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1. Estimada familia, quisiéramos pediros unas palabras que nos permitan conoceros un poco. ¿Quiénes sois, cómo os definiríais a vosotros mismos?

René: Los dos nacimos en hogares cristianos, yo en Argentina y Alvy en Uruguay. Alvy es bisnieta de Joseph Westphal, uno de los dos primeros misioneros que fueron a Argentina en 1895. Ella creció bebiendo el espíritu misionero de los pioneros, lo que alimento su amor y pasión por las almas. Nos conocimos en la Universidad Adventista del Plata, Argentina, donde yo estudiaba teología y Alvy enfermería.

2. Compartid con nosotros algún acontecimiento que haya cambiado radicalmente vuestras vidas y ministerios.

René: Planeábamos tener un matrimonio amoroso y ser una familia feliz. Nuestro deseo era honrar a Dios en nuestro hogar. Para mí esto era especialmente importante, porque mi hogar no fue feliz. Cuando tenía 9 años, mi padre, que había sido pastor y luego maestro, nos abandonó. Mi madre quedó sola con cuatro niños; yo era el mayor. El impacto fue muy fuerte, no solo por la ausencia de papá, sino por la depresión de mi mamá. Yo quería huir, desconectarme, olvidar todo. Quería ser feliz. Sin saberlo fui formando dos mundos. La personalidad visible, carismática, feliz, dedicada a los deportes, al éxito en mis estudios y carrera profesional. La otra, la realidad oculta, que ni yo mismo conocía, plagada de dolor, necesidades, mecanismos de defensa y fuerzas negativas.

Juntos nos abocamos a la tarea pastoral. Éramos un equipo formidable, y Dios bendijo la labor. Sintiendo la necesidad de prepararnos para ayudar mejor a la gente con sus problemas familiares, fuimos a Estados Unidos para realizar estudios en Psicología y Aconsejamiento Familiar. Nos invitaron a trabajar en iglesias de habla inglesa. Eventualmente nos pusieron como pastor principal de la iglesia de la universidad en Keene, Texas (Southwestern Adventist University). Ya para entonces se manifestaban los primeros indicios de dificultades en nuestra relación. Yo estaba convencido de que Alvy era la causa de todos nuestros problemas. Cuando algo no me gustaba de cómo era ella, o lo que hacía o decía, yo acumulaba resentimientos. A veces explotaba y la hería mucho: “Yo soy un hombre bueno. Si me irrito o enojo es todo tu culpa.” Como ella tenía la culpa de todo, yo no pedía perdón. Alvy comenzó a deprimirse. Me recordaba a mi madre y su depresión. Sentía un profundo rechazo visceral. Me enojaba. No quería ni verla. Si bien teníamos momentos agradables, estos se hacían cada vez más cortos, y los problemas más constantes.

Alvy: Me atrajo a René su personalidad alegre, dulce y agradable. Y también que deseaba servir a Dios como ministro. Después de casados, lentamente comenzó a aflorar otra realidad. René tenía la personalidad pública y la privada. El pastor y profesional digno, y el hombre de la casa con explosiones de enojo cada vez más frecuentes. René encontraba excusas para gritar y humillarme aun delante de los niños. Me agredía físicamente de diversas maneras y llegó a expresar su deseo de matarme. Demandaba sumisión y respeto. Por supuesto, esperaba que siempre estuviese lista para satisfacer sus deseos sexuales.

No sabía qué hacer. ¿A dónde va una esposa de pastor para hablar de las realidades que se viven en su familia? ¿Quién podría entender, creer, y ayudarnos? ¿En quién podía confiar aparte de Dios? La hipocresía me abrumaba. Tenía mucha vergüenza y mucho temor. Especialmente porque René era admirado por los demás. Los dos éramos muy apreciados, pero él tenía títulos. Era pastor. ¡Y era psicólogo! Yo no era “nadie.” Temí que nadie creería la verdad si abría mi boca. René negaba rotundamente su realidad. Cuando hablaba con él, se enfurecía. “Tu inventas y exageras. Yo soy bueno. Tú eres el problema. ¡Estás loca!” Y sí, me parecía que me estaba volviendo loca hasta que leí el libro The Verbally Abusive Relationship (La relación verbalmente abusiva), escrito por Patricia Evans. Este libro me ayudó a entender la seriedad del problema y las complejas dinámicas en nuestra relación.

En las tribulaciones clamé desesperadamente a Dios. Jesús me invitó a una relación íntima con Él. “Sin una relación constante conmigo perecerás”. Él me levantó de la depresión. Me infundió esperanza y valor. El Espíritu Santo llegó a ser mi dulce y poderoso guía. Me explicaba cómo limpiar mi corazón de amarguras, cómo humillarme y pedir perdón por lo que Él me revelara, no por lo que René demandaba. Me enseñó cómo amar cuando el amor muere y a cómo vivir con las fuerzas que Él da, ¡cuando no tenemos ninguna fuerza! “Si eres fiel, un día, tu esposo y tú contarán una historia que Yo usaré para cambiar a miles de personas.” El diablo me incitaba a quitarme la vida y se burlaba de mí, pero me aferré de las promesas de Dios. “Serás probada por fuego aún más. No temas. Persevera.” Mi esposo al fin endureció su corazón completamente. “Prefiero perderme que humillarme a amar una mujer como tú.”

¡Mi dolor más intenso era por nuestros hijos! Cuánto sufrieron los dos creciendo en un hogar cada vez más inestable, violento, e hipócrita. Como adolescentes, con sus corazones dolidos y llenos de resentimiento se fueron a probar el mundo. Me sentía impotente y culpable.

