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Existe una diferencia entre expresar que existen absolutos morales y afirmar que podemos conocer esos absolutos con la misma claridad que lo hace Dios.

“¿Qué es la verdad?”, preguntó Pilato a Jesús. Es realmente una buena pregunta, acaso la más filosófica de toda la Biblia (Juan 18:38). Esa pregunta resuena en los fundamentos de nuestra cosmovisión y cultura seculares. Hoy día, muchos están convencidos de que nada es absolutamente verdadero, de que acaso la verdad ni siquiera existe y que, de existir, esta no es evidente y quizá ni siquiera cognoscible. Incluso se afirma que nada es completamente correcto o completamente erróneo y que, en el mejor de los casos, existe una diversidad de verdades.

Esta perspectiva relativista de la realidad y la calidad de la experiencia humana hace que la verdad sea “dependiente de una persona” o simplemente “verdad para mí”, y que se torne relativa a las preferencias individuales del individuo o del grupo al que pertenece. Ya no se ve la verdad como objetiva, intemporal o transmisible, sino que esta es creada y recreada a partir de la experiencia, en diálogo con otros, y dentro de una cultura determinada. Esto significa que la moral de hoy no es la del pasado. La moral es cultural, relativa y cambiante según el tiempo y las necesidades o preferencias personales o sociales. Por supuesto, los que abogan por la existencia de verdades morales, religiosas, sociales o políticas duraderas enfrentan una lluvia de objeciones sobre la imposición de estándares a otras personas, intolerancia y opresión. Dado que la verdad moral puede llevar a la polarización, para muchos, el concepto mismo de verdad es peligroso.

Resulta sorprendente que en lugar de impulsar el colapso de la moral, este osado relativismo en realidad ha generado el renacimiento de una búsqueda –a menudo solitaria y dolorosa– de los principios de la vida. El desasosiego se hace presente en el percibido pluralismo o la ausencia de autoridad, y la centralidad de la elección, en la constitución de los agentes morales posmodernos. La cacofonía de voces morales devuelve al individuo a su propia subjetividad como la única y definitiva autoridad ética. El desafío de explorar todos los caminos posibles que podrían recorrerse con el propósito de saber cómo vivir moralmente, suele resultar agotador y escalofriante o arriesgado.

Pilato jamás le dio tiempo a Jesús a responderle. La mayoría de los que hoy se hacen la misma pregunta tampoco se toman el tiempo suficiente. Pero si Pilato se hubiera detenido por un momento, habría escuchado verdades increíbles sobre la verdad y los absolutos morales.

La verdad existe

En primer lugar, la verdad existe (Juan 8:32). Asimismo, hay tan solo un camino, una verdad y una vida (Juan 14:6). El camino, la verdad y la vida son expresiones morales bíblicas. La verdad es un ámbito moral en el que uno puede ser y estar y actuar, e inclusive adorar (Juan 3:21; 4:24; 8:44). Hay un espíritu de verdad y un espíritu de error, y ninguna mentira es de la verdad (Juan 18:27; cf. 1 Juan 2:21; 4:6). La verdad contrasta con la falsedad y la mentira, con la irrealidad y la ilusión, o con cualquier idea de una diversidad de verdades.

La verdad es personal

En segundo lugar, la esencia de la verdad es personal. Antes de que Pilato se lo preguntara, Jesús ya había declarado: “Yo soy el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6; la cursiva es mía).1 Esta es una osada demarcación bíblica: Dios es la verdad. Su naturaleza, su mismo espíritu, es verdad. En el centro mismo, la verdad es un Ser.2 Esto significa que la verdad es tanto moral como “inherentemente personal”.3 No es tan solo abstracta ni tan solo una enseñanza. Es “en primer lugar una cuestión de carácter interno y solo como derivación, una cualidad de palabras y hechos”.4 Todo lo que Dios dice y hace es verdad. Sus palabras y sus obras no son sino revelaciones de su naturaleza. Las enseñanzas de Jesús son verdaderas porque expresan la verdad, que es él mismo.5

