El pensamiento paulino expresado en el capítulo 12 de la Carta a los Romanos nos lleva a escoger entre la conformidad o la esperanza. Conformidad ante cosas tan cotidianas como la injusticia, la enfermedad, la muerte o la inmoralidad; esperanza ante la certeza de una promesa que, aunque tarde en llegar, seguro se cumplirá.
Así, Pablo nos invita a tomar una decisión y nos dice: “no os conforméis a este mundo” (v. 2). Conformarse en este versículo es sinónimo de adaptarse, de acomodarse o de acostumbrarse. La recomendación paulina va orientada a no creer que este mundo, tal y como lo conocemos, es nuestro hogar. A no olvidar que estamos de paso y que, en el fondo, todos anhelamos una “patria mejor” (Heb. 11:16).
Pensemos en lo que nos ofrece “este mundo”. Es cierto que no todo lo que nos rodea es malo; todavía hay mucha belleza a nuestro alrededor. El planeta en el que vivimos revela la innegable firma del que lo creó permitiéndonos “discernir por medio de las cosas hechas, lo invisible de Él, su eterno poder y su divinidad” (Rom. 1:20). El propio apóstol nos anima a reflexionar sobre todo aquello que sea “verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, cualquier cosa que tenga virtud o que merezca elogio” (Fil. .4:8). Estas cosas, aunque no sobreabunden a nuestro alrededor, todavía podemos encontrarlas aquí y allá.
Sin duda, hay cosas buenas en este mundo; cosas por las que vale la pena vivir… o morir. Juan nos dirá que “de tal manera amó Dios al mundo” (Jn. 3:16), que decidió darse a sí mismo para rescatar a todos aquellos que creyeran en su iniciativa salvífica. Ahora bien, que Dios ame al mundo no quiere decir que nosotros tengamos que amar “lo que hay en el mundo” porque, aunque en él pueda haber cosas buenas, lamentablemente la mayoría de experiencias que nos rodean tienen sabor a egoísmo, a enfermedad y a muerte.
Cuando Pablo nos dice que no nos conformemos a este mundo está queriendo decir que evitemos todo aquello que, aunque nos resulte atractivo, nos aparta de Jesús. Una vez más, el pensamiento paulino encuentra su eco en la escritura de Juan cuando nos invita a alejarnos específicamente de “los deseos de la carne, la codicia de la vista y el orgullo en la vida” (1 Jn. 2:16). A diferencia de las cosas buenas, que a veces son difíciles de encontrar, estos elementos se empeñan en inundar nuestras vidas diariamente dejando un rastro de dolor, maldad, desánimo y sufrimiento.
Vale la pena tomarse en serio el consejo de Pablo porque, al fin y al cabo, él sabe bien de lo que habla. Aunque haya cosas que nos puedan despistar hasta hacernos pensar que aquí no se está tan mal, el apóstol se encarga de desenmascarar la otra cara de la moneda enumerando algunas de las experiencias por las que él mismo ha tenido que pasar: “tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada” (Rom. 8:35).
Teniendo en mente estas cosas, es necesario que nos hagamos la pregunta: ¿vale la pena conformarse con este mundo? ¡Claro que no! Y esta es la razón por la cual Pablo nos invita a no olvidar que estamos de paso, que este mundo será nuestro hogar, pero que, por ahora no puede serlo porque necesita una profunda y total rehabilitación. De este modo, se nos invita a “poner la mira en las cosas de arriba” (Col. 3:2) porque de arriba vendrá Jesús. He aquí la promesa que da sentido a nuestra esperanza: Jesús pronto volverá y entonces sabremos “que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 9:18).
Por eso, queridos amigos, pase lo que pase, vivamos “gozosos en la esperanza” (Rom. 12:12) porque “fiel es el que prometió” (Heb. 10:23). Vivamos gozosos en la esperanza porque “ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Rom. 13:11). Vivamos gozosos en la esperanza porque ya queda menos para ver a Jesús cara a cara.
Gozosos en la esperanza porque volveremos a estar con aquellos que ya se fueron y que ahora descansan en Jesús porque “el que cree en mí aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25). Porque aunque muchas veces no entendemos el por qué, creemos de todo corazón que, a pesar de la tristeza por la despedida, cercano está el día en que “todos los que están en los sepulcros oirán su voz” (Jn. 5:28).
Gozosos en la esperanza porque el cumplimiento de la promesa implicará que por fin veremos lo que siempre hemos creído. Que podamos estar con aquellos personajes de los que hemos predicado. Que podamos entender perfectamente aquello que ahora solo hemos podido asimilar en parte (1 Cor. 13;12).
Como cristianos adventistas, la esperanza es para todos nosotros la más “segura y firme ancla del alma” (Heb. 6:19). Ya puede clamar la maléfica melodía de este mundo con sus cantos de sirena que nos invitan a acomodarnos, a perder de vista la recompensa… Hoy, con el gozo de la esperanza puesto ante nosotros, decimos: “nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que avanzan por fe para vida eterna” (Heb. 10:39).
Amén. Gloria a Dios por el gozo de la esperanza.