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Para el sábado 23 de febrero de 2019.

Esta lección está basada en Mateo 25:14-30, Palabras de vida del gran Maestro, capítulo 25.

  • El hombre que se va lejos.

    • Parábola: Un hombre se va lejos y confía sus negocios a sus siervos.
    • Explicación: Cristo se fue al Cielo, y nos da a nosotros, sus siervos, talentos (algo que podemos usar para Él en beneficio de otros). Nos reparte a cada uno nuestro trabajo. Cada uno tenemos un lugar en el plan eterno del cielo. Hemos de trabajar en cooperación con Cristo para la salvación de las almas. Tan ciertamente como hay un lugar preparado para nosotros en las mansiones celestiales, hay un lugar designado en la tierra donde hemos de trabajar para Dios.
    • Aplicación: Ora para que Dios te muestre el lugar que te ha designado para trabajar para Él.
  • Repartiendo talentos.

    • Parábola: A uno le da cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad.
    • Explicación: Los talentos que Cristo nos confía a cada uno representan las bendiciones y los dones impartidos por el Espíritu Santo. Él da a uno ser muy sabio; a otro cómo hablar bien; a otro fe; a otro le da la facilidad de sanar a otros; a otro poder hacer milagros; a otro entender las profecías; a otro poder hablar otros idiomas con facilidad; etc.
      Yo no elijo qué talentos recibo ni cuántos. El Espíritu Santo es el que decide qué talentos y cuántos soy capaz de administrar (1ª de Corintios 12:11).
      No todos recibimos los mismos talentos. Pero todos tenemos, como mínimo, uno.
    • Aplicación: Pide a Dios que te muestre los talentos que te ha dado. Algunos de ellos pueden ser: la inteligencia; el habla; la influencia; el tiempo; la salud; la fuerza; el dinero; los sentimientos bondadosos; etc.
  • Negociando con los talentos.

    • Parábola: El que había recibido cinco talentos negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. También el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.
    • Explicación: Negociamos con los talentos, ya sean originales o adquiridos, naturales o espirituales, cuando los empleamos en el servicio de Cristo. Esconder el talento, como hizo el último siervo, es no usar nuestros talentos para Jesús.
      No tenemos que lamentarnos si recibimos pocos talentos, o uno solo, o creemos que nuestro talento es muy insignificante. Para Dios lo que importa es lo que hagas con el talento o talentos que Él te ha dado.
      Él quiere que usemos los talentos en su servicio, y así estaremos capacitados para recibir más talentos.
    • Aplicación: Voy a usar mis talentos, sabiendo que recibiré ayuda divina para desarrollarlos. Sé que todo esfuerzo que hago por Jesús repercute en una bendición para mí mismo.
      Señor, ayúdame a desarrollar mi talento, aunque éste sea pequeño e insignificante.
      Cultivaré toda facultad hasta el más elevado grado de perfección, a fin de poder realizar el mayor bien posible.
  • Los usas o los pierdes.

    • Parábola: Al volver el hombre, pidió cuentas a sus siervos. A los que habían negociado con los talentos les dijo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. El que había enterrado su talento, se excusó diciendo que tenía miedo de lo que el hombre le pudiera hacer si perdía su talento. Pero, como no había aprovechado su talento, el hombre se lo quitó y se lo dio al que tenía más talentos. “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”.
    • Explicación: Si usamos nuestros talentos recibiremos más, y tendremos el gozo y la satisfacción de haber trabajado para Dios.
      Cuando Jesús venga, nos recompensará. No nos recompensará porque tengamos mérito alguno, sino porque hemos hecho nuestro deber y, por Su amor, nos dará el privilegio de trabajar con él en el mundo venidero.
      El siervo que escondió su talento representa a los que piensan que Dios es exigente y no están dispuestos a usar en Su servicio los talentos que han recibido.
      Tanto los talentos como las oportunidades para desarrollarlos, todo lo da Dios. Por tanto, todo lo que él exige de nosotros podemos cumplirlo mediante la gracia divina. Nadie tiene excusa. Si no lo hacemos es porque no queremos colaborar con Dios y con su obra. Por eso, se nos quitan los talentos que no usamos.
    • Aplicación: Usa tus talentos para agradar a Dios. En el gran día del juicio, Cristo desechará a los que usan sus talentos para agradarse a sí mismos.
      Entrégate completamente a Dios y, desarrollando tus talentos, sigue sus instrucciones. Dios se hace responsable del éxito de tus sinceros esfuerzos. Nunca pienses en el fracaso. Coopera con Dios, el éxito está asegurado.

