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Querido amigo, en esta ocasión me gustaría hablar sobre la madurez: un tema complejo pero necesario. Es probablemente uno de los temas que más necesitamos considerar como iglesia con el fin de que juntos podamos concluir nuestra estancia en esta tierra. Si te fijas bien, muchos de los problemas que tenemos en la iglesia se deben a una falta de madurez. La madurez es imprescindible para enfrentar las situaciones difíciles y complejas. La inmadurez producirá divisiones, enfrentamientos y lo que es peor abandonos de muchos de nuestros hermanos. ¡Qué importante es analizar este tema con el fin de saber gestionar las diferencias, lo inesperado, lo que hace daño, las equivocaciones…!

¿QUÉ ES?

Si tuvieses que definir la madurez ¿qué dirías? Definir este término no es nada fácil. Esta dificultad se hace más evidente cuando alguien se te acerca y te pregunta: ¿tú te consideras una persona madura? Me imagino la respuesta que darías, tu respuesta no sería un “sí” o un “no”, por prudencia, tu respuesta iría en la dirección de la ambigüedad: “más o menos”; o “en unas cosas sí, en otras no”; o “en unas cosas sí, en otras me falta mucho”. Creo que esto nos pasaría a todos, daríamos una respuesta diplomática. ¿Por qué nos pasa esto? Es una pregunta para la reflexión.

LA MADUREZ SUPERFICIAL

Con frecuencia usamos la palabra “madurez” en contextos diferentes con el fin de cubrir diversas necesidades. Por ejemplo:

  • La usamos asociándola con la edad. Si alguien es mayor decimos: “Es una persona madura”.
  • Cuando se trata de cubrir una responsabilidad delicada decimos: “Se necesita a alguien con madurez”.
  • Ante una situación difícil en la que se precisa un consejo sabio decimos: “Coméntalo con “fulanito”, es una persona muy madura, él podrá ayudarte”.
  • Cuando alguien tiene que hacer frente a una crisis, una enfermedad, una mala noticia, se dice: Ojalá que sea maduro para hacer frente a lo que le viene encima.

Si te das cuenta, en estas y otras ocasiones, usamos la palabra madurez para indicar que ésta es necesaria para cubrir situaciones difíciles. Puede ser responsabilidad, confianza, estabilidad, control etc. Efectivamente, la madurez engloba todas estas cualidades, pero los ejemplos mencionados no definen lo que es la madurez. Por eso creo que es bueno mirar la madurez en sí misma y no en los efectos para los que es útil. Comencemos definiendo lo que es la madurez y sigamos después hablando de cómo se consigue.

DIOS INTERVIENE EN LA VIDA DEL HOMBRE

Es bueno considerar cuál es el objetivo que Dios tiene para el ser humano. Cuando vamos a la Escritura descubrimos algo interesante. Pablo en la 2ª epístola a Timoteo dirá que “la Escritura es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir…” (2ª Timoteo 3:16 p.p.). Como puedes imaginar esto no es un objetivo sino el medio para conseguirlo. El propósito de Dios es hacer que el hombre sea “perfecto.” El término perfecto no se refiere a la perfección divina, donde el hombre nunca llegará, de lo que Pablo está hablando es de alcanzar la madurez, es decir, desarrollar nuestras capacidades al máximo con el fin de saber cómo tratar cada situación. Cuando uno alcanza este grado de desarrollo ha conseguido la madurez y la Biblia llama a este estado “perfección”.

Para clarificar este concepto usemos la ilustración de la fruta. ¿Cuándo decimos que una fruta está madura? Cuando alcanza su punto óptimo de sabor y de textura. Antes de la madurez la fruta está verde, después la fruta se pasa y su sabor ya no es agradable. Apliquemos esta imagen a las personas e interpretemos el pasaje bíblico que dice: “A fin de que el hombre de Dios esté enteramente preparado para toda buena obra” (2ª Timoteo 3:16 u.p). De acuerdo con esto podemos decir que la madurez es el estado óptimo en el que deberíamos encontrarnos para saber gestionar las cosas bien, a pesar de su complejidad.

¿CÓMO SE ALCANZA LA MADUREZ?

