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En 1979 la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), nació con el propósito de promover y defender tanto los derechos humanos como el desarrollo integral de los migrantes, refugiados y apátridas. Esta organización no gubernamental defiende el derecho de asilo de estas personas que están huyendo de sus países de origen por el estallido de conflictos bélicos o porque son víctimas de la violación de derechos humanos fundamentales. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado es quien nos da a conocer la historia de Abou.

Cómo empezó todo

Gambia dejó de ser colonia británica en 1965 y cinco años después se convirtió en La República de Gambia. Es el país más pequeño de África y uno de los más pobres del mundo. En la actualidad tiene una población inferior a dos millones de personas y casi la mitad vive en condiciones de pobreza. La Organización Mundial de las Naciones Unidas para la Alimentación estima que el 30% de la población padece subnutrición, es decir, que la ingesta de energía alimentaria de casi un tercio de los habitantes de Gambia está por debajo del mínimo requerido para llevar una vida activa.

Eso fue así hasta que China se convirtió en el principal socio comercial de Gambia. A través de distintos acuerdos con China, el gigante asiático construyó varias fábricas para preparar harina de pescado. Fábricas contaminantes que han estado dañando el ecosistema de la zona y perjudicando la pesca del lugar. Además, los buques chinos están autorizados a faenar incansablemente en las aguas territoriales de Gambia.

Pesca de arrastre

No solo eso, la técnica que utilizan es la pesca de arrastre. Este es un método que consiste en arrastrar enormes redes impulsadas por grandes embarcaciones a lo largo del suelo marino y que extraen indiscriminadamente todo lo que encuentran a su paso. La pesca de arrastre es el tipo de pesca menos selectivo que existe y es muy perjudicial para los fondos marinos. Por eso, la mayoría de los países han prohibido faenar con esta técnica, y si no es así, las condiciones están muy reguladas.

La realidad es que en Gambia cada vez hay menos peces que pescar y esto se ha convertido en una auténtica tragedia para los habitantes del país africano. Como la pobreza está instalada en una parte considerable de la población, la pesca ha sido una actividad fundamental para la supervivencia de muchas familias, no solo para las que viven en las zonas pesqueras. Hoy la situación que vive la República de Gambia es dramática porque el espolio de su pesca no solo no ha descendido de ritmo, sino que ha aumentado.

Abou entra en escena

Como pescador que era, Abou fue testigo directo y víctima al mismo tiempo de los efectos de la pesca intensiva, su método destructivo y la contaminación que generaban las industrias harineras. Un día Abou decidió levantar la voz denunciando lo que estaba sucediendo y explica, «Con la construcción de la fábrica se vertieron directamente residuos químicos al mar y al río, los pescadores ya no pescábamos nada. El pescado se volvió muy caro, y solo los ricos se lo podían permitir».

Abou denunció la complicidad del gobierno del país y su pasividad a la hora de restringir la actividad de los buques chinos. Expuso la negligencia de las fábricas de harina de pescado ante la contaminación que estaban generando y su desinterés por poner remedio. Informó, junto con otros pescadores, del dramático descenso de la pesca local, alertando de las consecuencias devastadoras que sufrirían las futuras generaciones de gambianos.

Consecuencias

Abou pronto empezó a recibir amenazas, no solo contra él, sino también contra su familia. Un día las amenazas se materializaron. Una mañana Abou volvía de pescar cuando vio aproximarse a un grupo de hombres. Sin mediar palabra, lo destrozaron todo, las redes de Abou, sus útiles de pesca, ropa, etc. A continuación le golpearon sin piedad. Fue tal la paliza que le propinaron que casi lo matan. En la cama del hospital, recuperándose de sus heridas, Abou comprendió que tenía que huir del país. Lo sucedido no era más que un aviso y tanto él como su familia estaban en peligro, así que tomó la dolorosa decisión de abandonar su tierra, sus raíces, y su modo de vida, ¡Lo dejó todo! Hoy el dolor de Abou ya no se produce tanto porque tuviera que abandonar su amada tierra, sino porque en Gambia todo continúa igual o incluso peor.