En consecuencia, la verdad nos lleva a una relación personal con la Fuente misma de la vida auténtica. Siempre nos involucra como personas. Una Persona verdadera se encuentra con nuestra persona en lo que respecta a la veracidad de nuestro propio ser y hacer. Es una Persona que trae ejemplo, esperanza, valor y el poder de ser verdaderos en un mundo de engaño e ilusión. Son buenas nuevas, porque esto nos transforma en algo más que meras máquinas que aplican principios correctos o un código de ética: nos hace personas. Asimismo, cimenta la verdad en lo sobrenatural. La verdad comienza con Dios, no con los seres humanos. La verdad es eterna porque reside en Dios. La verdad no cambia porque Dios no cambia. Hay una unidad de verdad porque la verdad viene de la misma fuente: de Dios. La verdad es en último término la verdad de Dios, porque Dios es la Fuente de toda verdad.

La Palabra de Dios es verdad

En tercer lugar, la Palabra de Dios es verdad (Juan 17:17). Aunque la esencia de la verdad es personal, al mismo tiempo la verdad puede estar compuesta de ideas y palabras concretas, objetivas y proposicionales. Como ideas o palabras, la verdad puede ser hablada, escuchada, escrita, leída, entendida y guardada. Es una realidad que transforma la vida. Jesús asumió que las palabras e ideas de verdad contienen forma, contenido y, lo que es más importante, significados comprensibles. Existe una correspondencia entre las ideas y las realidades que representan, ya sea se refieran a Jesús, su Padre, la moral humana o la vida espiritual. Se puede confiar en las palabras de verdad precisamente porque ambas están de acuerdo con la realidad y provienen de aquel que es la verdad (Juan 14:6; cf. Apocalipsis 21:5; 22:6). Como Jesús mismo es “el Verbo” y “la Verdad”, está garantizada la correspondencia entre las palabras y la realidad (Juan 1:1-3, 14; cf. Apocalipsis 19:14; 1 Juan 1:1).

La verdad es el oxígeno de la mente. Es el punto de partida de todos los emprendimientos intelectuales, espirituales y morales y lo único que en realidad libera (Juan 8:32; Filipenses 4:8). Decimos “verdadero” cuando nos convencemos de que la realidad coincide con nuestra mente.6 Decimos “moralmente verdadero” cuando nos convencemos de que la realidad está de acuerdo con nuestras percepciones de lo que es correcto, justo y bueno. La verdad es vital, e influye directamente en nuestra vida. Actuamos sobre lo que creemos es verdadero, conformando así nuestra manera de vivir. La verdad afecta la manera en que nos vemos y vemos a los demás. Lo que importa es la verdad.

Al igual que un navegante que de noche se orienta con las estrellas, necesitamos algunos puntos fijos, algo que nos trascienda, para orientarnos moralmente. La Palabra de Dios como verdad ofrece esos puntos fijos de orientación moral. La declaración de Jesús –“Tu Palabra es verdad” (Juan 17:17)– implica revelación y, si la revelación es posible, los absolutos morales son posibles.7 La verdad moral no es construida sino revelada; es descubierta, y no está determinada por el voto de la mayoría. Tiene autoridad, y no es tan solo una cuestión de preferencias personales.

Ivan Karamazov, el personaje de Dostoievski, sostenía que si no hay Dios, todo está permitido. Pero si Dios existe, entonces uno puede esperar que también exista la verdad moral. Y si la norma absoluta de la moralidad es Dios mismo, toda acción moral tiene que ser juzgada a la luz de su naturaleza. La Palabra revelada de Dios, las Escrituras, son nuestro vínculo con Dios y con la verdad moral. La Biblia es nuestra norma ética porque proviene de Dios, quien es la norma de toda moralidad. Es necesario que recordemos esto cuando apelamos a la Biblia en cuestiones morales, porque fue escrita en una situación cultural y una época diferentes. “Solo el hecho de que Dios trasciende la cultura nos permite albergar la esperanza de usar los principios morales de la Biblia en nuestra [propia] cultura”.8 Sin esto no podríamos tener la esperanza de elevarnos por sobre el relativismo cultural. Pero Dios está por encima de ello. Y Dios ha hablado. Lo que Dios revela en la Biblia se aplica universalmente a todas las culturas.

