La migración ha sido una constante real en el viejo continente desde hace siglos, oscilando el sentido de los movimientos migratorios en sentido interno y externo, hacia el exterior y el interior, dependiendo del momento histórico y social que se haya vivido. Ejemplos no demasiado lejanos de migración intercontinental en el contexto español fue la postguerra civil española, llegando al máximo exponente a finales de la década de los ’60 con la famosa frase acuñada “vente a Alemania Pepe”. Encontramos también muchos españoles migrantes en Argentina, Venezuela y otros lugares, así como germanos y de otras nacionalidades.
En estos momentos desde Europa se vive una implosión migratoria combinada desde diferentes frentes. Los movimientos migratorios intra-continentales experimentados desde los países ex-miembros del bloque soviético han ejercido una presión demográfica en los países de la Europa Occidental que ha vivido momentos de bonanza económica, lo que permitió encajar de forma flexible, y quizá aprovechada con mano de obra más económica, la recepción e integración de grupos provenientes de otros países con el correspondiente bagaje cultural, político y social alienado del contexto local de destino.
Con el aperturismo actual de integración se ha alentado involuntariamente a otros grupos étnicos, sociales y, por supuesto, religiosos, que viven en el Norte de África y Oriente Medio (Middle East and North Africa -MENA) a buscar un mejor futuro por diversas causas de origen como un estilo de vida diferente, búsqueda de libertad o incluso la supervivencia per se.
La primavera árabe sumada a los conflictos de Oriente Medio han provocado el resurgimiento de fuertes movimientos y presiones migratorias, dando lugar a verdaderas desgracias humanitarias en aguas del Mediterráneo e impactantes imágenes, últimamente desde la isla de Lesbos como referencia icónica.
Este es el contexto que establece los parámetros que delimitan el paradigma actual de necesaria integración de seres humanos y la articulación de mecanismos que puedan facilitar el proceso, aprovechando los recursos de la propia sociedad civil con todas sus capas: cultural, económica-laboral, social y, en el caso concreto que nos ocupa, religiosa, sin quedar restringido en absoluto a las mencionadas hasta aquí.
El ejemplo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día como elemento articulador de la adaptación de los migrantes en España
La Iglesia Adventista del Séptimo Día, al igual que otros grupos religiosos y sociales, ha experimentado entre su membresía real el incremento de feligreses migrantes, tanto de la Europa del Este como de Latinoamérica. Sin duda alguna, esta denominación ha sido un elemento importante en la adaptación y enraizamiento de muchas familias.
Posiblemente los factores a tener en cuenta en este proceso de adaptación e integración son más de los mencionados a continuación, pero desde la perspectiva pastoral en la que me he desempeñado en los últimos catorce años, considero que son los más destacables.
- Ayuda social como brazo activo del Evangelio y concepto de praxis religiosa más allá de la mera expresión de fe.
- Integración en un ámbito conocido.
- Empatía en el concepto compartido de “Esperanza”.
- Aglutinación de grupos no solo lingüísticos que buscan el calor de la integración, aceptación y comprensión.
- El desafío de la adaptación.
Analicemos brevemente cada uno de ellos.
1. Ayuda social como brazo activo del Evangelio y concepto de praxis religiosa más allá de la mera expresión de fe.
Desde el punto de vista de un creyente, el compromiso social debe formar, y de facto, es parte de la experiencia religiosa. En el caso de la Iglesia Adventista no como un medio meritorio espiritual, pues la salvación se concibe sola y exclusivamente por Gracia (1), sino como una expresión de gratitud trascendente que impele a la caridad compasiva desinteresada.
Como consecuencia y expresión extensiva de la liturgia, el compromiso de ayudar a aquellos que tienen mayor necesidad forma parte del carácter colectivo de esta denominación. El compromiso a dar un primer albergue, ayuda necesaria y a buscar un primer empleo es frecuente dentro de los grupos religiosos, en dos formas diferentes pero con un mismo resultado:
a) El compromiso con el que se considera “hermano en la fe”, es mayor aún si cabe por la empatía, proximidad y filiación en la familia espiritual, haciéndose cargo de otras personas que comparten el mismo credo, fe y esperanza, estableciendo vínculos desde un inicio por empatía e identificación más próxima entre sujetos.
b) El compromiso con otras personas que no comparten la misma fe, se realiza estableciendo un vínculo de compromiso evangelístico. Es decir, mostrar a otros las virtudes y bendiciones recibidas de un Ser superior (Dios) que nos impele o constriñe a compartir esos beneficios con los que nos rodean. El compromiso o vínculo emocional quizá sea menor, humanamente hablando, pero el sentido del deber lleva al ofrecimiento de ayuda por principio moral, no sin albergar la esperanza de contagiar una misma fe que se considera positiva y propia. En ningún caso (salvo las excepciones de la regla en un grupo social) se debe considerar un fin proselitista, pues en sí ya sería una motivación egoísta o fruto de una fe inmadura.
