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Cualquier manifestación de racismo, etnocentrismo, nacionalismo, tribalismo o sistema de castas es inaceptable, no solamente desde un punto de vista humanitario, sino también desde una perspectiva bíblica.

El racismo y el nacionalismo son desafíos cruciales en nuestro mundo contemporáneo y también afectan a la iglesia y anulan su privilegio de ser la sal de la tierra. Este ensayo aborda el problema del racismo y el nacionalismo desde una perspectiva bíblica, y brinda algunos principios para manejar estos desafíos.

¿Cómo podemos definir raza y nación? Una fuente define raza como un “grupo o categoría de personas conectadas por un origen común” (1). Otra, dice que el concepto de raza debe incluir algunas diferencias físicas que permitan distinguir un grupo de personas de otro; pero aclara que el conocimiento científico actual, ha establecido “que la diversidad reconocida en los seres humanos no está fundamentada en una definición biológica de raza” (2). De hecho, esta afirmación es claramente corroborada por el hecho de que “todos los grupos humanos comparten el mismo tipo de sangre, son interfértiles y pueden recibir y donar órganos a través de los así llamados límites raciales” (3). En este ensayo, raza y etnia (4) son virtualmente sinónimos, y el último, en términos de pueblos antiguos, puede ser definido “como identidad de grupo”(5).

De manera similar, el concepto de nación ha sido definido como “un gran cuerpo de personas unidas por una descendencia, historia, cultura o lenguaje común, habitando un estado o territorio particular” (6). De estos dos conceptos derivan los términos “racismo” y “nacionalismo”. El racismo “en realidad designa dos cosas muy diferentes. Por un lado, es una cuestión de comportamiento, generalmente una manifestación de odio o menosprecio hacia individuos con características bien definidas, diferentes de las propias; por otra parte es una cuestión de ideología, una doctrina acerca de las razas humanas” (7). El nacionalismo, puede ser definido como “un sentimiento de solidaridad colectiva dentro de límites geográficos y culturales identificados” (8) aunque algunas veces puede evolucionar hacia una ideología exclusivista, en la medida en que se postula la superioridad de una nación sobre otra, o un grupo de personas sobre otro. Para nuestro propósito, nacionalismo, racismo y aun tribalismo, son tomados como elementos de un solo problema: la dificultad de los humanos para aceptar al “otro” étnico o cultural.

Raza y nación en la Biblia

Debemos ser cuidadosos de no imponer situaciones contemporáneas sobre las Escrituras. Los conceptos modernos de racismo o nacionalismo son desconocidos para los escritores bíblicos; sin embargo el nacionalismo o racismo en el sentido de algunas formas culturales de verse a sí mismo como superior, ya era un problema en los tiempos bíblicos. Para los griegos, los extranjeros no familiarizados con la lengua y cultura griegas eran “bárbaros”; para los judíos, los no judíos eran “gentiles” (9). Sumado a esto, términos usados comúnmente en el Antiguo Testamento para expresar la idea de raza o etnia son gôy (555 veces) y ‘am (1866 veces). Más allá de una superposición considerable, gôy define naciones y pueblos como entidades políticas y sociales, mientras que ‘am hace énfasis en parentesco y más frecuentemente se refiere a Israel como el pueblo de Dios (10). El Nuevo Testamento usa ethnos (164 veces) y laos (143 veces) para definir pueblos o naciones. En el uso actual, sin embargo, ethnos se refiere más bien a naciones, gentiles no creyentes o a los gentiles cristianos no israelitas (11), mientras que laos tiende a designar al pueblo de Dios (12), más similar a ‘am en el Antiguo Testamento. Existen otros dos términos que deben ser también señalados. Uno es phyl˜e (31 veces), que significa raza o tribu y puede referirse a las doce tribus de Israel (históricas, o metafóricamente a cristianos) o las tribus de la tierra, en el sentido de pueblos y naciones (13). La otra es genos (21 veces), la cual expresa el concepto de familia y país, entre otros, y por lo tanto puede tener connotaciones étnicas.

