Skip to main content

El estado en el que vivo está siendo asolado por una crisis que mata a jóvenes y mayores. ¿Cómo podemos pretender ministrar en nombre de Cristo e ignorar esto?

La otra noche finalmente tuve la oportunidad de hacer algo que hacía tiempo que quería realizar: asistir a una sesión de la corporación municipal en mi ciudad natal de Bangor (Maine [Estados Unidos]). Lo que más me llamó la atención fue el breve debate que siguió a la propuesta de una resolución que daría a la policía y a los servicios de emergencia la capacidad de usar Narcan para atender a personas que hubieran sufrido una sobredosis, de forma que puedan salvar su vida.

Aunque la propuesta se aprobó sin dificultad, mi buen amigo y concejal Ben Sprague compartió la conmovedora historia de un joven vecino suyo que había muerto de sobredosis unos días antes. Mientras compartía la historia, advertí que algunos de los asistentes estaban llorando (más tarde supe que conocían bastante a ese joven).

La historia de este joven no es un caso aislado, por supuesto. Maine tiene la tasa de adicción a opiáceos suministrados por receta más alta de la nación, algo que ha llamado la atención de muchos ciudadanos preocupados. De hecho, justo la semana anterior, como pude saber en la reunión municipal, el Bangor Daily News celebró un encuentro llamado “One Life Project” en nuestro centro local de convenciones, en el que 400 miembros de la comunidad, junto al senador Angus King, organizaron una tormenta de ideas sobre cómo frenar la adicción a los opiáceos en el estado.

No hace falta decir que este asunto preocupa a muchos ciudadanos de Maine y de la ciudad de Bangor.

Pero, ¿preocupa a la iglesia?

La yuxtaposición de esta realidad me ha tocado de lleno la fibra más sensible debido a ciertos acontecimientos recientes en mi propia iglesia. Estamos a punto de organizar una nueva iglesia en nuestra ciudad, en parte para implicarnos en la vida de la ciudad y para suplir sus necesidades. Pero algunos, comprensiblemente, están preocupados, y gran parte de su preocupación reside en los trastornos que se pueden ocasionar en nuestro culto del sábado, dado que vamos a mandar a la nueva iglesia a algunos de nuestros músicos de más talento.

En serio, no quiero culpar a los miembros preocupados; creo que todos nos preocupamos alguna vez.

Pero me pregunto: Como adventistas, ¿hemos asimilado inconscientemente la idea de que el objetivo de la iglesia es ofrecer servicios de culto atractivos e inspiradores mediante la música y la predicación, y esperar que la gente acuda? Una idea que no aparece en ningún lugar en la Escritura (y una idea que básicamente es “ruido blanco” para las comunidades de nuestro entorno.)

Nos preocupamos por perder músicos cuando nuestra comunidad se preocupa por perder vidas.

No escribo esto para ser crítico. Yo también lucho con lo mismo. Pero, sinceramente, ¿no será que los asuntos que nos preocupan son completamente irrelevantes para las personas de nuestras comunidades, las mismas a los que supuestamente estamos intentando llegar?

Dicho de otra forma: muchas veces estamos respondiendo a preguntas que casi nadie en nuestras comunidades se está haciendo; y luego nos preguntamos por qué nos cuesta tanto que atraviesen nuestra puerta… Están pidiendo pan y les damos una piedra.

El gran teólogo judío y rabino Abraham Heschel captó de modo conmovedor esta yuxtaposición en el párrafo inicial de su libro Dios en busca del hombre:

“Frecuentemente se culpa a la ciencia y a la filosofía antirreligiosa del eclipse de la religión en la sociedad moderna. Sería más honesto culpar a la religión de sus propias derrotas. La religión ha declinado no porque haya sido refutada, sino porque se ha vuelto irrelevante, sosa, opresiva, insípida. Cuando la fe es completamente reemplazada por el credo, la adoración por la disciplina, el amor por el hábito; cuando la crisis de hoy es ignorada a causa del esplendor del pasado; cuando la fe se convierte en un recuerdo de familia en lugar de en una fuente viva; cuando la religión habla sólo en nombre de la autoridad y no con la voz de la compasión, su mensaje pierde toda significación”. [1]

Esto escuece. Y, tristemente, como reflejo en mi propia vida y ministerio, siento la profunda convicción de que al llegar a este punto muerto soy el principal infractor. ¿Qué he hecho para atender las necesidades de los que me rodean?

