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Cómo hacer lo mejor que podemos con todo lo que tenemos.

Marcos 10: 17 al 22

Busco empleo: Joven de buen aspecto, con dinero, muy divertido y le gusta trabajar.

Busco empleado: Misionero para ayudar a abrir África central para el evangelio. Debe estar preparado para privaciones, enfermedades y, posiblemente, una muerte violenta.

Solo Dios puede hacer coincidir estos dos anuncios y crear la historia de James Hannington, el primer obispo anglicano de África ecuatorial oriental. Si bien otros misioneros sirvieron durante más tiempo y pueden ser mejor conocidos, la Church Missionary Society (CMS)* declaró: “El obispo Hannington hizo más por África con su muerte que con su vida”.

Cuando este joven y acaudalado británico experimentó la conversión personal, quedó más preocupado por ganar almas que por ganar dinero. El asesinato de dos misioneros de la CMS a orillas del Lago Victoria desafió a Hannington. En 1882, lideró un equipo evangelizador en el corazón de Uganda, donde el temeroso rey Mwanga, ordenó asesinarlo. El 29 de octubre de 1885, Hannington fue lanceado y murió. Un superviviente narró sus momentos finales.

“¡Vayan a decirle a su rey que he comprado el camino a Uganda con mi sangre!”, dijo Hannington a sus atacantes antes de desplomarse en su propio charco de sangre. Pocas semanas después, después de que las noticias llegaran a Inglaterra, cincuenta hombres, inspirados por el compromiso y el sacrificio de Hannington, se ofrecieron para servir en África.

Alentado por el sacrificio de otros, infundió el sacrificio en muchos más. ¿Quién o qué nos inspira para sacrificarnos por Jesús? ¿Existe un lugar o algún ministerio que apela a nuestros más profundos sueños y deseos de servirlo?

Generosidad radical

Siglos antes, otro hombre joven (enérgico, acaudalado y preocupado por las cosas espirituales) vio el dulce amor que Jesús había mostrado por unos pequeños, y su propio corazón respondió con amor. Quería ser como Jesús, amable y comprensivo. Quedó tan profundamente impactado que, literalmente, corrió hacia él. Lanzándose a los pies de Jesús, preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mar. 10: 17).

Su pregunta giraba en torno a cómo ser salvo. Sin embargo, Jesús cambió el eje de la conversación hacia dónde él tenía su corazón: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz” (vers. 21). Jesús quería que reconociera la lealtad que tenía hacia sus posesiones.

Jesús amaba a este joven rico. Vio en él justo la ayuda que necesitaba si llegaba a convertirse en su colaborador en la obra de la salvación. Anhelaba transformarlo a su imagen; un espejo en el que la amable generosidad se vería reflejada (ver El Deseado de todas las gentes, pág. 478).

No solo debemos poner nuestro tesoro donde está nuestro corazón; debemos experimentar algo verdaderamente revolucionario: generosidad radical. Dios es un Dios de generosidad radical. Dios amó tanto a nuestro mundo (nosotros) que se dio a sí mismo (Juan 3: 16). Cuando Dios consideró la inversión de redimir nuestra vida para la eternidad, nunca preguntó: “¿Qué esfuerzo podemos ahorrarnos?” Él preguntó: “¿Qué es lo que se necesita?” Se entregó a sí mismo; entregó a su hijo. Nos dio lo mejor del cielo. Aún hoy derrama todos los recursos del cielo y el Espíritu Santo, en su imperiosa visión de salvarnos.

Cuando Pablo buscó alentar a los cristianos de Corinto a convertirse en personas de generosidad radical, les señaló esta verdad acerca de Dios: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8: 9).

Posteriormente, Pablo compartió cómo esta generosidad radical estaba obrando en su propia vida: “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo” (2 Cor. 12: 15). Eso significó en la vida real muchos esfuerzos, encarcelamientos, palizas, situaciones que casi le cuestan la vida, apedreamientos, azotes, viajes agotadores y peligrosos, noches sin dormir, hambre y sed, frío extremo, y las presiones diarias de su preocupación por todas las iglesias, el débil, los tentados y los caídos (2 Cor. 11: 23-31).

Cuando el evangelio de Jesucristo se encarna en nuestra vida, la generosidad radical de Dios llega a ser la historia que moldea, da contenido y define nuestras decisiones y la dirección de nuestra vida. Es la mente de Cristo. Como Jesús, gustosamente nos convertiremos en pobres ofreciendo sacrificadamente nuestra vida para enriquecer la vida de los demás; no solo a nuestros amigos o familiares, sino también a los que están lejos de nosotros, incluyendo a los parias de la sociedad y a nuestros enemigos.