Después de considerar algunos datos lingüísticos, nos dirigimos a la así llamada tabla de las naciones (Génesis 10), la cual provee un repaso de grupos étnicos y de personas, en las etapas iniciales de la historia del mundo. Un análisis detallado de esta tabla indica que la variedad de personas y naciones forma el telón de fondo para las subsecuentes promesas de que las naciones de la tierra serían bendecidas (14). La conveniencia de una diversidad de grupos étnicos y naciones pareciera haber estado implicada en el mandato “llenad la tierra” (Génesis 9:2). Esto puede explicar parcialmente por qué los constructores de la torre de Babel se encontraron con el juicio de Dios (Génesis 11:1-9); ellos se resistieron al mandato de Dios de llenar la tierra. Al confundir su idioma y esparcirlos a través de la faz de la tierra, se expande la diversidad de familias, naciones y grupos étnicos, que finalmente llenaron la tierra. Posteriormente, Dios llamó a Abram (más tarde llamado Abraham) a ser una bendición para “todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3).

Es interesante tener en cuenta que existió un plan inclusivo y soberano de Dios para el mundo entero, dado que le dio tierra no solamente a Israel, sino también a otras naciones. Le dio posesión de tierras a Esaú (Deuteronomio 2:5), a los moabitas (Deuteronomio 2:9) y a los amonitas (Deuteronomio 2:19). Amós dice que el Señor actuó en beneficio de los intereses de otras naciones de maneras que se asemejan al Éxodo. Llevó a los filisteos de Caftor y a los sirios de Kir (Amós 9:7). Deuteronomio 32:8 asimismo agrega: “Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel”. Los profetas clásicos vieron en visión un tiempo cuando las naciones irían a Jerusalén para adorar al Señor y aprender sus leyes (ejemplo en Jeremías 50:5; Zacarías 8:21-23; 14:16-21).

Ciertamente, el Antiguo Testamento también contiene profecías de juicios contra las naciones. Sin embargo, tales mensajes no implican un prejuicio étnico o racial. De hecho, Israel y Judá a menudo recibieron los más severos castigos (ver Amós 7:8, 15; 8:2). Las naciones no son juzgadas por sus “diferencias” étnicas o raciales, sino en base a su lealtad al pacto eterno de Dios (15). En ningún lugar de la Biblia las identidades nacionales, raciales o étnicas reciben una evaluación negativa. La elección de Abraham y sus descendientes para ser el pueblo especial de Dios no ocurre en detrimento de las naciones, como ya fue explicado anteriormente. Contrariamente a lo esperado (Deuteronomio 7:7; 26:5), Abraham y luego Israel, recibieron la misión de ser una bendición para todas las familias de la tierra.

Reflexión teológica acerca de la diversidad étnica.

Por consiguiente, la Biblia menciona no solamente razas, naciones y grupos étnicos, sino que también muestra a Dios activamente involucrado en favor de las naciones y familias a medida que se desarrolla el plan de salvación. En verdad, los textos bíblicos brindan principios y orientaciones para enfrentar los desafíos planteados por el racismo y el nacionalismo.

En primer lugar notamos que a partir de una pareja Dios hizo a la humanidad. Visto desde la creación, no hay lugar para la superioridad de un grupo sobre otro, ya que la “doctrina de la creación afirma tanto la unidad como la dignidad de toda la humanidad” (16). Por sobre la variedad y diversidad de las culturas, sociedades, razas y nacionalidades humanas, se destaca el hecho de que todos son creados a imagen de Dios. Básicamente, “no existen múltiples razas humanas, sino solamente una raza humana” (17).