Resumen:

Servimos a Dios cuando usamos nuestros talentos para ayudar a los demás.

 

Test para Niños sobre Dones Espirituales

Esta lista fue creada para ayudar a niños en edad de escuela primaria a descubrir sus dones

espirituales, según se presentan en Romanos 12:6-8 en la palabra de Dios.

Padres – Lee las siguientes 49 preguntas a tu hijo/a y pídele que responda escogiendo una de las

siguientes respuestas posibles:

Nunca (1), rara vez (2), algunas veces (3), a menudo (4), y siempre (5)

  1. Veo las cosas como correctas y equivocadas, buenas o malas _______
  2. Me encanta trabajar con mis manos y soy bueno/(a) en eso _______
  3. Encuentro un gran gozo en aprender _______
  4. Me encanta platicar la mayor parte del tiempo _______
  5. El darle a los demás me hace sentir gozoso _______
  6. El lograr algo me da un gran gozo _______
  7. Me entristezco y me enojo cuando le pasan cosas malas a la gente _______
  8. Soy franco/a y directo _______
  9. Encuentro un gran gozo en ayudar a otros _______
  10. Me encanta enseñarle a la gente sobre cosas _______
  11. Soy muy feliz y tengo una personalidad balanceada _______
  12. Hago todas las cosas con todo mi corazón _______
  13. Me gusta competir; siempre quiero ser el número 1 o el mejor _______
  14. Trato de ver lo bueno en las personas e ignoro lo malo _______
  15. Tiendo a ser un poco negativo/a _______
  16. Usualmente soy tímido/a y me da vergüenza fácilmente _______
  17. Me es fácil hablar y expresar mis pensamientos de forma clara _______
  18. Me gusta decirle a la gente “¡Buen trabajo!” _______
  19. Soy muy imaginativo/a _______
  20. Para mí es muy importante que mis amigos me sean leales _______
  21. Encuentro un gran gozo al mostrarle amor a aquellos que están sufriendo _______
  22. Siento que tengo la razón la mayor parte del tiempo _______
  23. Me gusta ayudar a otros ante que ayudarme a mí mismo/a _______
  24. Tengo convicciones y opiniones fuertes _______
  25. Tengo una actitud muy positiva sobre la vida _______
  26. No tengo muchos amigos, sólo unos cuantos muy buenos _______
  27. Disfruto ser el líder y decirle a otros qué hacer _______
  28. Me gusta complacer y ser obediente _______
  29. Me enojo cuando la gente rompe las reglas y no los castigan _______
  30. Me gusta mantener mi cuarto limpio y ordenado _______
  31. Me encanta contarle toda la historia a la gente _______
  32. Me doy cuenta de las cosas que la gente puede hacer bien y se las digo _______
  33. Me gusta más ahorrar mi dinero que gastarlo _______
  34. Soy bueno/a expresándome. Me encanta platicar en la clase _______
  35. Disfruto estar en paz y trato de evitar los conflictos _______
  36. Tiendo a ser voluntarioso y algo terco _______
  37. Me es difícil decir “no” cuando la gente me pide mi ayuda _______
  38. Soy muy independiente _______
  39. Me encanta ayudar a la gente a saber cómo resolver sus problemas _______
  40. Soy bueno/a haciendo dinero _______
  41. Soy confiado/a y entusiasta _______
  42. Me cuesta resistirme y defenderme _______
  43. Quiero ser obediente y me siento culpable cuando soy desobediente _______
  44. Me gusta hacer proyectos agradables para los demás _______
  45. Creo que sé más que la mayoría de mis amigos _______
  46. Me llevo bien con mis padres, mis vecinos y mis amigos _______
  47. Ayudo rápidamente cuando veo una necesidad _______
  48. Me encanta ser el líder y quien organiza cuando estoy en un grupo _______
  49. Prefiero jugar deporte que no son competitivos _______

