Introducción
Los vínculos con otras personas son fuente de sentimientos en nosotros. Algunos que nos hacen bien y otros destructivos. Los que nos hacen bien, nos restauran. Los que destruyen, van marcando un surco de dolor, estrés, depresión y más, que desgastan nuestras energías vitales.
Pero Dios hizo provisión para darnos energía renovadora.
Desde la ciencia, hace poco que se logró demostrar el daño o bienestar físico que provocaban los sentimientos. Antes se los trataba por separado, distanciando lo físico de los sentimientos y la forma en que se afectaban mutuamente. Pero hoy se conoce la relación estrecha entre el cuerpo y la mente.
¿Por qué pasó tanto tiempo? Costó mucho hasta que se logró entender y medir lo que no se ve. “Yo no lo creo si no lo veo”, ese fue siempre el razonamiento de muchos, y todos somos susceptibles a dejarnos llevar por él.
Pero el tiempo ha demostrado la falacia detrás de este razonamiento. Es justamente lo que no se veía, lo que motivó el estudio de investigadores por ver lo que no se ve para entender cómo nos afecta.
En el mundo físico
Por ejemplo, en el ámbito de lo físico, siglos atrás los griegos dedujeron la existencia de la partícula más pequeña que componía todo y la denominaron “átomo”. No fue hasta hace apenas un poco más de un siglo atrás, que se pudo comprobar su existencia.
Los científicos buscaron ver lo que no se veía. Creyeron que existía sin verlo y pudieron crear métodos para buscarlo.
De allí en más surgieron estudios tendientes a conocer en profundidad todo lo relacionado con el átomo. Cuanto más avanzaron los seres humanos en conocer lo que no se veía, descubrieron que en su interior existían partículas aún más pequeñas. Pero además de esto, estas partículas se mantenían unidas por varias fuerzas invisibles, fuerzas que no se veían. Si pudiéramos ir hasta el interior de un átomo, notaríamos la existencia de diferentes partículas, ahora los científicos las llaman cuerdas, que se mueven en una armonía de interacción y vibran.
El caso del átomo
Existe mucho espacio en el interior del átomo. Se podría decir que el 99% es espacio. Los estudiosos descubrieron en su interior la existencia de fuerzas invisibles, de eso que no se ve pero existe, y que denominan interacciones por su comportamiento como campos de ondas. Estas fuerzas son la gravedad o gravitatoria,[1] la fuerza electromagnética,[2] la fuerza nuclear fuerte[3] y la fuerza nuclear débil[4] que mantienen unidas las partículas/cuerdas dentro del átomo.
¿Qué pasaría si esto no fuera así? Pues la realidad que conocemos sería completamente diferente. Probablemente, podríamos atravesar objetos. No podríamos sentarnos o siquiera estar parados en un piso sin atravesarlo. Y ni hablar de nuestro cuerpo y sus distintas partes que, por la existencia actual de esas fuerzas, hace que los elementos sean concretos. Si pudiéramos manejar esas fuerzas a nuestro antojo en nuestro cuerpo, podríamos desintegrarnos o volver a integrarnos (aunque esto último es mucho más complicado).
La relación entre esas fuerzas y su desplazamiento en el espacio hace que podamos interactuar con los objetos que nos rodean sin atravesarlos. Pero, ¿qué pasa cuando alteramos la relación entre las fuerzas? Se podría hacer aumentando la velocidad de desplazamiento entre objetos o partículas.
Actualmente los científicos han podido separar los átomos que unen moléculas y mediante aceleradores de partículas producen choque y fisión de átomos o sus componentes.
Si los seres humanos no hubieran descubierto estas fuerzas que no se ven pero existen, hoy contaríamos muy diferente nuestra historia armamentista en el mundo y todas las aplicaciones que se hacen en base al uso de la energía nuclear.
Hoy NO necesitamos ver para creer.
Ese fue el desafío que presentó Jesús a quienes lo escuchaban. Jesús tuvo que intervenir con fuerzas invisibles y no conocidas aún en el mundo físico, y hacer milagros y señales para que creyeran en él.[5] Expresó esta situación con un pena, “—Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios—” (Jn 4:48). Hacia el fin de su ministerio, oró a su Padre celestial por aquellos que creerían “viendo” lo que no es fácil de ver por medio del testimonio de sus seguidores (Jn 17:20; Mt 13:16-17). En realidad, los que no vieron a Jesús en persona y creyeron por el testimonio de sus seguidores, lo hicieron “viendo” las pruebas y las evidencias de la existencia de las fuerzas invisibles, las que no se ven pero existen, y que operaban en la cotidianeidad de sus vidas.
Esto es simplemente una ilustración de que existen fuerzas y elementos que afectan el mundo físico que no vemos a simple vista, pero sin embargo interactuamos gracias a ellas. La prueba o la evidencia de ello es la influencia que ejercen sobre nosotros.
¿Y en el ámbito de las relaciones?
En el ámbito de las relaciones humanas, ya no de las partículas en el mundo físico, ya es posible para los científicos estudiar las fuerzas que no se ven, pero que existen por su acción y la forma en que nos afectan.
Existen las fuerzas invisibles de Dios, que otorgan poder a quienes las aprenden a utilizar. Algunas de ellas son el amor, la reflexión, y la oración.
Lo interesante es que están fuerzas están siendo investigadas por la ciencia, porque aunque no se ven, los efectos que producen se hacen visibles a los ojos de los demás. Son fuerzas generadoras de vínculos con Dios y con el resto de lo creado.
Dios creó estas fuerzas para que logremos una conexión e intimidad con él.
