¿Qué nos dice la Biblia al respecto de las relaciones el entorno digital?
En el artículo anterior decíamos que “cuando se presenta la infidelidad por Internet quien la práctica intenta hacer creer que mientras no sea física no hay engaño; y, por ende, no está haciendo nada indebido hacia su pareja. Cuando algo falla en la pareja, lo más recurrido es atajar por el camino aparentemente más fácil. En vez de basarse en el diálogo y en el esfuerzo por encontrar un consenso y llegar hasta el perdón, se escoge la salida más cómoda: comienza una espiral de mentiras que, aunque al principio sea muy gratificante, finalmente llega el dolor y el remordimiento. En este sentido, se ha comprobado que la persona que ha sido engañada sufre igual ante una infidelidad física, que ante una virtual”.
Dios instituyó que las relaciones íntimas se disfrutaran en parejas bendecidas ante Dios (Ef. 5:25,28,31) de modo que “Se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gen 2:24). “Que amaran a vuestras mujeres […] Como a su mismo cuerpo […] y se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Ef. 5:28,31 RV).
Dios comprendía tanto a la pareja que entendió que el juego amoroso en intimidad entre los cónyuges es perfectamente natural, con respeto y consentido.
Pero que el coqueteo puede conducir al adulterio, un pecado que Dios condena por lo destructivo que puede ser. “No cometerás adulterio” (Éx. 20:14). “El hombre que cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, ambos serán muertos” (Lev. 20:10). Es más, Dios advirtió que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón (Mt. 5:28) en el sentido de que ya empezó a ser infiel. La enseñanza de Jesús acerca de la relación matrimonial y sus responsabilidades se basan en el plan original de Dios. El matrimonio debe suplir las necesidades de compañerismo (Gen. 2:18), intimidad y sexo. El mirar a una mujer con perversión para servir intereses impíos y egoístas, se transforma en una de las fuerzas destructoras más grande del mundo. El hombre que pone sus afectos y su voluntad en armonía con el décimo mandamiento, se protege de no violar el séptimo mandamiento. Dios no lo presenta como una prohibición, arbitraria sino como una medida de protección, porque existen grandes posibilidades de que las relaciones extramatrimoniales puedan desarrollar ciertos lazos que pongan en serio peligro el matrimonio.
Estar dispuesto a confrontar a la otra persona acerca de las señales confusas que está recibiendo sobre los límites de su relación, es fundamental. Ser consciente y poner fin al flirteo entre ambos es necesario, sobre todo si hay elementos de coqueteo o proximidad emocional que se han convertido en algo que esperas, necesitas, y extrañas. Para reducir la vulnerabilidad a estas personas que pueden estar en busca de un affaire, es importante mantener una vigilancia apropiada. Poner límites claros a tales relaciones; es decir:
- Explicitar que no se aceptarán sugerencias de pasar tiempo juntos en ámbitos inapropiados.
- No abordar ciertos temas que llevarían a la amistad a un nivel difícil de manejar.
- Comprometerse a no mantener situaciones o encuentros en secreto a tu pareja. Esto no quiere decir rechazar cualquier amistad con colegas u otros individuos. Tampoco significa poner mala cara a todas las muestras de cariño ni interpretarlas como avances sexuales implícitos.[1]
Ante todo lo dicho hasta ahora debemos recordar que la ética cristiana debe ser la misma independientemente del canal de relación. Tan importante es la comunicación social en la predicación del evangelio como importante es conocer el propio medio. Nuestra fe no puede sentirse ajena a este fenómeno y a toda su implicación. A menos que hayamos decidido ser infiel a su origen, su estructura, y a su misión.[2]
Antonio Lerma. Lic. en Comunicación Social, Doctor en Comunicación y Máster en Teología. Actualmente es el responsable de Comunicación de ADRA España.
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[1] Extracto del trabajo de Juan José Estrada Díaz en la asignatura de “Teología de la Familias” enero 2013
[2] BONEE, E. Éticas de la información y Deontologías del Periodismo. Tecnos. Madrid, 1995. pp. 81