Para determinar qué don(es) tu hijo quizá tenga, suma los siguientes números bajo cada don enlistado abajo y calcula los resultados de tu hijo/a. El don(es) con el número más alto puede indicar que tu hijo tiene ese don en particular.

Profecía (Percepción)

Características – Discernimiento, perceptivo y sensible

Suma las respuestas de las preguntas 1, 8, 15, 22, 29, 36 y 43 Total = ______________

Servicio

Características – Práctico, observador, detallista

Suma las respuestas de las preguntas 2, 9, 16, 23, 30, 37 y 44 Total = ______________

Enseñanza

Características – Lógico, sistemático, orientado a los hechos

Suma las respuestas de las preguntas 3, 10, 17, 24, 31, 38 y 45 Total = ______________

Exhortación (Motivación)

Características – Edificador, positivo, expectante

Suma las respuestas de las preguntas 4, 11, 18, 25, 32, 39 y 46 Total = _______________

Dádiva

Características – Generoso, hospitalario, ingenioso

Suma las respuestas de las preguntas 5, 12, 19, 26, 33, 40 y 47 Total = _______________

Liderazgo (Administración)

Características – Meticuloso, organizado, responsable

Suma las respuestas de las preguntas 6, 13, 20, 27, 34, 41 y 48 Total = _______________

Misericordia (Compasión)

Características – Emotivo, personal, gozoso

Suma las respuestas de las preguntas 7, 14, 21, 28, 35, 42 y 49 Total = _______________

Por Christian Homeschool Curriculum, Homeschool Resources – Alpha Omega Publications  Traducido al español por Casa del Alfarero, Noviembre 2012

 

Actividades

Historias para reflexionar

Las herramientas de Rodolfo

Por Margue Alexander

Rodolfo sabía exactamente lo que quería recibir de regalo cuando cumpliera los seis años. Quería algunas herramientas iguales a las que tenía el papá. No quería herramientas de juguete como las que había tenido hasta entonces, sino herramientas verdaderas que un hombre pudiera usar.

– Tendrás que ser muy cuidadoso con ellas – le dijo el papá.

– Lo seré – prometió Rodolfo.

De manera que cuando llegó su cumpleaños, Rodolfo recibió un martillo, una escuadra, un serrucho y una barreta de las llamadas pata de cabra.

Cuando la tía oyó decir que él quería herramientas, le trajo un destornillador, y algunos tornillos y clavos.

Rodolfo estaba tan orgulloso de sus herramientas que no quería que nadie se las tocara. Como se lo había prometido a su papá, las cuidaba con esmero. Hasta hubiera querido llevárselas con él a la cama, cada noche. En una oportunidad, la mamá le permitió que pusiera el martillo debajo de la almohada, pero le dijo que las otras herramientas eran un poco peligrosas para ponerlas allí.

Todos los días Rodolfo sacaba sus nuevas herramientas y las usaba para inventar alguna cosa nueva, usando los pedazos de madera que el papá le había dado. Y si alguien le pedía que le prestara las herramientas, el rehusaba hacerlo. A veces pensaba que eso sería egoísmo, pero como había prometido cuidarlas ¿acaso no era esa la forma de hacerlo?

Cuando sus amigos iban a jugar con él, Rodolfo generalmente guardaba sus herramientas en el ropero de su cuarto. Si veía que la mamá estaba buscando un martillo o un destornillador, le ayudaba a encontrar el que ella solía usar o el del papá y así no se veía obligado a tener que prestarle el suyo. Cada noche limpiaba bien sus herramientas y las llevaba a su cuarto.

