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Lo que experimentaron los discípulos que predicaron el “evangelio del reino” cuando vino Cristo por primera vez, tuvo su contraparte en lo que experimentaron quienes proclamaron el mensaje de su segundo advenimiento.
Así como los discípulos fueron predicando: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado”, así también Miller y sus asociados proclamaron que el período profético más largo y último de la Biblia estaba a punto de expirar. Afirmaron que el juicio era inminente y que el reino eterno sería establecido.
La predicación de los discípulos en cuanto al tiempo se basaba en las 70 semanas de. Daniel 9. El mensaje dado por Miller y sus colaboradores anunciaba la conclusión de los 2.300 días de (Daniel 8:14), de los cuales las 70 semanas forman parte. En cada caso la predicación se basaba en el cumplimiento de una parte diferente del mismo gran período profético.
El santuario no es la tierra
Como los primeros discípulos, Guillermo Miller y sus colaboradores no comprendieron ellos mismos enteramente la importancia del mensaje que presentaban. Los errores que desde hacía largo tiempo se habían establecido en la iglesia les impidieron arribar a una correcta interpretación de un punto importante de la profecía. Por tanto, si bien proclamaron el mensaje que Dios les había confiado para que lo diesen al mundo, sufrieron un desengaño debido a una interpretación equivocada de su significado.
Al explicar (Daniel 8:14): “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”, Miller, como ya lo hemos dicho, adoptó la creencia general de que la tierra es el santuario, y creyó que la purificación del santuario representaba la purificación de la tierra por el fuego a la venida del Señor. Por consiguiente, cuando encontró que el fin de los 2.300 días estaba predicho con precisión, sacó la conclusión de que eso revelaba el tiempo de la segunda venida. Su error provenía de que había aceptado la creencia popular relativa a lo que constituye el Santuario.
El verdadero santuario
En el sistema típico -que era una sombra del sacrificio y el sacerdocio de Cristo- la purificación del Santuario era el último servicio efectuado por el sumo sacerdote en el ciclo anual de su ministerio. Era el acto final de la obra de expiación: una remoción o un quitar el pecado de Israel. Prefiguraba la obra final en el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote en el cielo, en la remoción o el borrado de los pecados de su pueblo, los cuales están registrados en los libros celestiales.
Este servicio involucra una obra de investigación, una obra de juicio, y precede inmediatamente la venida de Cristo en las nubes del cielo con gran poder y gloria; pues cuando él venga, la causa de cada uno habrá sido juzgada. Jesús dice: “Yo vengo… y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Apocalipsis 22:12. Esa obra de juicio, que precede inmediatamente al segundo advenimiento, es la que se anuncia en el primer mensaje angélico de (Apocalipsis 14:7): “¡Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su Juicio!”.
La voluntad de Dios se cumplió, a pesar del error
Los que proclamaron esta advertencia dieron el mensaje correcto en el tiempo correcto. Pero así como los primitivos discípulos declararan: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado”, basándose en la profecía de (Daniel 9), sin darse cuenta de que la muerte del Mesías estaba anunciada en el mismo pasaje bíblico, así también Miller y sus colaboradores predicaron el mensaje basados en Daniel 8:14 y Apocalipsis 14:7, sin ver que en Apocalipsis 14 aun había otros mensajes que también debían ser proclamados antes del advenimiento del Señor.
Como los discípulos se equivocaron en cuanto al reino que debía establecerse al fin de las 70 semanas, así también los adventistas se equivocaron en cuanto al evento que debía producirse al fin de los 2.300 días. En ambos casos hubo una aceptación de, o mejor dicho una adhesión a, errores populares que cegaron la mente a la verdad. Ambos cumplieron la voluntad de Dios de proclamar el mensaje que él deseaba que se diese, aunque ambos, debido a su mala interpretación del mensaje, sufrieron chascos.
Una dura prueba
Sin embargo, Dios cumplió su propósito benéfico al permitir que la advertencia del juicio fuese proclamada precisamente como lo fue. El gran día era inminente, y en la providencia de Dios el pueblo fue probado tocante a un tiempo definido con el fin de revelarles lo que había en sus corazones. El mensaje tenía por objetivo probar y purificar a la iglesia. Los hombres debían ser inducidos a ver si sus afectos estaban puestos en las cosas de este mundo o en Cristo y el cielo.
Ellos profesaban amar al Salvador; ahora debían probar su amor. ¿Estarían dispuestos a renunciar a sus esperanzas y ambiciones mundanales, y dar la bienvenida con gozo al advenimiento de su Señor? El mensaje tenía por objetivo capacitarlos para discernir su verdadero estado espiritual; fue enviado misericordiosamente para despertarlos con el fin de que buscasen al Señor con arrepentimiento y humillación.
Además, si bien el chasco era el resultado de su propia interpretación errónea del mensaje que daban, sería trastocado para bien. El corazón de quienes habían profesado recibir la advertencia iba a ser probado. En presencia de su chasco, ¿se apresurarían a renunciar a su experiencia y a abandonar su confianza en la Palabra de Dios, o con oración y humildad procurarían discernir en qué puntos no habían comprendido el significado de la profecía?
¿Cuántos habían obrado por temor, o por impulso y arrebato? ¿Cuántos eran de corazón indeciso e incrédulos? Muchos profesaban amar el advenimiento del Señor. Al ser llamados a sufrir las burlas y el oprobio del mundo, y la prueba de la dilación y del chasco, ¿renunciarían a su fe? Por no poder comprender inmediatamente los tratos de Dios para con ellos, ¿rechazarían verdades sostenidas por el testimonio más claro de su Palabra?
El único fundamento
Esta prueba revelaría la fortaleza de aquellos que con verdadera fe habían obedecido lo que creían ser la enseñanza de la Palabra y del Espíritu de Dios. Ella les enseñaría, como sólo tal experiencia podía hacerlo, el peligro de aceptar las teorías e interpretaciones de los hombres, en lugar de dejar a la Biblia interpretarse a sí misma. La perplejidad y el dolor resultantes de su error producirían en los hijos de la fe la corrección necesaria. Los inducirían a profundizar aún más el estudio de la palabra profética. Aprenderían a examinar más cuidadosamente el fundamento de su fe, y a rechazar todo lo que no estuviera fundado en la verdad de las Escrituras, por muy amplia que fuese su aceptación en el mundo cristiano.
A estos creyentes les pasó lo que a los primeros discípulos: lo que en la hora de la prueba les parecía oscuro a su entendimiento, les sería aclarado después. Cuando vieran el “fin del Señor” sabrían que, a pesar de la prueba resultante de sus errores, los propósitos del amor divino hacia ellos habían estado cumpliéndose firmemente. Merced a tan bendita experiencia aprenderían que el “Señor es muy misericordioso y compasivo”; que todas sus sendas “son misericordia y verdad, para los que guardan su pacto y sus testimonios”. Santiago 5:11; Salmos 25:10.
Autora: Ellen G. White. Capítulo 5 del libro “Cristo en su Santuario”