“Estimado Hno. K.,
Tenía la esperanza de verlo, conversar con Ud. o escribirle, pero no he podido cumplir nada de eso; ni ahora puedo. Sin embargo, siento un profundo interés en Ud. y estoy deseosa de que no sea separado de la obra. No tengo vigor como para hacer justicia en una conversación con Ud. Su mente es tan rápida y su lengua tan ágil, que temo que me cansaría mucho y que lo que yo dijera no quedaría claro en su mente.
Veo su peligro: Ud. puede transformar rápidamente sus pensamientos en palabras. Ud. exagera las cosas y no cuida su lenguaje. Expresa sus opiniones sobre algunos puntos de tal manera que hace que sus hermanos le tengan temor. Esto no debe ser así. Ud. no debe tratar de alejarse tanto de sus hermanos que parezca que Ud. no tiene la misma opinión que ellos.
Se me ha mostrado que su influencia para el bien queda muy disminuida porque Ud. piensa que es su deber expresar ciertas ideas sobre algunos puntos que Ud. mismo no comprende plenamente, y que Ud. no puede hacer comprender a otros a pesar de todos sus esfuerzos. Se me ha mostrado que no era necesario que Ud. sintiera que debe ocuparse de esos puntos. Algunas de las ideas suyas son correctas, otras incorrectas y erróneas.
Si Ud. se ocupara de temas tales como la disposición de Cristo a perdonar los pecados, a recibir al pecador, a salvar lo que está perdido, temas que inspiran esperanza y valor, Ud. sería una bendición. Pero mientras Ud. se esfuerza por ser original y toma posiciones extremas, y usa un lenguaje tan vigoroso al presentarlas, hay peligro de hacer mucho mal. Algunos captarán sus pensamientos y parecerán ser beneficiados, pero cuando son tentados y vencidos, pierden su valor para pelear la buena batalla de la fe.
Si Ud. se ocupara menos de esas ideas que le parecen tan importantes, y restringiera sus expresiones extravagantes, Ud. mismo tendría más fe. Vi que su mente a veces queda desequilibrada por esforzarse mucho en profundizar y explicar el misterio de la piedad, que sigue siendo un misterio tan grande después de su estudio y explicaciones, como lo era antes” (EGW, 1MS, p. 208).
No eran de nosotros
Esta carta fue escrita por Elena White en el año 1890 desde Santa Elena, California. Le escribe a un hermano de “mente rápida y lengua ágil”. Un hermano que tiene tendencia a “exagerar las cosas” y que expresa opiniones sobre cosas que él mismo desconoce. Leemos que es alguien que se esfuerza por “ser original y toma posiciones extremas” haciendo mucho daño a aquellos que, al captar sus pensamientos se sienten vigorizados, pero “caen en el desánimo al ser tentados y vencidos”.
Poco importa el nombre de la persona a la que Elena White quiso escribir. Lo importante es que lo hizo y que le expresó que podría llegar a ser una bendición si dedicara su predicación a “temas tales como la disposición de Cristo a perdonar los pecados, a recibir al pecador, a salvar lo que está perdido, temas que inspiran esperanza y valor…”.
Mi querido lector, comparto contigo esta antigua carta porque, aunque se nos ha hablado muchísimo de los “peligros del mundo”, son otras las voces que más pueden causar dolor y división al movimiento adventista. Personas que “salieron de nosotros, pero no eran de nosotros” (1ªJn.2:19), hablan mal de la iglesia, de nuestro mensaje y de nuestra organización. Formamos una iglesia que no es perfecta. Nunca lo ha sido. Ya en el Nuevo Testamento, cuando leemos las cartas de Pablo vemos cosas escandalosas. Es fácil dejarse llevar por el desánimo al ver la apatía, la mundanalidad y la profunda crisis espiritual por la que pasan las personas que forman la iglesia.
Justicia, misericordia y fe
Sabemos que cuanto más tiempo estemos en esta tierra, más problemas surgirán en el seno de nuestro movimiento. Cuando desfallezcamos en nuestro ánimo, recordemos las siguientes palabras: “Dios tiene una iglesia en la tierra, que es su pueblo escogido, que guarda sus mandamientos. Él está conduciendo, no ramas extraviadas, no uno aquí y otro allí, sino un pueblo. La verdad es un poder santificador; pero la iglesia militante no es la iglesia triunfante. Hay cizaña entre el trigo. “¿Quieres, pues que… la arranquemos?”, fue la pregunta del siervo; pero el señor contestó: “No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo”. La red del Evangelio no prende sólo peces buenos, sino también malos, y solamente el Señor conoce a los suyos” (EGW, CPI, pág. 432).
