El texto mediante el cual el Espíritu me ha hablado hoy es el que leemos en Éxodo 12:40 – «El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue de cuatrocientos treinta años».
Todo comenzó con aquellos hermanos que, por envidia, vendieron al favorito de papá a una caravana de ismaelitas. La providencia divina, tal y como José reconocerá, hizo que una despiadada acción se convirtiera en una bendición.
Después de haber llorado mucho, Jacob tuvo la oportunidad maravillosa de volver a ver a su hijo. Fue en Egipto. Allí llegó con todos sus hijos y toda su casa. Un total de setenta personas que se sumaron a José y sus hijos Efraín y Manasés.
José llegó a Egipto como esclavo, pero recibió a su familia siendo la mano derecha del faraón. Así actuó la providencia y favoreció a la descendencia de Abraham. Pero «se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José» (Éxodo 1:8). Y cambiaron las cosas.
Todo fue más complicado a raíz de este desconocimiento faraónico. El que había entrado como esclavo y se había convertido en mano derecha de faraón, ahora volvía a ser esclavo porque el faraón se había olvidado de él.
Años de esclavitud
En aquel desconocimiento arrancaron los cuatrocientos treinta años. La celebración de la Pascua marca el final de este largo período, ya que esa fiesta señala el día de la liberación milagrosa de las huestes de Israel de la tierra de la esclavitud.
Cuatrocientos treinta años dan para mucho. En términos modernos, ese tiempo equivale a catorce generaciones. Eso es mucha gente. En términos bíblicos, ese período cubre unas seis generaciones. Hubo quien fue nieto de esclavos y abuelo de esclavos. Gente que pasó toda su vida siendo esclava, hijo de esclavo y sin perspectiva alguna de dejar la esclavitud. Gente que nació y murió en esa única realidad: la servidumbre de Egipto.
Sólo cuando Dios intervino con mano poderosa, Israel pudo abandonar su condición de esclavitud para heredar la tierra que se le había prometido a su antepasado Abraham.
Entonces leemos: «De cierto os digo que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca» (Mateo 24:34).
¿A qué se refiere con «todo»? Miremos el contexto:
«Entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, y todas las tribus de la tierra harán lamentación cuando vean al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Enviará sus ángeles con gran voz de trompeta y juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro. De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. De cierto os digo que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». (Mateo 24: 30-35).
Años de espera
Hablando de generaciones, desde que Jesús pronunció estas palabras hasta el día de hoy, han pasado dos mil años, es decir, cien generaciones en términos actuales o veintinueve generaciones en términos bíblicos.
Somos hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de personas que no han visto con sus ojos el cumplimiento de la promesa. Hubo quien escuchó a Jesús aquel día cuando pronunció aquellas palabras sentado en el Monte de los Olivos mirando hacia Jerusalén. Desde entonces, generación tras generación ha pasado sin recibir lo prometido (Hebreos 11:39).
Vamos a la conclusión. Al igual que el tiempo de esclavitud en Egipto tuvo un principio y, gracias a Dios, un final, así será también con el final que se nos ha prometido. Hoy vivimos inmersos en una realidad que tiene fecha de caducidad. Pronto volveremos a casa. Pronto llegará la última noche antes de partir. Pronto podremos decir que el tiempo que los hijos de Dios hemos habitado a este lado de la eternidad ha terminado.
Seguimos aquí, pero aquel día llegará. Entonces se cumplirá la Escritura cuando anuncia que el Señor …
«… Destruirá a la muerte para siempre,
y enjugará Jehová el Señor las lágrimas
de todos los rostros
y quitará la afrenta de su pueblo
de toda la tierra;
porque Jehová lo ha dicho.
Se dirá en aquel día:
“¡He aquí, éste es nuestro Dios!
Le hemos esperado, y nos salvará.
¡Éste es Jehová, a quien hemos esperado!
Nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación”» (Isaías 25:8-9).
Años de esperanza
Sí, han pasado muchas generaciones desde que se hizo la promesa. Sí, desde nuestro punto de vista, todo parece muy complicado. Es cierto, desde el día en que los padres durmieron, todo parece permanecer así como desde el día en el que Él prometió volver.
Pero, al igual que la Pascua señaló el final de un período que nunca parecía acabar, algún día Jesús pondrá fin a toda nuestra peregrinación por un desierto en el que no queremos estar.
Para los israelitas era imposible salir de Egipto. Dios tuvo que intervenir. Pareciera que es imposible que lo prometido se haga realidad. Difícil imaginar lo de la ley dominical y tantos otros elementos proféticos, pero así lo dijo Jehová y así se cumplirá. Llegará ese día. Llegará el final de la muerte, el llanto o el dolor.
Llegará, ya lo verás.
Dios te bendiga.
Autor: Óscar López, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.