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Cuando Dios creó el mundo y todos sus habitantes, encargó al ser humano una tarea importante: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señorear en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28).

Somos los mayordomos del planeta, pero en lugar de cuidar este mundo el ser humano se ha dedicado a destruirlo. Y no nos damos cuenta de que al destruir la tierra, nos estamos destruyendo poco a poco a nosotros mismos.

Una de las formas en la que nos perjudicamos a nosotros mismos es destruyendo numerosos recursos naturales que pueden servir como medicamentos para tratar diversas enfermedades. Puede parecer superficial pero es tremendamente importante ya que aunque creamos que vivimos en un mundo moderno en el que los fármacos que consumimos son creados artificialmente en laboratorios, los fármacos derivados de la Naturaleza siguen constituyendo un pilar del arsenal terapéutico disponible hoy en día. Así, por ejemplo, en Estados Unidos, más de la mitad de los fármacos que se prescriben derivan de fuentes naturales, ya sea directamente o indirectamente. Entendemos que es indirectamente cuando estos compuestos naturales sirven de modelo o de patrón químico para la síntesis de nuevos fármacos.

De hecho, la mayoría de las nuevas moléculas farmacéuticas (116 de 158) que han sido aprobadas por la FDA (Food and Drug Administratiton, de EEUU) entre 1998 y 2002 (o sus equivalentes en otros países) tienen su origen en sustancias naturales. 1

Las plantas, principalmente las plantas de los bosques tropicales, nos han proporcionado medicamentos como la quinina (para la malaria), la pilocarpina (para el glaucoma), la digital (para el corazón), la morfina (potente analgésico), la warfarina (un anticoagulante), etc. Pero en el proceso de destruir los bosques u otros hábitats naturales podemos perder múltiples medicinas que todavía no han sido descubiertas, algunas de ellas derivadas de especies que aún no hemos sido capaces de identificar.

Muchos otros fármacos derivan de algunos animales, como la bradiquinina que se descubrió en el veneno de una víbora en Brasil y que ha dado lugar a diversos fármacos utilizados para disminuir la tensión arterial.

Los microbios también son fuentes de fármacos como la penicilina y numerosos antibióticos.

La lista de fármacos que podemos encontrar en la Naturaleza es extensa, incluyendo por supuesto, las conocidas como plantas medicinales tan arraigadas en la sabiduría popular como la equinácea, el hipérico o hierba de San Juan, la valeriana, la cola de caballo, el boldo, etc.

Destruyendo la tierra estamos destruyendo la posibilidad de encontrar nuevos fármacos que nos ayuden a luchar contra muchas de las enfermedades que nos amenazan. Es posible que al extinguirse un determinado tipo de planta que quizá no sabemos aún ni que existe, hayamos perdido la posibilidad de encontrar un buen fármaco que nos ayude en la lucha contra el cáncer, la diabetes o la enfermedad de Alzheimer.

Dios nos entregó un hermoso planeta lleno de recursos para que lo administráramos con sabiduría. Si lo destruimos, en cierta forma, nos destruimos a nosotros mismos.

Al final Dios nos pedirá cuentas de todas nuestras acciones, como dice en Apocalipsis 11:18:

“Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra”.

Notas:

1. Chivian E., Berstein A. Sustaining Life. How human life depends on biodiversity. Oxford University Press, 2008.

Revista Adventista de España