En segundo lugar, la caída no solamente ha afectado la relación entre Dios y los humanos, sino que produjo división entre los seres humanos (Romanos 3:23; 1:20-26). A medida que diferentes grupos de personas se alienan más y más de Dios, desarrollan una visión mundana que resulta en racismo, nacionalismo y etnocentrismo, cuyas consecuencias naturales son la opresión y destrucción del “otro”. En vez de admirar el hermoso tapiz de diversidad cultural y étnica, algunos se colocan a sí mismos y a su cultura como el estándar con el cual otros deben ser medidos. Estas posturas subyacen en el racismo, etnocentrismo y nacionalismo que tanto han dañado al pueblo de Dios en momentos específicos de la historia.

En tercer lugar, las promesas escatológicas de Dios incluyen a las naciones. Isaías y Amós describen a las naciones (gôy) y pueblos (‘ammîm) acudiendo a Jerusalén para aprender los caminos de Dios (Isaías 2:1-4; Amos 2:1,2). Isaías también vio en visión un día cuando un altar sería levantado en la tierra de Egipto, y los egipcios servirían al Señor (Isaías 19:19-22). Isaías anuncia que Egipto, Asiria e Israel serían uno, y aplica para ambos, egipcios y asirios, el lenguaje del pacto, previamente reservado para Israel (18). Egipto es llamado “mi pueblo” (‘amî, Isaías 10:24; 43:6,7; Oseas 1:10; 2:23; Jeremías 11:4), y Asiria “trabajo de mi mano” (ma’seh yaday, Isaías 60:21; 64:8; Salmos 119:73; 138:8). Isaías 56:6 promete la inclusión del extranjero (nekar) en la comunidad del pacto.

Asimismo, el Nuevo Testamento presenta el evangelio predicado a todas las naciones (ethnos) de la tierra (Mateo 13:10; 24:14; 28:19; Lucas 24:47). Aunque puedan volverse hostiles y rechazar el mensaje de salvación (Apocalipsis 11:18; 14:8; 17:15; 18:3), aun así, desde ellas llegan personas al reino de Dios. En la consumación escatológica, todas las naciones son representadas entre los santos (Romanos 1:5,6; Apocalipsis 15:4; 21:24) y caminan en la luz que emana de Dios y del Cordero (Apocalipsis 21:24).

En cuarto lugar, la Biblia reconoce y afirma la diversidad de razas y naciones que pueblan el mundo (Génesis 10:1-32; Deuteronomio 32:8), y la llegada del Espíritu en el Pentecostés reafirma el plan de Dios para todas las personas, idiomas y culturas (Hechos 2).

Las identidades étnicas, nacionales y tribales dan un sentido de parentesco y comunidad, ayudando a los seres humanos a satisfacer sus necesidades de seguridad y pertenencia. Este tipo de diversidad también promueve la creatividad y la realización humanas (19).

En quinto lugar, las naciones y los grupos étnicos no son entidades absolutas. Importantes y útiles como pueden ser en el actual estado del mundo, las antes mencionadas entidades “son comunidades históricas y no son parte del orden original creado. Por lo tanto son comunidades provisorias y contingentes que no pueden reclamar ninguna lealtad humana” (20). Más aún, las entidades raciales y nacionales, por más significativas que parezcan, acarrean las consecuencias del pecado. El conocimiento de esta realidad debería movilizarnos a desafiar el nacionalismo, el tribalismo, el racismo y toda clase de idolatría étnica. La Biblia claramente subordina cualquier estatus basado en la raza o la nacionalidad, al señorío absoluto de Jesús. En Cristo, todas las barreras erigidas por el pecado, son demolidas; “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28) (21).

En sexto lugar, Dios no aprueba ni tolera los prejuicios raciales o étnicos. Un episodio que aparenta reflejar prejuicio étnico se muestra en el caso de Aarón y María contra Moisés por “la mujer cusita que él se había tomado” (Números 12:1). La identidad étnica de la esposa de Moisés había llegado a ser un problema para los hermanos de Moisés, aunque puede haber sido solamente un pretexto para esconder el problema real: la ambición de compartir el liderazgo de Moisés (una situación no poco común; una parte interesada levanta una excusa étnica a fin de lograr un objetivo sospechoso). Como respuesta, Dios hiere a María de lepra, lo que la torna blanca como la nieve (Números 12:10). El punto es claro; Dios no hace acepción de personas, nacionalidades o identidades étnicas.

