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Escuela sabática de menores: Esto está yendo demasiado lejos. Lección 7 para el sábado 13 de agosto de 2022.

DESCARGA AQUÍ la lección en PDF para imprimir y realizar los ejercicios: Leccion07T32022

Esta lección está basada en Génesis 39:1-20; Patriarcas y profetas, capítulo 20.

  • José en Egipto.

    • ¿A quién fue vendido José como esclavo?
    • ¿Cuántos años pasó en casa de su amo?
    • ¿Qué puesto de responsabilidad llegó a darle su amo a José?
    • ¿Qué trabajos realizaba? ¿Con qué clase de personas se relacionó durante ese periodo?
    • ¿Cómo realizaba José sus labores? ¿Qué tenía eso que ver con su relación con Dios?
    • Tu trabajo, tu interés, tu esfuerzo constante y tu dedicación al hacer las cosas serán coronados por la bendición divina.
  • José y la esposa del jefe.

    • ¿Por qué la esposa de su jefe se fijó en José?
    • ¿Cómo le indujo a violar la Ley de Dios?
    • ¿Qué razón dio José para no aceptar las proposiciones de ella?
    • ¿Qué hizo para evitar ser obligado a pecar?
    • Piensa que Dios ve y oye todo lo que haces y dices, y conserva un fiel registro de tus palabras y acciones. Que este pensamiento te ayude a la hora de decidir no pecar. Siempre estás en la presencia de Dios.
  • José en la cárcel.

    • ¿Qué prueba del “pecado” de José presentó la esposa ante su marido?
    • ¿Creyó el amo de José la acusación de su esposa?
    • Para salvar el honor de su casa, ¿qué hizo con José, en lugar de matarle?
    • ¿Qué decisión tomó José con respecto a Dios cuando fue enviado a la cárcel?
    • José se comportó siempre con modestia e integridad en casa de Potifar. Cuando se le acusó, esto fue prueba de su inocencia. Tu buena conducta cristina habitual hará que las personas confíen en ti y no crean acusaciones falsas.
  • Para meditar.

    • Dios ha dado límites con sus reglas y normas para que podamos vivir juntos en amor. Decide no traspasar estos límites.
    • Puedes leer estos límites en Éxodo 20:3-17, y un resumen de ellas en Marcos 12:30-31.
    • ¿Qué ocurre cuando vivimos dentro de estos límites? ¿Qué ocurre cuando traspasamos estos límites? ¿Cómo nos sentimos? ¿Cómo hacemos sentir a los demás?

Resumen: José escogió honrar a Dios y respetar sus límites. Aún cuando no siempre fue tratado con respeto, José escogió respetar a todos aquellos que le rodeaban. Dios nos ha dado límites, como una manera de enseñarnos a respetarlo y a amarlo a Él y a los demás.

ELIGE LA OPCIÓN CORRECTA

  • ¿A quién fue vendido José como esclavo?

    1. Al faraón.
    2. A Potifar.
    3. A Jacob.
  • ¿Cuántos años pasó en casa de su amo?

  • ¿Qué puesto de responsabilidad llegó a darle su amo a José?

    1. Le puso sobre toda la casa.
    2. Le puso sobre todos los trabajadores del campo.
    3. Le puso como contable.
  • ¿Con qué clase de personas se relacionó durante ese periodo?

    1. Con los trabajadores de la casa de su amo, y con los comerciantes y vendedores.
    2. Con los nobles y personas importantes de Egipto.
    3. Con todos los anteriores.
  • ¿Cómo realizaba José sus labores? ¿Qué tenía eso que ver con su relación con Dios?

    1. Trabajaba todo lo bien que podía, pero creía que Dios le había abandonado.
    2. Trabajaba todo lo bien que podía, porque quería honrar siempre a Dios.
    3. Era vago e irresponsable en su trabajo, sin preocuparse de lo que Dios opinaba.
  • ¿Por qué la esposa de su jefe se fijó en José?

