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“Dios creó a la persona a su imagen. La creó a imagen de Dios, hombre y mujer los creó.” (Gn 1:27)

Había sido un día intensísimo desde que el aliento de Dios había impregnado cada una de sus células y se había convertido en criatura. Había disfrutado de cada uno de los detalles de la naturaleza que le rodeaba. Se había emocionado con el color de las flores y de los guacamayos, con el vuelo de los colibrís y con la lenta danza de las medusas. Había acariciado el lomo de una ballena y percibido las escamas multicolores de una mariposa. Se había detenido ante cada uno de los animales que le rodeaban y, tras observarlos y describirlos, les había puesto nombre. En esa actividad había notado que la mayoría de esos seres estaban diseñados en pareja. No había, sin embargo, un par de su semejanza. Aquello le impacto pero estaba tan cansado, sentía tanto sopor que decidió echarse una siestecilla y así lo hizo. Fue un dormir intenso y reparador (nunca mejor dicho). Al despertar notó que algo en su interior estaba removido, bien removido, como si las cosas estuvieran ahora en su lugar adecuado.

Extendió su mirada y la vio. Lo que sintió era sumamente complejo. Percibía compañía, complementariedad, interrelación, belleza y, sobre todo, una emoción muy intensa que surgía de lo más profundo de su corazón. Con el tiempo comprendería que esa emoción derivaba de un principio denominado “amor”. Era como él (hombre en Génesis se dice  ‘iš) pero, a su vez, distinta. Le generaba tanta admiración que sólo supo llamarla ‘išah (supongo que esa “a” superabierta y final no era otra cosa que la imagen de un primer hombre de rostro boquiabierto ante la primera mujer). De ese encuentro surge toda la antropología y la sociología de la cosmovisión bíblica.

Un análisis somero de los capítulos 1 y 2 de Génesis nos indica que la persona es la suma de lo femenino y lo masculino; que la relación perfecta es de dos y de género distinto; que el resultado de dicha relación es el crecimiento en familia y personal, la paridad que distingue funciones y aúna proyectos, la complementariedad que enfatiza el trabajo en equipo y colaborativo, la igualdad como criaturas, la exclusividad de forma y fondo y, finalmente, la intimidad que abre nuestras vidas al amor verdadero.

Otro análisis de Génesis 3 nos muestra que todo esto lo fastidió el pecado; que la soledad campa por doquier (incluso en pareja); que se ha abandonado el modelo y se proponen combinaciones de número y género para las que no estamos diseñados; que las relaciones están trastocadas y las familias se atomizan; que las personas se alienan; que la desigualdad no es solo salarial sino existencial; que la violencia doméstica mata más que muchos terroristas y que la piel explícita y desnuda ha abierto muchas vidas en canal (sobre todo, canales de Internet); que el amor es pasajero y caprichoso, tan antojadizo como el ritmo del zapping.

Nosotros, los cristianos, optamos por elegir el modelo de Génesis 1 y 2. Es el que se va a practicar en la Nueva Tierra así que nos vamos adelantando. Ese modelo, a 8 de marzo, Día internacional de la mujer según la ONU, quiere decir que nosotros reivindicamos la admiración del primer hombre y la sonrisa inteligente y cómplice de la primera mujer. Y en esa reivindicación afirmamos:

  1. Que sí que creemos en la igualdad de las personas y que esas personas fueron creadas como mujeres y como hombres a imagen de Dios. Y para Dios no hay personas de segunda clase. En este viaje todos tenemos vagón “preferente”.
  2. Que Cristo fortaleció este modelo cuando trato a todas las personas como tales. Y sabemos, por Pablo, que si vivimos en Cristo no habrá ninguna diferencia de estrato, raza o género. Si alguien propone otra opción, claramente, no está en Cristo. Por cierto, aquí solo hay dos posiciones y la “otra” ya sabéis de quien es.
  3. Que no hemos avanzado demasiado en la iglesia en cuanto a que la mayoría de nuestros miembros (evitemos el debate de “miembras”) se sientan totalmente integradas en los procesos de vida, actividad y decisión eclesiásticos. Y que esto, como mínimo, es una deficiente gestión de nuestros recursos humanos.
  4. Que no hemos de confundir tradiciones o cultura con verdadera religión. La cosmovisión bíblica debe hacernos avanzar sobre las costumbres o pensamientos heredados. Así se acercaron más a la verdad los que nos precedieron y, en la misma dinámica, nosotros nos encontraremos en planteamientos más armoniosos con el carácter de Cristo.
  5. Que la mejor de las emociones, el mejor de los sentimientos, la mejor de las actitudes y la mejor acción se fundamentan en el amor y el amor es “comprensivo [sabe ser empático y percibe los matices femeninos y masculinos] y servicial [no espera ser servido sino servir]; el amor nada sabe de envidias [no hay guerra de sexos], de jactancias [no hay prejuicios ni privilegios], ni de orgullos [no hay nadie superior]. No es grosero [nada de violencia verbal ni de gestos micromachistas], no es egoísta [procura entornos de generosidad], no pierde los estribos [nada de violencia doméstica], no es rencoroso [nada de violencia encubierta]. Lejos de alegrarse de la injusticia [se alegra con la igualdad], encuentra su gozo en la verdad [porque todos somos personas a imagen divina]. Disculpa sin límites [porque la gente de bien sabe perdonar y perdonarse], confía sin límites [porque la gente de fe sabe de quien fiarse], espera sin límites [porque los cristianos saben donde mirar], soporta sin límites [porque el sacrificio de Jesús nos ha hecho más resilientes].” (1 Cor 13, 4-7)

Hombre y mujer, ser humano, fuimos creados a Su imagen y  tenemos la responsabilidad de reflejarla. Todos somos hijos de Dios, todos somos cristianos, todos somos personas alentadas por el Espíritu Santo, por lo tanto, todos somos iguales y todos contamos y mucho.

Víctor Armenteros. Doctor en teología. Responsable de los departamentos de Educación / Gestión de vida cristiana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.

Foto: frank mckenna en Unsplash

Revista Adventista de España