Denunciar los pecados de la iglesia y orar por los pecadores que formamos la iglesia son actitudes muy diferentes. Los que más critican, los que más juzgan, los que tienen siempre algo que decir en contra de la organización, del pastor o del liderazgo en general; aquellos que constantemente ven infiltrados o conspiraciones; los que, sin saber, “murmuran y se quejan de todo” (Judas 16); los que aprovechan el anonimato de las redes sociales y, agazapados tras cualquier rumor, atacan a aquellos con los que ni se han sentado a conversar… Todos ellos olvidan precisamente que en la religión bíblica, lo verdaderamente importante de la ley es: “la justicia, la misericordia y la fe” (Mt.23:23). Jesús advirtió que “desde los días de Juan el Bautista el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt.11:12).
La gran verdad
Se levanta la bandera de los elementos distintivos del mensaje adventista tales como el mensaje del tercer ángel; el pueblo remanente; las profecías referentes al papel del papado en el tiempo final o las leyes dominicales como una consigna, casi un eslogan de lo que ha de ser el mensaje adventista. Es cierto que en el mundo en el que nos ha tocado vivir, justo antes de la Segunda Venida del Señor, el mensaje ha de sonar con claridad y fuerza. Pero no es menos verdad que el mundo en general y la iglesia en particular sigue necesitando oír “temas tales como la disposición de Cristo a perdonar los pecados, a recibir al pecador, a salvar lo que está perdido, temas que inspiran esperanza y valor…”. Elena White afirma que “la exaltación de Cristo es la gran verdad que han de revelar todos los que trabajan en palabra y doctrina” (1MS, p. 182).
Teniendo que dar una explicación sencilla acerca de lo que implica predicar la verdad presente, Elena White comparte que “varias personas me han escrito preguntando si el mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y les he respondido: “Es ciertamente el mensaje del tercer ángel”. (The Review and Herald, 10 de abril de 1890). Por si queda alguna duda, ella misma aclarará: “Muchos habían perdido de vista a Jesús. Necesitaban dirigir sus ojos a su divina persona, a sus méritos, a su amor inalterable por la familia humana. Todo el poder es colocado en sus manos, y él puede dispensar ricos dones a los hombres, impartiendo el inapreciable don de su propia justicia al desvalido agente humano. Este es el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz, y acompañado por el derramamiento de su espíritu en gran medida” (Ev, p. 143).
Cristo: centro viviente de todo
He sido testigo de la queja por parte de algunos hermanos de falta de “alimento sólido” cuando el predicador ha optado por presentar el maravilloso, interminable y profundo amor de Dios. En la Escritura leo algo diferente puesto que Pablo afirma que el “alimento sólido” es precisamente Cristo y su sacerdocio: “Habiendo sido perfeccionado vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb.5:9). Elena White escribió: “Los muchos sermones argumentativos rara vez enternecen y subyugan el alma… Cada mensajero de la verdad debiera tener la preocupación de hacer resaltar la plenitud de Cristo. Cuando no se presenta el don gratuito de la justicia de Cristo, los discursos son secos y faltos de espíritu; no se alimentan las ovejas y corderos. Dijo Pablo: “Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”. 1ª Corintios 2:4. Hay médula y grosura en el Evangelio. Jesús es el centro viviente de todo. Ponga a Cristo en cada sermón. Sean tratadas la preciosa misericordia y la gloria de Jesucristo, porque el Cristo interior es la esperanza de gloria” (Carta 15, 1892).
Debo terminar este artículo, el cual será publicado en la Revista Adventista en el mes de diciembre del año 2019. Al acercarnos al final del año, he querido compartir contigo mi preocupación. No quiero polemizar ni molestar a nadie, pero deseo lo mejor para todos aquellos que, con sinceridad, buscan al Señor. Haz tuyas estas palabras que leemos en el Conflicto de los Siglos: “Nadie que no ore puede estar seguro un solo día o una sola hora. Debemos sobre todo pedir al Señor que nos dé sabiduría para comprender su Palabra. En ella es donde están puestos de manifiesto los artificios del tentador y las armas que se le pueden oponer con éxito. Satanás es muy hábil para citar las Santas Escrituras e interpretar pasajes a su modo, con lo que espera hacernos tropezar. Debemos estudiar la Biblia con humildad de corazón, sin perder jamás de vista nuestra dependencia de Dios. Y mientras estemos en guardia contra los engaños de Satanás debemos orar con fe diciendo: “No nos dejes caer en tentación” (CS, p. 330).
Mi querido amigo, avanzamos juntos para dejar atrás al 2019. Ya queda menos para el día prometido. Hagamos de la Palabra la única fuente de autoridad y guía para la vida. Ante “las voces” que nos quieren desviar del camino, fijemos la mirada en Jesús y escuchemos la voz del Espíritu que nos dice: “Éste es el camino, andad por él y no echéis a la mano derecha, ni tampoco os desviéis a la mano izquierda” (Is.30:21).
Dios nos bendiga.
Autor: Óscar López, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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