    1. Porque tenía el puesto más importante de la casa.
    2. Porque era extranjero y hablaba de forma peculiar.
    3. Porque tenía muy buen físico y era muy atractivo.
  • ¿Cómo le indujo a violar la Ley de Dios?

    1. Le pidió que durmiese con ella.
    2. Le pidió que robase una alhaja para ella.
    3. Le pidió que falsificase unos documentos importantes.
  • ¿Qué razón dio José para no aceptar las proposiciones de ella?

    1. Que era muy arriesgado lo que le pedía.
    2. Que no podía pecar contra Dios haciendo eso.
    3. Que podía perder el puesto si se enteraba su amo.
  • ¿Qué hizo para evitar ser obligado a pecar?

    1. Salió corriendo.
    2. Gritó.
    3. Se echó a llorar.
  • ¿Qué prueba del “pecado” de José presentó la esposa ante su marido?

    1. Un anillo que José se había dejado.
    2. La firma de José en un documento.
    3. El manto de José.
  • ¿Creyó el amo de José la acusación de su esposa?

    1. Sí, por eso lo echó en la cárcel.
    2. No, por eso no lo mató.
    3. Dudaba, por eso llevó el caso a los tribunales.
  • ¿Qué decisión tomó José con respecto a Dios cuando fue enviado a la cárcel?

    1. Que dejaría de obedecerle.
    2. Que lo volvería a obedecer cuando todo le fuera bien de nuevo.
    3. Que seguiría obedeciéndole en cualquier circunstancia.

(Puedes hallar las soluciones en Génesis 39:1-20, y en Patriarcas y profetas, capítulo 20)

ACTIVIDADES

HISTORIAS PARA REFLEXIONAR

Quizás alguno de Uds. haya escuchado la historia del reverendo C. P. Golightly, que vivía cerca de Oxford, Inglaterra, quien nunca perdía oportunidad de enseñar a los niños que es.

“MEJOR MORIR QUE MENTIR”

Por Goldie Down

Siempre que pienso en ese versito recuerdo a Rubí. La pobre Rubí en cierta oportunidad dudó qué sería mejor, si decir una mentira y salvar una vida o decir la verdad y perder quizás su propia vida. Tan seria era la situación en que se encontró. Estoy segura de que si me hubiera encontrado en su lugar me habría preguntado lo mismo: si en esas circunstancias, no estaría bien mentir. Pero voy a contarles la historia.

Rubí era una niña anglobirmana, eurasiática. Eso significa que algunos de sus antepasados eran europeos y algunos birmanos, pero en la casa de Rubí se hablaba inglés y se vestía y actuaba casi completamente al estilo occidental. Sus padres eran cristianos, y Rubí y sus hermanas habían sido criadas en un ambiente de cultura, y vivían en una linda casa.

Entonces comenzó la guerra y Birmania se convirtió en un campo de batalla. Nadie sabía cuándo o adónde huir. La familia de Rubí permaneció en su casa tanto tiempo como le fue posible, pero llegó el día cuando se dieron cuenta que debían unirse a las multitudes que partían. Muy tristes reunieron el dinero que tenían, y algunas cosas de valor que podían llevar consigo, y con sus atados de alimento y ropa cargados a la espalda, se prepararon para abandonar la casa.

Con lágrimas miraron por última vez su lindo hogar, las alegres cortinas todavía colgadas de las ventanas, los cuadros en las paredes, y los lindos almohadones del sofá. La mamá se cuidó de dejar el lugar aseado y pulcro, aunque sabía que nunca más lo volvería a ver, pues aun cuando escapara al bombardeo, entrarían por la fuerza y saquearían todo lo que tuviera algún valor. Lentamente se encaminaron por el senderito de cemento, pasaron junto al garaje donde estaba el automóvil, y llegaron a la calle. (No podían usar el automóvil porque no conseguían gasolina.)

Las horas se transformaron en días, los días en semanas, y las semanas en meses y la desesperanzada familia iba andando, hoy aquí y mañana allá, cambiando de un lugar a otro. Tal vez pasaban un día en un campamento de socorro, una semana en algún centro para refugiados; sin saber nunca si estaban seguros, o de dónde vendría la siguiente comida.