Rodolfo martilló y serruchó, martilló y serruchó hasta que usó todos los pedacitos de madera que tenía y todos los clavos que le habían dado. Pero aún después seguía sacando sus herramientas al patio diariamente. A veces sacaba clavos que él mismo había clavado, y luego los volvía a clavar.

Cierto día en que estaba en el patio de atrás, vio de pronto que la Sra. Olivares, la vecina de al lado, estaba sacando algunas cosas de su casa. Primero sacó su escalera de mano. Luego trajo algunas herramientas. Rodolfo se acercó un poco más para ver las herramientas y descubrir lo que ella iba a hacer.

Tenía un destornillador grande, pero el martillo era más pequeño que el suyo y a él le pareció muy viejo. Una de las uñas del martillo se había roto.

La Sra. Olivares colocó la escalera debajo del emparrado y comenzó a subir por los escalones. Mientras subía se sostenía en uno de los postes del emparrado como si tuviera miedo de caerse de la escalera. Esta era un poco inestable.

– ¿Quisiera Ud. que yo le sostuviera la escalera, mientras Ud. está arriba? – ofreció Rodolfo.

– Eso sería muy bueno – dijo la Sra. Olivares.

De modo que Rodolfo se trepó a la cerca y cruzó al otro lado, y parándose junto a la escalera, trató con todas sus fuerzas de mantenerla firme.

– Algunas de estas tablas del emparrado están podridas – dijo la Sra. Olivares –. Ahora que está podada la parra, quisiera sacarlas y poner tablas nuevas. Así cuando llegue la primavera y la parra brote, la glorieta estará firme para sostenerla.

– Oh – dijo Rodolfo, que estaba observando cómo la Sra. Olivares trataba de arrancar los clavos de las tablas rotas con la punta del destornillador. Naturalmente el martillo no servía para arrancar clavos, porque le faltaba una uña. Pensó en su barreta pata de cabra. Sabía que esa herramienta facilitaría mucho el trabajo de la Sra. Olivares. Pero no quería prestársela. Entonces se le ocurrió una idea.

– Yo tengo una barreta para sacar clavos – dijo – Si Ud. me dice cuáles son las tablas que quiere sacar, yo me subiré a la escalera y le sacaré todos los clavos con la barreta nuevecita que tengo.

– Muy bien – dijo la Sra. Olivares –. Eres muy amable.

Rodolfo volvió a saltar la cerca para ir a su casa a conseguir su herramienta. A los pocos instantes estaba de regreso, trepado sobre la escalera, sacando los clavos de las tablas podridas. En unos instantes todo el trabajo estuvo hecho.

La Sra. Olivares midió el largo de las tablas nuevas usando las tablas podridas que Rodolfo había tirado al suelo.

Perfectas – anunció –. Le pedí al hombre donde compré las tablas que me las cortara.

– Ud. me lo hubiera dicho a mí. Yo podría haberlas cortado con el serrucho nuevo que me dieron para mi cumpleaños.

La Sra. Olivares se rió.

– Eso hubiera sido interesante – dijo ella –. Pero ya me has ayudado bastante y yo lo aprecio.

– ¿Quiere Ud. que yo le clave las tablas nuevas? – preguntó Rodolfo.

– No. Creo que prefiero hacerlo yo – dijo la Sra. Olivares –. Quiero que me queden bien.

Rodolfo se sintió chasqueado. El creía que podía clavar tan bien como ella, pero no dijo nada.

El martillo de la Sra. Olivares comenzó a trabajar. Le llevó un buen rato hundir un clavo. Rodolfo pensó en su propio martillo. Con ese sí que se podía clavar. Y el clavo entraría. Qué lástima que la Sra. Olivares no tiene un martillo como ese.

