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Los rescatistas del condado de Los Ángeles, en California, Estados Unidos, habían pasado por momentos difíciles tratando de rescatar a un hombre herido en una cuesta empinada, hacia una carretera de acceso. Mientras el rescate, en sí, ya era peligroso y arriesgado, el hombre herido hacía que las cosas fueran más difíciles y peligrosas para todos. Cuando apareció el helicóptero de rescate por encima de ellos, listo para trasladar al hombre herido, se puso histérico y comenzó a revolcarse. Tenía miedo de que le cobraran por el rescate. Solamente después de que el equipo de rescate lograra convencerlo de que sería totalmente gratis, aceptó ser rescatado.

HACER NUESTRA PARTE

¿Cómo te sientes al pensar en tu rescate? ¿Estás listo para ser rescatado por Jesús? ¿Estás preparado para encontrarte con él hoy mismo? Si bien todos diríamos que creemos que Jesús nos salva, la mayoría de nosotros probablemente vacilaría en la parte de la pregunta que dice “Hoy mismo”. Si Jesús regresara hoy, ¿estaría preparado? El patrón del Cielo es alto. Cuando examinamos nuestras vidas con sinceridad, solo podemos llegar a una conclusión: todos somos pecadores (Rom. 3:9). No estamos calificados para el cielo. Debemos hacer algo.

La mayoría de las principales religiones del mundo tienen algo en común: tú debes hacer algo para recibir algo; la salvación se debe ganar. Incluso entre los cristianos, se puede insertar sutilmente esta mentalidad. Podemos comenzar dependiendo de las oraciones, la lectura de la Biblia o, incluso, el hacer cosas buenas, para de alguna manera obtener la certeza de que estaremos bien. En lo profundo, está presente la vaga noción de que lo que necesito para salvarme es Cristo más las cosas que yo debo hacer.

BUENAS NOTICIAS

Probablemente seamos como el hombre herido de la historia. Tenemos miedo del rescate, lo rechazamos, porque sabemos que no podremos pagarlo. Hay, sin embargo, buenas noticias; de hecho, son excelentes noticias. Es verdad que todos somos pecadores y que no podemos pagar la penalidad. Pero, Jesús murió por nuestros pecados a fin de que nosotros no tuviéramos que morir por ellos (2 Cor. 5:21). Jesús tomó nuestro lugar en la cruz con la intención de que nosotros pudiéramos ser libres. No tenemos que pagar por este rescate: ya se pagó totalmente en el Calvario. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador personal, podemos tener la completa certeza de que si Jesús viniera ahora mismo estaríamos listos para encontrarnos con él.

GRATIS, NO BARATA

Dios quiere darnos la certeza de la salvación (Rom. 8:31, 32). Pero solo tendremos esa seguridad cuando dejemos de mirar hacia nuestros propios esfuerzos y nos enfoquemos en lo que Jesús ha hecho por nosotros.

En este punto, muchos cristianos se ponen nerviosos. Aceptar la seguridad de Dios parece demasiado fácil, y temen que la salvación se convierta en “gracia barata”; que las personas sigan viviendo en pecado, pidiendo perdón pero sin hacer un cambio real en sus vidas. La salvación es gratuita, pero no barata. El don de la vida eterna nos llega gracias al costo más alto que podamos imaginar. El rescate costó la vida de Jesús y, aunque sea gratuita para nosotros, sí tenemos un papel que cumplir. Una mirada de cerca a un rescate bíblico puede ayudarnos.

AFERRARSE SIN IMPORTAR LO QUE SUCEDA

Jacob sabía que necesitaba ser rescatado. Había recibido noticias de que su hermano, Esaú, venía en camino para encontrarse con él, con hombres armados. Las ofrendas de paz que le había enviado parecían no haber resultado útiles. Esaú venía con aparentes deseos de venganza. Jacob envió a su familia del otro lado del rÍo y, estando solo, rogó ayuda a Dios.