En séptimo lugar, Dios no muestra parcialidad. Una declaración tan obvia puede no haber sido tan clara entonces, ni tampoco completamente entendida por la iglesia primitiva. Pedro tuvo que recibir una visión a fin de comprender que Dios no discrimina a las personas en base a su origen étnico. Las palabras de saludo de Pedro a la casa de Cornelio fueron: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34). Llamativamente, el verbo “comprender” denota un proceso. Pedro admite que él no había llegado a una completa y absoluta comprensión, sino que aún estaba en el proceso de aceptar esta verdad tan profunda y fundamental.

Posteriormente en Hechos, los líderes cristianos tuvieron que convocar a un concilio para discutir la situación de los gentiles convertidos. Luego de estudiar la Biblia y orar, aceptaron a los gentiles convertidos sin forzarlos a ser circuncidados ni a guardar la totalidad de las leyes ceremoniales (Hechos 15). Notamos que a pesar de la visión dada a Pedro y la decisión del concilio de Jerusalén, los problemas no desaparecieron. Pablo tuvo que tratar constantemente con divisiones dentro de la iglesia, algunas de las cuales pueden haber sido causadas por prejuicios étnicos o nacionalistas. Aun Pedro aparenta caer más tarde en sus prejuicios previos (Gálatas 2:11-12). Algunas cartas del Nuevo Testamento, tales como Gálatas, Efesios y Colosenses (22) resaltan que judíos y gentiles son igualmente miembros del cuerpo de Cristo, indicando que los temas étnicos continuaron siendo un desafío para la iglesia primitiva.

Respuestas bíblicas al racismo y al nacionalismo.

A la luz de lo mencionado hasta aquí, deberíamos darnos cuenta que ocurren graves distorsiones de la percepción bíblica acerca de raza y nacionalidad cuando el identificarnos con la nación, país, tribu o grupo étnico propio, resulta en hostilidad hacia otros grupos. Miroslav Volf llama “exclusión” a este tipo de hostilidad, y categoriza tres maneras principales como ocurre la exclusión: eliminación, dominio o abandono (23). ¿Cómo deberíamos nosotros tratar este problema de la exclusión? Existen tres formas.

Benevolencia. La Escritura desintegra “eliminación” a través de la benevolencia. El mandamiento “ama a tu prójimo” (Levítico 19:18; Marcos 12:31), trasciende ciertamente las fronteras nacionales y tribales e incluye al “otro” tribal, étnico o nacional. Eliseo, por ejemplo, no consideró al comandante sirio como un enemigo a ser eliminado, sino como un prójimo que necesitaba sanación (2 Reyes 5:9-19). Proverbios afirma algo similar: “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua; porque ascuas amontonarás sobre su cabeza y Jehová te lo pagará” (Proverbios 25:21, 22). Pablo dice: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21). La benevolencia “elimina” al enemigo transformándolo en un amigo.

Servicio. En lugar de “dominio”, las Escrituras recomiendan el servicio. La legislación en favor de los extranjeros dice: “Y al extranjero (g˜er) no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éxodo 22:21). Dios invoca la experiencia de los israelitas en Egipto como motivación para guardar la Ley. Como los oprimidos pueden llegar a ser los opresores, Dios le recuerda a su pueblo su situación anterior, de manera que ejercieran solidaridad hacia los extranjeros. Entre las naciones del Antiguo Cercano Oriente, Israel era el único pueblo que tenía leyes que demandaban la protección de los extranjeros (g˜erîm) (24). En un tiempo cuando el pueblo judío protestaba bajo la opresión romana, Jesús enseñó que: “A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5:39).

