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Para el sábado 12 de enero de 2019

Esta lección está basada en Isaías 61:1-3, Lucas 4:16-21 y El Deseado de todas las gentes, capítulo 24.

  • Llega el tiempo de las buenas noticias.

    • Cuando llegó el cumplimiento del tiempo, a los 30 años, Jesús fue bautizado por su primo Juan el Bautista.
    • En el desierto fue tentado por el diablo y resistió la tentación.
    • Poco después regresó a Galilea, y dio las buenas nuevas en el pueblo donde se crió: Nazaret.
  • Presentando buenas noticias.

    • Asistió con otros a adorar en la sinagoga. Le invitaron a leer y le dieron el libro de Isaías.
    • Escogió para la lectura Isaías 61:1-3. En este texto se habla de lo que el Mesías iba a hacer cuando viniese.
      • “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y a dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor”
    • Jesús dijo que Él era el Mesías que cumplía esta profecía. Él había venido para predicar el Evangelio (Evangelio significa “buenas noticias”) y mostrar que Él era la buena noticia que el mundo necesitaba.
    • Jesús trajo gozo, libertad, sanidad y salvación para todos.
    • Desgraciadamente, en Nazaret no comprendieron, ni sintieron la necesidad de aceptar a Jesús.
  • Esparciendo buenas noticias.

    • Jesús estuvo durante tres años y medio esparciendo las buenas noticias de salvación.
    • También quería que sus discípulos participasen de esa obra. Los envió de dos en dos, para esparcir las buenas noticias.
    • Sanaban a los enfermos, expulsaban a los demonios y les hablaban de Jesús como el Mesías.
  • Esparce buenas noticias.

    • Jesús también quiere que tú y yo seamos portadores de buenas noticias.
    • Comparte con las personas que te rodean que Jesús les trae consuelo, seguridad, paz, alegría, gozo, bondad, libertad y salvación. Así ellos también podrán ser felices.
    • Jesús es la única buena noticia que todos necesitamos. Nos libra de la desesperación, el abandono, las cargas, la enfermedad y la esclavitud moral y espiritual.
    • Cada uno tenemos una forma distinta de esparcir estas buenas noticias. Pídele a Dios que te ayude a identificar la forma en que tú puedes hacerlo.
    • Ora para que puedas compartir con alguien que no conoce a Jesús el gozo que Él da.

Piensa que:

La buena noticia es que Jesús vino a morir en nuestro lugar, nos perdona, nos ofrece nueva vida fortalecida por el poder del Espíritu Santo, con el que aprendemos a vivir libres de las cadenas de los hábitos pecaminosos y, finalmente, nos llevará con Él al Cielo donde todas las heridas causadas por el pecado serán totalmente borradas. Todos necesitamos saber esto, y todos podemos compartirlo con los demás. Tu también puedes ser un misionero o una misionera. 

Resumen: Cultivamos amistades al compartir las buenas nuevas acerca de Jesús.

Actividades

De la siguiente lista, marca aquellas actividades en las que te sientes cómodo y te gusta o te gustaría hacer para compartir con otros las buenas noticias. Toma la firme decisión de ponerlas en práctica.

__ Lleva en tu mochila folletos para dar a alguien cuando veas la oportunidad.

__ Memoriza textos bíblicos para poder decirle a un amigo cuando necesita consuelo o consejo.

__ Invita a amigos, conocidos y familiares a asistir a la iglesia.

__ Invita a alguien a comer a tu casa.

__ Ahorra para poder dar ofrenda para ayudar en los proyectos de tu iglesia.

__ Ofrécete a ayudar en alguna actividad de la iglesia.

__ Únete al coro para alabar a Dios e invita a algún amigo para que participe también.

__ Pídele a un amigo que te escuche y corrija cuando practiques al preparar algo que dirás en la iglesia.

__ Alaba a alguien cuando veas que ha hecho algo bien.

__ Ten en tu casa un cuadro de Jesús. Así podrás contar a las visitas las buenas nuevas.

__ Usa tu móvil para enviar mensajes que hablen de Jesús.

__ Comparte una experiencia donde hayas visto que Jesús te ha ayudado.

__ Mantén tu habitación limpia y ordenada. También es una forma de dar testimonio de Jesús.

__ Ayuda a aquel que veas que lo necesita, sin importar quién sea.

__ Saluda a todos de forma amigable, sonriéndoles.

__ Habla palabras de consuelo al que veas triste.

__ Que tus pensamientos, tus palabras y tus actos reflejen siempre a Jesús.

__ Añade otras:

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Historias

La niña misionera

Por Ellen Wood

Ese día Lisa no sentía ningún interés por sus juguetes. Su mente estaba ocupada con algo más importante. Era algo que no había comentado con nadie, ni siquiera con su mamá. Pero había estado pensando mucho en ello.