Como Dios, ya no preguntaremos: “¿Qué esfuerzo puedo ahorrarme?” En su lugar, preguntaremos: “¿Qué es lo que se necesita?” Mientras más nos demos cuenta de las necesidades de este mundo, más nos sentiremos compelidos a dar y a darnos en el nombre de Jesús.

John Wesley (1703-1791), cierta vez, adquirió algo para su pequeño hogar: algunos cuadros para la habitación. Cuando acababa de hacerlo, una mujer llegó hasta su puerta. Era un día de invierno, y él percibió que ella tenía solo un delgado vestido de lino para abrigarse. Buscó algo de dinero en sus bolsillos para entregarle, así ella podía comprarse un abrigo, pero le había quedado muy poco.

Quedó conmovido con la idea de que el Señor no estaba contento con la manera en la que había gastado su dinero. Se preguntó: ¿Podrías tú, Maestro, decir: “Bien, buen siervo y fiel”? ¡Has decorado tus paredes con el dinero que podría haber protegido del frío a esta pobre criatura! ¡Oh, justicia! ¡Oh, misericordia! ¿No son estos cuadros la sangre de esta pobre criada?

¿Estaba mal que Wesley comprara esos cuadros para sus paredes? ¡Por supuesto que no! Sin embargo, tal como se dio cuenta, ese gasto era para un adorno innecesario, en comparación con una mujer sin abrigo.

Un cambio de perspectiva

Nuestra perspectiva acerca de nuestras posesiones cambia radicalmente cuando nuestros ojos son abiertos a las necesidades del mundo y a la inmensidad de la obra redentora de Dios por los que están perdidos, sufriendo o en necesidad. Cuando tengamos la valentía de ver las necesidades que nos rodean, Cristo cambiará nuestros deseos, y anhelaremos sacrificar nuestros recursos para gloria de su nombre. Comenzaremos a preguntarnos si algunas cosas de nuestra vida no pueden ser clasificadas más como un lujo que como una necesidad.

En su célebre sermón acerca de la administración del dinero, Wesley afirma que es urgente que el pueblo de Dios sepa cómo hacer uso de su dinero para la gloria de Dios. Él ofrece tres sencillas reglas que escogió para gobernar su propia vida: Gana todo lo que puedas; ahorra todo lo que puedas; da todo lo que puedas. Al actuar bajo la idea de que Dios nos ha dado más de lo que necesitamos no para que tengamos más, sino para que demos más, Wesley estableció un límite para su estilo de vida. Encontró un modesto nivel de expensas con el que podía vivir cada año, y donó el resto.

En algún momento, Wesley llegó a obtener el equivalente a unos 160.000 dólares al año en valores actuales, pero vivía como si obtuviera solo 20.000. Como resultado, tenía el equivalente a más de 140.000 para dar. Las Escrituras nos enseñan que Dios desea darnos en abundancia, para que podamos suplir las necesidades de los demás (2 Cor. 8: 14).

¿Qué sucedería si diéramos como Dios lo hizo? No solo nuestro dinero, sino también a nosotros mismos, nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras energías, nuestra influencia, nuestros cuerpos, nuestras oportunidades… todos los recursos que tengamos.

Nunca llegará el día en que nos presentemos ante Dios y él nos diga: “Hubiera deseado que te guardaras más para ti mismo”. En realidad, nos preguntaremos: “¿Por qué no di más, hice más, fui más?”

Dios cuidará de nosotros. Todo lo que gastemos por él y por los demás nos volverá multiplicado. Pero, no se trata de lo que obtendremos a cambio; se trata del mismo corazón de Dios, y de ser como él. Dios amó tanto, que dio. ¿Y nosotros?

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* Asociación misionera de alcance mundial para la predicación del evangelio. Trabaja con la iglesia anglicana y otras denominaciones protestantes.

Preguntas para reflexionar y compartir

1. El autor menciona cuatro personas en la lectura de hoy: James Hanington, el joven rico, el apóstol Pablo y John Wesley. ¿Con cuál de los cuatro te identificas más plenamente? ¿Por qué?

2. Si alguien te preguntara por un ejemplo de generosidad radical en tu vida, ¿qué le responderías, como evidencia?

3. Haz una lista de, al menos, tres necesidades espirituales y materiales de tu congregación y de tu comunidad. Ofrece un plan de acción que satisfará cada una de estas tres necesidades (además de la oracián).

Revista Adventista de España