pedro pero éste no se deja. En ese momento surge una especie de discusión entre ambos y Jesús tiene que cortarla diciendo: “Lo que yo hago tú no lo comprendes ahora pero lo entenderás después” (Juan 13:7).

La incomprensión de las cosas de Dios se da a todos los niveles. ¿Por qué sucede esto? Porque nuestros intereses son diferentes a los intereses de Dios. Dios planifica de acuerdo a un plan, nosotros hacemos lo mismo. El resultado es que cuando ambos planes se juntan no coinciden y entonces surgen los porqués.

Uno de los desafíos del creyente es descubrir cómo trabaja Dios. Esto nos ayudaría a entender sus planes. Qué bueno sería si con Dios sucediese como en el matrimonio. Cuando un esposo va a hacer algo… la esposa ya sabe lo que va a hacer antes de que lo haga. ¡Increíble! pero cierto ¿Cómo conseguir esto con Dios? Ahí lo dejo para tu reflexión.

3. No oímos su voz

¿Cuál es tu pensamiento sobre Dios? ¿Crees que habla mucho, poco o nada? La opinión de muchos creyentes es que Dios no habla. Pero ¿esto es así? Bueno, tenemos que decir que esto choca con lo que dice la Escritura: “Dios nos ha hablado muchas veces y de muchas maneras” (Heb. 1:1). Si esto es así ¿cómo es que hay hermanos que dicen que Dios no habla? Para responder a esta pregunta debemos considerar dos cosas: a) ¿Cómo habla Dios? b) ¿Qué necesitamos nosotros para escucharle?

¿Cómo habla Dios?
Consideremos un ejemplo de la Escritura que nos sirva como base: Elías servirá para nuestro propósito. Elías es perseguido por Jezabel quien quiere matarlo. Y en su huida camina 40 días y 40 noches y se mete en una cueva en el Monte Horeb. En ese monte se le aparece Dios. ¿Y delante del profeta aparecen diferentes escenas:
a) La primera escena. Elías se encuentra frente a un viento muy fuerte, un huracán (El texto dice que era tan fuerte que rompía los montes y las peñas). Elías pensó que ese era el medio adecuado para Dios. Pero el texto nos dice que “allí no estaba Dios”.
a) En la segunda escena Elías se encuentra en medio de “un terremoto” (todo temblaba). Elías pensó que ese era el medio adecuado para Dios. Pero de nuevo el texto dice que “allí no estaba Dios.”
b) En la tercera escena Elías se ve delante de un muro de “fuego”, y Elías pensó que ese era el medio adecuado para Dios. Pero el texto, una vez más dirá que “allí no estaba Dios”.
c) Finalmente todo desapareció y no apareció nada. Elías se quedó solo con el “silencio”. Elías miró, pensó y se dijo, aquí no está Dios. Pero el texto nos dice que allí era donde estaba Dios y desde el silencio Dios habló con el profeta.

¿Qué lección podemos extraer de este pasaje? ¡Que Dios habla en el silencio! Esto supone un problema: nuestro mundo no está preparado para escuchar la voz de Dios, hay demasiado ruido. Pero este no es el verdadero problema. Lo que importa no es lo que sucede en el mundo sino lo que sucede en nuestro interior: es decir, de lo que se trata es de saber si nosotros estamos preparados para oír su voz. ¿Hay silencio en nuestra mente y en nuestro corazón? Dicho de otra forma, en nuestra mente ¿hay malos pensamientos? ¿preocupaciones?, ¿dudas?, ¿tensiones?… Si lo hubiera, tengo que decirte que cada una de estas cosas hace tanto ruido que nos impedirán oír la voz de Dios.

¿Qué necesitamos para escuchar a Dios?
Hemos mencionado que Dios habla en el silencio, así que de lo que se trata es de conseguir que ese silencio que Dios usa para hablarnos podamos ponerlo dentro de nosotros. La cuestión a aclarar aquí es ¿cómo conseguir ese silencio? La respuesta es “teniendo Paz“ y ¿cómo podemos poner paz en nuestro interior?

Para responder a esa pregunta consideremos el siguiente pasaje: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mat. 5:23, 24).

¿Por qué este consejo? Cuando tú te presentas delante de tu Dios, Dios quiere hablar contigo. Desea decirte cosas que necesitas oír, que te ayuden en tu diario vivir. Pero las discordias entre hermanos generan tensiones que destruyen nuestra paz. Sin paz no hay silencio y sin silencio la voz de Dios no es audible. Por eso Dios nos da ese consejo tan sabio: “En lo que dependa de vosotros estad en paz con todos los hombres” (Rom.12:18). Cuando uno está en paz con los demás el silencio interior es posible y en ese silencio Dios te dirá cosas que podrás oír. Cuánto necesitamos todos tener paz, la Paz con mayúsculas que viene del cielo.

CONCLUSIÓN

Quiero terminar dejándote las siguientes recomendaciones:

  • Recuerda que mientras exista el pecado, Dios es alguien que tiene problemas y vive preocupado. Su problema y preocupación eres tú y soy yo.
  • Recuerda que hay tres cosas que a Dios le encantaría que tuvieses resueltas: el amor de Dios hacia nosotros, comprender lo que él hace y oír su voz.
  • Ojalá que, mientras vivimos en este mundo, contribuyamos, de alguna manera, a aliviar las preocupaciones de Dios.

Que Dios te bendiga. Amén.

Revista Adventista de España