Hace unos años asistí en Madrid a una serie de predicaciones del pastor Ron Clouzet. La serie tomaba su título de uno de los libros del pastor, en concreto de “La mayor necesidad del adventismo”, donde se presenta al Espíritu Santo como esa mayor necesidad de nuestro pueblo. Y, desde luego, el título no pudo ser más acertado. Nuestro Señor dejó claramente expuesto cuán conveniente nos es (Juan 16:7).
La gran noticia es que la que es nuestra mayor necesidad nos ha sido asegurada: “…el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre…” (Juan 14:26). Es más, nos ha sido prometida (Gálatas 3:14). ¿Podemos dudar de una promesa de Dios? ¡De ninguna manera! Una promesa de Dios no falla. Nada nos puede producir mayor certeza que una promesa de la Palabra de Dios.
Ahora bien, ¿en qué radica exactamente esa promesa? ¿Por qué es tan buena noticia? ¿Por qué nos es tan necesaria? Éstas son preguntas de la mayor relevancia, y no podemos permitirnos el lujo de tener para ellas más que vagas e imprecisas respuestas. Nunca podremos apreciar un regalo −de Dios en este caso− si no conocemos con rigurosa precisión en qué consiste. Y, para apreciar este regalo del Espíritu Santo, creo que nada mejor que simplemente recordar lo que nuestro Señor Jesucristo nos dijo acerca de Él. Sólo la Palabra de Dios nos puede responder al respecto. Todas las ideas que podamos haber oído o imaginado, pero a las que no pueda aplicarse claramente un “escrito está”, las habremos de poner, de momento, en una saludable cuarentena.
Él os guiará a toda la verdad…
No necesitaremos de muchos versículos bíblicos para responder a las preguntas planteadas en el párrafo anterior. Veamos primeramente Juan 16:13: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…”. Esta simple frase de Jesús es ya suficientemente auto-contenida: la acción del Espíritu Santo se centra en llevarnos a la verdad. Su labor está relacionada con información, con la verdad; de modo que, de momento, podemos ir dejando al margen aquellas ideas que pudiéramos tener sobre el Espíritu Santo relacionadas con “éxtasis”, “energía”, “emotividad”, etcétera. De hecho, el versículo nos habla de “el Espíritu de verdad”, por lo que hemos de deducir, sin temor al error, que hay un espíritu que no es de verdad, es decir, una suplantación, un espíritu que no se encarga de llevarnos a la verdad sino de una labor falsificadora. En un mundo como el nuestro, tan descaradamente expuesto al engaño, donde el padre de la mentira (Juan 8:44) anda desbocado, el Espíritu Santo se encarga de, ni más ni menos, librarnos del error, del engaño. ¿Es, o no es importante esa labor?
Intentaremos profundizar un poco más en lo que acabamos de exponer, pues, si bien conocer la verdad es algo de la más elevada importancia, no es menos cierto que la expresión, tal cual, puede resultar generalista. Es cierto que nos guiará a “toda la verdad”, pero, dado que la verdad, y especialmente “toda la verdad”, es algo absolutamente abarcador, ¿qué verdad central es a la que nos promete llevar el Espíritu Santo? ¿Cuál es el resumen de “toda la verdad” a la que promete llevarnos? ¿Qué causará esa verdad en nosotros? Desde luego, “toda la verdad” se resume en una sola palabra, o, más bien, en una sola Persona: Cristo (Juan 14:6). Pero trataremos de profundizar un poco a continuación.
Convencerá al mundo de pecado…
Hablando del Espíritu Santo, Jesucristo nos dijo también:
“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).
Si conseguimos descifrar este conocido versículo, podremos decir que, en gran manera, conocemos la labor del Espíritu Santo.
La primera de esas tres tareas informativas puede sonar, a priori, desagradable. Reconocer nuestros pecados es algo que resulta tremendamente duro para nuestro elevado orgullo. Pero es obligado decir aquí que, a diferencia de lo que con tanta frecuencia hacemos los humanos, el Espíritu Santo no nos muestra nuestros pecados de manera acusadora –eso lo hace Satanás–, no se ensaña con nosotros, no “nos los tira a la cara”. El Espíritu Santo realiza esta labor con amor, tiernamente, sin lastimarnos. Y para entender la importancia de esta labor hemos de recordar cuál es el objetivo del plan de redención: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). Dado que de lo que vamos a ser salvados es de nuestros pecados, ¿no habremos de conocerlos? ¿Puede resolverse un problema sin que haya conciencia de él? ¿Puedo arrepentirme de un pecado que no conozco? ¿Puedo confesárselo a Dios? Sin duda, que el Espíritu Santo me convenza de pecado es vital para mí.
Convencerá al mundo de justicia…
Pero el Espíritu Santo también promete convencernos “de justicia”. Esta sencilla declaración podría prestarse a las más variopintas interpretaciones. Pero, para no extraviarnos, vayamos a su explicación en Juan 16:10: “de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más”. Quien dice esto es Jesús, y Jesús va al Padre a presentar Su justicia, la justicia de la perfecta vida sin pecado que vivió en esta tierra. ¡Esa justicia es para nosotros! ¡Es nuestra garantía en el juicio! ¡Nada tenemos que temer por la triste trayectoria de pecado que contemplamos cuando recapitulamos nuestra vida! Cuando, arrepentidos, reclamamos Su justicia, Cristo nos la da. Fijaos en que la Biblia dice que “nos convencerá”, lo que denota que hay en nosotros una resistencia a recibir tan buenas nuevas. Efectivamente, tendemos a pensar en una larga lista de “pagos” que tenemos que presentar a Dios para recibir tan preciada mercancía. Pero ¡no! Cristo nos da Su justicia gratuitamente (Romanos 3:24).
Convencerá al mundo de juicio…
Finalmente promete convencernos “de juicio”. De nuevo aparece una declaración que suena alarmante. ¡Cuánta incertidumbre y desasosiego despierta el “temido” juicio de Dios! Pero, de nuevo, la Biblia nos explica: “y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:11). Vemos que quien es juzgado es Satanás. Pero, ¿en qué consiste eso exactamente? ¿Cómo me afecta específicamente a mí que Satanás sea juzgado? Nos responde de nuevo Jesús: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Juan 12:31). ¡Satanás es quitado! Su poder deja de prevalecer, por cuanto hay Uno que tiene más poder que él: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Fijaos que dice que eso sucede “ahora”, diciendo Jesús “ahora” cuando está a punto de pasar por la experiencia de la cruz. El de Jesús es un sacrificio suficiente para librarnos del poder de las tinieblas: “y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15). ¡Qué buenas nuevas! ¿Las creeremos? ¿Nos dejaremos convencer por el Espíritu Santo, o plantearemos resistencia? La atracción que Jesús produce en nosotros cuando conocemos su eclosión de amor ágape en la cruz es más fuerte que la atracción al pecado que nos producen los ángeles del diablo (Hebreos 9:14;10:10;13:12). ¡A Dios sea la gloria!
Autor: Fernando Arenales Aliste. Iglesia Adventista de Cardedéu