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“Diré yo a Jehová: Esperanza mía y castillo mío;
Mi Dios, en quien confiaré.
Él te librará del lazo del cazador,
De la peste destructora”

Salmo 91:2-3

Si realmente confiamos en Dios, no tendremos que temer de los peligros que no se ven. Al igual que en la antigüedad los plebeyos se refugiaban en los castillos del rey cuando acudían los enemigos, se sentían seguros, así como no podían defenderse y recurrían al abrigo de los muros del castillo en cuyas almenas estaban los soldados del rey rechazando el ataque por ellos, del mismo modo, debemos confiar en Dios y acudir a él cuando veamos o sintamos el peligro acercarse. Dios no solo nos protegerá, también enviará sus ángeles para que peleen por nosotros y nos defiendan.

Pero el salmo va más allá aún. Hay enemigos que no se ven venir. Así como un buen cazador esconde las trampas para que la víctima no la vea y caiga en ella, así como el enemigo de la enfermedad no se ve venir y contagia como la peste nocturna que mata y no se puede luchar con armas contra ella, del mismo modo Satanás nos tiende trampas, lazos como un cazador, nos echa virus en el camino para contagiarnos del pecado. La promesa nos dice que Dios también nos ayudará a estar atentos para ver esas tramas, a identificar el peligro y evitar los contagios innecesarios. Sólo estando atentos a las instrucciones de Dios, leyendo su Palabra y orando, estaremos alerta y sensibles ante las trampas del enemigo.

Revista Adventista de España