Podemos conocer la verdad

En cuarto lugar, podemos conocer la verdad. “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). En ocasiones, es fácil alcanzar la prueba de verdad: por ejemplo, a qué temperatura y altitud hierve o se congela el agua. Esta es la verdad científica, que por lo general puede ser verificada con facilidad. Pero verificar las afirmaciones de verdad moral es algo más difícil y misterioso. El bien y el mal no pueden ser observados o mensurados directamente. Requieren un enfoque diferente, aunque sin embargo pueden conocerse con la suficiente certeza como para orientarnos interiormente. Aun nuestras propias evaluaciones subjetivas de la verdad pueden ser objetivas, cuando observamos experiencias de causa y efecto de verdades morales que vivimos o dejamos de vivir.

Los principios morales se corresponden con la naturaleza de Dios y también nuestra naturaleza. El hombre no es un animal, sino un ser moral único.9 Como hemos sido hechos a imagen de Dios (Génesis 1:26, 27), tenemos la capacidad de comprender lo que necesitamos saber sobre Dios y también sobre la vida moral.10 Cuando obedecemos la ley moral de Dios, nos comportamos de una manera que concuerda con la forma en que Dios nos hizo. El pecado o la desobediencia a la ley moral no es solo una ofensa a Dios, sino también una violación de nuestra propia naturaleza creada.11 Proverbios lo expresa sucintamente: “Porque el que me halle [la sabiduría moral de Dios] hallará la vida […], pero el que peca contra mí, se defrauda a sí mismo, pues todos los que me aborrecen aman la muerte” (Proverbios 8:35, 36).

La revelación divina significa que en último término la verdad bíblica se corresponde con la realidad según la percibe Dios, quien es el único que ve la realidad en toda su complejidad y plenitud. Lo que entendemos es parcial y limitado. Existe una diferencia entre expresar que existen absolutos morales y afirmar que podemos conocer esos absolutos con la misma claridad que lo hace Dios. La verdad absoluta no es lo mismo que el conocimiento absoluto. Solo podemos tener una comprensión relativa de la verdad absoluta (1 Corintios 13:12). Aun así, la verdad parcial puede ser verdad real, siempre y cuando no la tomemos por toda la verdad. Esto nos libera internamente, porque nos da la esperanza de una comprensión más plena, aun mientras vivimos con la confianza de lo que ya sabemos (Juan 7:17).

La verdad se comporta bien

En quinto lugar, la verdad está ligada íntegramente con la justicia (con lo que es recto, bueno, justo y correcto). La verdad es la acción apropiada. Es una conducta correcta desde la ética. La verdad abarca y asume la moral. Es algo que puede ser expresado en hechos tangibles, que a su vez revela la autenticidad de nuestra conexión con Dios, la Fuente de la verdad (Juan 3:21; cf. 5:36; 10:25). La conducta basada en la verdad revela la esencia moral del propio yo. Da testimonio del poder transformador de la verdad (Juan 17:17). Sigue a Jesús, cuyas propias obras y acciones dieron un testimonio continuo de la verdad misma y de su conexión personal con el Padre (Juan 5:36; 10:25, 37; 14:11).