2. Integración en un ámbito conocido.
El migrante enfrenta una nueva sociedad desde la desprotección en diferentes frentes: lingüístico, social, la vulnerabilidad económica y la dependencia de la buena voluntad.
La necesidad de buscar y encontrar referencias familiares para ir afianzando la integración en el nuevo marco de vida es imperativa. Si a ese abanico de referencias en las que anclar una experiencia de vida, más aún si es traumática como el cambio de país de residencia con todas sus consecuencias, lleva a menudo a que un individuo pueda llegar a cuestionarse su elenco de referencias y anclajes morales y de comportamiento. Si esto no ocurre de forma adecuada pueden derivarse en trastornos de comportamiento perjudiciales como el alcoholismo u otros como medio de evasión de la realidad posiblemente diferente a la esperada.
Por ello, es importante el papel que juega el colectivo de fe en la recepción dentro del cuerpo religioso del nuevo miembro recién llegado. El migrante encuentra un ámbito socio-religioso que le es familiar, del cual conoce sus límites y reglas, lo que le hace sentirse más seguro reproduciendo de forma aproximada lo que en su país de origen era su “zona de confort”. Este marco referencial que desempeña el colectivo religioso que comparte la misma fe, incluso liturgia como ocurre en la Iglesia Adventista del Séptimo Día a nivel mundial con pocas variaciones, juega un papel estabilizador emocional, mental y espiritual en el individuo capacitándolo para poder enfrentar los desafíos de la adaptación con mayores probabilidades de éxito al tener un lugar de referencia donde será más comprendido y donde puede preguntar con menos filtros para evitar posibles engaños cómo comportarse en el nuevo entorno.
En pocas palabras, encuentra una referencia conocida desde la que le resulta más fácil adaptarse al nuevo país y sociedad desconocidos, y cuyo colectivo religioso cercano le sirve de catalizador para poder adoptar nuevas costumbres que están de acuerdo con su fe, pero que nunca tuvo que enfrentar en su país de origen por ser socialmente distinto.
3. Empatía en el concepto compartido de “Esperanza”.
La necesidad trascendente del ser humano impregna la realidad cotidiana, siendo una realización inmanente de la fe abstracta que se convierte en actos y decisiones reales. El temor a desnudar el alma ante desconocidos es algo común, siendo incluso un factor de vulnerabilidad entre aquellos que desconocen cómo pueden reaccionar la población receptora del migrante. Por ello, poder compartir deseos, anhelos y esperanza establece fuertes vínculos de unión entre los individuos, dando lugar al fenómeno religioso y su necesidad de vivir la fe en congregaciones (2).
La empatía se despierta entre personas con una misma escala de valores espirituales, dando lugar a la comprensión de los desafíos vividos por las personas y la comprensión de las decisiones tomadas sin miedo a ser juzgados, o al menos, excesivamente juzgados como se percibiría si las valoraciones procediesen de una persona que no entiende la motivación de las decisiones tomadas durante el período de adaptación al nuevo entorno, tales como no aceptar cualquier trabajo, rechazar patrones de comportamiento que podrían ser cuestionables y que, socialmente se atribuyen como “comprensibles” a una persona que está sufriendo una situación de dificultad.
El concepto “Esperanza” va más allá de la recompensa eterna o trascendental, pues la fe también debe modelar la experiencia cotidiana. Un fracaso ante una situación puede ser una experiencia más frecuente en el caso de un migrante, lo que le puede llevar al desánimo. No obstante, encontrarse en un entorno que comparte las mismas esperanzas entiende y puede empatizar mejor con el individuo al compartir las mismas esperanzas, siendo un recordativo y punto de apoyo que renueve los ánimos y fuerzas de la persona en período de adaptación y enraizamiento. Sólo una persona que comparte la misma fe puede recordar al individuo migrante aquellas promesas y palabras de confort que necesita en momentos de desaliento. Otra persona que no comparta la fe puede realizar una labor similar, pero difícilmente logrará empatizar y tocar la fibra sensible del mismo modo que el que entiende, comprende y comparte las mismas razones de fe.
4. Aglutinación de grupos no solo lingüísticos que buscan el calor de la integración, aceptación y comprensión.
El sentimiento de pertenencia a un colectivo se produce cuando hay marcadores que indican un patrón común en cualquier ámbito, sea un equipo de fútbol, partido político, afición, etc. Más aún ocurre lo mismo cuando esos marcadores afectan la escala de valores al punto que modela la existencia del individuo, su comportamiento y toma de decisiones.