Él necesitaba ser rescatado de manos de Esaú. Pero también era consciente de que, como engañador y mentiroso, no tenía derecho a pedir la ayuda de Dios. Cuando esta llegó, Jacob no la reconoció. Luchó con Dios, pensando que lo estaban atacando. Recién al alba, cuando se dio cuenta de con quién había estado luchando, tuvo la certeza de lo que necesitaba. ¿Por qué? Porque dejó de luchar con Dios y se aferró de él (Gén. 32:22-29).

Jesús nos brinda la salvación y su certeza cuando nos aferramos a él. Elena de White lo expresa de esta manera: “Cada alma creyente debe conformar enteramente su voluntad a la de Dios, y mantenerse en un estado de arrepentimiento y contrición, ejerciendo fe en los méritos expiatorios del Redentor y avanzando de fortaleza en fortaleza, de gloria en gloria”. (1) La escritora continúa, señalando que la salvación implica más que solamente una creencia o aceptación mental. Saber que Jesús es nuestro Salvador es más que un pensamiento bonito o reconfortante, o una idea intelectual seductora. Es estar continuamente “ejerciendo la fe” y “avanzando de fortaleza en fortaleza”.

Santiago afirma claramente que el creer es inútil si no va acompañado de acción (Sant. 2:19). El libro de Santiago explica con ejemplos prácticos que obedecemos a Dios porque sabemos que nos ha perdonado, y porque tenemos fe en que nos salvará. Vivir la vida con Dios tiene un efecto práctico en nuestro vivir cotidiano. Podemos tener la certeza de que estamos listos para encontrarnos con Jesús, si viniera hoy.

LA ÚLTIMA MISIÓN DE RESCATE

La segunda venida de Jesús será el mayor acontecimiento de rescate en la historia de la Tierra. La Biblia dice que los cielos se enrollarán como un libro (Isa. 34:4), y que la Tierra temblará como un ebrio (24:20).

Para encontrarnos con Jesús, ¿debemos tener algún tipo especial de santidad? Algunos adventistas del séptimo día sostienen que el carácter de Dios será reivindicado a través de las vidas perfectas de la última generación de creyentes. (2) Esta postura está basada en algunas citas de Elena de White, leídas sin el contexto del resto de sus escritos. A menudo, esta idea lleva al miedo y a dirigir la orientación del cristiano hacia su interior, y no a Jesús. Dios siempre ha querido que todas las generaciones de cristianos salieran victoriosas por sobre el poder del pecado en sus vidas (Rom. 6:11-14). Sin embargo, de este lado del cielo, la perfección es siempre un proceso de crecimiento, y no un estado inmóvil; y nada de lo que hagamos podrá llevarnos allí. Al contrario, debemos siempre aferrarnos a Jesús. Nuestra lucha diaria es abandonar todo lo que nos separa de él y, como Jacob, concentrarnos en aferrarnos a Jesús, en vez de luchar contra su Espíritu o interferir en su obra, al tratar de “darle una mano”. Tener la certeza de que estamos listos para encontrarnos con Jesús no depende de alcanzar cierto estándar. Encontramos esa certeza, como dice Pablo, al “morir diariamente” a todo lo que nos separa de Dios y aferrarnos a sus promesas.

Que cuando los cielos se plieguen y la Tierra tiemble ante el Hijo de Dios, podamos decir con confianza: “He aquí, este es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará” (Isa. 25:9).

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Referencias:

(1) Elena de White, Reflejemos a Jesús (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1985), p. 66.

(2) Ver Ángel Manuel Rodriguez, “Theology of the Last Generation”, Adventist Review (Oct. 10, 2013), p. 42.

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PREGUNTAS PARA PENSAR

1. ¿Cómo podemos estar seguros de que estamos listos para encontrarnos con Jesús, si viniera hoy?

2. ¿Qué espera Dios de cada generación de creyentes? ¿De qué manera es esto diferente de la idea de que la última generación debe ser perfecta?

3. Si tengo la certeza de que soy salvo si Jesús viniera hoy, ¿significa eso que seguiré teniendo la misma certeza el mes que viene? ¿Por qué?

4. ¿Cómo podemos ayudar a nuestros niños y jóvenes a descubrir el gozo de la certeza de la salvación?

Revista Adventista de España