Finalmente, allá en los altiplanos de Birmania, se encontraron con un grupito de gente y se establecieron en una aldeíta desierta. Repararon las chozas viejas, y se acomodaron lo mejor que pudieron. Rubí y sus hermanas trabajaron mucho para hacer una quintita donde pudieran cultivar algunas verduras para añadir a su ración de arroz que era todo lo que podían conseguir para comer. No había aceite, ni grasas de ninguna clase, ni azúcar, ni harina, ni leche, y la sal y los frijoles secos costaban una fortuna. Pero de alguna manera se las arreglaron para seguir existiendo.

Para entonces Birmania había caído en poder de los japoneses, pero en esa región tan apartada, los invasores dejaban más o menos en paz a los birmanos.

De hecho, casi los ignoraban, pues el lugar estaba tan retirado que no podían huir, ni pasar ninguna información, porque estaban rodeados por el enemigo. Los japoneses eran los dueños absolutos de la situación, y lo sabían.

Pero Rubí y su familia nunca se sintieron realmente seguros. Y cuando un día un joven oficial japonés entró en su chocita de bambú, toda la familia sintió gran ansiedad. El oficial se sentó en una de las sillas rústicas que ellos mismos se habían fabricado y comenzó a interrogarlos:

“¿Dónde vivían antes de que comenzara la guerra?” “¿Qué trabajo hacían?” “¿A qué escuela asistían Uds., niñas?” “¿Cuántos alumnos había allí?” “¿Tenían Uds. maestros europeos o birmanos?” Parecía estar muy interesado en el lugar donde habían vivido antes de la guerra, pero Rubí y su familia no se sentían muy dispuestos a hablar. ¿Por qué les preguntaba todo eso? Entonces acudieron a su mente algunos rumores que habían oído. ¿Estaba tratando este joven oficial de entramparlos para denunciarlos luego como espías, y fusilarlos? ¿Procuraba urdir alguna acusación contra ellos y usarla luego como una excusa para separarlos?

Rubí y sus padres respondieron a las preguntas muy cuidadosamente. De pronto el oficial sacó una libreta. ¿Qué se propondría ahora? Y de ella sacó una fotografía, y se la paso a Rubí.

-¿Conoces a este muchacho? – le preguntó.

Rubí miró la foto y se quedó sin aliento. Por supuesto que lo conocía. Había sido uno de sus condiscípulos.

Justamente antes de que empezara esa espantosa guerra, ella había asistido a la boda de su hermana. Pero ¿qué debía decirle a ese oficial? ¿Cómo había obtenido él la foto? Tal vez esa era un espía. Era posible que, si ella decía que sí, enviaría al muchacho a la muerte. A menudo ocurrían cosas semejantes. Se embaucaba a una persona para que traicionara al amigo. Tal vez ese muchacho había hecho algo contra los japoneses y ella y su familia serían condenados a muerte sólo por conocerlo.

Pensó que quizás debía decir que no lo conocía y pretender que nunca había oído hablar de él. Esa sería una mentira, naturalmente, pero en esas circunstancias tal vez fuera lo mejor. Pero ¿cómo podría Dios bendecirlos y continuar cuidando de ellos si ella decía una mentira tan categórica como ésa? No, mejor morir con una conciencia limpia que vivir como una mentirosa. Lentamente Rubí volvió a respirar:

-Sí, -dijo cautelosamente–, lo conozco.

Entonces su hermana, sacándole la foto de las manos, gritó deleitada.

-¡Oh, es Ernesto! Por supuesto que conocemos a Ernesto, y también a toda su familia. Ellos vivían en la calle siguiente a la nuestra. Su hermano estaba en mi clase, en la escuela, y … -siguió ella charlando inconscientemente, sin darse cuenta de las miradas de advertencia que le dirigían Rubí y sus padres.

“¡Mira! – pensó nerviosamente Rubí-. Ya fue bastante con que yo dijera que lo conocía, pero ahora mi hermana está yendo demasiado lejos. Ahora sí que vamos a estar mal -y se preparó para lo peor mientras el oficial tomaba de vuelta la foto y la colocaba en su libreta.

