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En el tejido de nuestros hogares, encontramos una oportunidad invaluable: compartir valores, principios y dedicarnos a un propósito común. Uno de los mayores regalos que podemos brindar a nuestros hijos es la participación activa en nuestro ministerio.

Seamos pastores, departamentales, laicos… todos los cristianos tenemos un ministerio que comienza en nosotros y se expande a nuestro hogar.

En general, «ministerio» implica una tarea, responsabilidad o servicio. Por supuesto, los pastores de nuestra iglesia tienen un ministerio mucho más específico, pero no por eso dejamos nosotros de tener una responsabilidad de misión para con Dios, nuestra familia, nuestra iglesia y nuestra sociedad.

El ministerio, para nosotros, es el servicio que realizamos de acuerdo con una llamada particular de Dios, a la iglesia y a la sociedad. Es nuestra misión (Juan 15:16). 

Nuestra familia no solo es nuestro núcleo de amor y apoyo, sino también un espacio donde se gestan las semillas del servicio, la compasión y la responsabilidad. Invitar a nuestros hijos a participar en nuestras labores ministeriales (en servicio al que el Señor nos haya llamado) no solo les brinda una visión más profunda de nuestro compromiso, sino que también les otorga herramientas para su propio crecimiento.

Beneficios de integrar a los niños en nuestro ministerio

Cuando los niños se unen a diferentes tareas relativas al servicio o a la misión, aprenden la importancia del trabajo en equipo, la empatía hacia los demás y a valorar el esfuerzo. Ya sea participando en actividades comunitarias, colaborando en proyectos solidarios o simplemente involucrándolos en decisiones relacionadas con el servicio, les enseñamos a ser agentes de cambio desde una edad temprana.

Además, esta unión en el ministerio fortalece los lazos familiares. La dedicación compartida crea memorias duraderas, forjando una base sólida para relaciones familiares más cercanas y comprometidas.

El Señor nos da dones para cumplir ese ministerio al cual él nos ha llamado a cada uno, y nos pide que los utilicemos para bendecir a otros y llevarles a Sus brazos. En ocasiones, podemos estar tan centrados en desarrollar esa tarea, que olvidamos incluir a nuestra familia, especialmente a nuestros niños y jóvenes. Y ese «descuido» tiene consecuencias.

Mientras los padres estamos dando estudios bíblicos, o participando en alguna campaña de evangelismo, dejamos a los niños jugando en casa, viendo la televisión, o saliendo con sus amigos. Pero, ¿y si les llevásemos con nosotros a dar esos estudios? ¿Y si pudieran experimentar el gozo de compartir a Jesús con quienes todavía no le conocen?

Eduquémosles respirando ministerio

Desde que son pequeños, podemos tomar el camino de incluirles en nuestro ministerio o apartarlos para que «no molesten». Y sí, es cierto… los niños son inquietos, y no siempre podemos llevarlos con nosotros. Pero llevémosles todo lo que nos sea posible. Eduquémosles respirando ministerio, porque un día, tal vez lamentemos no haberlo hecho.

No podemos tratar de alcanzar a otros para Cristo y perder a los hijos que él nos ha dado. Ellos tienen que ser parte de nuestro ministerio. Nos aman, y amarán u odiarán lo que hacemos, dependiendo de si eso les acerca o les aleja de nosotros.

Si queremos niños y jóvenes que amen y sirvan a Dios realmente, necesitan experimentar el gozo del servicio desde pequeños. Desde siempre. No hay una edad propicia para comenzar. Cuanto más tarde comiencen, más difícil les resultará. No les alejemos del ministerio de sus padres, ¡hagámosles partícipes!

Comencemos en casa

Dicen que como mejor se aprende es enseñando; y que el camino se hace al andar. ¿Y si les permitimos enseñar y caminar a nuestro lado? ¿Y si les convertimos en nuestros pequeños ayudantes? Hagámoslo desde pequeños… porque cuando llegue la adolescencia, comenzaremos a recibir lo sembrado y podría no ser lo esperado.