En este artículo se hace énfasis en el poder que transmiten las fuerzas del amor, de la meditación y la oración. Esto afecta a los individuos en forma personal, familiar y en la comunidad de la fe. No prestar atención a estas fuerzas a nuestro alcance, es poco sabio.
Jesús y las fuerzas invisibles
La ciencia está demostrando cómo afectan nuestro bienestar estas fuerzas en diferentes estudios. El amor favorece la producción de oxitocina y otras hormonas que disminuyen la ansiedad, reducen el estrés y equilibran la presión arterial. Esto ayuda a vivir más y mejor. La meditación y la oración mejoran la memoria y mejoran el cerebro que envejece, y puede destruir los efectos desbastadores de la depresión, el Alzheimer, y desórdenes causados por el estrés.[6] También aceleran la interacción de conexiones en el cerebro.[7]
Jesús es el máximo ejemplo del bienestar que Dios deseó para los seres humanos. Su amor proveyó en Cristo la salida de la situación presente de pecado. Esta situación desintegra todo con el ingreso de la muerte.
Jesús también demostró el poder de las fuerzas de la meditación y la oración. Durante su ministerio recurrió constantemente a ellas. Fue en un momento de meditación y oración al final de su ministerio, que deseó que sus seguidores consiguieran esas fuerzas. En Juan 17:20 dijo:
No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. (Énfasis añadido)
El propósito de Jesús, fue que las fuerzas invisibles del amor, la meditación y la oración, nos conectaran poderosamente a Dios e hicieran que creamos en él.
Elena G. White y las fuerzas invisibles
Es interesante cómo la escritora Elena de White,[8] nos dio ideas del poder existente en las fuerzas del amor, la meditación y la oración. Veamos un extracto de su pensamiento:
- El amor es un poder vitalizador que da salud a cada una de las partes vitales de nuestro cuerpo (cerebro, corazón y nervios). Hace que se despierten y activen sus más potentes energías. Y ayuda a librar a la persona de sentimientos que agotan las fuerzas vitales (culpa, tristeza, ansiedad, congoja).[9]
- Si tenemos una relación verdadera con Dios, mediante la oración, obtendremos vida y energía espirituales.[10]
- Nos hacen partícipes de realidades que están más allá de nosotros.[11]
- La meditación y la oración proporcionan gracia y poder para resistir la tentación.[12] Por eso, el enemigo de la humanidad intenta impedir que entendamos este recurso.
- La oración y la meditación son condición para recibir y crecer en la fe, y la experiencia de vinculación con Dios y quienes nos rodean.[13]
- Estas fuerzas nos vinculan directamente con la mente de Dios. Esto es extraordinario. Algunos dirían hoy que se produce telepatía. Como creyentes, mediante la meditación y la oración podemos unirnos mentalmente con Dios y podemos empezar a entender los pensamientos de Dios, y él ver los nuestros y mostrarnos por donde nos conviene ir en una conexión real y viviente.[14]
- Estas fuerzas estrechan vínculos con quienes nos rodean, al orar unos por otros y al compartir una relación comunitaria.[15]
Fuerzas invisibles, pero poderosas
Las fuerzas del amor, la meditación y la oración son invisibles y poderosas para vincular.
Dios estableció esas fuerzas para restaurarnos y recrearnos nuevamente a su imagen.
Los invito a vivir con las fuerzas que no se ven pero existen, y que hacen que seamos partículas que pueden vibrar poderosamente en una interacción como agentes de unión en la familia, en la iglesia, y en la sociedad.
No necesitamos ver para creer, es creyendo como veremos lo invisible y el poder de Dios.
Por Silvia C. Scholtus. Dra. en Teología. Universidad Adventista del Plata, Argentina.
Foto: Zoltan Tasi on Unsplash
Notas:
[1] Descubierta en 1680 por Isaac Newton. Aunque todavía no se sabía de la existencia del átomo, pudo deducir la existencia de esta fuerza.
[2] Es la interacción de las partículas con carga eléctrica. Los primeros en detectar su existencia fueron los antiguos griegos. Sus fundamentos fueron presentados por Michael Faraday en el siglo XIX y formulados por primera vez de modo completo por James Clerk Maxwell en 1865.
[3] Ya en 1935, el modelo atómico de Yukawa incluía la existencia de esta fuerza, a la que se denominó también fuerza residual.
[4] Aunque esta fuerza comenzó a postularse a principios de 1930, cuando Fermi propuso el decaimiento beta en 1933, no fue hasta la década de 1960 que se propuso la teoría electrodébil.
[5] Jn 2:11, 23; 3:2; 6:2, 26; 7:31; 9:16; 11:47; 12:37; 20:30.
[6] Andrew Newberg y Mark Robert Waldman, How God changes your brain, disponible en https://update.bigapple1.info. Internet (consultada 19 febrero 2018).
[7] Walter W. Surwillo y Douglas P. Hobson, “Brain Electrical activity during prayer”, Psychological Reports 43, n.º 1 (1978): 135-143. https://doi.org/10.2466/pr0.1978.43.1.135
[8] Se puede lo que ella escribió en la base de datos disponible en https://egwwritings.org/
[9] Elena de White, El Ministerio de Curación, 78.
[10] Elena de White, El camino a Cristo, 79, 93; El colportor evangélico, 228-229; Consejos para los maestros, 307.
[11] Ibíd.
[12] Ibíd., 80-81, 84; Elena de White, Consejos para la Iglesia, 44.
[13] ibídem., 83.
[14] Ibíd.
[15] Ibíd., 85-86. Elena de White, En los lugares celestiales, 215; Conducción del niño, 490; Dios nos cuida, 195.