René: Alvy oró, clamó, y peleó por nuestra familia de forma valiente y perseverante. Ella peleó la buena batalla. ¡Estoy convencido que sólo por la gracia de Dios y la fidelidad de Alvy he sido liberado de la muerte! Cuán hondo caí. Cuán infiel a Dios, a mi esposa y a mis hijos fui. Me avergüenzo. Quisiera poder comenzar de nuevo. Pero no puedo. Solo puedo arrepentirme, cada vez más profundamente y confiar en Dios para la transformación de mi vida. Quiero aprender a ser manso, humilde, paciente, y amoroso como Jesús. Quiero aprender a amar como Él ama. Quiero escuchar con ternura a mi esposa. Pero, por sobre todo, quiero aprender a escuchar más y más al Espíritu Santo, quiero ser sensible a su voz.

Me maravillo que Dios, en su misericordia, tome a un pastor pecador como yo, y me diga como a Pedro, “Ve. Apaciente mis ovejas. Dale de comer a mis ovejas así como Yo te he alimentado pacientemente. No como un profesional seguro de sí mismo, sino como un pecador genuinamente arrepentido, honesto, sensible. ¡Comparte con otros tus errores y cómo Yo te rescaté! Ministra junto a tu esposa con humildad. No con una actitud superior como lo hacías antes. Yo he llamado a tu esposa a compartir verdades poderosas y transformadoras. Respétala y protégela.”

El sábado 22 de febrero de 2002 cumplimos 34 años de casados. Ese día, públicamente pedí perdón a Alvy, mis hijos, y a nuestra iglesia por haberlos lastimando y por haber deshonrado a Dios y nuestros votos matrimoniales. El Dr. John Youngberg y su esposa, amigos queridos, vinieron de Andrews University para oficiar en mi rebautismo, y también en un nuevo pacto matrimonial.

Alvy: Los cambios en René no fueron inmediatos. Después que regresó a casa, muchas veces actuaba con frustración y enojo: “Oraste para que volviera. Aquí estoy. Vine, pero te voy a hacer la vida miserable.” Cuando profesionales y pastores me aconsejaban que me divorciara, sentía la tristeza de Jesús, “Cuando Yo vuelva, ¿encontraré fe en la tierra? Persevera. No temas. En este periodo aprenderás a guardar silencio. No abras tu boca para quejarte o protestar, sino sólo para orar y cantar confiando en mis promesas. ¡Yo libraré a René con brazo fuerte y glorificaré mi nombre! ¡Todos sabrán que Yo lo hice!

¡Cuán fiel es nuestro Dios! Mi fe en Él y mi amor por Él fueron probados por fuego. Pero Él me sostuvo y me fortaleció. Yo sé en Quién he creído! No sólo liberó a mi esposo. También rescató hace tres años y medio a nuestro hijo de las drogas, alcohol, música diabólica y una vida desordenada. Hace nueve meses rescató a su esposa del alcohol y del abuso de drogas de prescripción médica. Los cuatro vivimos juntos. ¡En armonía! Juntos oramos y trabajamos por otros. ¡No hemos llegado! Pero proseguimos con los ojos puestos en Jesús. Nuestro gozo más grande es ver a miles de personas reavivadas y transformadas por Su poder. ¡Para Él, no hay nada imposible!

3. En base a vuestra experiencia, ¿cuáles son los retos que percibís en la familia en general? ¿Y en la familia pastoral?

Tenemos un terrible problema en común: Nuestra naturaleza pecaminosa. Todos somos egoístas y orgullosos, controlados por miedos y vergüenza. Nos escondemos en lugar de ir a Jesús para que Él nos revele nuestra horrible condición y para ser limpiados, sanados y restaurados. Nuestra mayor necesidad es humillarnos diariamente. ¡El nuevo nacimiento! ¡Entregar nuestra naturaleza y recibir a Cristo y su naturaleza por medio del Espíritu Santo! Necesitamos pasar tiempo con Jesús, arrepentirnos de todo lo que el Espíritu Santo nos revele, de toda impureza, de todo resentimiento, toda actitud, pensamiento, sentimiento, palabra, o conducta que no es de Cristo. Debemos confesarlo todo, no solo a Dios, sino a la persona o personas contra quien hemos pecado. Aunque sea una irritación, impaciencia, o gesto que no es amoroso y tierno. ¡Es tiempo de limpiar la casa! ¡Es tiempo de que Jesús nos llene con su Gloria!

4.  Además de la Biblia, ¿tenéis algún libro que os gustaría recomendarnos?

  • El Deseado de Todas las Gentes, de Ellen White. (Alvy: ¡Cambió mi vida!).
  • Victoria en Cristo, de Bill Liversidge.
  • La Trampa de Satanás, de John Bevere.
  • El Perdón Radical, de Colin Tipping.
  • La Paz del Perdón, de Charles Stanley.
  • Perdón Total, de R. T. Kendall.
  • Amor y Respeto: Comunicación en el Matrimonio, del Dr. Emerson Eggerichs.
  • Perdonar es Sanar, de Fred Luskin.
  • Volver a amar: El matrimonio de sus sueños comienza en el corazón, de Gary y Greg Smalley

Hay excelente material disponible en: https://vidaenfamilia.com/el-arte-del-matrimonio/#.VgDWcN9Viko

Muchísimas gracias por compartir con nosotros una experiencia tan significativa y poderosa. Que el Señor siga haciendo de vuestras vidas valiosos instrumentos para honra y gloria de Dios.

Revista Adventista de España