Si realmente queremos niños que crezcan en Jesús, no basta con que vengan con nosotros a la iglesia y que participen del culto y la escuela sabática en casa. Ayudémosles a preparar un culto, a dar su lección de escuela sabática. Dar a otros lo que conocen de Jesús, les hará buscar más de él.

«Dejad que los niños se acerquen a Mí»

Hoy existen incluso hoteles que no permiten el acceso a los niños. Y es que hay personas a las que no les agradan esos pequeños seres bajitos. Y es verdad que bien educados son adorables y mal educados pueden ser muy molestos. Pero son niños, y los niños se van educando conforme van creciendo. Son esponjas que absorben todo lo que les rodea. Y es nuestra responsabilidad como familias e iglesia, el educarles con amor en los caminos del Maestro. Los hijos de nuestros hermanos en la fe, son nuestra familia en la iglesia. Debemos amarlos más. Un joven que se ha sentido querido por su comunidad tiene mucho menos riesgo de marcharse a buscar fuera el cariño, el respeto y la posición, que no tiene dentro de su iglesia. Por eso es tan importante que nuestros niños y jóvenes se sientan amados y útiles para el Señor. Que sientan que tienen un lugar en la iglesia, un espacio, un propósito, una misión. Que son importantes y necesarios… no cuando crezcan, sino ahora.

Jesús decía a los discípulos que les permitieran acercarse a él. Y es que los niños necesitan pasar tiempo con Jesús, conocerle, para reflejarle. Las pantallas no pueden convertirse en educadores alternativos, ni tampoco las redes sociales en sus modelos, etcétera. Necesitan ver a Jesús en sus padres, en sus familiares y en sus hermanos de fe en la iglesia.

Y si quieres niños sanos, mental y espiritualmente, un consejo: limita su consumo de televisión, tablet, videojuegos, etc. y sobre todo analiza muy bien los contenidos que consumen. No les permitas acceder a la bazofia con la que la sociedad actual pretende alimentar su cerebro. Selecciona, de acuerdo con nuestros valores cristianos, lo que ven, oyen, juegos… Las avenidas del alma, los sentidos, conformarán gran parte de su personalidad y su forma de ver el mundo.

Conclusión

El Señor te llamó en algún momento a sus filas. Seas pastor o laico, tienes un ministerio. Ese ministerio, ese llamado, es importante y seguramente sea anterior en el tiempo a tus hijos. Pero si el Señor te ha otorgado la bendición y enorme responsabilidad de educarlos, esos niños deben ser tu prioridad y tu ministerio principal en cuanto nacen. Él te va a pedir cuentas de cómo les educaste y de si les acercaste o alejaste de él. No vivas por separado tu ministerio personal y tu ministerio familiar. Atrévete a unirlos, en la medida de lo posible, y verás qué gran bendición resulta.

Tu ministerio es parte de ti, de tu vida. Le da propósito y sentido. Es algo grande, y hoy quiero animarte a compartirlo, no solamente con tu cónyuge, sino también con tus hijos. Puedes pensar que son pequeños para comprenderlo, pero no lo son para vivirlo. Ten en cuenta que todo lo que experimenten ahora les configurará para su futuro y su destino final. Cuanto antes experimenten el gozo del servicio y de la misión, mejor.

Al incluir a tus niños en tu ministerio, no solo estarás formando individuos responsables y compasivos, sino que también estarás cultivando el amor por servir a los demás como una parte esencial de su vida. Sin duda, será un legado que dejará huella en su futuro y en el mundo que les rodea.

Sí, hazlo. Incluye a tus hijos en tu ministerio.

Autora: Esther Azón, teóloga y comunicadora. Coeditora y redactora de la Revista Adventista en España y QueCurso.es, gestora de las redes sociales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España y asistente de dirección y producción en HopeMedia España.

 

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