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El plan eterno

“…según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos” (Romanos 16:25).

El mundo centra su atención en la muerte de Jesús como parte central en la obra salvífica para nuestra redención, y es una parte importante de todo el plan de salvación ideado por Dios para reconciliar al ser humano con su ley pura, perfecta y eterna, pero no es la única. Para intentar comprender ese plan en toda su totalidad y toda su complejidad, lo primero es entender que Jesús, el que dio su vida por nosotros, es divino y eterno (Isaías 9:6,7; Josué 5:13-15; Isaías 48:12,16; Miqueas 5:2; Colosenses 2:2,3,9;  Mateo 28:18; Mateo 18:20) ya que es el mismo Dios hecho hombre en la persona de su Hijo (1ª Timoteo 3:16; Juan 1:1,14; Filipenses 2:5-8; Isaías 9:6; Juan 8:56-58; Juan 17:5,8).

Una vez comprendemos eso, reconocemos en la misma Biblia no solamente ese nacimiento y esa encarnación de Dios mismo, sino que además descubrimos que estaba profetizada, lo cual demuestra que ese plan de redención estaba planeado de antemano desde hacía miles de años (Isaías 7:14; Mateo 1:22,23). Ese mismo Jesús eterno, “el Verbo de Dios, mediante el cual todas las cosas fueron hechas” (Juan 1:1-3), creó al ser humano una vez se había ideado el Plan de Redención ante una posible condenación a una muerte eterna tras una también potencial entrada del pecado en la Tierra; y fue el que lo llevó a cabo porque finalmente fue necesario (Marcos 8;31; 1 Pedro 1:18-20; Romanos 16:25; Efesios 3:9; Colosenses 1:26,27; Apocalipsis 13:8).

Necesitamos explicar el plan al mundo

A partir de ahí, el Plan de Salvación contra esa muerte y desaparición eternas es explicado al ser humano a través de Jesús desde el mismo Adán (Génesis 3:15,21; Patriarcas y profetas p. 382) y debe ser compartido y predicado por el pueblo de Dios a toda la humanidad y durante todas las edades para que todos y cada uno de los que hemos pasado por esta Tierra podamos beneficiarnos de esa redención (Mateo 28:18-20; Marcos 16:15,16; Lucas 24:46-49; Juan 20:21; Hechos 1:8). A través de Jesús no solamente se ha creado al ser humano (Juan 1:1-3), el mismo Jesús no deja de conectar, de comunicarse con la raza humana para guiarnos en esa labor salvífica, no solo personal, sino también compartida y colectiva (Mateo 28:20; 18:20; Hebreos 1:1-2; Patriarcas y Profetas p. 382).  

El propósito completo

La vida del Jesús terrenal es la parte del plan que mejor conocemos; pero debemos hacer hincapié en cuatro aspectos y propósitos de su paso por la Tierra para entender mejor ese plan, ya que el conflicto entre el bien y el mal no atañe solamente a la relación entre el ser humano y su Creador.

  • Primero de todo, la vida, muerte y resurrección del Jesús terrenal sirvió para vindicar el carácter de Dios.
  • Segundo, para asegurar la estabilidad del universo.
  • Tercero, para redimir a la raza humana.
  • Cuarto, darnos ejemplo de vida.

La vida y muerte de Jesús no tenían como único objetivo redimirnos de pecado, era importante que también mediante su muerte inmerecida en la cruz se justificara a Dios y a su Hijo en su trato con el mal y su actuación contra la rebelión de Satanás.

Todo el universo era testigo de ese conflicto celestial y ver al mismo Dios encarnado en el Mesías entregando su vida como única opción para rescatar del pecado y sus consecuencias al ser humano dejó clara la justicia de Dios basada en su misericordia y amor eternos por nosotros. Y, evidentemente, el ejemplo de vida que nos dio hasta su muerte sirvió, además, para aclarar cómo tiene que ser nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes: “amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos” (Mateo 22:37,39; Hebreos 10:12,14; 1 Pedro 2:21; 1 Juan 2:6; Patriarcas y Profetas p. 55).