En su carta a los Corintios Pablo hace una declaración interesante: “Cuando yo era niño, hablaba como un niño, pensaba como un niño, juzgaba como un niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” (1ª Corintios 13: 11) ¡Qué declaración más oportuna! Pablo aquí nos habla de la madurez, y lo hace a través de otra imagen: el niño y el hombre. Pablo nos dice que la madurez sólo se puede conseguir a través de un proceso de transformación. Pasar de niño a hombre no es una cuestión de edad sino de cambio de mentalidad. La diferencia en la forma de hablar, de pensar o de juzgar no estriba en los años, sino en la mente. Aquí está el quid de la cuestión. Una mentalidad diferente marca las diferencias en todos los ámbitos. Pretender ser maduro con la mentalidad de niño, es un imposible. Esto nos lleva a sacar una conclusión importante. ¿Quieres ser una persona madura? Debes analizar la mentalidad que posees. Si tienes la mentalidad de niño no te será posible alcanzar la madurez. Necesitas un cambio, una transformación.

RECRIMINACIÓN DE PABLO

En la misma carta Pablo hará una recriminación a los corintios. Se está dirigiendo a personas que ya tienen años de experiencia en la iglesia, sin embargo no han alcanzado la madurez esperada y dirá: “De manera que yo no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía (de tomar vianda)” (1ª Corintios 3: 1, 2).

En la iglesia de Corinto surgían conflictos delicados en diferentes ámbitos y no sabiendo gestionarlos, las cosas empeoraban cada vez más. Pablo les dice que el problema está en su mentalidad. A pesar de los años de experiencia en la iglesia todavía seguían siendo niños. Pablo, usando la imagen de la leche y de la vianda, intenta que comprendan que su actuación se apoyaba en tres constantes: los celos, las contiendas y las disensiones. No se pueden arreglar los conflictos con este trasfondo. ¿Cómo cambiarlo? Pablo dirá, hay que madurar, y eso se consigue a través de una transformación. En el ámbito físico la transformación se hace evidente por los rasgos. Un niño tiene las facciones de niño, un adulto las tiene de adulto. En cuanto a la personalidad, Pablo dirá que hay que dejar de ser carnales y pasar a ser espirituales.

De esta forma Pablo añade otra connotación a tener en cuenta. Mientras sigamos siendo carnales no será posible alcanzar la madurez. Para que esta aparezca es necesario movernos en la dimensión espiritual, es decir, cuando consideramos todo a la luz del conflicto cósmico (el bien y el mal) y no a la luz de las emociones o los sentimientos.

CONCLUSIÓN

Querido amigo, me gustaría recoger lo dicho hasta aquí. La madurez supone tres cosas: crecimiento, transformación y desarrollo:

  1. El crecimiento es necesario, pero no suficiente. Crecemos con el conocimiento. Saber más de Dios nos permite crecer, el problema es crecer con una mentalidad de niño. Es verdad que el conocimiento nos ayudará a saber más, pero seguiremos siendo los mismos y recuerda que saber mucho no implica madurez.
  2. La madurez empieza cuando nuestra mente (nuestra forma de pensar y sentir) cambia. Pablo especifica esto diciendo “hay que pasar de tener una mente de niño a una mente de hombre”.
  3. Pero no termina aquí el ciclo, la madurez debe desarrollarse porque de lo que se trata no es de ser poco maduro, sino alcanzar el máximo en madurez, por eso es necesario que la madurez se desarrolle. ¿Cómo se consigue esto? Con la experiencia, con los errores que cometemos, con los consejos que nos dan y con la dirección divina. Poco a poco el hombre maduro adquirirá las destrezas necesarias para gestionar lo difícil y encauzar las situaciones para su solución, cumpliendo así el propósito divino.

Estoy convencido que la gran necesidad que tenemos como iglesia es justamente ésta: conseguir la madurez adecuada. Con ella gestionaremos mejor, avanzaremos mejor y trabajaremos mejor. Dios podrá usarnos adecuadamente y terminar la obra con nosotros. Dejemos los celos, las contiendas y las disensiones y movámonos con la fe, la esperanza y el amor.

Que Dios nos ayude a todos. AMÉN.

Revista Adventista de España