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Para el sábado 26 de enero de 2019.

Esta lección está basada en Mateo 5:21-26, 33-48; 6:1-4, El Deseado de todas las gentes, capítulo 31, páginas 279-281.

  • Secretos del reino: estar en paz con tu hermano (Mateo 5:21-26).

    • Jesús me dice que no debo enfadarme, ni insultar, ni criticar o  hablar mal de nadie.
      • Enfadarme con alguien me lleva a desear vengarme.
      • Insultar a alguien hace que éste se sienta mal, y puedo herir su autoestima.
      • Criticar, o hablar mal de alguien, puede dañar seriamente su reputación, y esto puede traer graves consecuencias.
    • Si hago alguna de estas cosas me alejo de Jesús y de Su voluntad y, además, obtendré malas consecuencias.
    • En este caso, debo pedir perdón a esa persona y ponerme en paz con él. Dios no aceptará mi servicio hasta que haga mi parte.
    • Como cristiano, debo tratar a todos, sin distinciones, como lo hacía Jesús: con respeto y amor. Esto es algo que solamente podré conseguir con el poder de Dios transformando mi corazón a imagen del de Jesús.
  • Secretos del reino: decir siempre la verdad (Mateo 5:33-37).

    • El ciudadano del reino debe ser honesto y sincero. No necesita añadir nada más, ni hacer ningún juramento para reafirmar sus palabras.
    • Las palabras de Jesús condenan los cumplidos engañosos, el disimulo de la verdad, las frases lisonjeras, las exageraciones, las falsedades en el comercio que prevalecen en la sociedad y en el mundo de los negocios. Enseñan que nadie puede llamarse veraz si trata de aparentar lo que no es, o si sus palabras no expresan el verdadero sentimiento de su corazón.
    • Esto implica también que, cuando hago una promesa o doy mi palabra, debo cumplirla.
  • Secretos del reino: no vengarse (Mateo 5:38-42).

    • No debo responder a la violencia con violencia.
    • Al contrario, debo vencer con el bien el mal y hacer el bien al que me perjudica.
    • Como cristiano, no procuraré desquitarme cuando me perjudiquen, sino que buscaré el bien del otro. Solo lo conseguiré con el poder de Dios.
  • Secretos del reino: cómo tratar a tu enemigo (Mateo 5:43-48).

    • Dios me pide que ame a mis enemigos, pero no me pide que los ame como amo a mi papá o a mi mamá.
    • Amar a los enemigos, es tratarlos con respeto y cortesía, y considerarlos como Dios los considera.
    • Dios ama a todos por igual, pues envía el sol y la lluvia a todos, aunque sean sus enemigos.
    • Como cristiano, debo amar incluso a mis enemigos. Solo lo conseguiré con el poder de Dios.
  • Secretos del reino: hazlo en secreto (Mateo 6:1-4).

    • Si hago algo bueno, no debo alardear o presumir de lo bueno que soy.
    • Lo que haga para Dios no debo hacerlo para llamar la atención, la admiración o la adulación de alguien.
    • Cuando doy mi ofrenda o ayudo a algún necesitado, no es necesario que nadie se entere. Aunque nadie me recompense por este acto, Dios sí lo hará porque Él sí que ve todo lo que hago.
    • Como cristiano, haré el bien sin contárselo a nadie. Solo lo conseguiré con el poder de Dios.

Ahora que conozco los secretos del reino:

  • Sé que Dios desea que su amor se vea reflejado en todas mis relaciones.
  • Le pido a Dios que su amor forme parte de mis relaciones con los demás.
  • Buscaré formas concretas de expresar el amor de Dios tanto a mis amigos como a mis enemigos.

Resumen: Debido a que Dios nos ama, podemos amar a nuestros amigos y a nuestros enemigos.

Actividades

 

¿Qué haría Jesús?

Por Luisa Amstrong

Pedro levantó la vista y vio que Gregorio, su mejor amigo, estaba pasando por la puerta del jardín.  Gregorio lo saludó y luego le dijo:

-¡Ven a ver los gatitos que me dio el tío Jaime! ¡Son preciosos!

Pedro siguió a su amigo,  y ambos se dirigieron al garaje. Allí se arrodillaron y observaron a los cuatro gatitos, todos grises, que tomaban la leche que tenían en un plato.

Pedro acarició a uno de ellos. Era extremadamente suave, y hacía un ruidito como si adentro hubiera tenido un motorcito eléctrico. Al gatito también le gustó Pedro.

– Son muy bonitos, Gregorio, me gusta mucho éste ¿podría quedármelo?