– Mamá – dijo finalmente – quiero decirte algo. He estado pensando…

– Si, querida.

– ¿Hay misioneros pequeños?

– Oh, sí – dijo bromeando la mamá. Algunos son bajos y otros son altos.

– No, mamá. Eso no es lo que quiero decir. ¿Hay algún misionero de mi edad?

– ¿Tú te refieres a misioneros que están en otros países?

– Sí

– Estoy segura de que los hay. Muchos misioneros tienen niños y ellos hablan a otros de Jesús y también trabajan por él.

– ¿Hay alguno de esos niños misioneros que ha ido sólo para enseñar a la gente acerca de Jesús?

– No, Lisa. Dios quiere que los niños estén con sus padres hasta que sean grandes. ¿Por qué lo preguntas?

– El sábado pasado una señora que era misionera en África nos habló. Nos contó acerca de los niños que viven allí y de cuánto necesitan que alguien les hable de Jesús. Preguntó cuántos querían ser misioneros, y yo levanté la mano. Pero… yo no quiero dejarte a ti… ni a papá… Sin embargo estoy dispuesta a ir por Jesús.

– ¡Lisa, Lisa! Estoy segura de que ella se refería a cuando fueras grande – sonrió la mamá.

Lisa se sintió aliviada.

– Pero estoy segura de que Dios se alegra de que estés dispuesta a ir si Él te lo pide – añadió la mamá – ¿Y sabes una cosa? Hasta que seas grande tú puedes ser una misionera aquí, donde estás.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Lisa.

– Piénsalo y esta noche antes del culto hablaremos sobre el asunto y veremos si hoy has hecho algún trabajo misionero.

Eso le pareció muy bien a Lisa. Cuando salió al patio a jugar, quedó pensando en lo que la mamá había querido decir. A Juanita, su mejor amiga que vivía en la casa de al lado, no necesitaba hablarle de Jesús porque ella ya lo conocía. Cada semana se sentaba a su lado en la escuela sabática. Mientras pensaba, de pronto vio que se acercaba por la vereda Julia Benítez. Lisa no jugaba con Julia… La niña era muy sucia y a veces también muy ruda. Entonces a Lisa se le ocurrió una idea.

– Julia – dijo – ¿por qué no juegas hoy conmigo? ¿Has visto mi muñeca nueva?

A Julia se le iluminaron los ojos.

– ¿De veras quieres que juegue contigo?

– Lisa entró corriendo a la casa para buscar la muñeca y se la pasó a Julia. Procuró no mirar cuando Julia abrazó la muñeca con sus brazos sucios y dejó algo pegajoso en el vestido de encaje rosado de la misma.

– Se llama Cintia. ¿Te gusta? Yo la llamo Cinty – dijo Lisa tratando de sonreír.

– Es muy hermosa – afirmó Julia casi sin aliento.

– ¿Por qué no buscas tus muñecas y las traes a mi casa?

El rostro de Julia se puso muy serio.

– No… ahora no voy a casa.

– ¿Por qué? Podríamos divertirnos – dijo Lisa. Pero Julia no respondió. Una lágrima le rodó por la mejilla, dejando sobre ella un rastro sucio.

Por la tarde, Lisa habló con su mamá.

– Mamá, procuré ser buena con Julia – le dijo Lisa a su madre –. Tal vez ella no conoce bien a Jesús. Pero creo que no lo hice bien. Ahora ella no me quiere…

– Yo creo que tú hiciste lo correcto, Lisa – la consoló la madre –. Yo no creo que ella esté enfadada contigo. Debes recordar que los padres de Julia son muy pobres y tienen algunos problemas. En lugar de comprar buenos alimentos y ropas a sus niños, gastan la mayor parte de su dinero en bebidas alcohólicas.

– Pero mamá, ¿por qué ella no jugó conmigo?