-Él también fue mi amigo -dijo sencillamente el oficial-. Lo conocí antes de la guerra en una escuela de ingeniería.

Y entonces les explicó que, por los registros militares que tenían, había notado que ellos eran del mismo pueblo de Ernesto, y por esa razón había venido a visitarlos. Toda tensión se desvaneció entonces, y todos conversaron alegremente.

El oficial estaba tan feliz de haber descubierto que ellos conocían a Ernesto que a menudo los visitaba en la choza, y siempre les traía algo especial.

A veces eran dulces que había ahorrado de su propia ración de alimento, o un pedacito de jabón, o un poco de fruta para la madre de Rubí, a quien tenía en alta estima. Finalmente, cuando terminó la guerra, de su propia escasa paga, los proveyó de dinero para ayudarlos a buscar la libertad.

Hace mucho tiempo que la guerra terminó, y Rubí, su hermana y sus padres han vivido seguros en la India durante muchos años. Ellos no abrigan la menor duda de que vale la pena ser veraz… ¡bajo cualquier circunstancia!

LA HONRADEZ ANTE TODO

Los hilos de la vida se entrecruzan. Alán Nelson estaba en Villaturbia sin hacer nada, ya que tenía que esperar que sanaran su brazo y su hombro. El Sr. Puebla se encontraba a ocho kilómetros de Villaturbia. Él era un agricultor que estaba muy disgustado. El Sr. Zúñiga vivía en la ciudad de Lorca a quinientos kilómetros de Villaturbia en línea recta y más de seiscientos por la carretera, lo que Alán sabía bien, pues él trabajaba en Lorca en una tienda del Sr. López. Y, así es la vida: todos ellos se vieron reunidos en un mismo asunto, el resultado de lo cual fue…

Un brazo y un hombro de Alán habían quedado muy lastimados cuando un irreflexivo muchacho de la ciudad de Lorca lo atropelló con su auto y siguió su camino sin detenerse para ver siquiera lo que había hecho.

Algunas personas lo socorrieron y le dijeron que era una barbaridad lo que había ocurrido. Pero el hecho es que el atropellador había desaparecido, y todo lo que pudo hacer Alán fue ir a un médico para que le pusiera en su sitio los huesos maltrechos.

—Mucho me temo —informó Alán al Sr. López, su patrón—, que no podré trabajar durante un buen tiempo.

— Lo siento —le contestó el Sr. López —; pero no tema, cuando vuelva encontrará su puesto.

El Sr. López estaba dispuesto a cumplir con su palabra. Alán era tenedor de libros, y después de sanar y volver a su escritorio, su trabajo lo estaría esperando. Un trabajo por el cual le pagaban $180 mensuales.

Alán pensaba en eso: $180 por mes, y no se le iba a pagar sueldo mientras estuviera ausente de su trabajo.

En la ciudad de Lorca los alquileres eran caros y los restaurantes no daban crédito; por eso escribió una carta a su casa y una semana después llegó a Villaturbia.

Ya en su casa, se puso a meditar. ¡No era justo lo que le sucedía! Había observado todas las reglas de tránsito, mientras que el muchacho que lo había embestido las había burlado impunemente. ¡No era justo!

Pero no ganaba nada preocupándose y meditando. Más le valdría ver la forma de conseguir dinero, mientras estaba en su casa, para pagar la cuenta del médico.

Se puso a considerar el asunto, pero no veía nada que pudiera hacer. Se sentó y miró una casa bien construida, aunque deshabitada que quedaba a corta distancia en la misma calle.

Una casa en Villaturbia no costaba tanto dinero como una casa en la ciudad de Lorca. Eso era natural. Pero lo que no era natural era que esa casa vecina a la de sus padres estuviera allí vacía y nadie la ocupara año tras año.

—Mamá —preguntó Alán—, ¿quién es el dueño de esa casa desocupada en la esquina de la calle Independencia?

