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Lectura bíblica: 1 Corintios 1:5 «Unidos a Cristo ustedes se han llenado de toda riqueza».

El mundo palpita obsesionado por la riqueza. Las naciones le apuestan al crecimiento económico como medio de lograr una mejor calidad de vida en beneficio de sus ciudadanos. Los individuos hacen esfuerzos sobrehumanos en pos del éxito financiero. En la economía capitalista en la que vivimos el amplio concepto de la prosperidad ha sido reducido a los mezquinos límites de las posesiones materiales. La revista Forbes, una publicación especializada en finanzas y negocios, anualmente publica los nombres y el monto de las fortunas de los hombres y mujeres más ricos del mundo. Solo las personas que tienen un patrimonio mínimo de mil millones de dólares pueden formar parte de esa privilegiada lista. Es así como en el año 2013 la lista estaba compuesta por 1,426 personas, a las que el mundo no dudaría en reconocer como individuos inmensamente ricos, los más ricos del mundo. ¿Lo son en realidad?

Si los hombres hacen sobrehumanos esfuerzos para llenarse de riqueza, Dios hace sobre-divinos esfuerzos para contrarrestar nuestra tendencia a asociar riqueza solo con dinero, mostrándonos otros tipos de riqueza, e iluminándonos con su Espíritu para discernir que estas otras riquezas exceden en mucho a las monetarias. ¿Cuáles son tales riquezas? ¿Realmente podríamos llamarlas riquezas? En medio de un mundo tan necesitado de dinero, ¿podríamos satisfacer al hombre hablándole de riquezas diferentes al dinero?

La riqueza espiritual

En nuestra lectura bíblica leímos que el apóstol Pablo le dice a los miembros de la iglesia en Corinto: «Unidos a Cristo ustedes se han llenado de toda riqueza». Notemos el énfasis que Pablo pone en la expresión, «toda riqueza». Estas dos palabritas indican claramente que hay otros tipos de riqueza con las cuales la vida de una persona puede ser llenada. Es más, estas riquezas están reservadas para llenar la vida solo de los cristianos, pues es a los cristianos de la iglesia de Corinto que Pablo les dice: «Unidos a Cristo ustedes se han llenado de toda riqueza». Es decir, estas riquezas no son para todos en general; están reservadas solo para los que tomen la decisión de vivir unidos a Cristo. Pero, ¿en qué consisten estas riquezas?

Bueno, en los versículos inmediatos a 1 Corintios 1:5 Pablo nos muestra algunas de tales riquezas. De hecho, en la última parte del versículo citado dice que tal riqueza es «tanto en palabra como en conocimiento». Está claro que aquí Pablo no está hablando de riqueza material, y si no es esto, entonces tiene que estar hablando de riqueza espiritual. Leamos el versículo completo para que captemos bien este concepto: «Unidos a Cristo ustedes se han llenado de toda riqueza, tanto en palabra como en conocimiento». Luego, y siempre siguiendo la línea de pensamiento relacionada con la riqueza espiritual, en el versículo 7 Pablo le dice a los corintios que ellos poseían tanto de esta riqueza, «que no les falta ningún don espiritual». Eran espiritualmente ricos.

Pero Pablo también se refiere a una riqueza relacional con Cristo. En el versículo 9 nos lo explica: «fiel es Dios, quien los ha llamado a tener comunión con su Hijo Jesucristo». Es precisamente en esta comunión con Cristo donde encontramos el secreto para satisfacer nuestra necesidad de aquellas riquezas más valiosas que las monetarias, pues solo «unidos a Cristo ustedes se han llenado de toda riqueza», nos había dicho el apóstol en el versículo 5. Así que la clave para ser rico en todo es estar «unidos a Cristo». ¿Cómo lograrlo?

Bueno, para ayudarnos con la respuesta vamos a pensar en una persona que sea materialmente rica. ¿Cómo llegó a serlo? Ilustrémoslo con el señor Warren Buffett, el hombre más rico del mundo en 2008 con una fortuna calculada en 62 mil millones de dólares. Para ese entonces el señor Buffett tenía 78 años de edad, pero empezó a relacionarse con el dinero a la edad de 6 años, cuando compró seis paquetes de bebida gaseosa por veinticinco centavos y las revendió a un centavo por botella, obteniendo una ganancia de cinco centavos. Así empezó el señor Buffett su relación con el dinero. Cuando tenía 11 años compró sus primeras tres acciones de una compañía, y desde entonces inició una historia de enriquecimiento continuo, producto de su permanente relación con el dinero. Por favor, tome cuidadosa nota del énfasis que le estamos dando a la estrecha relación entre el Señor Buffett y el dinero.

Ahora, y volviendo a nuestro texto bíblico, para ser «llenado de toda riqueza», Pablo dice que es necesario estar «unidos a Cristo». Ser «llenado de toda riqueza» no es algo instantáneo, como no lo ha sido la riqueza acumulada por el señor Buffett. «Ser llenado de toda riqueza» es el producto de una relación con Cristo de toda la vida, como la diaria relación que el señor Buffett ha tenido con el dinero a lo largo de su vida. Es la única manera de enriquecerse: dedicar su mejor tiempo, su mejor esfuerzo, sus mejores facultades, para relacionarse con aquello en lo cual se quiere ser rico, ya sea en Cristo o en billetes.