Solidaridad. El abandono del “otro” étnico debe ser sustituido con solidaridad. En la dedicación del templo, Salomón ora para que Dios pudiese oír la oración del extranjero (1 Reyes 8:41,43). Esto indica que el servicio del templo incluiría a los extranjeros, no dejándolos de lado como sucedió después. En conexión a esto, la parábola del buen samaritano puede resultar instructiva, al describir un “clásico ejemplo de racismo” (25). A medida que la historia se desarrolla, a la víctima judía abandonada al costado del camino le es negada ayuda, primero de parte de un sacerdote y luego de un levita. Al fin, es el samaritano, el “otro” étnico, quien presta cuidado a la víctima sufriente. Esta parábola, en contraste con algunas otras, describe un ejemplo, un modelo para ser imitado o rechazado. Irónicamente, el modelo positivo no está dado por el sacerdote o por el levita, funcionarios del templo, sino por un samaritano que encarna la manera de Dios de tratar con el “otro” étnico (Lucas 10:29-37).

A medida que nos relacionamos con nuestros vecinos étnicos, las Escrituras nos compelen a ser un ejemplo a través de una actitud de aceptación, servicio y solidaridad. Esto por supuesto es más fácil de decir que de hacer. La limpieza étnica y los conflictos relacionados con las razas han dejado una mancha sangrienta en la historia de la humanidad, durante el siglo XX. Actos horrendos perpetrados por una entidad étnica contra otra, todavía pueden ser un dolor para muchos que perdieron seres amados, culturas y propiedades, y puede permanecer en la memoria colectiva de tribus o naciones. No deberíamos minimizar la profundidad de tal sufrimiento. Deberíamos recordar sin embargo, que la gracia y el perdón permanecen como las únicas opciones viables para una sanación y restauración permanente.

Conclusión

La Biblia afirma la diversidad de razas y naciones, junto a la convicción de que todas las razas, grupos étnicos y naciones son una y la misma familia humana. Sobre este fundamento teológico, la Biblia erige su percepción de las naciones y los grupos étnicos, y relativiza las distinciones tribales y nacionales. Sobre estas lealtades humanas permanece la absoluta lealtad que debemos al Dios creador, quien demanda que amemos a nuestro hermano extranjero. Por lo tanto, cualquier manifestación de racismo, etnocentrismo, nacionalismo, tribalismo o discriminación de castas es inaceptable, no solamente desde un punto de vista humanitario, sino también desde una perspectiva bíblica o teológica.

Solamente una visión del mundo moldeada por las Escrituras puede proveer un fundamento sólido para abordar en la práctica, estos asuntos de raza, etnia y nacionalidad. Como la Biblia deja en claro desde el mismo comienzo, la creación provee el fundamento sobre el cual basar nuestra relación con nuestros vecinos extranjeros. Sumado a esto, las Escrituras revelan que el pecado ha distorsionado nuestra percepción del prójimo. El racismo y otras formas de prejuicio han infectado la naturaleza humana y pueden ser erradicados solamente por la sangre de Jesús. En él “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo y en todos” (Colosenses 3:11).

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Este artículo es una versión acortada y editada de un artículo que apareció en la revista del Instituto de Investigación Bíblica. Utilizado con permiso.