-¡De eso nada!-exclamó Gregorio visiblemente enfadado por la petición de su amigo- El tío Jaime me los ha dado a mi ¡son míos!

– Pero tú te quedarías con tres, y solamente te pido uno -protestó Pedro-

-No, yo quiero este también, -dijo Gregorio-

Algo ocurrió dentro de Pedro. De repente se puso de pie y le propinó un fuerte empujón a su amigo.

– ¿Quién quiere estos gatitos? ¡Son muy feos!

-¡Eso no es cierto! —y Gregorio recalcó su declaración estampando el pie en el suelo.

-Claro que sí. ¡feos! ¡feísimos! —Le gritó Pedro.

Acalorados por la discusión, antes de que se dieran cuenta, los dos muchachos se enzarzaron en una lucha y comenzaron a forcejear y a golpearse, y giró en el aire un remolino de brazos y piernas que de vez en cuando dejaban ver dos rostros acalorados. Y en esos términos salieron del garaje, rodando hasta llegar al césped de afuera. El cemento duro les había raspado las rodillas. Tenían las piernas llenas de polvo, grasa y arañazos, y lloraban descontroladamente.

La madre de Gregorio no tardó en salir de la casa. Cuando los muchachos oyeron el portazo y el ruido de los pasos que se acercaban, levantaron la vista.

-¿Se puede saber qué os pasa, muchachos? —preguntó ella inclinándose para separarlos.

– ¡Pedro dice que los gatitos son muy feos!—explicó lloroso Gregorio.

-¡Eso no es así!- respondió Pedro, limpiándose la cara con el dorso de su mano, que dejó en su rostro pecoso una huella de suciedad.

-Creo que lo mejor que podríais hacer, muchachos, es lavaros- les dijo la madre de Gregorio-. Los dos estáis hechos un desastre.

Pedro corrió a su casa, y Gregorio entró en la suya. Durante el resto del día los muchachos no volvieron a verse.

Al día siguiente, cuando Pedro se despertó, por la mañana temprano, comenzó a echar de menos a su mejor amigo.

-“Iré  a la casa de Gregorio y le diré que no quise decir lo que dije. Al fin y al cabo, son sus gatos… Echando a un lado las sábanas se levantó. El aroma del desayuno llegó hasta su cuarto, pero no quería comer antes de ver a Gregorio. Después de vestirse, bajó corriendo la escalera y salió por la puerta como un suspiro.

El sol ya calentaba. Aspiró el aroma que emitían las flores de jazmín que su mamá tenía en el jardín. Levantando la vista, vio que Gregorio venía a su encuentro. Traía en sus brazos el gatito que le había gustado a Pedro, y otro más.

-¡Hola! —saludó Gregorio, como siempre solía hacerlo. Estaba muy sonriente.

-¡Hola! —respondió Pedro-. Perdóname, yo no quise decir lo que dije ayer… no quise empujarte.

-Lo sé – le aseguró Gregorio. Y pasándole los gatitos a Pedro, le dijo-: estos dos son para ti, Pedro. Me pareció que debíamos compartirlos, porque somos los mejores amigos. Cuando peleamos me sentí muy triste y me pregunté qué haría Jesús en una situación así… Y creo que Él te hubiera dado el gatito que querías y otro más para que se hagan compañía. Hacerlo me da paz y tengo una sensación de alegría y cariño que no puedo explicar. Pensé que separarme de él me pondría triste, pero estuve orando y me di cuenta de que dártelo a ti me hace feliz.

-¡Gracias Gregorio!…-dijo Pedro, abrazando a ambos animalitos, con lágrimas en los ojos. ¡Los voy a cuidar mucho, y puedes venir a verlos siempre que quieras! ¿Sabes? Siento que soy un privilegiado por tener un amigo como tu, y deseo conocer más de ese Jesús tuyo. Yo también quisiera hacer lo mejor.

Ambos amigos se fundieron en un abrazo y, a partir de aquel día, Gregorio tuvo muchas oportunidades de hablar a Pedro de Jesús. Con los años, más que amigos, Pedro y Gregorio se convirtieron en hermanos. Siempre se ayudaron y se apoyaron, en todo. Y ¿sabes? Jesús fue siempre su principal nexo de unión. Siempre que debían tomar una decisión, oraban y pensaban ¿Qué haría Jesús en esta situación?

Resumen, y selección de materiales, de Eunice Laveda, miembro de la Iglesia Adventista del 7º Día en Castellón. Historia editada por Esther Azón. Eunice Laveda es responsable, junto con su esposo, Sergio Fustero, de la web de recursos para la E.S. Fustero.es

Photo:Q’AILA en Unsplash

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