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En la primera parte del artículo, Juana “La loca” ¿loca o luterana? 1º Parte, se narra la vida de Juana de Castilla en sus primeras etapas y se cuestiona su supuesta y conveniente locura. En esta 2º parte del artículo del Dr. Jose Antonio Ortiz, analizaremos el periodo más largo de su vida.

Prisionera en el castillo-palacio de Tordesillas.

Las oscuras intrigas de la época, la ambición de reyes y príncipes unida a la poderosa influencia de clérigos y cardenales, así como la autoridad de los reyes sobre sus hijos en esa época, y de forma muy especial si eran mujeres, hicieron que, en lugar de gobernar como reina de Castilla y León, Aragón y Navarra, Nápoles y Sicilia, fuera recluida en el castillo-palacio de Tordesillas durante cuarenta y seis largos años hasta el día de su muerte. “Cuando el rey Fernando vio definitivamente frustrado el proyecto de casamiento de Juana con Enrique VII, por haber fallecido este, tomó una resolución violenta: internó a Juana en el castillo de Tordesillas, no lejos de Valladolid […] Más que palacio o residencia era una fortaleza provista de recias torres, troneras, baluartes, fosos y puertas y puentes levadizos […] Dice la leyenda que en cada siglo había de habitar en el castillo una reina prisionera. Allí envió desterrada, en 1384, Juan I de Castilla a su esposa Leonor, que no salió del castillo hasta que murió. Allí estuvo detenida, en 1430, la reina Leonor de Aragón, […] En Tordesillas estuvo Juana como prisionera de Estado cuarenta y seis interminables años, hasta que la rescató la muerte”[1].

En 1516, siete años después del principio de la reclusión de Juana, murió el rey Fernando habiendo tomado previamente dos disposiciones: que se mantuviese oculta su muerte a Juana y el nombramiento del cardenal Cisneros en calidad de regente del reino. Cuatro años después, cuando se sublevaron los Comuneros, se dijo que Juana había sido oprimida y detenida en el castillo bajo pretexto de demencia, “mientras que ella había estado siempre tan sana de mente y tan razonable como en el momento de su matrimonio”[2]. ¿Cuál era la verdadera razón por la cual fue recluida? ¿Habría solamente una?

“¿Puede considerarse a la reina Doña Juana como loca en el sentido general y propio de esta palabra? No, ciertamente”[3]. Antonio Rodríguez continuará extensamente su declaración, mostrando que en los diferentes momentos de su matrimonio, viudez y actividades políticas en las que pudo participar, nunca se advierten señales de locura. “No lo estuvo [loca] en su niñez ni en su adolescencia; no tuvo raptos de verdadera y continuada locura en el tiempo de su matrimonio ni de su prolongada viudez. Ni en su viaje de Flandes a España pasando por Francia, cuando vino a ser jurada princesa heredera de Castilla; […] ni cuantas veces se manifestó públicamente en vida de su marido; ni después de la muerte de este al recibir y abrazar a su padre el rey D. Fernando; ni cuando tuvo que intervenir y conferenciar necesariamente con Grandes y Comuneros”[4].

Por otro lado, en la correspondencia que el marqués de Denia, administrador y gobernador de Tordesillas, mantuvo con el emperador Carlos Quinto, puede observarse cuál era la preocupación especial de sus “atenciones” hacia la reina Juana. Don Bernardo de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y conde de Lerma, escribe el 3 de julio de 1518: “No hay día que no nos ocupemos del asunto de la misa”[5]. En otra carta diría: “Siempre he pensado que en el estado de indisposición en que se encuentra su alteza, nada le beneficiaría más que alguna tortura, y después de esto que algún buen y leal servidor de vuestra majestad le hable. Es necesario ver si ella no quiere hacer algunos progresos en las cosas que vuestra majestad desea”. Estas cosas eran la confesión, la misa y otros ritos romanos”[6].

Si la reina Juana hubiera estado loca, no se habrían hecho las declaraciones precedentes, ni otras semejantes, ni el marqués de Denia habría tenido necesidad de pedir que se destruyeran sus cartas, ni tampoco le habría escrito al emperador en estos términos: “Sus palabras son tan emotivas, […] que llega a ser difícil para la marquesa y para mí de resistirla. Me es imposible dejar que alguien se acerque a ella, porque no hay hombre en el mundo al que ella no persuada, Sus súplicas hacen nacer en mí una profunda compasión, y sus discursos podrían conmover las piedras”[7].

Los últimos momentos de su vida.

“En el curso del año de 1552 fue visitada dos veces por el jesuita Francisco de Borja, por cierto a instancias del príncipe Felipe, porque ella, […] descuidaba cada día más sus deberes religiosos. Borja tuvo largos coloquios con ella; pero no consiguió lo que quería”[8].  Extraño si estaba loca, pues con los locos no es posible razonar ni convencerlos de nada. “Los oficiales de Carlos Quinto y los monjes que no habían cesado de trabajar en la conversión de Juana al romanismo, se multiplicaron al aproximarse su muerte. Ella resistió sus ardientes solicitaciones de recibir los ritos, los signos del papado, y se escucharon los gritos que daba mientras se la atormentaba. Ella no quería ni confesión ni extremaunción”[9].