– Puede ser que Julia ni siquiera tenga una muñeca – explicó la mamá.

Repentinamente a Lisa se le ocurrió que ahora sabía por qué Julia se había sentido mal.

– Yo le pedí que trajera sus muñecas aquí, y ella no habrá querido decirme que no tenía ninguna.

– Sí, querida. Eso puede haber sido – respondió la mamá.

– ¡Pobre Julia! Le pediré que mañana venga y juegue con mis cosas. ¿Crees tú que vendrá?

– Creo que sí – respondió la madre –. Esta es mi misionera.

Lisa siguió pensando en Julia durante mucho tiempo, y esa noche demoró bastante en dormirse. Pero cuando finalmente llegó la mañana, saltó de su cama más temprano que de costumbre. Desayunó y arregló su cuarto.

– Mamá, ahora iré a ver a Julia – anunció Lisa y salió brincando por la puerta y luego corrió por la acera.

La casa de los Benítez era la última de la calle, y era pequeña para una familia tan grande. Y la grama y las malas hierbas habían crecido muy altas al lado del sendero de la entrada. Lisa dejó de brincar y se acercó lentamente a la puerta. Llamó suavemente. Durante un largo rato no hubo ninguna respuesta; entonces se oyó una voz ronca que parecía un gruñido:

– ¿Quién es?

– Soy yo…, Lisa de la Torre, que vivo unas casas más abajo. ¿Puede venir Julia a mi casa a jugar?

Lisa esperó una respuesta, pero todo quedó en silencio. Luego se oyeron unos gritos dentro de la casa y finalmente Julia abrió un poquito la puerta. Lisa notó que tenía puesto un pijama roto. Tenía el cabello despeinado y parecía como que había estado llorando.

– Lisa – susurró –, yo saldré a jugar contigo tan pronto como me vista. Es mejor que tú vuelvas a tu casa. Papá está enfadado…

Lisa estuvo de acuerdo y corrió a su casa. Se sintió apenada por Julia.

Lisa se sentó en los escalones del frente de su casa a esperar a Julia. Cuando ésta llegó, las dos niñas se divirtieron mucho jugando juntas. Cuando llegó Juanita, la chica que vivía en frente, las tres niñas jugaron con las muñecas, las vistieron y les peinaron el cabello. Antes de que se dieran cuenta era la hora en la que Julia debía regresar a su casa. Lisa le hizo prometer que regresaría pronto.

Esa noche, a la hora del culto, Lisa dijo:

– Yo creo que el trabajo misionero es más divertido que cualquier otra cosa.

Y al decir esas palabras, lo ojos le brillaban de felicidad.

– Pero yo no le he dicho a Julia nada acerca de Jesús. ¿Crees tú que el papá y la mamá la dejarán ir conmigo a la escuela sabática?

– ¿Por qué no se lo preguntas? – sugirió la mamá.

– ¿Puedo? – y Lisa casi no podía quedarse quieta de tan feliz que se sentía.

– Por supuesto. Y oraremos para que ellos digan que sí.

Lisa, la mamá y el papá oraron, y al día siguiente Lisa esperó a que Julia llegara.

Cuando ésta llegó parecía otra niña. Estaba limpia. Había procurado cepillarse el cabello y se la veía más contenta. No tenía aquella expresión de soledad y temor.

Lisa le habló de la escuela sabática. Le mostró el librito de escuela sabática y le dio varios antiguos que tenía. Luego la acompañó a la casa para preguntar a la mamá de Julia si podía ir a la iglesia el día siguiente.

– Si, Julia puede ir – respondió la mamá.

Sábado tras sábado Julia fue a la escuela sabática con Lisa y sus padres. Ahora Julia ama a Jesús como lo ama Lisa. Las dos niñas están orando para que la mamá y el papá de Julia también amen a Jesús y Él pueda cambiar sus vidas.

Debido a que Lisa fue una niña misionera, Jesús ha podido mejorar la vida de Julia.

¿Por qué no me lo dijeron antes?

Por Elfrieda Wolf

El abuelo Goorang estaba sentado frente a su choza de barro, en un pueblecito australiano, mascando tabaco. De pronto notó una gran conmoción en la aldea; pero a él no le afectó. Era viejo y había visto muchas cosas. Había presenciado grandes tormentas y prolongadas sequías. Había cazado canguros y ornitorrincos. Para él no quedaban muchas cosas que no hubiera visto o hecho… a excepción de una. ¡Nunca había visto a un hombre blanco!