Lo que Dios odia

Por supuesto, Heschel simplemente se está haciendo eco del mensaje de los profetas, que frecuentemente acusaban al pueblo de Dios de ignorar los asuntos de cada día mientras se aferraban al culto del pasado. “Mi alma aborrece vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes; me son gravosas y cansado estoy de soportarlas” (Isaías 1: 13-14). En cambio, Dios les apelaba así: “Lavaos y limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos, dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscad el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (vv. 16-17).

Esto no quiere decir que la verdad no importa o que el mensaje de la iglesia es irrelevante; nunca han sido más relevantes. Sólo que hasta que no nos acerquemos a la gente y atendamos a las necesidades de la comunidad, no habremos ganado el derecho a compartir nuestro mensaje, y tampoco lo van a escuchar. De hecho será, como mínimo, “ruido blanco”.

De modo que ¿qué pasos prácticos podemos dar? Primero, escuchemos a nuestra propia profeta –Ellen White– y sigamos el ejemplo de Cristo. “Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo como siervo para suplir incansablemente la necesidad del hombre”, escribe en sus primeras palabras de El ministerio de curación [2]. (Y continúa, para más adelante explicar que “sólo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’” [3]).

Bueno, pues ¡eso es la iglesia!

Por supuesto, casi todos los adventistas del séptimo día estamos familiarizados con esa cita, y teóricamente la suscribimos. Pero ¿realmente nos la tomamos en serio y la aplicamos con dedicación plena? ¿Realmente pensamos que “sólo ese método” traerá un auténtico “éxito”?

En segundo lugar, la forma de aplicar en la práctica este método en nuestras propias comunidades es la siguiente: invadamos la reuniones de nuestros ayuntamientos. Escuchemos las cuestiones que se plantean los miembros de la comunidad; y entonces preguntemos a Dios qué podemos poner de nuestra parte para responder a esas cuestiones. También podemos acudir a los espacios locales de reunión a los que asisten muchos miembros de la comunidad, yendo de forma frecuente a la misma hora. Al hacerlo, descubriremos que muchas personas tienen la costumbre de ir a esa hora, y tendremos la oportunidad de entablar conversación con estos asistenes habituales.

En un plano más local, dediquemos tiempo a nuestros vecinos y vecindades (haz una búsqueda en los escritos de Ellen White de las palabras “vecino”, “vecinos” y “vecindario”, y prepárate para leer mucho). Pasemos el tiempo con ellos. Comamos con ellos. Escuchémoslos. Seamos una bendición para ellos. Atendamos a sus necesidades. En serio, necesitamos ampliar nuestra comprensión de la iglesia, reconociendo que esta es más, mucho más, que lo que pasa entre las cuatro paredes de nuestro edificio el sábado por la mañana; enterándonos de qué pasa en los barrios en los que vivimos.

Y lo que es más importante: oremos mucho, como si la vida nos dependiera de ello.

No, quizá no necesitamos cerrar literalmente nuestras iglesias; pero quizá deberíamos cerrar nuestras puertas y suspender nuestras reuniones hasta que primero hayamos salido para servir a nuestros conciudadanos. Hasta que no salgamos, ellos no tendrán razones para entrar.

Esto no es una apelación a un “evangelio social”. Simplemente es una apelación a lo que siempre ha implicado la idea de Dios: discípulos que se toman tan en serio su verdad, que no sólo la creen y la proclaman, sino que también la viven. Entonces, el mundo finalmente tendrá lo que Ellen White dice que necesita tan desesperadamente: “una revelación del carácter de amor” de Cristo. [4]

______________________________

[1] Abraham Joshua Heschel, God in Search of Man, Farrar: Straus and Giroux, 1976, pág. 3. [Hay edición en español: Buenos Aires: Ediciones Seminario Rabinico Latinoamericano, 1984.]

[2] Ellen G. White, El ministerio de curación, pág. 11.

[3] Ibid., pág. 102.

[4] Ellen G. White, Palabras de vida del gran maestro, pág. 342. Comparar con El ministerio de curación, pág. 102.

(Traducción de Jonás Berea del original en inglés en la Adventist Review del 13 de mayo de 2016).

Revista Adventista de España