Mis hermanos, todos sabemos que la oración y el estudio de la Biblia son las dos herramientas por excelencia que el Señor nos ha dejado para cultivar una relación estrecha con Cristo, para que así, unidos a Cristo, seamos llenados de toda riqueza, pero para lograrlo, en lugar de orar de vez en cuando, el consejo del Señor en 1 Tesalonicenses 5:17 es: «Orad sin cesar». Y en cuanto al estudio de su Palabra en Juan 5:39 nos manda: «Escudriñad las Escrituras». Haciendo esto cada día de nuestra vida, se alimenta nuestra relación con Cristo y así llegamos a estar unidos con él y como resultado de esta unión es que somos llenados de toda riqueza.

Sí, hay riquezas que superan a las materiales, y se obtienen solo permaneciendo «unidos a Cristo». Un ejemplo es la riqueza de permanecer unido al cónyuge de toda la vida. Si los esposos dedican lo mejor de sí a cultivar una relación que los haga estar «unidos a Cristo», también permanecerán unidos el uno al otro. Lamentablemente el señor Buffett envejeció sin la esposa de su juventud, al separarse cuando él tenía 45 años de edad. Así que cada quien decide en qué ser rico.

Y usted, ¿en qué quiere serlo? ¿En Cristo o en billetes? Tenemos la vida por delante, y si decidimos vivirla unidos a Cristo, cada uno puede llenarse «de toda riqueza». Solo tiene que cultivar una diaria relación con él, y ya enfatizamos que la oración más el estudio diario de la Biblia es el secreto para vivir unidos a Cristo. Entre lo espiritual y lo material, lo espiritual es de valor incomparable. Por eso, en Mateo 6:33 el Señor Jesús aconsejó: «Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas». Mediante la práctica de hacer de la búsqueda del reino de Dios y su justicia la primera ocupación de cada mañana, el hombre se va haciendo menos material y más espiritual. ¿Cuál es el resultado de esta conversión progresiva?

El hombre espiritual

De acuerdo al Salmo 1:3, el hombre espiritual, «¡Todo cuanto hace prospera!» Erróneamente, en nuestro mundo materializado, el significado de prosperidad tiende a ser muy escaso, y esto es debido a los límites que le imponemos al relacionarlo solo con riqueza económica. Pero si le soltamos las amarras, la prosperidad puede llevarnos a encontrarla en la crianza de los hijos, sin que los padres sean ricos; podemos cultivar matrimonios prósperos, aún teniendo solo lo necesario para vivir. Tampoco es necesario ser rico para prosperar en lo intelectual, y abundan las personas cuya salud es próspera y no son ricas en dinero.

Puesto que la riqueza económica es asociada con prosperidad, permítame presentarle a un hombre rico, que goza solo de prosperidad material, en contraste con un hombre espiritual, que es capaz de prosperar en todas las cosas. Shaún Sanders y Don Muro, de la Universidad de Newcastle, en Australia, condujeron un estudio para probar científicamente, que «el dinero no hace la felicidad». Sus hallazgos fueron presentados en el Congreso Europeo de Psicología, mostrando que las personas materialistas se sentían menos satisfechas con sus vidas. Presentaban una tendencia muy marcada hacia la depresión y la ira, sin amor a la vida. Eran prósperos en lo material, pero miserables en otras áreas de la vida.

Contrario a lo anterior, nuestro Salmo en los versículos 1 y 2 dice que es «dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita». En el Deseado de todas las gentes, en la página 21, Elena de White comenta, que entre los israelitas, «se arraigó en ellos la convicción de que su prosperidad dependía de su obediencia a la ley de Dios». Es decir, tenían la convicción de que su relación personal con Dios los haría prósperos. Quien cultivara una relación así de estrecha, como dice el versículo 3 de nuestro Salmo, sería «como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan». Pues este es el hombre, que como resultado de su espiritualidad, «¡Todo cuanto hace prospera!».

Notamos que esta prosperidad es más bien una experiencia de continuo crecimiento en el conocimiento de Dios y un mayor alejamiento del pecado. Pero también se extiende a otras áreas de la vida, a la crianza de los hijos, a la salud, al matrimonio, al desarrollo profesional. Si cada día usted cultiva esa relación personal con el Señor y se deleita en su ley, inevitablemente será «como el árbol plantado a la orilla de un río, cuando llega su tiempo», dará abundantes frutos, y se mantendrá siempre verde. En realidad, prosperará en todo cuanto haga. Es promesa de Dios.

Conclusión

«Unidos a Cristo ustedes se han llenado de toda riqueza», le escribió el apóstol Pablo a los corintios. ¿Cómo lograr esta unión? Ya lo dijimos, practicando dos ejercicios diarios: la oración y el estudio de la Biblia.

Revista Adventista de España