“Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt.24:14).
Conocemos bien estas palabras. Forman el versículo central del capítulo 24 de Mateo donde Jesús contesta a la petición que han hecho los discípulos: “¿Qué señal tendremos de tu venida y del fin del siglo?” (Mt.24:3). Podemos imaginar a esos hombres sorprendidos por el anuncio que Jesús les acaba de hacer acerca de la futura destrucción del templo. Si el templo, símbolo de la presencia de Dios y de la gloria de Israel para el mundo, ha de quedar destruido, ¿será que estamos cerca del fin del mundo?
Jesús anuncia el por venir de la raza humana ante sus turbados amigos. Nada que no hubieran conocido en su propia historia reciente o, como diría el sabio Salomón, “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará, pues nada hay nuevo debajo del sol” (Ecl.1:9). Jesús descorre el velo para mostrar que el planeta sería testigo de futuros terremotos, terribles guerras, enfermedades contagiosas, desastres de todo tipo y caos religioso de todo tipo que incluyen falsos profetas, falsos cristos y constantes persecuciones. Todo en una incesante y perversa espiral de destrucción y maldad que escoltará a la raza humana hasta “el fin del mundo”.
Imagino la cara de los discípulos. A medida que Jesús va hablando, su miedo va en aumento. Pero nada de todo aquello es “la señal” que indica que Jesús ha de volver. Todo son indicios de proximidad. Nos acercamos al evento señalado, pero la señal tiene que ver con el Evangelio y no con el mal. Hoy, dos mil años más tarde, vemos la historia hacia atrás y vemos, sin lugar a dudas, que Jesús tenía razón. La historia es testigo de la intensificada proliferación constante de todo aquello que Él anunció. ¿Qué nos queda por ver?
Precisamente la señal
Es necesario que el Evangelio sea predicado en todo el mundo como testimonio. Los medios están y ya no somos doce asustadizos judíos del primer siglo, sino que el cristianismo cuenta con millones de adeptos cuya sinceridad y fidelidad solo puede juzgar el Señor.
Estoy seguro que, tarde o temprano, veremos el cumplimiento del consabido blanco de la Juventud Adventista: “El Mensaje del advenimiento a todo el mundo en mi generación” (Mt,28:18;20). Sin embargo, ¿nos habla el versículo de una simple divulgación del mensaje adventista? ¿Es nuestra misión anunciar un mensaje teórico, una ideología cristiana entre las muchas más que compiten por darse a conocer?
¿A qué se refiere Jesús cuando dijo que el mensaje sería dado como testimonio? Quizás podamos encontrar algo de luz al leer las palabras del propio Jesús:
“Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’.
Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Éste es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores” (Mt.11:18-19).
La conclusión de Jesús: “Pero la sabiduría es justificada por sus hijos” (v.19).
Mientras…
- nuestras teologías y vivencias religiosas nos dividen entre liberales y conservadores.
- condenamos a los que expresan demasiada alegría o nos quejamos de los que evidencian escasa emoción.
- críticamos el exceso de ritmo de ciertas alabanzas y otros ven escaso gozo cristiano en nuestra tradición religiosa.
- unos predican gracia, otros enfatizan obediencia; unos hablan del infierno y otros hablan del amor…
… lo que el mundo (desesperadamente) necesita es a Jesús. No un concepto teórico. No meras palabras, por bonitas que sean, sino acción.
Es por ello, que me atrevo a formular las siguientes preguntas: ¿Funciona el Evangelio? ¿Sirve para algo? ¿Tiene poder para cambiar, salvar y transformar? ¿Es relevante para una generación asediada por las crisis medioambientales, políticas, sanitarias y económicas? ¿Más allá de ser una iglesia o un movimiento, sabemos lo que es vivir en Cristo?
Según Pablo, el “Evangelio es poder para salvación de todo aquel que cree” (Rom.1:16). Por eso, él no se avergonzaba del Evangelio. Lo que decimos, lo que creemos, lo que discutimos, lo que decimos ser queda justificado por lo que realmente somos.
Este es el testimonio que el mundo necesita ver. “Pero la sabiduría es justificada por sus hijos” implica mucho más que posturas o ideologías teológicas. Tiene que ver con poder. Con testimonio. Lo que soy grita más que lo que digo y esa es la razón por la que, con humildad, repito las palabras del apóstol: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro alcanzar aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo” (Fil.3:12).
Nuestra mayor necesidad no son más sermones. Hemos escuchado muchos ya. Sé que puede parecer una afirmación controvertida, pero en el contexto presente, siendo yo mismo un predicador, confieso que no me quiero conformar con predicar, quiero vivir. Quiero ser y no solo hablar.
Spotify o Youtube tienen miles de preciosas melodías cristianas. Para todos los gustos. Podemos seguir creando y lo seguiremos haciendo por la acción del Espíritu en nosotros, pero la belleza y el poder del Evangelio no depende de nuestra capacidad creativa, sino de nuestro deseo de levantar a Jesús y vivir con honestidad y humildad la verdad evangélica.
Es cierto: hay iglesias más alegres y también las hay más solemnes. Podemos pasarnos la vida criticando a la iglesia y lamentando todo lo malo que tiene… pero esa no es la señal de la que habló Jesús. Seamos el cuerpo de Cristo, pareciéndonos a Él y amando como Él nos enseñó a amar. Vivamos el evangelio y seamos instrumentos en manos del Señor para salvación de los que nos rodean.
El fin se acerca. Pronto el Evangelio habrá sido predicado en todas las naciones como testimonio y Jesús podrá venir. Recuerda este precioso pensamiento:
“Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en la iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea reproducido en su pueblo, entonces Él vendrá para reclamarlos como suyos” (Elena White, EUD, p. 36).
Autor: Óscar López, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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