“Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal” (1 Rey. 19:18).
Y allí [el Monte Horeb] se metió [Elias] en la cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elias?” Él respondió: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida”.
Él le dijo: “Sal fuera y ponte en el monte delante de Jehová”. Y he aquí que Jehová pasaba, y un grande y poderoso viento rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová, pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego, pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego hubo un sonido apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elias, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva.
Su petulancia fue acallada. El Señor quería que él comprendiera que los elementos ruidosos y bulliciosos no siempre son los que producen los mejores resultados. El silbo apacible puede suavizar y realizar grandes cosas.
El Señor convenció a Elias de que quien mal hace no siempre bien acaba. Él le dijo que fuera a la tierra de Horeb y nombrara a tres personas que pudieran cumplir el propósito del Señor de castigar al Israel idólatra. Trabajando de maneras diferentes, estos tres habrían de vindicar el conflicto entre Dios e Israel.
Entonces, Uno que conoce cada corazón, corrigió la impresión que abrigaba Elías de ser el único que adoraba a Dios. “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron”.
El Señor deseaba enseñarle a su siervo que no es por el montaje de un gran espectáculo, ni por la representación más poderosa, que se tiene más éxito en realizar la obra. Ni tampoco ha de ser en virtud de una presentación magnífica que se haga por medio de la pluma o de la voz que se alcance el mayor éxito (Carta 62, 1900).