Impunidad

La Real Academia de la Lengua define la palabra «impune» como `que queda sin castigo´. Es decir, que alguien sale impune de algo cuando sus acciones que requieren penalización, castigo, reprobación o condena, no sufren consecuencia alguna. A lo largo de mi vida como creyente y como pastor, he observado que una de las cosas que más nos cuesta aceptar en la Iglesia es que se den situaciones en las que prevalece la impunidad.

Todos, en mayor o menor medida, tenemos sentido de la justicia y cuando sucede algo que no está bien y que además provoca consecuencias no deseables en creyentes o en la Iglesia como institución, confiamos y esperemos que se haga algo al respecto. Esa expectativa está inspirada en la Palabra de Dios, Mi. 6:8, «Oh hombre, el Señor te ha declarado qué es lo bueno, y qué es lo que pide de ti. Solo practicar la justicia, amar la bondad y andar humildemente con tu Dios».

Lo que dice la Biblia sobre la injusticia

En la Biblia encontramos momentos que evidencian que la impunidad es incompatible con el carácter de Dios. Y es que el Señor no comulga con la pasividad frente al mal, la injusticia o el abuso:

  • Gen. 18: 20, «El Señor le dijo (a Abrahán): Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo». Los pecados de Sodoma y Gomorra no quedaron impunes porque Dios actuó.
  • La reina Jezabel vivió un reinado en el que su maldad quedaba sistemáticamente impune. Como indica el texto, «Ciertamente no hubo ninguno como Acab que se vendiera para hacer lo malo ante los ojos del Señor, porque Jezabel, su mujer, lo había incitado»(1º Reyes 21: 25). Cuando Nabot decidió no vender su propiedad al rey Acab, tuvo que pagarlo con su vida y la de su familia, porque Jezabel, acostumbrada a actuar sin sufrir las consecuencias de su mal proceder, organizó su juicio y muerte para que su propiedad finalmente acabara en manos de su marido (1er R. 21). Pero la impunidad de Jezabel tuvo fecha de caducidad, porque Elías profetizó el final de la reina, v. 23, «De Jezabel también dice el Señor: Los perros comerán a Jezabel junto al muro de Jezreel», y así fue (2º Reyes. 9: 30-37).

No a la impunidad

Es cierto que hay hechos injustos que quizás no reciban su apropiada retribución aquí en la tierra, pero sabemos que hay un Dios en los cielos que ama al pecador, pero también ama la justicia y no dará por inocente al culpable. Num. 14: 18, «El Señor es lento para airarse y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque no deja sin castigo al culpable».

Aunque Dios respeta el libre albedrío que ha dado al ser humano, su carácter no le permite ignorar el mal que hay en este mundo y también observa con atención cuando quienes pueden hacer algo por compensar de alguna manera el mal existente, no lo hacen. Como escribe Santiago en su epístola, Stg. 4: 17, «El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado». Dios sufre viendo padecer a la víctima y al verdugo salir airoso de su mal proceder. Además, sufrir en primera persona o ser testigos de capítulos en los que prevalece la impunidad, entristece, decepciona, frustra y puede llegar a debilitar la fe de los creyentes.

Conclusión

El dolor de Abou por verse en la necesidad de huir de su tierra tuvo que ser inmenso. No era algo que él quería. Pero su dolor se agudiza porque la realidad que él denunció, tristemente, no ha mejorado. A veces no hacer nada crea espacios de impunidad.

Los creyentes queremos y necesitamos ser testigos de capítulos inspiradores en la sociedad en general, pero sobre todo, dentro de nuestra amada iglesia. Un espacio, el eclesiástico, donde se actúe de tal manera que se busque hacer justicia y la injusticia no se cronifique, sino que se frene y deje de existir.

Gracias a Dios, hoy el Señor sigue inspirando a hombres y mujeres que se ven empujados por el Espíritu de Dios a no permanecer parados frente al mal, la injusticia, el pecado o el mal proceder.

Autor: Antonio Ubieto, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Oropesa y Liria (España), y colaborador de La Voz de la Esperanza.
Imagen: fotograma de vídeo de YouTube

 

 

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