—El Sr. Zúñiga —contestó su madre.

—¿El Sr. Zúñiga?

—Sí. Los Zúñiga vivían antes en este pueblo, pero cuando murió el anciano Zúñiga, su sobrino de la ciudad de Lorca heredó la propiedad. Él acostumbraba a venir ocasionalmente los veranos, cuando era pequeño.

—¿Por qué no la alquilará? —observó Alán—. ¿Por qué no la venderá?

—Le gustaría hacerlo, pero no puede.

—No me explico … Pero después que su madre le mencionó el hecho, se acordó de que nadie quería alquilar esa casa desocupada debido a un olor insoportable que se sentía en ella.

—Es algo que enferma —le aseguró su madre— El Sr. Zúñiga ha hecho revisar la casa, vez tras vez, pero no ha podido encontrar la causa de ese desesperante mal olor. Hasta pensó que se trataba de un animal muerto que habría quedado debajo del piso, o en el entretecho. Pero no encontraron nada.

Y Alán se acordó de eso después.

Pasaban los días, y su brazo y hombro mejoraban rápidamente.

Pasaron más días, días largos, días oscuros durante los cuales pensó en los $400 que debía al médico. Los $180 sólo le alcanzaban para pagar el alquiler, la comida y sus gastos personales. Eso era todo. ¡Si pudiese conseguir algo más de dinero!

Cierto día, mientras caminaba por el campo pensando en la forma de pagar su cuenta, vio un aparato perforador de pozos y entonces fue cuando se encontró con el Sr. Puebla, dueño del campo por el cual caminaba. El Sr. Puebla estaba muy disgustado. Sí, el sol brillaba lindo. ¡Pero! … Sí, el tiempo había sido bueno para la cosecha, ¡pero! …

—¿Qué sucede? —le preguntó Alán.

El Sr. Puebla miró el aparato de perforación. A continuación, le explicó que había gastado $300 en un pozo y que, no obstante, lo único que había sacado era agua sulfurosa.

—¿Qué clase de agua? —preguntó Alán.

—Agua sulfurosa —repitió el Sr. Puebla—. Trabajamos mucho y sacamos esa agua. ¡Huélala!

¡Y súbitamente Alán recordó haber percibido el mismo olor! Y también vislumbró la forma de pagar su cuenta del médico. Cuando llegó de vuelta a Villaturbia, su madre le confirmó lo que él pensaba. Si esa casa quedara libre de ese olor tan desagradablemente espantoso, podría venderse en seguida.

—Pienso que el Sr. Zúñiga la vendería a muy bajo precio, tal como está ahora —dijo la madre de Alán.

Y luego siguió una semana de investigaciones realizadas por Alán. ¡Ya sabía de dónde provenía el hedor!

Sólo tenía que hallar el lugar por donde salía, y cubrirlo.

Un día mientras estaba investigando, en el sótano, en un lugar donde el piso era solamente de tierra, observó que el olor era más fuerte que en otras partes de la casa. Fue a su casa y volvió con una pala y comenzó a cavar. Y también comenzó a sentir náuseas. ¡Al fin había encontrado de dónde salía el olor!

El hecho era que, en un antiguo pozo donde había agua sulfurosa, se había rajado la tapa que le habían puesto para impedir que saliera el olor. Allí estaba la raíz de todo el mal. Y como eso había sido hecho por el anciano Zúñiga, su sobrino que vivía en la ciudad de Lorca, a tanta distancia, no sabía nada. Tan sólo había hecho visitas ocasionales al pueblo cuando era niño, y probablemente nunca habría oído hablar del viejo pozo abandonado.

Alán se fue a su casa. “La semana próxima —se dijo para sí—, iré a Lorca, conseguiré dinero prestado y compraré la casa. La obtendré muy barata. La pérdida de Zúñiga será mi ganancia”. ¡Tendría más que suficiente para pagar la cuenta del doctor!

No iba a decir nada a su madre acerca de lo que pensaba. “Ella se opondría…” —pensó Alán. La razón por la cual no se lo dijo es porque creyó que a lo mejor a ella no le iba a parecer muy honrado lo que él estaba por realizar. Su familia y los Zúñiga habían sido amigos durante muchos años.