En vista de que le daba tanto trabajo clavar con ese martillito que ella tenía, tal vez debería permitirle usar el suyo. Pero a él no le gustaba prestar sus herramientas. Pero comprendió que eso era egoísmo y decidió ofrecerle su martillo.

– Señora – le dijo –, yo tengo un martillo grande y bueno. Si Ud. quiere usarlo, se lo traigo. Con ese martillo Ud. clavará mejor los clavos.

– ¿Tienes uno? – preguntó la Sra. Olivares.

– Aguarde un minuto e iré a buscarlo – dijo Rodolfo.

Rodolfo no tardó en saltar la cerca para ir a su casa y volver con el martillito en la mano hasta donde estaba la Sra. Olivares. Estaba radiante y se sentía feliz de saber que estaba realizando un acto bondadoso.

– Este martillo es muy lindo – dijo ella – Con éste los clavos van a entrar enseguida. Cuando terminó de clavar las tablas, la Sra. Olivares descendió de la escalera y le pasó el martillo de vuelta a Rodolfo. Al martillo no le había pasado nada y en cambio él se sentía muy feliz.

– Yo tengo estos tres pedazos de madera que me sobran – explicó la Sra. Olivares –, y este paquete de clavos. Pedí algunos extra por si encontraba la glorieta en peores condiciones de lo que realmente estaba. Pero no los necesito ¿Te gustaría tenerlos?

– ¡Cuánto lo aprecio! – exclamó Rodolfo – Muchísimas gracias.

Rodolfo sonreía y la Sra. Olivares también sonreía.

Había sido un buen día para ambos.

 

Desinflada por un salero

Por Nellia Burman Garber 

La madre de Ana y su mejor amiga, la Sra. Martínez, estuvieron ocupadas durante varias horas planeando la venta que realizaría la Sociedad de Dorcas.

Ana vio que las manecillas del reloj se acercaban a la hora de la cena, y que de un momento a otro llegaría el padre deseoso de comer una buena comida.

Volvió luego a ocuparse de sus tareas escolares, pero la idea de la cena sin preparar interrumpía sus pensamientos. He estado estudiando arte culinario durante todo el año, pensó. Estoy segura de que podré poner en práctica mis conocimientos. La maestra de arte culinario dice que muchas de las chicas del octavo grado, realmente cocinan en la casa.

Ese pensamiento la hizo actuar. Ana puso a un lado sus libros, y se dirigió a la cocina, tratando de disimular lo que pensaba hacer, pues quería darle una sorpresa a su madre. Sabía que a su padre le gustaba tener la comida a tiempo, y se daba cuenta de que su madre estaría preocupada pensando en eso.

Abriendo las puertas del armario trató de descubrir con qué podría contar para la cena. Luego miró dentro de la nevera. De pronto se le ocurrió un menú. En la clase había aprendido a hacer papas al horno, con queso, de manera que prepararía primero las papas y las pondría en el horno. Luego abriría una lata de vainitas, o judías verdes. Eso, con quesillo, ensalada y pan casero que la mamá había hecho, iba a resultar una buena comida. Para postre serviría leche y masitas.

Ana estaba tan ocupada pelando papas y cortándolas luego en tajadas, que no se dio cuenta de que la Sra. Martínez estaba frente a la puerta de la cocina, hasta que la oyó decir:

-Ojalá yo tuviera una hija grande como la suya que comenzara a prepararme la cena. Los muchachos no son buenos para cosas así. Anita, espero que cuando Alberto esté listo para casarse, consiga como esposa una chica como tú.

Ana dio vuelta la cara rápidamente para que las señoras no notaran que se había ruborizado. Ella abrigaba algunos pensamientos secretos acerca de quién sería la esposa de Alberto, pero por nada del mundo los revelaría a nadie.

Rápidamente terminó de pelar y cortar las papas. Las enjuagó y comenzó a arreglarlas en la asadera colocando una capa de papas, espolvoreándolas luego con harina y sal, papas, harina y sal. Sus manos seguían trabajando, pero su mente estaba ausente. Las palabras de la madre de Alberto le sonaban en los oídos como una música que la tenía embelesada y como en otro mundo.

