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El año 1997 vio el lanzamiento de una extraña película. Su nombre: Gattaca. 1 En esa época, sus estrellas (Jude Law, Ethan Hawke, y Uma Thurman) eran relativamente desconocidos, y para la mayoría esta película pasó sin pena ni gloria. Con todo y eso, su mensaje impacta.

Gattaca tiene como escenario un tiempo futuro en el que los hijos son manipulados genéticamente para que nazcan perfectos y sin defectos. Aun así, contra los mejores esfuerzos de la sociedad, sigue habiendo en ocasiones niños que nacen llamados “bebés naturales”. Ellos son clasificados como inválidos. La teoría, desde luego, es que el ser humano natural no puede competir con el que es resultado de un refinamiento genético.

Jesús, un ser humano natural

Su aspecto no deslumbraba.2  Aunque nació con rasgos judíos, escogió nacer sin atractivos (él no fue el tipo bien parecido). Jesús era sencillo, natural, sin ninguna ventaja genética. A su paso era más fácil pasarlo por alto que asombrarse. Sus necesidades físicas eran como las de todos. Sus órganos no fueron mejores que los de nadie. Vino dispuesto a ser uno más. Aunque nació y vivió sin pecado, como Adán, podía haber escogido pecar, igual que nuestros primeros padres. Sin embargo, se mantuvo aferrado a Dios en todo momento. Fue obediente hasta la muerte y, consciente de su misión, nunca pecó. Por eso pudo salvar a la humanidad caída. Cristo, sin pecado, cambió su vida perfecta por la nuestra imperfecta, para que nosotros podamos escoger aceptar ser reconciliados con el Padre, a través de Su sacrificio en nuestro lugar. 

Se dedicó a la carpintería como otro artesano amante del arte en madera. No se introducía como “experto” y menos como “maestro” sino, sólo con su nombre, de verdad, muy cotidiano en aquellos días: Jesús. Nació merodeado por insectos sin las luces de la prensa, a la vista de animales de granja. Ahí, donde no nacen las celebridades: Belén. Vivió parte de su infancia escondido bajo el estatus de anónimo inmigrante y creció en una aldea que suscitaba solo dudas incómodas. Aunque tuvo padres, siempre se rumoró que era el hijo de otro. Fue criado por una madre adolescente condenable a morir apedreada y tuvo hermanos (seguramente hijos de José y, por tanto, mayores que él) que abiertamente dudaban que fuera quien decía ser.

La humildad de Jesús

Denigrado a embajador del diablo por los seres humanos (Mateo 12:24) fue reconocido como “Hijo de Dios” por los demonios (Marcos 3:11). Nunca fue declarado ciudadano ilustre y las llaves de la ciudad no pasaron por sus manos ni en forma de símbolo. Era itinerante. Bajo el riesgo de ser arrestado (Juan 11:57) lideraba una causa sin futuro, preferida por los incultos, los adúlteros, y la otra gente de baja reputación.

A su pesar, los líderes religiosos observaban que a Jesús le atraían los repudiados, los desaprobados, que era la obsesión preferida de aquellos denigrados por ellos a la altura de criaturas inmundas. Sus mayores admiradores eran delincuentes, no sacerdotes. Se rodeaba de atracadores, recolectores de impuestos, y de aquellos que él mismo levantaba de las cenizas del fracaso. Abrazaba a los leprosos y amaba a todos. Sus aspiraciones eran mayores que las de un revolucionario, pero a quienes les hacía milagros les pedía no divulgarlos. Aunque fue el creador de la luz, capaz de circundar con ella la tierra siete veces en un segundo, se sujetó a padres guardianes que le enseñaron a dar sus primeros pasos.

Jesús: “el camino” (Juan 4:16)

Como camino Jesús conduce la existencia, como vida la inspira, y como verdad, la llena.

Jesús es el camino porque levanta a quien ha caído. Sana y limpia los pies, de quienes los traen magullados y sucios por el polvo del descrédito. Jesús es el camino porque ampara a quienes se desahuciaron a sí mismos. Cristo los acoge sin escándalos, sin reclamos ni pedirles recomendaciones. Jesús es el camino porque él pone sus pisadas para sostener los trémulos pasos del peregrino que vacila amedrentado. Jesús es el camino porque es Dios encarnado. Él vino como otro humano para simpatizarnos, pero igual a Dios para elevarnos.

En la vida no es tan importante andarse veloz y jadeante, es acompañarse de Jesús, el viajero seguro para enfrentarnos a todos los sobresaltos de la vida.

 “Oh Jesús, toma ahora mis huellas vacilantes y aplómalas en tus pasos ciertos. Y si en mi tozudez insisto que me sueltes para seguir a mi propia suerte, no me sueltes, oh Señor. Condúceme a pesar de mi ciega necedad y sostenme de tu mano en tu noble camino. Amén”.

Jesús: “la verdad” (Juan 4:16)

Jesús no es otra verdad más en el catálogo de verdades, él es la verdad, la única verdad. Más que verdad de saber, es verdad de ser. Verdad de vida, no mera opinión. Las filosofías afloran con fecha de vencimiento, pero sólo él prevalece. Jesús no caduca, nada lo supera. Jesús es la verdad sobre lo visible y la verdad del Invisible.

Cristo es la verdad que no le ofrece la espalda ni etiqueta al pensador que de ella duda. Jesús es la verdad que llega a la vez a la mente con brillantez y al corazón con calidez. Es verdad compasiva, no manipulable. Con rigor contra la injusticia se inclina piadosa al despiadado. Verdad llena de gracia sin favores para la maldad. Jesús es la verdad que no mira por encima del hombro al de al lado.