“La mala suerte será para Zúñiga”, pensó otra vez Alán.

El lunes tomó el tren para Lorca. En la ciudad ofrecería un bajo precio a Zúñiga por su casa desocupada; luego haría tapar la rajadura del pozo viejo, y vendería la propiedad con una magnífica ganancia. ¡Aun habría de duplicar su inversión!

Era una lástima que se perjudicara el Sr. Zúñiga, pero al fin y al cabo, alguien tendría que sufrir la mala suerte.

Y entonces se le ocurrió a Alán que el muchacho alocado que lo había embestido pensaría lo mismo: “Siento mucho haberlo atropellado, pero qué vamos a hacer con la mala suerte”.

El tren seguía rápidamente su camino hacia Lorca, donde lo esperaba su oportunidad. El Sr. Zúñiga seguramente iba a dejar la casa casi por nada. El precio que le ofrecería le iba a parecer muy bueno “La mala suerte le tocará a él”, pensaba Alán. Las ruedas del tren parecían repetir su pensamiento: “La mala suerte será suya, la mala suerte será suya”. Hay que poner en primer lugar los propios intereses.

Sin embargo, a medida que se acercaba a la ciudad, su conciencia le iba haciendo notar cada vez más claramente que lo que iba a cometer era un robo encubierto, aunque él lo llamase un “negocio”. En realidad se trataba de un engaño.

Luchó largo rato con sus escrúpulos, y al fin pensó que lo mejor sería proceder honradamente. “Quizá —se dijo para sí—, en recompensa por mi acto de honradez, el Sr. Zúñiga me venda la casa a un precio bajo”.

Pero no fue así. El Sr. Zúñiga escuchó lo que le decía, y le contestó:

—Nunca se me había ocurrido que la causa de ese mal olor fuera el agua sulfurosa. Y nunca se me ocurrió revisar prolijamente el sótano.

—¿Vendería Ud. la casa? —le preguntó Alán.

—Ahora no —le replicó el Sr. Zúñiga moviendo la cabeza— Me alegro mucho por lo que Ud. me ha dicho. Esa casa ha pertenecido a nuestra familia durante mucho tiempo y pienso conservarla y convertirla, como de costumbre, en nuestra residencia de verano.

Después de algunas expresiones de agradecimiento, terminó la entrevista.

Alán Nelson fue después al almacén donde estaba empleado.

El Sr. López quiere verte, Alán —dijo uno de los compañeros de trabajo. Nuestro amigo entró en la oficina del jefe, con el corazón latiendo violentamente. ¡A lo mejor el Sr. López no le daría su puesto de vuelta! ¡Y esas cuentas del médico que debía pagar!

—Tome asiento, Alán —lo invitó el Sr. López.

Y entonces, mientras hablaba el jefe, el temor dio paso a la emoción, y la emoción dio lugar a la admiración al ver el resultado de las cosas. Pues el Sr. López le dijo:

—Necesitamos un ayudante para el cajero. El sueldo será de $300 por mes. No sabíamos a quién poner en ese puesto. Se necesita una persona honrada, estricta, de una honradez a toda prueba.

Y, para terminar la corta entrevista, el Sr. López dijo:

—Y Ud. Alán, ha sido designado para ese puesto. Será ayudante del cajero.

Sí, en la vida se entrecruzan los hilos de los hombres.

El Sr. López, el Sr. Zúñiga, una casa abandonada, un accidente, un agricultor que hizo perforar un pozo inútil y sacó agua sulfurosa, todos se unieron a la larga en este juego del destino. El Sr. Zúñiga conocía al Sr. López, y le había contado lo de la prueba de honradez de Alán.

Tomado de la obra: “Arrastrados por la corriente”

Autora: Eunice Laveda, miembro de la Iglesia Adventista del 7º Día en Castellón. Responsable, junto con su esposo Sergio Fustero, de la web de recursos para la E.S. Fustero.es

 

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