Referencias

  1. Ernest Cashmore, Michael Banton, y Heribert Adam: Dictionary of Race and Ethnic Relations, 3era ed. (Londres: Routledge, 1994), p. 294.
  2. Robert Miles: “Nationalism” en: Guido Bolaffi, Raffaele Bracalenti, Peter Braham y Sandro Gindro, eds. Dictionary of Race, Ethnicity and Culture (Londres: SAGE Publications, 2003), p. 240.
  3. J. Andrew Kirk, “Race, Class, Caste and the Bible,” Themelios 10:2 (1985):7.
  4. Debido al uso de la palabra “raza” con un sentido biológico de eugenesia en ideologías racistas, los estudiosos han tendido a abandonar el uso de esta, utilizando el término “etnia” en el cual la cultura y no la biología, era la primer categoría para distinguir los grupos de personas. Eric Barreto, Ethnic Negotiations: The Function of Race and Ethnicity in Acts 16 (Ph.D. dissertation, Emory University, 2010), pp. 38–41.
  5. Ann Killebrew: Biblical Peoples and Ethnicity: An Archaeological Study of Egyptians, Canaanites, Philistines, and Early Israel, 1300-1100 B.C.E. (Leiden, Holanda: Brill, 2005), p. 8.
  6. Catherine Soanes and Angus Stevenson: Concise Oxford English Dictionary (Oxford, Inglaterra: Oxford University Press, 2004).
  7. Tzvetan Todorov: “Race and Racism,” en: Les Back y John Solomos, eds. Theories of Race and Racism: A Reader (Londres: Routledge, 2000), pp. 64-70.
  8. Cashmore, Banton, y Adam, p. 254.
  9. Dennis Okholm, The Gospel in Black and White: Theological Resources for Racial Reconciliation (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1997), p. 118.
  10. Duane Christensen, “Nations,” ed. David Noel Freedman: The Anchor Bible Dictionary (Nueva York: Doubleday, 1992), 4:1037.
  11. William Arndt, Frederick Danker y Walter Bauer: A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature (Chicago, Illinois: University of Chicago Press, 2000), p. 276.
  12. Idem p. 586.
  13. N. Hillyer, “Tribe,” en: Colin Brown, (ed.) New International Dictionary of New Testament Theology (Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing House, 1986), p. 871.
  14. J. Daniel Hays, From Every People and Nation: A Biblical Theology of Race (Downers Grove, Illinois: InterVarsity, 2003), pp. 56–60. Cf. Frank Crüsemann, “Human Solidarity and Ethnic Identity: Israel’s Self-Definition in the Genealogical System of Genesis,” en: Mark G. Brett, ed. Ethnicity and the Bible (Leiden: Brill, 1996), pp. 197–214.
  15. Jon Levenson, “The Universal Horizon of Biblical Particularism,” en: Mark Brett, ed. Ethnicity and the Bible (Leiden, Holanda: Brill, 1996), p. 147. Cf.n Reinaldo Siqueira, “The Presence of the Covenant Motif in Amos 1:2-2:16” (Tesis doctoral, Andrews University, 1996).
  16. Keith Ferdinando, “The Ethnic Enemy – No Greek or Jew … Barbarian, Scythian: The Gospel and Ethnic Difference,” Themelios 2 (September 2008) 33:57.
  17. Idem. p. 10.
  18. John Oswalt, The Book of Isaiah, chapters 1-39 (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1986), p. 381.
  19. Ferdinando, p. 58.
  20. William Storrar, “‘Vertigo’ or ‘Imago’? Nations in the Divine Economy,” Themelios 3 (April 1996) 21:4.
  21. Esta abarcante afirmación no anula las funciones y distinciones de género (femenino y masculino) establecidas en la creación; en vez de esto, afirma la restauración de Dios de la creación a través del trabajo salvador de Jesús. Ver Thomas R. Schreiner, Galatians (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2010), p. 259.
  22. Ver John Barclay, “‘Neither Jew Nor Greek’: Multiculturalism and the New Perspective on Paul,” en :Brett, pp. 197-214.
  23. Miroslav Volf, Exclusion and Embrace: A Theological Exploration of Identity, Otherness, and Reconciliation (Nashville, Tennessee: Abingdon Press, 1996), 75. Ver resumen en: Ferdinando, p. 59.
  24. Ver R. Knauth, “Alien, Foreign Resident,” en: T. Desmond Alexander and David Baker, eds. Dictionary of the Old Testament: Pentateuch (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 2003), pp. 24-33.
  25. David Benner y Peter Hill, eds. Baker Encyclopedia of Psychology and Counseling, Baker Reference Library (Grand Rapids, Michigan: Baker Books, 1999), p. 896.

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