Es la verdad sin religión ni sello denominacional. Jesús convence sin insinuar siquiera el olor a azufre, ajeno a las manipulaciones del proselitismo paranoico. Jesús es la verdad que no se vende en franquicias a las religiones. Quien conoce a Jesús no posee la verdad, es poseído por ella. Cuando la descubres ya no hay marcha atrás. Por lo bien que atrae, si te toca una vez, te cautiva para siempre.

La verdad no son palabras, sino hechos

Jesús es verdad de obras, de hacer “bienes… sanando a todos” (Hechos 10:38). Jesús es la verdad de las manos gastadas al servicio sin esperar placas ni las muchas gracias. Jesús no es verdad de piedad profesa, es verdad que vive piadosamente. Visible, que amanece en las calles con los trasnochados del vicio, para extenderles lazos y cariño. Jesús se confunde en las urbes y a su brújula moral nada la altera. Es verdad distinguida por sus mangas recogidas. El señor Jesús es la verdad que supera los púlpitos, sin sed por un coro de amenes, verdad que comparte con los que le gritan la ausencia de Dios en su misma cara. Jesús es la verdad que sobrevive junto a los buceadores de tesoros en los basureros del exceso.

 “Cristo, sólo tu verdad cautiva, porque eres la verdad del ser, que desvela compasivamente la mentira del corazón embriagado de religión, o de sí mismo. Te recibo, verdad viviente, haz tu morada en mí. Jesús, sé tú mi verdad, la verdad de ser la compasión a pie. Amén”.      

Jesús: “la vida” (Juan 4:16)

Jesús es “el Autor de la vida” (Hechos 3:15).

Cristo es el único que te ve por dentro y en vez de salir corriendo abraza tu vida y cierra las ventanas para que no tiembles de frío.

Jesús sana el dolor para el cual no hay farmacia que disponga pastillas. Jesús sana historias heridas porque para Dios, más importante que la historia, son nuestras historias. Una herida es también un lugar donde se revela Dios. Con Tomás su discípulo, Jesús lo hizo. A Jesús le puedes mostrar tu debilidad sin que él se sirva de esto para afirmar su fuerza.

Cristo no es fruto de la autosugestión, tampoco es terapia ni mantra, ni siquiera un místico amuleto. Jesús es alguien, no un símbolo. Jesús es la vida para el pecho que quiso llenarse de cosas aferrado de ellas que antes lo aferraron. Él enriquece de felicidad al pobre de espíritu sin encandilarlo con lujos ni oropeles.

Jesús siente. Llora de la risa con nosotros cuando nos desternillamos de risa. Cristo interpreta nuestras lágrimas preñadas de oraciones líquidas. Jesús rueda ahí, muy presente en nuestras lágrimas partidas, en nuestro dolor más profundo, en el dolor más silencioso. Jesús es Dios encarnado, no un extraterrestre disfrazado de piel humana.

El señor Jesús es el vivo Dios y no un ideario teológico. Jesús es invisible, pero no imaginario. Es amor, pero no es un sentimiento. Jesús es la verdad pura.

Jesús: Dios

Cristo es Dios más allá de santas sedes y de pirámides mundiales. Lejos de los templos su residencia se halla en cada pecho, aunque éste moribundo lo invoque, ahí acude, a la misma mejilla que tal vez le negó la mirada. Jesús está más cerca que un suspiro, más íntimo que el empujoncito de cada latido.

La vida no es la acumulación de cumpleaños. La vida es Jesús quien venció en la tumba los tentáculos fríos de la muerte. Jesús es la vida para quienes están alicaídos, malheridos y con la vista puesta en el suelo. Jesús es la vida donde los iguales la encarcelaron. Donde la sociedad y la familia la negaron. Es la vida para la adolescente embarazada expulsada de casa. Cristo es la vida porque solo él amaría en contra de todo y de todos. Jesús es el fuego vivo que arderá con fuerza en nuestras noches más oscuras, y siempre alumbrará al futuro que anhelamos.

“Jesús, sé tú la vida que reviva esta mi existencia sin primavera, y colorea de nuevo este, mi arco iris, teñido de gris. Sé tú el aliento fresco de esta vida que lenta se asfixia sin esperanza. No te pido una vida que no muera aquí, solo dame una vida que renazca de la tuya por la eternidad. Amén”.

Conclusión:

Jesús está ahí frente a tu corazón para amarte. Todos queremos que él nos encuentre. Recíbelo, así como estás. Jesús te prefiere antes que a lujosas catedrales. A él le importas tú. Porque “no hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no lo pueda leer, ni perplejidad tan grande que no la pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre Celestial lo note, sin que tome en ello un interés inmediato. Él ‘sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas’ ”.3

1 Gattaca, dirigida por Andrew Niccol. (Culver City, CA: Columbia Pictures, 1997), DVD.

2 Para la siguiente reseña más o menos biográfica sobre Jesús, estoy en deuda con la obra de Phillip Yancey. El Jesús que nunca conocí. (Miami, FL: Editorial Vida, 2000).

3 White, Elena G. de. El camino a Cristo. (Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association, 1982), p. 71.

Francisco Altamirano. Pastor adventista y coordinador hispano en Idaho.

Foto: Emmanuel Phaeton en Unsplash

 

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