La individualidad es un don inherente en el ser humano, lo que marca la pluralidad de una sociedad. Sin salir de una misma ciudad, incluso dentro de la misma familia hay notables diferencias entre los individuos, lo que lleva por contraste a afinidades que desembocan en buscar mayor tiempo compartido con ciertas personas por encima de otras. Esta diferencia se ve acentuada en el caso del migrante. El colectivo religioso de fe en común brinda, como en el caso anterior, un marco de confort y comprensión.
El ser humano, en su búsqueda constante de mejora y bienestar, precisa un segundo paso más allá del primer contacto con la nueva sociedad. Encontrar compatriotas en el país de acogida será poco fácil, pero encontrar compatriotas que además compartan los mismos valores íntimos religiosos es ardua tarea cuando se es migrante. Es consecuencia natural que pasado un tiempo surjan sub-grupos étnicos, lingüísticos, culturales y de cualquier índole, dentro del colectivo religioso, dando lugar a expresiones de fe que son mejor comprendidas en un ámbito común en añoranza de una práctica religiosa acomodada al contexto de origen que en el nuevo país de acogida, si bien comparte el gran marco religioso, nunca será exactamente igual al contexto abandonado por el migrante en su país natal.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día, como grupo religioso, ha sido también un canal aglutinador de congregaciones o grupos con lengua propia no española, tales como rumanos, brasileños, y casos concretos como ucranianos, alemanes, ghaneses (Tui), filipinos, etcétera.
Si bien la experiencia nos viene demostrando tras algunas décadas que las siguientes generaciones nacidas ya en el país de destino, o que fueron migrantes a muy corta edad, se van adaptando al nuevo contexto, la necesidad de seguir acogiendo a nuevos ciudadanos y feligreses de otros países sigue siendo una realidad. La estructura que brinda un colectivo de fe como la Iglesia Adventista sigue siendo necesaria para mantener esa labor de adaptación y supervivencia de aquellos que ya en una edad madura se adaptarán hasta cierto límite natural.
5. El desafío de la adaptación.
El desafío permanece en el equilibrio entre la adaptación dentro de un marco referencial de valores religiosos, y el límite de las costumbres familiares (en el contexto social de origen) de los migrantes. Existen reacciones naturales en el proceso de adaptación de querer preservar costumbres que, sin ser “dogma de fe”, hacen sentir al creyente que viola sus principios, al no distinguir lo que es la adaptación o contextualización social de los principios, expresados en normas o reglas de fe, que no principios.
Por otro lado, por parte del colectivo anfitrión existe el riesgo de querer adaptar al creyente de acogida mostrándole la conducta considerada como correcta en el país de acogida, con el riesgo de no saber cuál es el límite de la individualidad partiendo del mismo error de base, no saber diferenciar entre lo que es principio y contextualización social del principio expresado en normas o reglas de fe.
Esta tensión natural en las relaciones sociales dentro del colectivo religioso tienen la virtud de, sin entrar en detalles, afianzar la seguridad de las personas dejando los primeros temores de adaptación en un segundo plano, integrando a los ya nuevos ciudadanos en un papel de debate, enriquecimiento social, no solo dentro del colectivo religioso, sino de la ciudadanía en general, con nuevos colores lingüísticos, costumbres, incluso aromas y sabores a compartir con nuevas amistades, tanto dentro, como fuera del grupo de fe.
Conclusión y desafío.
El grupo religioso, en este caso, la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ha jugado y sigue jugando una función importante como medio canalizador y catalizador de la adaptación de migrantes en España. Prácticamente la mitad de la membresía en estos momentos está compuesta por personas que no son de origen español, siendo el segundo grupo más numeroso, de origen rumano.
El gran desafío, más allá de las reminiscencias culturales propias de personas que han madurado su carácter y su fe en contextos culturales distintos, aunque con los mismos principios, está en seguir generando y creando nuevos grupos que puedan dar acogida a nuevos migrantes de orígenes distintos a los habituales hasta ahora.
En el caso de los migrantes de origen no cristiano, entra en juego el segundo factor del punto 1. No habrá una identificación tan plena de origen, pero sí una obligación intrínseca de fe en mostrar de forma práctica los principios profesados y vividos. Indistintamente de los resultados de tal praxis desde el punto de vista evangelístico ante un colectivo tan distinto, es decir, indistintamente de la conversión o no de los nuevos migrantes, derecho que aquí adquieren y que se les negaba a muchos en su origen, la satisfacción propia de una fe llevada a su desarrollo completo sigue siendo un elemento a tener en cuenta dentro de la sociedad civil. Este factor religioso de integración debe ser cuidado, protegido y facilitada su promoción por las autoridades y aquellos estamentos e instituciones que tienen la capacidad de regular la legislación que dé abrigo a tales fenómenos religiosos saludables dentro de los nuevos movimientos demográficos en el actual contexto internacional.
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(1) Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”
(2) Hebreos 10:25: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.