La obra continúa

Pero una vez acaba la obra de Cristo en la Tierra no termina la obra de Dios por nosotros. En Hechos 1:11 leemos, en un solo versículo, cómo dos ángeles anuncian que ese mismo Jesús al que vieron desaparecer en el cielo volvería desde el mismo cielo; y tres versículos antes leemos también cómo mientras tanto, el Espíritu Santo, el tercer miembro de la Trinidad Divina iba a estar acompañando a la raza humana durante el transcurso de nuestras vidas (Hechos 1:8).

El Jesús terrenal iba a recuperar toda potestad y poder, e iba a volver a ser entronizado y coronado de nuevo en honra y en gloria (Hebreos 2:7; Isaías 52:13-15; Filipenses 2:9-11; Mateo 28:18; Juan 16:27,28; 17:5,8). Mediante la unidad de los tres miembros de la Divinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo (Deuteronomio 6:4), se lleva a cabo todo el plan de redención planeado desde antes de la Creación.

Jesús en el Santuario Celestial

Desde el momento en que Jesús ascendió al cielo, entró en el Santuario Celestial y se sentó a la diestra de su Padre (Hechos 7:55; 1 Pedro 3:22; Romanos 8:34; Colosenses 3:1; Efesios 1:20). De esta manera, al igual que en la tipificación hecha por el pueblo de Dios en las funciones del sumo sacerdote en el santuario terrenal hasta el sacrificio del Cordero Divino, Cristo ha intercedido por su pueblo como Sumo Sacerdote en el Lugar Santo del Santuario Celestial, hasta 1844.

Esto ha ocurrido para, más adelante, seguir ejerciendo, pero ya no solo intercediendo por nuestros pecados sino haciendo expiación por ellos desde el Lugar Santísimo del mismo Santuario, mediante lo que entendemos por Juicio Divino (Levítico 16:15-20; Hebreos 2:17; 7:24,25; 9:11,12,24; Daniel 8:14; Primeros Escritos p. 55). Esa es la obra que estará realizando Jesucristo hasta el mismo momento en que vuelva a buscarnos para llevarnos con Él ya perdonados, santificados y restaurados para vivir sin rastro del dolor y sufrimiento provocados por el pecado (Apocalipsis 21:4).

La función del Espíritu Santo

Durante todo este proceso redentor, ya sea durante la época anterior al sacrificio en la cruz,  como a la posterior, ha desempeñado su función el Espíritu Santo, el tercer miembro eterno de la Divinidad (Génesis 1:2; 1 Corintios 2:10-11; Juan 14:15-17,26; Mateo 28:20; Juan 16:8). Su tarea es importantísima ya que es el que no deja de buscar al ser humano hablándole a su conciencia y buscando que este abra su corazón a Dios, arrepintiéndose de sus pecados y aceptando todo el plan de redención hecho para él personalmente, para ser perdonado y reconciliado. Así se abre ante nosotros la posibilidad de recuperar el regalo que perdimos con la entrada del pecado, que no es otro que disfrutar de la presencia de Dios y su poder en nuestra vida, sin limitaciones y por toda la eternidad.

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro… Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo… Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie les arrebatará de mi mano… (Porque) en la casa de mi Padre muchas moradas hay; …voy, pues, a preparar lugar para vosotros… y vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis” (Hebreos 4:16, Apocalipsis 3:20, Juan 10:28; 14:2,3).

Autor: Enoc Navarro, anciano de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Urgell, Barcelona.
Imagen: Photo by Oscar Ivan Esquivel Arteaga on Unsplash

 

2 comentarios

  • La Verdad Ilustrada dice:

    Hola a todos! Yo antes era trinitario, y cuando digo “antes” me refiero a hace dos años. Fui bautizado en España hace más de 20 años y nunca me cuestioné nada, acepté aquello que se me dijo, y una de esas cosas fue la doctrina de la Trinidad. Actualmente no soy trinitario por muchas razones, y una de ellas (y la primera) es por la propia Palabra de Dios. Aun así no vengo aquí a exponer mi postura. Aclarar también que creo en el Espíritu Santo y no como una energía así como creen los Testigos de Jehová, sino como el propio Hijo de Dios despojado de la personalidad humana, el cual envía su propio Espíritu mediante el ministeriondenlos ángeles.

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