La verdad es relacional

En sexto lugar, la verdad es relacional. Incluye el habla y la conducta transparente ante los demás (Juan 8:44-46, 55). La verdad y la confianza que engendra son el fundamento de todas las relaciones. No puede existir una relación genuina entre seres falsos. No es posible compartimentar la verdad. No se puede ser verdadero en un área de la vida (ya sea espiritual, religiosa o doctrinal) y falso en otra (moral, política, social, laboral o marital), y aun así seguir siendo verdadero. La separación entre lo espiritual y lo moral divide a la persona. La selectividad subjetiva de las verdades morales divide a la persona. Así como Jesús habló la verdad (Juan 8:45, 46), lo mismo debemos hacer nosotros. Así como él expuso la hipocresía, las agendas ocultas y las maneras no transparentes de actuar de los líderes religiosos de Israel, Jesús nos invita a adoptar un nivel más elevado de transparencia y veracidad personales (Juan 8:44, 55).

Cómo ser veraces

En séptimo lugar, la verdad moral siempre será una cuestión de nuestro propio ser. Al igual que en el caso de Dios, la esencia de la verdad a nivel humano es personal. Tiene que ver con nuestra propia coherencia moral. ¿Somos verdaderos en nuestro ser, o falsos? ¿Amamos la verdad o interiormente buscamos evadir sus demandas sobre nuestra vida? Solo los que son “de la verdad” (1 Juan 3:19) entenderán y recibirán la verdad y, al mantenerse del lado de la verdad, serán verdaderos (Apocalipsis 14:5; 22:15; cf. Juan 18:37). Esto es lo que significa la declaración de Cristo cuando dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). La disposición de implementar la verdad moral en la vida propia y la capacidad de percibirla están vinculadas en forma inseparable. Conocemos la verdad a medida que la vivimos. Alcanzamos la verdad cuando la practicamos. “Hacer la verdad significa vivir de la realidad de aquel que es la verdad, haciendo de su ser nuestro ser y el ser de nuestro mundo”.12

Las Escrituras se refieren a los que aman la mentira porque estos no aman la verdad (2 Tesalonicenses 2:7-13; cf. Juan 3:19-21). Estos creen lo que es falso porque no aman lo que es verdadero. Se convierte en un círculo. La orientación moral propia tiende ya sea a la verdad o a la falsedad; la práctica de cualquiera de ellas imprime aún más el mundo interior propio en la dirección moral respectiva.

Las cuestiones reales sobre la relatividad percibida de la verdad residen aquí. Muchos están satisfechos de que la verdad sea relativa porque esto significa que pueden escoger lo que les gusta. No quieren verdades morales que estén contenidas en leyes que regulen su conducta. Es una actitud egoísta. Al relativizar la verdad, ya nada es restrictivo o vinculante. La verdad moral no siempre es conveniente o valorada. Como vimos en el caso de Pilato, en último término la pregunta de la verdad también es una pregunta sobre nosotros mismos.

Las personas rara vez son totalmente subjetivistas u objetivistas. Muchos que creen en absolutos morales son cómodamente relativistas en ciertas áreas, y muchos que afirman ser relativistas califican su relativismo. La cuestión no es saber si la verdad existe, sino dónde trazar la línea que separa los hechos de las cuestiones basadas en el gusto o la opinión. El relativismo moral parece resonar con nuestro deseo de tratar bien a la gente. Ofrece una manera de justificar nuestras acciones al afirmar que las normas éticas son personales. Da lugar a la pereza intelectual o de carácter. Cuesta mucho defender las ideas y la formación moral. El relativismo busca el camino más fácil, porque crea la ilusión de que no tenemos que esforzarnos por defender nuestras ideas.13

El relativismo moral es a menudo reaccionario. Los cristianos mismos han sido una gran causa del relativismo moral. Muchos escogen el relativismo moral por sobre los absolutos morales porque los que creen en absolutos morales a menudo quedan fijados en verdades morales selectas; se muestran legalistas, arrogantes, inflexibles, insensibles, abusivos, y reivindican sus posturas sin explicarlas. Necesitamos admitir que no somos Dios, mostrarnos humildes sobre cuestiones éticas, escuchar con más atención a las preocupaciones morales genuinas de nuestro tiempo, y pensar en los absolutos morales en términos de carácter y cualidades morales antes que en meras acciones. Acaso entonces habrá menos reacciones. Tenemos que ser absolutamente justos, compasivos, amantes y pacientes.