“Juana era luterana, dijo uno de los especialistas que mejor han estudiado este tema”[10].

Fray Domingo de Soto, fraile dominico y teólogo español, confesor del emperador Carlos V, “célebre por sus conocimientos y por su piedad, llegó hasta ella la mañana de su muerte; parece que la encontró cristiana, pero no católico-romana. Él dijo: “Bendito sea el Señor, su alteza me ha dicho cosas que me han consolado”. He ahí la cristiana. Y añade: “Sin embargo, ella no está dispuesta a recibir el sacramento de la eucaristía”. He ahí la mujer instruida que rechaza los ritos de Roma […] Las últimas palabras de Juana fueron: “Jesucristo crucificado, sé conmigo[11]. Era la mañana del 12 de abril de 1555.

Epílogo

Quizá G. A. Bergenroth, investigador de archivos de la situación de Tordesillas, para quien Juana fue víctima propiciatoria de la ambición y del fanatismo, haya contribuido con sus declaraciones, en cierta medida, a lo anteriormente expuesto. Se ha dicho de él que tradujo y entendió mal una serie de expresiones de los documentos examinados. Sin embargo, Gachard, uno de los que han pretendido rectificar las interpretaciones de Bergenroth, dice respecto al estado mental de Juana: “nullement folle”, es decir, que estaba muy lejos de ser loca [12].

Lo que nadie puede negar es que hubo un desacuerdo manifiesto hacia la conducta liberal de su esposo. Pero esto mismo también lo experimentó su madre: El rey Fernando “no podía estar sin tener alguna amante y había poblado la corte de bastardos. Los aposentos reales fueron teatro de terribles escenas de celos, hasta que al fin Isabel, de edad avanzada y achacosa, se allanó tranquilamente a lo inevitable”[13].

Las últimas palabras de Juana, su prisión en Tordesillas y el fanatismo religioso de la época, deben tener una explicación en relación con la vida de la reina Juana que, sin duda, solo se sabrá con exactitud a la luz del veredicto divino; sin embargo, no puede carecer de significado para quien la quiera entender, su Real provisión firmada en Bruselas, a 30 de septiembre de 1505, después de la muerte de su madre, mediante la cual, utilizando sus títulos de reina de Castilla, de León, etc., se dirige al inquisidor general de los reinos de Castilla ordenando suspender los procedimientos de la Inquisición hasta la venida de su esposo y de ella a estos reinos[14].

La reina Juana I de Castilla, “con majestuosa serenidad, y fuerte espíritu sobrellevaba todas las desgracias […] Fue loca, sí, pero loca de amor[15].

[1] Pfandl, op. cit., pp. 100-101.

[2] D’Aubigné, op. cit., p. 160.

[3] Rodríguez Villa, op. cit., p. 407.

[4] Ibid.

[5] D’Aubigné, op. cit., p. 171.

[6] Ibid., p. 174.

[7] Ibid., op. cit., p. 173.

[8] Pfandl, op. cit., p. 111.

[9] D’Aubigné, op. cit., p. 174.

[10] “Johanna war eine Lutheranerin” (Sybel, Histor. Zeitschrift, XX, p. 262), citado por D’Aubigné, op. cit., p. 174.

[11] Ibid, p. 175.

[12] Cf. Pfandl, op. cit., pp. 110, 111 y 115. En Wikipedia se puede leer: “Gustav Bergenroth fue el primero, en los años 1860, que halló documentos en Simancas y en otros archivos que mostraban que la hasta entonces llamada Juana la Loca en realidad había sido víctima de una confabulación tramada por su padre, Fernando, y luego confirmada por su hijo Carlos”.

[13] Pfandl, op. cit., p. 19.

[14] Archivo de Simancas, Libros de Cámara, núm. 11, citado por Rodríguez Villa, op. cit., pp. 433-434. Un fragmento de la orden de la reina dice: “Sepades que á nos es fecha relación que despues del fallescimiento de la Reina nuestra Sra. Madre, que santa gloria haya, vosotros e los otros Inquisidores… habeis prendido e mandado prender por el delito de la herética pravedad muchas personas, los quales teneis agora presos y encarcelados y en otros se ha ejecutado la justicia… es nuestra merced e voluntad que se haya de suspender e suspenda el efecto de la dicha Sancta Inquisicion… e finque e quede en el estado en que está, hasta que plaziendo á Dios nosotros seamos en esos nuestros reynos” (el énfasis es nuestro).

[15] Rodríguez Villa, op. cit., pp. 409-410.

Juana “La loca” ¿loca o luterana? 1ºParte

 

Autor: José Antonio Ortiz. Doctor en teología y profesor emérito de la Facultad Adventista de Teología (FAT) en España 

Foto: Yaoqi LAI en Unsplash

Revista Adventista de España