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Cuando se marcharon los sabios, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “— Levántate, toma al niño y a su madre, huye con ellos a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó al niño y a la madre en plena noche y partió con ellos camino de Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que el Señor había dicho por medio del profeta: de Egipto llamé a mi hijo” (Mt 2,13-15 BLP).

El capítulo primero de Mateo cierra con el nacimiento de Jesús, iniciándose el segundo con la visita de los Magos. Siempre me ha llamado la atención que Mateo en 2,11 dice: “Entraron entonces en la casa, vieron al niño con su madre María y, cayendo de rodillas, lo adoraron“. Y yo me pregunto: ¿Y dónde estaba José? ¿No lo vieron los Magos? ¿Tan intrascendente fue José en ese momento tan hermoso de reconocimiento? José no sale en la foto, es un personaje secundario de la historia.

Después de aquella visita de los Magos, algo terrible ocurre. Herodes se siente burlado y se llena de ira, pues teme por su reino a causa del niño que ha nacido, así que decide buscar al niño para matarlo y en su locura produce una matanza de inocentes.

La situación era delicada, así que de nuevo Dios se hace presente y le pide a José, que estaba con María y el niño, que en medio de la noche se ponga de camino a Egipto, ¡que huya! Y allí, José, el personaje secundario, no había desaparecido. Estaba donde era necesario, en el momento oportuno y con un corazón predispuesto a la obediencia para cumplir el plan de Dios.

Ciertamente esto era una locura. ¿Cómo se lo explicaría José a María? No sabemos. Sin ninguna seguridad y en medio de la noche deja tu casa, tu familia, tu tierra, tus seguridades y sal con lo puesto a la aventura… “hasta que yo te avise” le dice el ángel. Pero José obedeció. Salió de su zona de seguridad y comodidad para cumplir lo que Dios pedía y con ello, quizá sin ser él del todo consciente, contribuir al Plan de Salvación de Dios. Nuevamente, no hay peros, José simplemente se puso en marcha rumbo a un futuro incierto, confiando en Dios.

¿Podemos imaginar por un momento la escena? José, María y el niño de camino al exilio. Al reflexionar sobre esto no puedo dejar de pensar en los refugiados, los pequeños de nuestro mundo, huyendo de guerras sin razón, por puros intereses, como hizo Herodes. Seguramente en la providencia divina alguien acogería a José, María y el niño en Egipto como a refugiados.

En este tercer domingo de Adviento, y durante la semana, preparemos nuestros corazones para estar dispuestos a salir de nuestra propia seguridad y comodidad, de nuestra zona de confort, con el fin de cumplir el Plan de Dios. Como personajes secundarios de una historia de salvación que continúa hoy, nos podemos preguntar: ¿Qué viaje será el mío? ¿Cuál podría ser mi exilio particular al que Dios me llama por el bien del Plan de Salvación, por salvar al niño que nace?

Revista Adventista de España