La verdad llena de gracia

Por último, la verdad y la gracia van juntas. Están vinculadas orgánicamente, y de ninguna manera se excluyen mutuamente. La gloria del carácter de Dios revelado en Cristo estuvo “lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). “La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). “[Entendemos] la gracia de Dios en verdad” (Colosenses 1:6). Debemos hablar la verdad con amor (Efesios 4:15). La gracia, la misericordia, la paz, la verdad y el amor son componentes inseparables de la vida moral y espiritual auténtica (2 Juan 3). La verdad moral de Jesús jamás es fría o impersonal. Siempre se interesa en las circunstancias particulares de personas reales. Es moderada pero convincente. Trata a los demás con amabilidad. Es por ello que Jesús le dijo a la mujer sorprendida en adulterio: “Ni yo te condeno”. Pero también le dijo al mismo tiempo: “Vete y no peques más” (Juan 8:11). Jesús, que es “el camino, la verdad y la vida”, siempre trató a las personas con comprensión, gracia, misericordia, amor… y verdad.

La verdad que Jesús pronunció incorpora una dimensión moral y transformadora: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Y oró: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” (Juan 8:32; 17:17). “No es que necesitemos tanto la libertad para descubrir la verdad, sino vivir en la verdad para experimentar la libertad”.14

¿Existen los absolutos morales? ¡Por supuesto! Como un patrón infinito y eterno, la verdad yace en el centro mismo de la cosmovisión cristiana. Tenemos que buscarla, creerla, vivirla, modelarla y hablarla. Debemos tomar decisiones basadas en la verdad y ser transformados por ella. En el centro mismo del gran conflicto entre Cristo y Satanás se halla una batalla por la verdad moral. Es una batalla por nuestra mente y carácter, que se desenvuelve al vivir la vida y participar de los momentos decisivos de la historia de esta tierra (2 Tesalonicenses 2:8-12; Apocalipsis 12:17; 14:6-13; 16:12-16). Dios nos ha dado su Espíritu para guiarnos a la verdad (Juan 16:13). A cada paso, Jesús nos recuerda: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

REFERENCIAS

  1. Todas las referencias bíblicas han sido extraídas de la Santa Biblia, versión Reina-Valera, revisión 1995.
  2. J. Taylor, “Is Truth of Consequences?” Perspective Digest 14 (2009) 3:9.
  3. Arthur Holmes, All Truth Is God’s Truth (Downers Grove, Illinois.: InterVarsity, 1983), p. 34.
  4. Ibíd.
  5. P. Tillich, “What Is Truth”, Canadian Journal of Theology 1 (1955) 2:120.
  6. Daniel Maguire, Ethics: A Complete Method for Moral Choice (Minneapolis: Fortress, 2010), p. 15.
  7. E. Lutzer, The Necessity of Ethical Absolutes (Grand Rapids: Zondervan, 1981), p. 70.
  8. Ibíd.
  9. Los seres humanos poseen (1) la capacidad de autoreflexión; (2) la capacidad de razonar; (3) capacidad moral, es decir, podemos entender distinciones entre el bien y el mal; y (4) la capacidad de relacionarnos correctamente con Dios.
  10. A. Lindsley, True Truth: Defending Absolute Truth in a Relativistic World (Downer’s Grove: Illinois: InterVarsity, 2004), p. 19.
  11. Lutzer, p. 70.
  12. Tillich, p. 121.
  13. S. Wilkens, Hidden Worldviews: Eight Cultural Stories that Shape Our Lives (Downer’s Grove, Illinois:InterVarsity, 2009), p. 86.
  14. Taylor, p. 23.
Revista Adventista de España