“Te apuesto a que no ha dicho eso de ninguna otra chica de la escuela -se dijo, sacudiendo el salero de nuevo sobre la capa de papas-. Si yo no fuera tan buena cocinera y no supiera ayudarle a mamá tan bien -siguió monologando para sí-, la Sra. Martínez no habría dicho que le gustaría que yo llegara a ser la esposa de Alberto. ¡Un momento! Ella no había dicho exactamente eso”, Ana quería

ser honrada consigo misma. “Pero casi lo dijo”, se defendió. Nunca en su vida se había sentido tan orgullosa.

-Querida, te agradezco tantísimo de que hayas comenzado a hacer la cena -le dijo su madre después de despedir a la Sra. Martínez-. Es lindo tener una hija grande. Si quieres seguir con tus deberes, ahora yo puedo terminar.

-Déjame que yo termine, mamá -rogó Ana, sintiéndose todavía muy segura de sus habilidades-. Realmente me gusta hacerlo sola.

-Muy bien. Estoy segura de que tu padre se sentirá muy orgulloso de ti.

De manera que Ana siguió trabajando, sintiéndose cada vez más orgullosa de sí misma.

Cuando finalmente la cena llegó a la mesa tenía una apariencia muy apetitosa. Las papas gorgoteaban invitadoras en la fuente, recién sacada del horno; las vainitas parecían muy frescas y habían quedado de un color verde muy hermoso. La ensalada se veía fresca, y aun las rebanadas de pan parecían haber sido cortadas con más cuidado que de costumbre.

Después de la oración para agradecer por los alimentos, el padre comenzó a servir las papas porque la fuente estaba demasiado caliente para pasarla. Pepe, el hermanito menor, probó un bocado sin esperar a que el padre terminara de servir. Se veían tan apetitosas que le pareció que no podía esperar.

De repente se levantó de un salto y corrió hacia el baño, escupiendo. Todos lo miraron preguntándose qué le pasaría.

Un temor escalofriante se apoderó de Ana. ¡La sal! ¡No había medido la sal! Había estado tan ocupada cantándose alabanzas que sólo había atinado a derramar sal sobre las papas. No tenía la menor idea de cuánta había usado. Tímidamente probó las papas, como lo hizo el resto de la familia. Entonces, saltándosele las lágrimas, corrió a su cuarto y cerró la puerta.

Y allí, tirada sobre su cama, lloró hasta que sus lágrimas borraron todo vestigio del arrogante orgullo que la había perturbado esa tarde. Se vio como realmente era: dominada por un falso sentimiento de superioridad ¿Qué cosa podría ser más odiosa que eso? Oyó que la puerta se abría suavemente, y sentándose en el borde de la cama se enjugó las lágrimas.

-Yo sé lo que vas a decirme, mamá. “El orgullo precede a la caída”.

-No, querida -le respondió la madre con una sonrisa un poco enigmática-. Esto me recuerda algo que me ocurrió cuando tenía más o menos tu edad. Yo me sentía especialmente alborozada por algo que había ocurrido -ni siquiera recuerdo qué era- y alguien me preguntó cómo me sentía. Le repliqué: “¡Oh, como en las nubes!” “Entonces, ten cuidado” me dijo, “porque corres el peligro de que alguien pinche el globo que te eleva y lo desinfle completamente”. Nunca me olvidé de eso, Ana.

Ana se rió.

-Yo también lo recordaré, mamá. Sólo que a mí no fue un pinchazo lo que me desinfló, sino ¡un salero!

Resumen, y selección de materiales, de Eunice Laveda, miembro de la Iglesia Adventista del 7º Día en Castellón. Eunice Laveda es responsable, junto con su esposo, Sergio Fustero, de la web de recursos para la E.S. Fustero.es

Foto: Gabby Orcutt en Unsplash

 

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