El abuelo Goorang había oído hablar de una gente extraña que vivía en grandes aldeas hechas de piedra. Había oído también de unas cajas metálicas que sonaban como el trueno y viajaban como el relámpago. Pero nunca había visto esas cosas. Ahora era demasiado viejo para viajar, y esas personas extrañas nunca habían cruzado el desierto arenoso para llegar a su aldea, de manera que suponía que nunca vería a uno de esos hombres antes de morir. De todas maneras ya no le quedaba mucha vida. Y pensando en eso, muy triste, siguió mascando aquel insalubre tabaco.

Pero de pronto vio a un muchachito frente a él.

-Abuelo, ¿ya lo sabe? -y los ojos del muchacho brillaban de excitación.

-¿Qué pasa, Dotán? -preguntó el anciano.

-Vendrá un hombre blanco, abuelo. Traerá consigo una caja que canta, y cuadros, y… ¡oh, tantas otras cosas maravillosas! Esta noche estará en la plaza de la aldea-. Y con entusiasmo, Dotán salió corriendo para dar la noticia a algún otro.

-¿Podrá ser cierto? -se preguntó el abuelo-. ¿Será realmente posible que yo pueda ver a una de esas extrañas personas antes de morir?

Y en su alegría, se encaminó cojeando a la plaza para asegurarse de no llegar tarde.

Resultó exactamente como Dotán había dicho. Esa tarde llegó un camión a la aldea, y en él venía el extraño hombre.

Los niños huyeron asustados del hombre y de la ruidosa máquina que lo traía. ¡Pero no ocurrió así con el abuelo! El, en cambio, se acercó al hombre.

-He oído decir que usted tiene láminas, y una caja que canta. Me gustaría mucho verlas.

El misionero sonrió.

-Muy bien. Tan pronto como toda la gente se haya reunido, se has mostraré.

Pronto la plaza se llenó de gente, y el misionero sacó del camión una gran caja de color castaño. Después de dar vueltas a una manija, cerró la tapa. Inmediatamente salió de la caja la música más hermosa que el abuelo jamás hubiera escuchado.

“Cristo me ama, esto sé” -decía la canción-

-¿Quién es Cristo? -se preguntó eh abuelo-. ¿Por qué querría él amar a un pobre viejo como yo?

Cuando terminó la música, el misionero mostró a la gente una lámina de un hombre con un corderito en sus brazos. Aquel hombre tenía un rostro muy bondadoso. El abuelo se preguntaba quién sería.

El misionero mostró otra lámina de un bebé en un pesebre. Explicó cómo el Hijo de Dios había venido a la tierra para vivir con los hombres y mostrarles una vida mejor. El misionero les habló de la bondad de ese Jesús y de cuánto amaba a las personas como Dotán y el abuelo. Les dijo también que hasta había muerto para que ellos pudieran vivir para siempre.

Mientras el abuelo escuchaba, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. ¿Era realmente verdad que esa persona maravillosa de la cual hablaba el misionero pudiera amarlo a él? ¡Pero si ahora nadie lo amaba!

Cuando el misionero terminó de hablar, y la gente comenzó a irse, el abuelo se acercó cojeando al extraño.

-Dígame -dijo-, ¿ha conocido usted a ese Jesús siempre?

-Oh, sí, abuelo -replicó el misionero-. En mi país casi todos conocen acerca de Jesús.

-¿Y su padre lo conocía?

-¡Efectivamente! Toda mi familia tenía conocimiento de Él.

-¿También su abuelo?

-Así es, siempre hemos conocido a Jesús.

-Entonces, ¡¿por qué?! -sollozó el abuelo-, ¿¡por qué no vino alguien a decírmelo cuando yo todavía podía hacer algo por él?!

Querido amigo, ¿comprendes por qué es tan importante que ayudemos con nuestros recursos a las misiones? Jesús puede cambiar la vida de muchas personas que están deseando conocerle. Tú también puedes hablar de Jesús a otros.

Resumen, y selección de materiales, de Eunice Laveda, miembro de la Iglesia Adventista del 7º Día en Castellón. Responsable, junto con su esposo, Sergio Fustero, de la web de recursos para la E.S. Fustero.es

Foto: Caroline Hernandez en Unsplash

 

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